Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 may 2017

¿Por qué las mujeres maduras son tendencia?.............Por Ignacio Gomar

Las principales marcas y revistas de moda apuestan cada vez más por las modelos mayores de 45.

Julia Roberts en una entrega de premios en Los Angeles el pasado octubre 
Julia Roberts en una entrega de premios en Los Angeles el pasado octubre Getty Images

 

Cannes y Chopard, un romance de lujo y cine.......... Irene Crespo

Julia Roberts, en el Festival de Cannes de 2016.  Julia Roberts, en el Festival de Cannes de 2016. Getty Image

Caroline Scheufele, dueña y diseñadora dela firma de joyas, inunda de ‘glamour’ el festival de cine francés desde hace 20 años.

Después de siete décadas a sus espaldas nadie pone en duda que el Festival de Cannes, que se celebra del 17 al 28 de mayo, es el mayor escaparate del cine internacional y eso podría ser razón suficiente para que más de 4.000 periodistas se acrediten dando respuesta a la atención mediática y social que despierta por todo el mundo.
 Pero el éxito del certamen se ha multiplicado en las dos últimas décadas por un fenómeno paralelo: el boom de las alfombras rojas. Cada tarde y noche en Cannes son como unos Oscar.

Cada paseíllo por la gran alfombra que sube por las escaleras del Palais es una plataforma para los actores y actrices, por un lado. Jessica Chastain reconocía recientemente que nació como actriz el día que subió las escaleras del Palais en 2011 para presentar El árbol de la vida.
  Y, por otro, es una ventana enorme también para las marcas de moda, belleza y joyería. 
Las firmas compiten por conseguir que las estrellas luzcan sus modelos, pero algunas, como Chopard, patrocinador del Festival desde hace 20 años, tienen una posición privilegiada.
 Así lo admite su diseñadora artística y copresidenta, Caroline Scheufele, quien se adelantó a muchos ofreciendo su mano y sus joyas al certamen allá por 1997.
“Hoy Chopard está fuertemente asociado al Festival de Cannes y me gusta pensar que le hemos dado más glamour a la cita con las piezas de alta joyería que la mayoría de las estrellas llevan en la alfombra”, dice Scheufele, que mantiene junto a su hermano el control de la firma que su familia compró en 1963. 
 Recuerda piezas tan especiales como el collar con una esmeralda que eligió el año pasado Julia Roberts para recorrer por primera vez en su carrera profesional la alfombra del Palais.
 Aunque fueron sus pies descalzos los que acabaron robando la atención del momento y ocupando los titulares de los medios de comunicación.
 
Marion Cotillard, en el Festival de Cannes en 2016. Marion Cotillard, en el Festival de Cannes en 2016. Corbis via Getty

Fue Caroline Scheufele quien en 1997 se acercó al entonces presidente del Festival, Pierre Viot, “por su amor al cine”, para ofrecerle algún acuerdo y rediseñar la Palma de Oro que se lleva la película ganadora y que en esta 70ª edición estará, además, engastada en diamantes. 

Después este matrimonio continuó con la creación del Trofeo Chopard que cada año premia a actores y actrices prometedores y cuenta entre sus grandes logros haber descubierto al mundo a Marion Cotillard, con quien desde entonces han mantenido una relación tan estrecha que fue la actriz francesa la primera en lucir las piezas de la colección sostenible de Chopard Green Carpet.

Este año por allí volverán Marion Cotillard, Nicole Kidman, Elle Fanning o Jessica Chastain. 
Y tal y como hizo también Elizabeth Taylor hace 10 años, elegirán alguna de las piezas (tantas como ediciones del Festival, este año, 70) de la Red Carpet Collection que Scheufele diseña en exclusiva para Cannes.
“Elizabeth Taylor se enamoró de un collar con un diamante rosa para llevar en la alfombra y, después, a las dos de la mañana su guardaespaldas llamó diciendo que quería dormir con él”, recuerda Caroline Scheufele.
 A la mañana siguiente la propia actriz llamó a la diseñadora: quería comprarlo.

 

Malos hábitos........................................ Boris Izaguirre

En España sucede de todo y para todo hay una solución. Y una puerta.

Donatella Versace, a su llegada a la gala del Met de Nueva York el 1 de mayo.
Donatella Versace, a su llegada a la gala del Met de Nueva York el 1 de mayo.

 

Pasamos el Día de las Madres muy inquietos leyendo en la prensa cómo Marta Ferrusola, la madre del clan Pujol, ordenó por escrito a la banca Reig de Andorra un traspaso de dos millones de pesetas en 1995.
 Lo hizo empleando un lenguaje en código. “Soy la madre superiora de la Congregación”, escribió al gestor bancario al que llamaba Reverendo. 
“Desearía traspasar dos misales de mi biblioteca a la biblioteca del capellán de la parroquia”
. Al parecer, hacía referencia a la cuenta de su hijo Jordi.
 No se puede negar que tiene guasa el asunto y que los implicados en el chiste disponen de muchísimo y bien engrasado sentido de humor, mezclando religión y banca.
 E interpretando, a su manera, elora et labora.
La verdad que las bromas con las religiosas son una cosa muy española
. En nuestro cine es un papel que da mucho de sí.
 Está Sor Citroën, con esa picaresca castiza de Gracita Morales
. Y también la intrépida, tumultuosa congregación de Entre tinieblas, de Pedro Almodóvar con sus Sor Presa y Sor Bete.
 La respuesta catalana tuvo que ser la madre Marta.
 Esa mañana del martes cogí un misal que siempre tengo cerca y, sin abrirlo, recordé mis encuentros con los señores Pujol, esos que durante casi 25 años fueron la primera pareja de Cataluña, su querida parroquia. 
 Al expresidente Pujol lo conocí mientras firmábamos ejemplares muy cerca en un Sant Jordi, que es la fiesta catalana de la rosa y el libro y donde las editoriales venden un alto porcentaje de sus ganancias. 
A mí me criticaban porque fui uno de los primeros escritores en ser anunciado como “autor mediático”.
 Al expresident, que ya era también medio mediático, le celebraban que decidiera contar él mismo sus cosas, sus memorias, en las que seguramente no hay ninguna mención a estos otros manuscritos de su esposa.
 A Marta, en cambio, la conocí en un desfile de la desaparecida pasarela de moda Gaudí. 
Ella, fiel a sus hábitos, habló conmigo en catalán todo el tiempo y lo encontré una reivindicación muy propia del gobierno de su marido.
 Yo era casi un recién llegado en Barcelona y el mejor vocabulario catalán del que disponía eran los nombres de los platos que servían en el restaurante de la productora de televisión donde trabajaba. 
Así que mientras Ferrusola me hacía preguntas y me decía “surts molt tard, nen”, yo le respondía sonriente como un camarero: “Tall rodó”, “esqueixat” o, uno de mis platos favoritos, “Trinxat de la Cerdanya”. 
Ella, muy charlatana, parecía no darse cuenta pero visto lo que sabemos ahora, no sé cómo me libré de que se quedara con mi querido misal.
Pero no todo es fervor religioso, Eugenia Martínez de Irujo y su hermano mayor Carlos regresan al amor y a las portadas.
 Cada oveja con su nueva pareja. 
Pero lo más significativo es que ella haya estado tan activa en la Semana Santa sevillana y en la Feria de Abril
 Va con el cargo. Lo disfruta y consigue, suavemente, convencernos que son actividades que resaltan la cultura y el turismo de Andalucía.
 En ese buen equilibrio, Dueñas, la casa familiar en Sevilla, también sabe cómo involucrarse en la actualidad, abriendo sus puertas para alojar momentáneamente, eso sí, a las víctimas del tumulto inexplicable que se produjo en la calle cerca de su entrada. Es que en España sucede de todo y para todo hay una solución.
 Y una puerta. 

Otra gran casa que abre sus puertas es la de Versace.
 Lleva unos meses ofreciéndonos la voz y la poliédrica personalidad de Donatella Versace a través de su Instagram.
 Es la perfecta mezcla de su estilazo y acentazo lo que congrega a más de cinco millones de entusiastas seguidores.
 Su traje amarillo metálico para la gala del Met lo combinó con el color platino de su melena. 
Con un resultado que no le podría haber servido a la señora Ferrusola, la madre superiora, para trasegar sus misales forrados en oro.
 Con lo que obtiene de la promoción de bolsos italianos, Penélope Cruz debería de comprar los derechos para el biopic de Donatella, en respuesta al de su hermano Gianni que se rueda estos días en Miami. 
Y el Palacio de Liria debería ofrecerle unos días de estancia en Madrid para celebrar el amor, los vestidos de Donatella y su disparatada mezcla de Calabria y Manhattan. 
 Sin pasar por Andorra.

“Va a matarme y no le pasará nada”................... Elvira Lindo

La fiscal Marcia Clark sufrió misoginia durante el juicio contra O. J. Simpson.

 

La fiscal Marcia Clark señala un gráfico mientras describe al jurado dónde se encontró una de las pruebas contra O. J. Simpson durante el juicio el 24 de enero de 1994.
La fiscal Marcia Clark señala un gráfico mientras describe al jurado dónde se encontró una de las pruebas contra O. J. Simpson durante el juicio el 24 de enero de 1994. AFP/Getty Images
Quiero y creo recordar el efecto que nos producía el juicio del jugador de fútbol americano O. J. Simpson cuando veíamos las crónicas de la CNN en 1995. 
Nada menos que 134 días en los que aunque tan solo fuera por el espacio que ocupaba el asunto en los medios de comunicación estadounidenses daba la sensación de ser un circo
. Lo fue. Un circo en directo, así lo definió la fiscal, Marcia Clark
 encargada de demostrar que el jugador, uno de los hombres más venerados de América, había asesinado brutalmente a su esposa y a un amigo de esta. 
A pesar de la evidencia de las pruebas que señalaban su culpabilidad, Simpson fue declarado inocente por un jurado absolutamente encandilado con los argumentos tramposos de la defensa.
 Han pasado 22 años desde entonces y el tiempo ha convertido a la fiscal que quiso meter entre rejas al deportista en una suerte de heroína.
 Si el sistema judicial americano mostró lo peor de sí mismo en aquella sentencia absolutoria, con Marcia, la gran perdedora entonces, ha funcionado una especie de justicia poética.
 Merecía esta mujer que el tiempo la recompensara por todos los sinsabores que le acarreó un juicio que destrozó la vida de aquellos que lucharon por esclarecer la verdad y no jugaron la carta del racismo, que en este caso dejó en libertad a un tipo que le había arrancado la cabeza a su mujer.
 A colocarla en el lugar que se merece han contribuido dos series, una de ficción y una documental, O. J.: Made in America, que podemos ver en España (Movistar). 
Esta narración precisa, brillante, asombrosa, bella sin recurrir al efectismo cuenta la vida de un jugador que, salido del gueto, toca la gloria gracias a la importancia académica que en las universidades americanas se le otorga a los buenos deportistas. 
Lo interesante de la serie es que simultanea dos asuntos: el ascenso de este negro que jamás se comprometió con la causa de los derechos civiles con los disturbios raciales de los años 60 en Los Ángeles.
 Otros atletas negros, aprovechando su posición, sí comprometieron su carrera por denunciar la brutalidad policial; en cambio, Simpson se negó a admitir que el color fuera determinante en la vida de un ciudadano americano y vivió una existencia de blanco rico, afirmando siempre que él no era negro: él era, sencillamente, O. J. Simpson.
Lo irónico del asunto es que cuando el asesinato de Nicole, su esposa, lo llevó ante un tribunal, el abogado negro que lo defendió, Johnnie Cochran, popular por apoyar a víctimas de la desigualdad racial pero también por su fascinación por las celebridades, tuvo la astucia de usar el argumento de la raza para conseguir, aunque fuera marrulleramente, la absolución de su defendido. 
El juicio de Simpson se celebró tres años después de que se difundiera el vídeo de la tremenda paliza que la policía propinó a Rodney King; 
la defensa decidió engatusar a la población negra del país, indignada legítimamente, haciéndoles creer que Simpson estaba ante un juez en su condición de afroamericano y no de asesino.
En medio de toda esta farsa se encontraba Clark, que sufrió a fondo el azote de la misoginia.
 Desde un juez que la trató como ciudadana de segunda categoría, a unos medios de comunicación que hablaban de su peinado más que de su habilidad profesional. 
En la radio se abrieron los micrófonos para que los oyentes dijeran si les parecía una zorra o una buena chica. 
En los periódicos, su nuevo corte de pelo produjo titulares como, “Los rizos del horror”, o “Veredicto al pelo de Marcia: culpable”. La abogada contaba que un día, al pagar una caja de tampones en el supermercado, el dependiente le dijo: “Vaya, le esperan unos días difíciles a la defensa”.
 Dispuestos a denostarla, tanto la defensa de Simpson como la prensa encontraron el mejor argumento: el marido de la señora Clark le disputaba la custodia de sus hijos porque Marcia era una mala madre y no pensaba más que en el juicio del siglo. 
 Para colmo, la exsuegra vendió unas fotos de la nuera en topless y Clark tuvo que soportar la humillación de verse desnuda en manos de sus enemigos.
Todos los implicados en el juicio se convirtieron en personajes de una tragicomedia que, por fortuna, ha inspirado dos grandes productos televisivos.
 El documental tiene la virtud de mostrarnos cómo en este juicio está contenido todo el abanico de miserias patrias: la fascinación por el éxito y el dinero, la desigualdad racial, la arbitrariedad de la justicia, la misoginia, la violencia de los deportistas de élite hacia las mujeres.
 A todo esto, la que menos parecía importar era Nicole, la mujer que antes de ser asesinada había llamado a la policía otras muchas noches.
 Escuchamos su voz entrecortada: “Va a matarme, va a matarme y no le pasará nada, porque es O. J. Simpson”.
 Esas palabras resonaron siempre en la conciencia de Marcia Clark, que desengañada del sistema judicial comenzó a escribir convirtiéndose en autora de novelas negras de éxito.
 Ella hubiera preferido que el asesino pagara su culpa.