Habitualmente llama la atención que las marcas de lujo
utilicen a modelos menores de veinte años para anunciar productos que
mayoritariamente solo se pueden permitir mujeres mayores de 50. Una
realidad, que al menos temporalmente, parece estar cambiando. Varias
maniobras de algunas de las principales firmas lo demuestran. Algo que
se extiende a algunas publicaciones, como la revista People, que ha otorgado el premio a la mujer más guapa del mundo en 2017 a Julia Roberts. La actriz, que lo gana por quinta vez, no ha tenido rival a sus 49
años. Quien piense que la edad de Roberts tampoco es para tirar cohetes,
esta tendencia de elegir para proyectos de primer nivel del mundo de la
moda a mujeres maduras está ocurriendo con algunas de más de setenta. A los 73 años, la modelo y actriz Lauren Hutton vuelve a estar en lo más alto. Calvin Klein ha elegido a la protagonista de American Gigolo
como imagen de una de sus campañas de ropa interior. Hutton luce en
sujetador con una naturalidad y seguridad difíciles de encontrar en
maniquíes jóvenes. Además de posar para Calvin Klein, también se subió a
la pasarela el pasado septiembre, para el desfile de Bottega Venetta.
Las firmas más comerciales orientadas al gran público
también se han apuntado a enarbolar que la madurez es bella. H&M
eligió a una estilista de 60 años para su colección de baño el año
pasado. La profesora universitaria e icono de la moda Lyn Slater, de 63,
es imagen de Mango. Aunque la pionera fue American Apparel, que hace
tres años tuvo como imagen de su línea de ropa interior a Jacky Shaughnessy,
una modelo de más de sesenta. Especialmente llamativa ha sido la
portada del Vogue británico para el número de mayo, con la que fuese
supermodelo en los años 90 Amber Valetta como protagonista. Fotografiada
por Lachlan Bailey y sin que en ningún momento rece en la portada su
edad, 43 años. Valetta, como Lauren Hutton, también se ha atrevido a ir más allá de la sesión de fotos y ha desfilado para el diseñador belga Dries Van Noten junto a Cecilia Chancellor,
otra maniquí que ya ha cumplido los 50. La presencia de las mujeres
maduras en la industria de la moda y la belleza no parece algo pasajero,
como prueba la creación hace pocos años de la agencia de modelos
maduras Grey Model. Su creadora, antigua agente fotográfica de modelos
convencionales, revela en una entrevista en el portal Highsnobiety que
muchos diseñadores aún creen que “la tendencia de las modelos con canas
pasará dentro de un año”, sobre todo por el hecho de que a día de hoy
cobran mucho menos que las jóvenes. Sin embargo, en su opinión la
presencia de estas mujeres no es más que “una respuesta a la presión del
mercado donde por primera vez, este grupo de edad, estas mujeres, se
niegan a sentarse y quedarse calladas”. Y advierte: “Hablamos de una
generación de rebeldes, de punkis, rockeras, raperas y homosexuales
fuera del armario que están acostumbradas a que se las escuche. Y cuando
no se las escucha, gritan más y reclaman más insistentemente”.
Julia Roberts, en el Festival de Cannes de 2016. Tristan FewingsGetty Image
Caroline Scheufele, dueña y diseñadora dela firma de joyas, inunda de ‘glamour’ el festival de cine francés desde hace 20 años.
Después de siete décadas a sus espaldas nadie pone en duda que el Festival de Cannes,
que se celebra del 17 al 28 de mayo, es el mayor escaparate del cine
internacional y eso podría ser razón suficiente para que más de 4.000
periodistas se acrediten dando respuesta a la atención mediática y
social que despierta por todo el mundo. Pero el éxito del certamen se ha
multiplicado en las dos últimas décadas por un fenómeno paralelo: el boom de las alfombras rojas. Cada tarde y noche en Cannes son como unos Oscar.
Cada
paseíllo por la gran alfombra que sube por las escaleras del Palais es
una plataforma para los actores y actrices, por un lado. Jessica Chastain reconocía recientemente que nació como actriz el día que subió las escaleras del Palais en 2011 para presentar El árbol de la vida.
Y, por otro, es una ventana enorme también para las marcas de moda,
belleza y joyería. Las firmas compiten por conseguir que las estrellas
luzcan sus modelos, pero algunas, como Chopard, patrocinador del Festival
desde hace 20 años, tienen una posición privilegiada. Así lo admite su
diseñadora artística y copresidenta, Caroline Scheufele, quien se
adelantó a muchos ofreciendo su mano y sus joyas al certamen allá por
1997. “Hoy Chopard está fuertemente asociado al Festival de Cannes y me gusta pensar que le hemos dado más glamour
a la cita con las piezas de alta joyería que la mayoría de las
estrellas llevan en la alfombra”, dice Scheufele, que mantiene junto a
su hermano el control de la firma que su familia compró en 1963. Recuerda piezas tan especiales como el collar con una esmeralda que
eligió el año pasado Julia Roberts
para recorrer por primera vez en su carrera profesional la alfombra del
Palais. Aunque fueron sus pies descalzos los que acabaron robando la
atención del momento y ocupando los titulares de los medios de
comunicación. Marion Cotillard, en el Festival de Cannes en 2016.Stephane Cardinale - CorbisCorbis via Getty
Fue Caroline Scheufele quien en 1997 se acercó al entonces presidente
del Festival, Pierre Viot, “por su amor al cine”, para ofrecerle algún
acuerdo y rediseñar la Palma de Oro que se lleva la película ganadora y
que en esta 70ª edición estará, además, engastada en diamantes.
Después
este matrimonio continuó con la creación del Trofeo Chopard que
cada año premia a actores y actrices prometedores y cuenta entre sus
grandes logros haber descubierto al mundo a Marion Cotillard, con quien
desde entonces han mantenido una relación tan estrecha que fue la actriz
francesa la primera en lucir las piezas de la colección sostenible de
Chopard Green Carpet.
Este año por allí volverán Marion Cotillard,Nicole Kidman,
Elle Fanning o Jessica Chastain. Y tal y como hizo también Elizabeth
Taylor hace 10 años, elegirán alguna de las piezas (tantas como ediciones del Festival, este año, 70) de la Red Carpet Collection que Scheufele diseña en exclusiva para Cannes. “Elizabeth Taylor se enamoró de un collar con un diamante
rosa para llevar en la alfombra y, después, a las dos de la mañana su
guardaespaldas llamó diciendo que quería dormir con él”, recuerda
Caroline Scheufele. A la mañana siguiente la propia actriz llamó a la
diseñadora: quería comprarlo.
Pasamos el Día de las Madres muy inquietos leyendo en la prensa cómo Marta Ferrusola,
la madre del clan Pujol, ordenó por escrito a la banca Reig de Andorra
un traspaso de dos millones de pesetas en 1995. Lo hizo empleando un lenguaje en código.
“Soy la madre superiora de la Congregación”, escribió al gestor
bancario al que llamaba Reverendo. “Desearía traspasar dos misales de mi
biblioteca a la biblioteca del capellán de la parroquia” . Al parecer,
hacía referencia a la cuenta de su hijo Jordi. No se puede negar que
tiene guasa el asunto y que los implicados en el chiste disponen de
muchísimo y bien engrasado sentido de humor, mezclando religión y banca. E interpretando, a su manera, elora et labora. La verdad que las bromas con las religiosas son una cosa muy española . En nuestro cine es un papel que da mucho de sí. Está Sor Citroën, con esa picaresca castiza de Gracita Morales . Y también la intrépida, tumultuosa congregación de Entre tinieblas, de Pedro Almodóvar con sus Sor Presa y Sor Bete. La respuesta catalana tuvo que ser la madre Marta. Esa mañana del martes cogí un misal que siempre tengo cerca y, sin
abrirlo, recordé mis encuentros con los señores Pujol, esos que durante
casi 25 años fueron la primera pareja de Cataluña, su querida parroquia. Al expresidente Pujol
lo conocí mientras firmábamos ejemplares muy cerca en un Sant Jordi,
que es la fiesta catalana de la rosa y el libro y donde las editoriales
venden un alto porcentaje de sus ganancias. A mí me criticaban porque
fui uno de los primeros escritores en ser anunciado como “autor
mediático”. Al expresident, que ya era también medio
mediático, le celebraban que decidiera contar él mismo sus cosas, sus
memorias, en las que seguramente no hay ninguna mención a estos otros
manuscritos de su esposa. A Marta, en cambio, la conocí en un desfile de
la desaparecida pasarela de moda Gaudí. Ella, fiel a sus hábitos, habló
conmigo en catalán todo el tiempo y lo encontré una reivindicación muy
propia del gobierno de su marido. Yo era casi un recién llegado en
Barcelona y el mejor vocabulario catalán del que disponía eran los
nombres de los platos que servían en el restaurante de la productora de
televisión donde trabajaba. Así que mientras Ferrusola me hacía
preguntas y me decía “surts molt tard, nen”, yo le respondía sonriente como un camarero: “Tall rodó”, “esqueixat” o, uno de mis platos favoritos, “Trinxat de la Cerdanya”. Ella, muy charlatana, parecía no darse cuenta pero visto lo que sabemos
ahora, no sé cómo me libré de que se quedara con mi querido misal. Pero no todo es fervor religioso, Eugenia Martínez de Irujo y su hermano mayor Carlos regresan al amor y a las portadas. Cada oveja con su nueva pareja. Pero lo más significativo es que ella haya estado tan activa en la Semana Santa sevillana y en la Feria de Abril. Va con el cargo. Lo disfruta y consigue, suavemente, convencernos que
son actividades que resaltan la cultura y el turismo de Andalucía. En
ese buen equilibrio, Dueñas, la casa familiar en Sevilla, también sabe
cómo involucrarse en la actualidad, abriendo sus puertas para alojar
momentáneamente, eso sí, a las víctimas del tumulto inexplicable que se produjo en la calle cerca de su entrada. Es que en España sucede de todo y para todo hay una solución. Y una puerta.
Otra gran casa que abre sus puertas es la de Versace. Lleva unos meses ofreciéndonos la voz y la poliédrica personalidad de Donatella Versace a través de su Instagram. Es la perfecta mezcla de su estilazo y acentazo lo que congrega a más
de cinco millones de entusiastas seguidores. Su traje amarillo metálico
para la gala del Met lo combinó con el color platino de su melena. Con
un resultado que no le podría haber servido a la señora Ferrusola, la
madre superiora, para trasegar sus misales forrados en oro. Con lo que
obtiene de la promoción de bolsos italianos, Penélope Cruz debería de
comprar los derechos para el biopic de Donatella, en respuesta al de su hermano Gianni
que se rueda estos días en Miami. Y el Palacio de Liria debería
ofrecerle unos días de estancia en Madrid para celebrar el amor, los
vestidos de Donatella y su disparatada mezcla de Calabria y Manhattan. Sin pasar por Andorra.
La fiscal Marcia Clark sufrió misoginia durante el juicio contra O. J. Simpson.
Quiero y creo recordar el efecto que nos producía el juicio del jugador de fútbol americano O. J. Simpson
cuando veíamos las crónicas de la CNN en 1995. Nada menos que 134 días
en los que aunque tan solo fuera por el espacio que ocupaba el asunto en
los medios de comunicación estadounidenses daba la sensación de ser un
circo . Lo fue. Un circo en directo, así lo definió la fiscal, Marcia Clark, encargada de demostrar que el jugador, uno de los hombres más venerados
de América, había asesinado brutalmente a su esposa y a un amigo de
esta. A pesar de la evidencia de las pruebas que señalaban su
culpabilidad, Simpson
fue declarado inocente por un jurado absolutamente encandilado con los
argumentos tramposos de la defensa. Han pasado 22 años desde entonces y
el tiempo ha convertido a la fiscal que quiso meter entre rejas al
deportista en una suerte de heroína. Si el sistema judicial americano
mostró lo peor de sí mismo en aquella sentencia absolutoria, con Marcia,
la gran perdedora entonces, ha funcionado una especie de justicia
poética. Merecía esta mujer que el tiempo la recompensara por todos los
sinsabores que le acarreó un juicio que destrozó la vida de aquellos que
lucharon por esclarecer la verdad y no jugaron la carta del racismo,
que en este caso dejó en libertad a un tipo que le había arrancado la
cabeza a su mujer. A colocarla en el lugar que se merece han contribuido dos series, una de ficción y una documental,O. J.: Made in America,
que podemos ver en España (Movistar). Esta narración precisa,
brillante, asombrosa, bella sin recurrir al efectismo cuenta la vida de
un jugador que, salido del gueto, toca la gloria gracias a la
importancia académica que en las universidades americanas se le otorga a
los buenos deportistas. Lo interesante de la serie es que simultanea
dos asuntos: el ascenso de este negro que jamás se comprometió con la
causa de los derechos civiles con los disturbios raciales de los años 60
en Los Ángeles. Otros atletas negros, aprovechando su posición, sí
comprometieron su carrera por denunciar la brutalidad policial; en
cambio, Simpson se negó a admitir que el color fuera determinante en la
vida de un ciudadano americano y vivió una existencia de blanco rico,
afirmando siempre que él no era negro: él era, sencillamente, O. J.
Simpson. Lo irónico del asunto es que cuando el asesinato de Nicole,
su esposa, lo llevó ante un tribunal, el abogado negro que lo defendió,
Johnnie Cochran, popular por apoyar a víctimas de la desigualdad racial
pero también por su fascinación por las celebridades, tuvo la astucia de
usar el argumento de la raza para conseguir, aunque fuera
marrulleramente, la absolución de su defendido. El juicio de Simpson se
celebró tres años después de que se difundiera el vídeo de la tremenda
paliza que la policía propinó a Rodney King; la defensa decidió
engatusar a la población negra del país, indignada legítimamente,
haciéndoles creer que Simpson estaba ante un juez en su condición de
afroamericano y no de asesino. En medio de toda esta farsa se encontraba Clark, que sufrió a
fondo el azote de la misoginia. Desde un juez que la trató como
ciudadana de segunda categoría, a unos medios de comunicación que
hablaban de su peinado más que de su habilidad profesional. En la radio
se abrieron los micrófonos para que los oyentes dijeran si les parecía
una zorra o una buena chica. En los periódicos, su nuevo corte de pelo
produjo titulares como, “Los rizos del horror”, o “Veredicto al pelo de
Marcia: culpable”. La abogada contaba que un día, al pagar una caja de
tampones en el supermercado, el dependiente le dijo: “Vaya, le esperan
unos días difíciles a la defensa”. Dispuestos a denostarla, tanto la
defensa de Simpson como la prensa encontraron el mejor argumento: el
marido de la señora Clark le disputaba la custodia de sus hijos porque
Marcia era una mala madre y no pensaba más que en el juicio del siglo. Para colmo, la exsuegra vendió unas fotos de la nuera en topless y Clark tuvo que soportar la humillación de verse desnuda en manos de sus enemigos. Todos los implicados en el juicio se convirtieron en personajes de una
tragicomedia que, por fortuna, ha inspirado dos grandes productos
televisivos. El documental tiene la virtud de mostrarnos cómo en este
juicio está contenido todo el abanico de miserias patrias: la
fascinación por el éxito y el dinero, la desigualdad racial, la
arbitrariedad de la justicia, la misoginia, la violencia de los
deportistas de élite hacia las mujeres. A todo esto, la que menos
parecía importar era Nicole, la mujer que antes de ser asesinada había
llamado a la policía otras muchas noches. Escuchamos su voz
entrecortada: “Va a matarme, va a matarme y no le pasará nada, porque es
O. J. Simpson”. Esas palabras resonaron siempre en la conciencia de
Marcia Clark, que desengañada del sistema judicial comenzó a escribir
convirtiéndose en autora de novelas negras de éxito. Ella hubiera
preferido que el asesino pagara su culpa.