"¡Felicidades anuncios! ¡Campeones de Copa!", han ironizado algunos.
EFE
El árbitro pita el final. El Barcelona, campeón
de la Copa del Rey. Los jugadores culés lo celebran y los del Alavés,
agotados, se hunden en la derrota.
Los barcelonistas se abrazan mientras los vascos agradecen a la afición el apoyo constante.
Es momento de la ceremonia de entrega de trofeos. Los jugadores
albiazules suben al palco para recoger las medallas de finalistas,
algunos entre lágrimas, otros conteniendo la tristeza. Todos reciben el
consuelo de las autoridades.
Pero de todo esto sólo vemos parte del final, cuando ya quedaban pocos jugadores del Alavés por recibir su medalla. ¿Por qué? Porque Telecinco cortó la emisión justo tras el pitido final y se
marchó a los anuncios, algo que no gustó nada de nada a los
televidentes, que expresaron su disconformidad en las redes sociales:
EN LA MITOLOGÍA griega, si ustedes se acuerdan, Narciso, que
acabaría dando nombre a una patología, era un tipo que rechazaba a todas
las mujeres porque estaba enamorado de sí mismo. Un día contemplándose en las aguas de una fuente, se acercó tanto a su
propio rostro, quizá para besarse en la boca, que se ahogó. Aquí tienen a
una ahogada, víctima también del amor a sí misma. Miren cómo se retoca
el rostro sabiéndose observada por su acólito Francisco Granados, y por
su sacristán Alfredo Prada, y por su colega Alberto López Viejo, y por su asistente Juan José Güemes.
Reina sobre todos ellos, pero a ninguno hace demasiado caso, embebida
como está por la imagen que le devuelve el espejo, espejito, quién es la
más bella de todas las mujeres. Tanto de su acólito, como de su sacristán, como de su colega y su
asistente, hay abundante información en Internet. Pueden ustedes
asomarse a esas aguas para hacerse una idea de los arquetipos en los que
a esta señora le gustaba verse retratada. No están todos los que son,
pero son todos los que están.
María Rodrigo fue la primera compositora española. Este año se cumplen
50 de su muerte. Su olvido coincide con el de tantas otras mujeres
brillantes.
EL PRÓXIMO 8 de diciembre se cumplirán 50 años de la muerte de María Rodrigo,
en el exilio (Puerto Rico) y en el más completo olvido. Como dice la
escritora italiana Dacia Maraini, las mujeres cuando mueren lo hacen
para siempre. Si ya la ningunearon en vida, tras su fallecimiento la
sesgada desmemoria patriarcal acabó por sepultarla. El director de orquesta José Luis Temes
lleva años clamando en el vacío e intentando recuperar el patrimonio
musical español olvidado, y en especial el de María Rodrigo. Hace un par
de meses dio un concierto maravilloso en el teatro Monumental de Madrid
en donde pudimos escuchar las Rimas infantiles de María, unas
canciones bellísimas, delicadas y estremecedoras, y ahora está haciendo
un pequeño documental sobre ella. María Rodrigo (1888-1967) tenía un
talento excepcional. Compuso sinfonías, música escénica, piezas para
piano (era también pianista), óperas…, de hecho, fue la primera mujer en
estrenar una ópera en España, Becqueriana (1915), y también la
primera compositora reconocida como tal que además vivió de su trabajo.
Practicó la docencia y volcó sus mayores esfuerzos en difundir la
música clásica entre las clases humildes. Fue grande y fue genial y la
tenemos arrumbada.
No es la única. De hecho, es la tónica habitual con las mujeres. Ya mencioné a la investigadora de la Universidad de Valencia Ana López Navajas,
que ha demostrado que de todos los nombres que se estudian en la ESO
sólo hay un 7,6% de mujeres, y que además lleva ocho años preparando un
archivo histórico de filósofas, artistas, científicas o líderes sociales
que hicieron cosas extraordinarias pero a las que el machismo se
apresuró a borrar de los anales. Sin ir más lejos, María Rodrigo perteneció a una asociación maravillosa y también muy poco conocida, el Lyceum Club Femenino,
creado por María de Maeztu en 1926 en Madrid. Duró hasta 1939 y agrupó a
unas 500 mujeres formidables, lo mejor de nuestra sociedad, escritoras,
juristas, artistas, pensadoras, como Clara Campoamor, María Lejárraga,
Rosa Chacel, María Zambrano, Victoria Kent, Maruja Mallo… Todas ellas
tan competentes o más que los hombres de la época y luchando por un
proyecto de modernización social que truncó la guerra. Últimamente han
empezado a englobarlas dentro de la generación del 27, en un tímido
intento de otorgarles el protagonismo que merecen. Pero la escritora Laura Freixas, de la asociación feminista Clásicas y Modernas,
prefiere con buen criterio definirlas como la generación del 26, el año
de fundación del Lyceum, ya que en el acto que da nombre a la
generación del 27, el homenaje a Góngora en Sevilla en diciembre de
1927, sólo participaron varones, dentro de la tónica sexista habitual.
Y es que tengo la sensación de que las mujeres del mundo empezamos a
estar hartas, terriblemente hartas del paternalismo con el que, a
regañadientes, la sociedad nos va aceptando. Se habla de cuotas y de la
falta de mujeres como si accediéramos a los puestos y a la vida plena
casi por caridad, porque “las pobres también tienen que estar”, y no
porque nos lo merecemos tanto o probablemente más que muchos. El
prejuicio sexista en el que nos educan a todos hace que tendamos a
valorar más a los varones. Diversos estudios demuestran esa ceguera
selectiva, como el que hizo la Universidad de Yale en 2013 cuando cogió
los proyectos de un chico y una chica que aspiraban a un puesto de
laboratorio y los envió para su calificación a 120 catedráticos, hombres
y mujeres. El varón, qué casualidad, sacó en todo mejor nota; pero
resulta que los dos proyectos eran exactamente iguales, salvo que uno lo
firmaba John y otro Jennifer (la mitad de los catedráticos leyó el de
él y la otra mitad el de ella). De manera que no, no pedimos que nos dejen pasar porque estamos
discriminadas y tienen que ayudarnos. Pedimos tan sólo que se nos juzgue
exactamente igual que se juzga a los hombres, lo cual hasta ahora no ha
sucedido. Y para ello primero tenemos que convencernos a nosotras
mismas de que valemos tanto o más que ellos (ya digo que el machismo
también intoxica a las mujeres) y luego alzar de una vez la voz y
empezar a patear metafóricamente todas las puertas.
Los biempensantes de cada época no se caracterizan sólo porque sus
creencias y prácticas sean mayoritarias, sino por la virulencia de las
mismas.
ME ESCRIBE un señor de setenta y cinco años, desesperado porque las
instituciones financieras recurran invariablemente al tuteo para
dirigirse a sus clientes. Cuenta que las cartas de su banco empiezan con
“un desenfadado ‘Hola’” y siguen con “un irrespetuoso tuteo”.
Cuando el contacto es telefónico, ocurre lo mismo, y si el señor les
afea las excesivas confianzas, los empleados le responden que ellos
“sólo obedecen instrucciones”. De poco le sirve a Don Ezequiel
advertirles de que, si persisten en lo que para él es una grosería,
retirará sus fondos. Y se pregunta: “¿Cuál será el siguiente paso,
tratarme de ‘tronco’, ‘tío’ o ‘colega’?” Hace ya años que observo cómo completos desconocidos que me escriben
para solicitarme algo no tienen ni idea de cómo deben obrar para
conseguir lo que buscan. O al revés, deben de estar convencidos de que
el desparpajo y la ausencia de las mínimas formalidades los va a
beneficiar y a allanar el camino. Nadie parece haberles enseñado a
escribir una carta o email en condiciones. No soy tan estirado
como para ofenderme porque se me tutee de buenas a primeras (aunque yo
trate de usted a todo el mundo de entrada, independientemente de su
edad: así llamaba a mis alumnos, quince años más jóvenes que yo, cuando
daba clases), ni porque se me encabece una misiva con “Querido Javier” a
secas. Me da lo mismo. Lo que no encuentro aceptable es que ni siquiera
haya encabezamiento. “Hola, ¿qué tal va todo?”, me dicen a veces a modo
de preámbulo, para a continuación pedirme una entrevista o una
intervención en un simposio o un texto para una revista. No sé qué se
pretende con esa pregunta (porque es una pregunta): ¿que le cuente mi
vida al remitente? ¿Que le conteste, en efecto, sobre “todo”? “Hola, soy
Fulanito” no es manera de dirigirse a nadie, y eso es lo más frecuente
hoy en día. Tiendo a dar la callada por respuesta en esos casos, no me
molesto en afearle la conducta a nadie, a diferencia del irritado Don
Ezequiel.
Lo que me llama la atención de su queja es que los empleados del banco
aseguren limitarse a cumplir órdenes de los banqueros que han sido
rescatados con dinero de los contribuyentes —que no han devuelto—, a los
cuales cada vez cobran más comisiones y ofrecen menos beneficios o
ninguno. Eso me indica que el tuteo indiscriminado forma ya parte de la
actual ortodoxia burguesa biempensante, no menos feroz que la del siglo
XIX, prolongado en España
hasta 1975. Los biempensantes de cada época no se caracterizan sólo
porque sus creencias y prácticas sean mayoritarias o dominantes, sino
por la virulencia con que tratan de imponérselas al conjunto de la
sociedad. Hoy ya no se exige —como en el XIX, y aquí hasta la muerte de
Franco— religiosidad, respeto a los símbolos y a los padres, amor a la
patria y cosas por el estilo. Hoy ha cambiado lo “sagrado”, pero la
furia y la persecución contra quienes no se adscriben a los nuevos
dogmas adolecen del mismo fanatismo que las del pasado . La burguesía
biempensante exige, entre otros cultos, lo siguiente: hay que ser
antitaurino en particular y defensor de los “derechos” de los animales
en general (excepto de unos cuantos, como las ratas, los mosquitos y las
garrapatas, que también fastidian a los animalistas y les transmiten enfermedades); hay que ser antitabaquista y probicis,
vetar puntillosa o maniáticamente por el medio ambiente, correr en
rebaño, tener un perro o varios (a los cuales, sin embargo, se abandona
como miserables al llegar el verano y resultar un engorro), poner a un
discapacitado en la empresa (sea o no competente), ver machismo y
sexismo por todas partes, lo haya o no. (A eso ha ayudado mucho la
proliferación del prefijo “micro”: hay estudiantes que ven
“microagresión” cuando un profesor les devuelve los exámenes con
correcciones; asimismo hay mujeres que detectan “micromachismo” en el
gesto deferente de un varón que les cede el paso, como si ese varón no
pudiera hacerlo igualmente con un miembro de su propio sexo: cortesía
universal, se llamaba.) Ver también por doquier racismo, y si no,
colonialismo, y si no, paternalismo. Lo curioso es que la mayoría de
estos nuevos preceptos o mandamientos de la actual burguesía
biempensante los suscriben —cuando no los fomentan e imponen— quienes
presumen de ser “antisistema” y de oponerse a todas las convenciones y
doctrinas. No es cierto: tan sólo sustituyen unas por otras, y se
muestran tan celosos de las vigentes —con un espíritu policial y censor
inigualable— como podían serlo de las antiguas un cura, una monja, un
general, un notario o un procurador en Cortes, por mencionar a gente
tradicionalmente conservadora y “de orden”. Y, francamente, si los bancos —nada menos— dan instrucciones de tutear a
todo el mundo; si lo hacen obligatorio como en los hospitales y
Universidades y en demasiados sitios “respetables”, hay que concluir que
también ese tuteo impostado forma ya parte de lo más institucional,
reaccionario y rancio. Y este artículo me trae a la memoria un "detalle" en un Hospital cuando mi padre tuvo un Infarto. Pasó el médico matutino que más bien era un muchacho haciendo el MIR y para entablar conversación con mi padre que ya tenía más de 90 años entonces, le hace la sigiente pregunta ¿Y usted en que bando luchó en la Guerra Civil? así tal cual, y sabiendo el genio de mi padre pensé que le diría y ¿A usted que le importa?, pero, respondió "En el bando Legal" el médico se quedó a cuadros pero insiste ¿Cual era el bando legal? mi padre: El que fue votado por los Españoles. Está claro que ese médico no tenía ni idea del trato a un enfermo y ni idea de Historia.