El 22 de septiembre de 2013, toda España se levantaba conmocionada:
la noche anterior, en la cuneta de una pista forestal, en el pueblo de
Teo, a las afueras de Santiago de Compostela, había aparecido el cuerpo
asesinado de una niña de doce años.
Vestía camiseta blanca, pantalón de
chándal oscuro, y su cuerpo asfixiado había sido depositado a la vista
de cualquiera que pasara por allá.
Sin esconderla, casi exponiéndola, y a
pocos kilómetros de distancia de una de las casas de su familia.
Era Asunta Basterra, hija adoptada por el matrimonio formado por Rosario Porto y Alfonso Basterra,
y su nombre, y todo lo que rodeó su muerte, se convertiría muy rápido
-demasiado- en el tema principal de los medios de comunicación de
aquellos días, en una espiral de morbo que se dispararía, tres días
después de su muerte, con la detención de su madre acusada de asesinato,
en el tanatorio, poco después de la incineración de la niña
. El menú
del espectáculo estaba servido, y los buitres no tardaron en hacer acto
de presencia.
Cuando han pasado casi cuatro años de la muerte de
Asunta y uno y medio del juicio, con los padres condenados a 18 años de
prisión por el asesinato de su hija, y apenas dos meses después del
tercer intento de suicidio en la cárcel de Rosario Porto, el caso vuelve
a estar de actualidad por el inminente estreno en Antena 3 de El caso Asunta (Operación Nenúfar),
un singular, y extraordinario, thriller documental producido por Ramón
Campos desde Bambú Producciones y dirigido por el cineasta Elías León Siminiani.
Tres capítulos extensos, más de tres horas en total,
que son el producto de más de un año, catorce meses, de trabajo
intensivo para ofrecer una reconstrucción minuciosa, obsesiva, precisa y
rigurosa del caso, sus misterios, y su repercusión y construcción
mediática. Un trabajo inédito en España, por el rigor de su
planteamiento, por la exploración de recursos visuales poco comunes en
el prime-time español, que hacen que El caso Asunta se
adentre en el terreno de lo cinematográfico, y como reconoce su
director, “por el tiempo, inusual, que hemos tenido para realizarlo”.
La ventana al horror
“Queríamos alejarnos en todo momento del amarillismo y
de las especulaciones”, explica León Siminiani en una terraza del
centro de Madrid, pocos días antes del estreno, y mientras ultima a
contrarreloj los detalles finales del tercer, y último capítulo. “Cuando
Ramón Campos, el productor ejecutivo, me llamó para poner en marcha
este proyecto, nos planteamos desde el principio que, hiciéramos lo que
hiciéramos, no iba a tener la clásica voz que guía al espectador, y le
dice lo que tiene que pensar.
Hicimos un teaser que apostaba por ese estilo.
La cadena lo entendió y lo aceptó”.
El resultado es un thriller trepidante, pero de tempo
pausado, una construcción dramática impecable que esquiva cualquier
atisbo de psicología barata, y que enfrenta al espectador a una maraña
de datos, contradicciones, y misterios, entre ellos, el mayor de todos:
¿Fueron realmente los padres quienes mataron a sangre fría a su hija?
Y
si lo hicieron: ¿por qué?
A esas dos preguntas se dedicaron a dar
respuesta, durante meses, toda una panoplia de programas y medios
televisivos, radiofónicos, o escritos, alimentando la máquina de la
sordidez televisiva, y construyendo, sin pruebas, sin rigor y sin pudor,
el retrato de una pareja de monstruos de clase alta, con un padre
pederasta y una madre psicópata, capaces de drogar a su hija con una
sobredosis de Orfidal para después ahogarla con tranquilidad y
abandonarla mientras denunciaban su desaparición en comisaría.
Y justamente, a esas dos preguntas no dará respuesta El caso Asunta (Operación Nenúfar),
que se aleja radicalmente de todo eso, esquiva cualquier elucubración y
afronta de forma brillante un trabajo mucho más difícil: el de la
exposición, con sus errores, sus omisiones, sus agujeros negros, y sus
dudas sin resolver, de todos los hechos conocidos, expuestos a la luz en
un ejercicio que no busca tranquilizar al espectador, ni reforzar sus
prejuicios, sino enfrentarle a una realidad probablemente indescifrable.
Un misterio que no pudo resolver ni las entrevistas y
conversaciones con los condenados, y cuyos testimonios directos
constituyen uno de los ejes centrales de la serie.
Como cuenta
Siminiani: ”Grabamos la entrevista con Rosario Porto por teléfono: ella
tiene derecho a diez llamadas semanales de cinco minutos, desde una
cabina de monedas en el patio de la cárcel.
Y nos llamaba, con el resto
de presas detrás, esperando.
En esa entrevista, ella habla de su hija
como nunca antes lo había hecho, con un nivel de dolor y amor hacia su
hija que estremece.
Al acabar la conversación, Ramón y yo estuvimos
veinte minutos en silencio, impactados, y sin saber qué pensar".
Monstruos televisivos
“Todo el mundo cita ahora Making a Murderer, la serie producida por Netflix, pero nuestro referente en todo momento fue The Thin Blue Line,
de Errol Morris, una película de 1988 en la que por primera vez el cine
documental va de la mano del thriller, una película que además se
adelantó a la realidad y terminó por solucionar un caso en el que la
justicia había errado”.
El caso Asunta, sin embargo, no
pretende llegar tan lejos, pero se propone una meta igual de ambiciosa,
especialmente en un contexto dominado por el periodismo rápido y la
opinión infundada: trabajar con hechos, y no con opiniones.
“Teníamos
cuatro reglas de oro cuando empezamos a trabajar en la serie: la
primera, que no habría voz en of”, explica Siminiani.
“La segunda: que
no habría opiniones, tan solo hechos; la tercera, que solo aparecerían
testigos directos, o gente implicada de forma directa en el caso, y la
cuarta, que incluiría un trabajo de reflexión sobre la cobertura y el
tratamiento mediático del caso”.
Y las cuatro las han cumplido. A lo largo de sus más de doscientos minutos, El caso Asunta
no solo reconstruye con frialdad forense todo el camino que condujo a
la muerte de Asunta, sino que traza un retrato muy fino, mordaz y
aterrador, puro montaje de colisión, del tratamiento espectacularizante
por parte de los medios, sin rigor, y basándose únicamente en opiniones.
Es un gesto inédito en la televisión en España, un proceso de
autocrítica y reflexión sobre los juicios paralelos y las intromisiones
de los medios en los procesos judiciales.
“¿Cómo puede un jurado popular
juzgar de forma objetiva un caso - se pregunta León Siminiani - que ya
ha sido juzgado y sentenciado de forma pública en las televisiones?”.
Ese auto-retrato mediático parte además de una
conciencia muy clara de que las herramientas del lenguaje audiovisual no
son solamente eso, puras herramientas funcionales, sino, sobre todo,
decisiones éticas: las entrevistas preparadas a conciencia, “la más
corta duró dos horas”, explica Siminiani, y rodadas con la técnica del Interrotron, artilugio inventado por Errol Morris
con el que los entrevistados parecen mirar directamente a los ojos de
los espectadores; las reconstrucciones “en vacío”, con los protagonistas
- guardias civiles, forenses, testigos- reconstruyendo los momentos
clave del caso; o las comprobaciones en el terreno de las pruebas
esenciales del caso, hacen de la crítica de El caso Asunta
a las estrategias televisivas un ejemplo vivo de que es posible, aquí,
ahora, abordar con seriedad, inteligencia, y sin morbo, tragedias y
sucesos como el de Asunta.
“Cuando hice la promoción de mi largometraje Mapa (2012),
me di cuenta de una cosa: lo que se cree que el espectador va a aceptar
es mucho más estrecho de lo que realmente el espectador acepta.
Con El caso Asunta la intención era tratar de llevar al gran público ante un trabajo con un tempo
y unos recursos visuales más cinematográficos, que no son
ininteligibles, aunque la televisión no los use.
El espectador es mucho
más listo de lo que la gente cree.
Y sé que con este proyecto he tenido
una oportunidad única, y probablemente irrepetible, porque nos hemos
llevado muchos gatos al agua en cuestiones visuales, pero sobre todo por
el tiempo: que alguien pague durante catorce meses un trabajo así, para
un prime time, en España, parecía imposible hasta hace nada”.
Lejos de cualquier zona de confort, lo que ofrece El caso Asunta (Operación Nenúfar)
a sus espectadores es una ventana abierta al misterio del horror, ante
el que solo queda, como recurso moral, aferrarse a lo palpable: pruebas,
horas, evidencias, que desfilan ordenados ante los ojos pasmados de
quien no entiende, y seguirá sin hacerlo.
Con uno de los finales más
oscuros, y probablemente inolvidables, de la televisión en España, la
serie hurta la solución fácil, la respuesta obvia:
“La serie no tiene
solución, es verdad, porque la vida no la tiene”.