En su muy inteligente libro Elogio de la homosexualidad (Arpa), glosado aquí con igual frescura por Pablo Ordaz,
el filósofo Luis Alegre explica cómo decidió una nueva vida fuera de
Podemos (que contribuyó a fundar) después del congreso de Vistalegre 2.
Una vez creado el partido, dice, “he decidido ya dejar que los
heterosexuales lo destruyan a partir de Vistalegre 2 (utilizando las
ilusiones de la gente para medirse sus cosas)”. Tiene razón Alegre. Este país de podemos pero no queremos
(no queremos acordar, por ejemplo, no queremos respetar al otro, no
queremos entender que el otro no es el enemigo sino el otro, sin el cual
no puede vivir ni Borges El Solitario), hay mucha testosterona, mucho pormiscojones y mucho yosiempredigolaverdad. El graderío del fútbol, el graderío de Internet, el maldito graderío del que la tiene más larga. En esa atmósfera feroz de testosterona un senador, Carles Mulet, se levantó el otro día de su escaño para romper una foto. No fue un ¡coño! de Labordeta,
que le salió del alma, o como se llame donde se alojan los tacos: fue
perfectamente premeditado, pues el hombre llevaba consigo la fotografía. Una vez arriba hizo el discurso de su método: se había sentido
ofendido porque Susana Díaz, líder andaluza que aspira a ser líder
española (del PSOE), había dicho que ella estaba por la izquierda útil, y
que el resto (Mulet dedujo que el resto eran él y los que están con él)
son la izquierda inútil. Y al decir el nombre de Susana Díaz, agarró la foto, la exhibió en la
tribuna y ante tales tribunos se dispuso a romper (en pedacitos,
pacientemente, como si hiciera vudú) el retrato de esa señora que le
produce “asco”. Lo que siguió luego ha sido peor que desagradable. Ha
sido una exhibición triste de España, país en el que para hablar gritas y
para tener razón vociferas. En el vociferío intervino en la noche del
sábado (en LaSextaNoche), ante la señora Díaz, el príncipe de la
testosterona vacía del periodismo, Eduardo Inda. Éste, poseído de la
gracia que Dios le negó, rompió ante la señora Díaz la foto del señor
Mulet. “A ver qué le parece, je, je”. Es el periodismo del je, je,
el espectáculo por el espectáculo; el periodismo del que la tiene más
larga. Heterosexuales (Mulet, Inda) midiéndose sus cosas, pájaros del
mismo árbol, nueces que suenan y se acaba el ruido.
Mulet dijo después de aquel gesto rompedor que estaría dispuesto a pedir disculpas si las pedía Susana Díaz. Léase Mulet el excelente ensayo, tan culto, del profesor Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil
(Acantilado) y ponga a remojar las palabras de la señora Díaz, para que
al final, si quiere, las rebata o las entienda. La expresión “izquierda
inútil” no es una fotografía, sino una metáfora. Pruebe a romper la
frase “izquierda inútil”, en trocitos. Pero para probar esas sutilezas Mulet primero tiene que
leer, por ejemplo, el libro de Ordine o el libro entero de Luis Alegre
sobre los peligros de no entender que el gesto no hace al hombre, sino
la actitud de su pensamiento.
El acto forma parte de una ceremonia castrense en el que han participado más de 2.000 civiles.
El torero Francisco Rivera, su esposa Lourdes Montes y la modelo Inés Sastre
han jurado bandera este sábado en Sevilla en una ceremonia castrense en
las que más de 2.000 civiles han realizado este gesto simbólico de su
compromiso con España. El número de participantes ha supuesto un récord
de participación para un evento de este tipo. El Ejército de tierra
había anunciado en un comunicado que la actriz Amaia Salamanca también participaría en este acto, pero, según el Correo de Andalucía, no ha podido acudir por un imprevisto. El acto ha comenzado a las 11.00, aunque ha sido precedido por un
lanzamiento paracaidista. El matrimonio ha entrado en el recinto
agarrado del brazo. Rivera, que se despidió de la afición de la Real Maestranza de Sevilla
hace apenas 10 días, ha entrado sonriente, vestido un traje azul. Montes, con un vestido rosa y mantilla, se ha mostrado más solemne. Sastre, muy alejada de los focos en los últimos años, ha volado desde
París, donde reside, según ha informado TVE. La modelo, de 43 años, ha
ido acompañada de su hijo Diego, de 10 años, y ha escogido un vestido
malva y mantilla negra. En los últimos días, la también actriz ha
compartido varias imágenes de un paseo en coche de caballos por las
calles de Sevilla y su ilusión por la cercanía "del gran día". Sastre ha
publicado en su perfil de la red social Instagram una imagen posterior
de su hijo besando la bandera y otra con Modesto Cabezas López, jefe de
la Oficina de Comunicación de la Fuerza Terrestre, en la que da las
gracias. Sastre y Rivera no son los primeros rostros conocidos que han participado en este tipo de ceremonias. La Duquesa de Alba juró bandera en 2011, en un acto en el que también estuvo el periodista Carlos Herrera y el cantante José Manuel Soto, tío de Lourdes Montes. También lo han hecho políticos como Rita Barberá, en 2012 en Valencia, y Ana Botella, que juró ese mismo año siendo alcaldesa de Madrid.
Todo apunta a que el británico Giles Deacon es el elegido por Pippa Middleton.
A pocos días de la boda del año, la prensa inglesa lleva semanas especulando con todos los detalles del enlace entre Pippa Middleton, hermana de la duquesa de Cambrigde, y James Matthews. Una de las grandes incógnitas gira en torno a quién diseñará el
vestido, y aunque el misterio no se desvelará hasta el 20 de mayo, el
favorito es el británico Giles Deacon. El modisto fue visto el pasado noviembre saliendo de casa de Pippa con
unos abultados portatrajes negros, y eso bastó para disparar los
rumores. Deacon estudió en Central Saint Martins y fundó su firma en 2003, pero en enero de 2016 cerró temporalmente su división de prêt-à-porterpara
centrarse en piezas de costura. “Queremos maximizar el éxito de
nuestros diseños de alfombra roja para clientes privados”, declaró
entonces al medio especializado WWD. De ser Middleton uno de esos
clientes, la elección demostraría no poca osadía por parte de la novia:
los modelos teatrales de Deacon no parecen una apuesta obvia.
Deacon
no es el único nombre que se baraja. En las quinielas aparecen también
Jenny Packham, una de las diseñadoras fetiche de las hermanas Middleton;
Amanda Wakeley, favorita de Theresa May; Suzanne Neville, en cuya
tienda se ha visto a Pippa y a su madre; Emilia Wickstead, que acaba de
lanzar colección nupcial; o incluso Victoria Beckham. No parece probable que la novia se decante por McQueen para no replicar
la elección de su hermana Kate, ni por un diseñador no británico siendo
cuñada del futuro rey de Inglaterra, aunque hay quien también apunta a Valentino o Elie Saab. Se da por hecho que el famoso sombrerero Stephen Jones, que ha visitado recientemente su casa, también jugará un papel en la ceremonia. Diseñar el vestido para una boda con tanta repercusión
puede llegar a suponer miles de horas de trabajo para una firma, pero
garantiza a su creador un lugar en las hemerotecas. Fue el caso de David
Emanuel, que firmó el de la princesa Diana. “Teníamos al mundo entero
pendiente”, recuerda el modisto, que hoy presenta el programa Say yes to the dress
y colabora con la firma de joyas Clogau Gold. “Conseguimos que nadie
tuviera ni idea de cómo sería el vestido hasta que descendió del
carruaje frente a la iglesia. Fue un logro muy gratificante, y ella
estaba fabulosa”.
Que Adriana Ozores (Madrid, 57 años) esté sobre un escenario
es siempre una buena noticia para los espectadores. En esta primavera
la tenemos en el Teatro Español de Madrid, representando La cantante calva,
de Ionesco. Adriana, a la que el tiempo ha dotado de una belleza
angulosa y de un aire distinguido, es por derecho una de las grandes de
nuestra escena. Buena narradora de la singular historia teatral que atesora
una familia de seis generaciones de actores, los Puchol-Ozores, ella
misma es ya poseedora de una vida digna de contar. A veces cómica, a
veces dramática, narra con generosidad cómo ha llegado hasta donde está.
-Unos
de mis primeros recuerdos es un día que mi padre volvía de gira. Él
estaba subiendo por las escaleras y yo con el tacataca las bajé rodando
para recibirlo. -Mis padres se conocieron bailando claqué, entonces llamado
baile americano, en la compañía de Celia Gámez. Hacían pareja. Mamá
tenía 14 añitos, iba con calcetines, y mi padre, 18. Es muy romántico,
¿no? Mamá era más pánfila, pero mi padre la miraba entre bambalinas y le
decía a su hermano Mariano, ésa va a ser mi mujer. -La abuela, Luisa Puchol, era la que provenía de cinco
generaciones de actores; el abuelo Mariano trabajaba en un banco cuando
la conoció. Ella era una señora guapísima; él, feo como un demonio, pero
encantador, simpático, un caballero… Se enamoraron, se casaron y
estuvieron muchísimos años de gira en la compañía Puchol/Ozores. Y los
enanos, José Luis (mi padre), Mariano y Antonio se quedaban en casa con
la tía Aurelia. La tía Aurelia vivía en silla de ruedas, pero cuando
hacían grandes giras por América, porque mi abuela llegó a actuar hasta
en Nueva York, se la llevaban. Viajaban los 40 de la compañía en barco. La tía, con las manos retorcidas del reuma, se acercaba con su carrito,
tímida, a la mesa donde jugaban al póker. Decía: "¿Puedo jugar? Y los
hombres: "Por Dios, señora, pues claro. Hacedle sitio a esta pobre
mujer". Y la tía, que sabía latín y jugaba al póker como Dios, más de
una vez sacó el pasaje gratis a la familia.
-Mi madre se unió a ellos y así estuvieron de novios 12
años. La compañía llevaba 40 obras para representar, así que no se
sabían ningún texto. Por eso, siempre llevaban concha. -Yo soy la que guardo la memoria de mi familia, tengo casi
todo. Guardo lo de papá y lo del tío Mariano. Películas de súper 8 y de
16 mm, y muchísimas fotos, porque todos eran fotógrafos. En casa
teníamos un cuarto para la fotografía. -Mi padre no se aburría nunca. Pintaba, hacía fotos,
escribía. Desde sonetos muy bonitos a poesía verde, como él llamaba a lo
porno. Y todo el tiempo estaba pintando. -Siempre estaba jugando con nosotros . Era un niño grande. Le
gustaban las colecciones de trenes. No es que jugara un poco con un
trenecito, no, él decía, aquí se rompe la pared porque el tren tiene que
pasar de un cuarto a otro. Y construía una estación y su jefecito y los
árboles. Un mundo entero. Venía la gente a verlo. Mis recuerdos son de cuando ya estaba muy enfermo. Una niña
pequeña percibe la verdad, así que yo sentía su incapacidad, la
debilidad; también el amor, por Dios, porque era un ser maravilloso;
pero yo he vivido la infancia con un padre muy enfermito.
-El tío Mariano, en el aspecto económico, se hizo bastante
cargo de nosotros, porque cuando mi padre muere, no hay pensión, nos
quedamos sin un duro. Mis tíos nos compraban la ropa, nos fueron
ayudando. -Yo era absolutamente consciente de que no teníamos nada.
Estando papá todavía vivo, pero ya muy malito, le dedicaron aquel
programa de radio, Ustedes son Formidables, que recaudaba
dinero para gente necesitada. Debía ser el año 67 y lo promovieron
Concha Velasco y Tony Leblanc, que fueron a la SER para contar la
precaria situación económica en la que vivía la familia de José Luis
Ozores. Y todo resultó pues… como era entonces España. La gente venía a
la casa en bata a darnos su hucha. Recibías la caridad de la gente. Ah,
importante: nos regalaron una licencia de taxi. Se contrató a un señor
de taxista y entonces [se ríe] vivimos del taxi. ¿Qué te parece? Pues
como una película de la época. Venía el señor con su gorrilla cada
semana y le entregaba a mi madre el dinero.
-Tuve conciencia muy pronto de lo difícil que era todo. Mi
madre no era una mujer emprendedora. Para ella fue un palo tan grande
que no se recuperó. Le costó mucho sacarnos adelante. -Mis abuelos vivieron en Las Vistillas (Madrid) cuando al
fin se asentaron, porque se pasaron años danzando por España. Casi nueve
sin casa. Fíjate que a mi padre le gustaba tanto hacer inventos y era
tan imaginativo que un día dijo: "Voy a hacer un órgano de iglesia”,
pero todo esto en el tren. Así que empieza por un tubito, y al tubito le
va añadiendo piezas, hasta que aquello se hizo tremendo, y el abuelo
dijo: "Mira, hijo, yo creo que vamos a dejar en Murcia lo del órgano". Con esto te quiero decir que la vida la hacían ellos por el camino.
-Yo quería ser pintora. Estaba en la escuela de artes
aplicadas. Era mi pasión. Pero un día alguien me dice: "Oye, ¿y tú cómo
no eres actriz?". Y yo: "Ay, espérate, pues igual sí". Total, que me
presenté en el Conservatorio [la Resad] con 18 años. Había que decir una
fábula, un poema, un texto en prosa. Uno de los que nos examinaban, el
señor Hormigón, me dijo: "Adriana, antes de irte cuéntanos la última
conversación con tu padre". Me quedé helada. Le dije: "No puedo. Yo no
tuve una última conversación". Se ve que el hombre quería sacarme una
catarsis interpretativa. En fin. Estuve poco tiempo en la escuela porque
enseguida me llamó Pedro Osinaga, y en mi casa, todo el mundo: "¡Tienes
que hacerlo! ¡te ha llamado Pedro Osinaga!". Yo entonces no ponía en
duda nada. Era aquella función, Sé infiel y no mires con quién. Mi madre me hizo una minifalda con un mandilete, porque yo hacía de la
criadita, y Osinaga me pegaba unos azotes en el culo que me producía
ciática.
-Te cuento algo gracioso, Osinaga me dijo que fuera a ver la
función antes de hacerla y fui con un novio que me había echado.
Estábamos en la fila 10. A mí la función me importaba un pimiento, yo
fui a darme el lote con el novio. Al cabo de los años me he dado cuenta
de que desde el escenario lo veían todo. Jajaja, yo pensaba que estando a
oscuras nadie iba a verme. -Al
mismo tiempo me sacaba un sueldo trabajando en las zarzuelas que hacía
García de la Vega en la tele, sí, esas en las que hacíamos un playback
que no nos sabíamos pero que nos daba igual. Era muy divertido, y cero
responsabilidad. Si alguna vez ponen alguna, me verás por detrás,
moviendo la boca y bailando. -Luego García de la Vega hizo teatro de revista, y ahí
estaba yo también. Yo iba de lagarterana, con dos roscos en el pelo, y
José María Pou, de escocés. Y el señor escocés y la lagarterana se
enamoraban. Así hicimos amistad. Él era íntimo amigo de José Luis
Alonso, que iba a montar El alcalde de Zalamea. Le pedí a Berta
Riaza que me ayudara a preparar el papel de Isabel y me lo dieron. Y
allí me quedé 10 años en el Clásico haciendo mil obras con Marsillach. -A ser actriz he aprendido trabajando. Y sí, también creo
que traemos algo de fábrica. Seis generaciones de familia de actores
tienen mucho que decir en cómo yo trabajo. Yo no he sido de muchos
cursos pero siempre he estado muy interesada en conocerme a mí misma,
que es lo que más te ayuda como actriz. -Yo borro enseguida un papel de mi cabeza. Esto es un
misterio: si paro de hacer una obra y la vuelvo a representar en cuatro
meses me acuerdo del texto, pero si la función se acaba desaparece de mi
memoria. Es así. Carlos Hipólito te las repite todas. Pero a mí no es
un tipo de memoria que me divierta esa de repetir textos. Yo aprendo un
texto para hacerlo. -Hay mucho de cómica en mí. Lo he vivido en casa, porque mi
padre y el tío Antonio estaban jugando permanentemente. Si no estaba
Gila, estaban ellos dos solos . Se sentaban los tres a la mesa con un
magnetofón en medio y a soltar paridas. Un tema: tres hombres en una
bañera, por ejemplo, y hala, a soltar ocurrencias. -Marsillach se enfadó mucho cuando me fui del Clásico. Mucho. Me ofrecieron una película con Oristrell, De qué se ríen las mujeres, y para irme le solté una mentira como una catedral. Pero sé que me tenía cariño, como un padre. -Uf, la tele. Cuando haces tele eres consciente, por muy
bueno que sea el producto, de que tú eres parte de ese producto. Eso lo
aguantas un tiempo, pero de pronto sabes que estás perdiendo algo tuyo. -Me gusta La cantante calva porque es juego, y me
encanta jugar. Me gusta hacer el payaso, no me da vergüenza. Yo de
pequeña no hacía ninguna gracia, salvo cuando jugábamos las películas y
yo hacía todos los personajes y se mondaban de risa. -Soy muy curiosa, llegué a la meditación y a otras prácticas
de conocimiento de uno mismo hace mucho tiempo. Me movía la necesidad
de dar respuesta a cosas que me pasaban, imagino que por las carencias
que he podido tener en la vida, la falta de un padre con nueve años, el
no tener demasiados asideros, el haber estado bastante desprotegida. Sí,
formas parte de un clan, pero otra cosa es tu día a día. Esas
disciplinas me han equilibrado. -De vez en cuando, planeo una aventura. Hace cuatro años me
fui sola a Phoenix. Estados Unidos siempre me ha atraído, no el sistema
de vida, pero sí el paisaje, Arizona, el mundo de los indios, ese
espacio enorme de John Ford. Me cogí mi apartamento como de asesinato de
los Cohen, me compré un coche, me ponía la música americana, y hala, mi
pelo al viento y a investigar por ahí. O cuando me fui a Japón, a un
monasterio zen. Al principio vas con el culillo apretado, pero luego ya
dices: "Eh, que no pasa nada". Y lo disfrutas. -En casa siempre ha pintado todo el mundo. Cuando no
trabajo, pinto. Tengo una foto preciosa con papá, él en su carrito,
pintando en el caballete y yo al lado muy pequeña. -He hecho alguna vez papeles con los que no comulgaba, sí,
pero he sabido sortear lo que no quería. He dicho muchas veces que no,
con la sensación de abismo que eso provoca, porque en este oficio puedes
encontrarte ante una nada infinita. Pero entiendo que esta carrera se
construye, sobre todo, a partir del no. -Siento que la gente joven me mira con respeto, no ya por mi
manera de actuar sino por la seriedad con que me he tomado este
trabajo. Tanto como para mostrar mi desacuerdo con un director, por
ejemplo. Si me han pedido que hiciera cosas que atentaban contra lo
femenino, he dicho que no. -A veces me ha costado que mi familia me entendiera porque
ellos han vivido de otra manera esta profesión. Ellos trabajaban porque
tenían que comer, era posguerra, había que hacer lo que fuera, y la
parte artística estaba contemplada en un segundo plano. Cuando vieron
que yo me lo tomaba muy en serio, me respetaron, pero no lo entendían
del todo. -A veces me gustaría tener más conciencia. Cuando no te
falta trabajo es fácil perder la perspectiva, inevitable centrarte en
tus cosas, pero hay compañeros que lo están pasando muy mal y tienes el
deber moral de acordarte de ellos. A estas palabras hay que añadirle una voz rica en matices,
que salta a veces hasta tonos agudísimos, que se rompe por la risa, se
vuelve suave al narrar o quebradiza si entra en un terreno que quien
escucha presiente doloroso. Todas esos tonos conforman a esta actriz tan
expresiva como misteriosa.