Tengo 35 años y vivo en Mérida (Yucatán) desde hace nueve. Llegué a
esta ciudad en 2008 después de ser víctima de tres asaltos en
Guadalajara (Jalisco), mi ciudad natal. Esto, unido al tipo de vida
acelerada que se vive en la metrópoli, me empujó a dejar a mis amigos y
familiares para buscar suerte en la famosa ciudad blanca. Encontré
trabajo casi de inmediato, me establecí rápidamente y en 2011 conocí a
mi esposo. Un año más tarde nació nuestro hijo que ahora tiene cinco
años.
Cualquiera que escuche mi historia podría decir que he
tenido éxito, pues tengo trabajo, una familia y un lugar en donde vivir,
pero las cosas no siempre son como las pintan.
No es fácil tener un
hijo, trabajar 10 horas diarias en una empresa con un sueldo bajo y un
pésimo ambiente laboral y vivir todo esto sin el apoyo de tu familia y
amistades.
Aquí solo cuento con mi esposo y él también tiene que
trabajar.
Desde hace varios años estaba buscando la manera de
conseguir capital para poner un negocio propio.
Por eso, cuando en 2016
una amiga y excolega que conocí en Guadalajara me habló de La Flor de la Abundancia,
la idea me interesó bastante.
Se trata de un sistema que se popularizó
mucho en México, pues ofrece ganancias de hasta un 700 por ciento en muy
poco tiempo.
Y sin la intervención de bancos o prestamistas.
El grupo, en este caso, se encontraba en Playa del Carmen (Quintana Roo) y se llamaba Tejedoras de sueños.
Mi excolega lo vistió de palabras bonitas, y me dijo que su finalidad
era empoderar a las mujeres, ayudarlas a realizar sus sueños.
Decidí
darle una oportunidad y asistir a una reunión para conocer más al
respecto.
Antes del encuentro, me enviaron un correo con un archivo
en PDF en donde me explicaban el funcionamiento.
El PDF decía
textualmente: “Al recibir este documento has sido reconocida como una
mujer íntegra, amorosa y activa dentro de tu comunidad.
Eres una mujer
que tiene grandes visiones y por ello has sido invitada a formar parte
de un círculo de mujeres enfocado al despertar femenino y a elevar la
conciencia de abundancia.
Nos llamamos Tejedoras de Sueños”.
Las flores están conformadas por 15 participantes.
La
primera capa de la flor, que está compuesta por ocho pétalos de fuego
(de la letra A hasta la H, en la siguiente imagen), corresponde a las
recién llegadas, que entregan el dinero en efectivo.
La siguiente capa
está compuesta por cuatro pétalos a los que se llama "viento".
Luego,
hay otra capa de dos pétalos, llamados "tierra".
Y, por último, en el
centro de la flor, se encuentra la mujer de agua, que es quien recibe
los regalos de los pétalos de fuego que van entrando
. Para ir subiendo
de capa, debes hacer que otras personas entren al grupo y que hagan su
aportación económica.
El ascenso por méritos propios de la hija del cantante Phil Collins.
Eve Hewson reconoció recientemente que lo mejor de ser la hija de Bono, el cantante de U2,
no es que su nombre te abra puertas.
“Es que nadie espera nada de ti y
eso es liberador”, afirmó a este periódico la actriz de El puente de los espías mientras prepara su próximo estreno, Robin Hood. No es la primera hija de famoso que llega a la gran pantalla. Angelina Jolie, Dakota Johnson, Laura Dern o los hijos de Meryl Streep —Mamie, Grace o Henry Gummer
a los que se puede sumar la pequeña, Louisa, hasta ahora solo modelo—,
están entre quienes la preceden.
Y también son cada vez más las hijas de
músicos que prueban suerte en Hollywood: la misma Eve Hewson, Liv Tyler
o, ahora, Lily Collins.
Lo curioso de la hija de Phil Collins —ahora protagonista de La excepción a la regla—
es que su padre tuvo muy poco que ver con su carrera. "Fue mi madre
quien metió lo mejor del Hollywood dorado en mi cabeza", admite la
actriz de 28 años. "De hecho, mi padre nunca llamó a un productor, a un
director, a un agente, a nadie. No quise. Prefería que fuera por méritos
propios", insiste a este periódico.
El apellido está ahí. La joven Collins no ha querido evitarlo a pesar
de que sus padres se divorciaron cuando tenía siete años . Pero sabe que
es un arma de doble filo porque el público puede pensar que ha
conseguido el trabajo por su cara bonita. En su caso llevan algo de
razón. El rostro de la actriz, nacida en Inglaterra pero criada en
Estados Unidos, ha tenido mucho que ver en su carrera ya que posee unas
facciones que se han comparado con las de Audrey Hepburn, e influyeron a
la hora de conseguir el papel de princesa en Blancanieves. Mirror, Mirror (2011), su trabajo más conocido. También ha sido determinante para lograr el papel de Marla en su últimofilme, La excepción de la regla,dirigido, cointerpretado y con guion de Warren Beatty. "Claro que sabía quien era Warren Beatty", protesta con un mohín. "El cielo puede esperar es una de las películas preferidas de mi padre. Aunque la mía es Shampoo. Beatty tiene una película para cada espectador”.
Junto a él vivió el cumpleaños más memorable de su vida. Cuando
cumplió 25 y el legendario actor y director le llenó su camerino de
globos. "De verdad que no se podía entrar. Una forma explosiva de
celebrar mi primer cuarto de siglo", recuerda.
Collins se ve como una europea —"una britin en los tiempos del brexit",
dice— y se oye como una americana con ese acento que tiene desde que se
mudó de niña a Los Ángeles. El momento zen lo busca en Suiza, donde su
padre reside desde hace años y disfruta por igual de su naturaleza y sus
pastelerías. Tiene muy claro que lo suyo es la interpretación, con o
sin apellido, aunque también reconoce que a su alrededor revolotean
otras tentaciones. Por ejemplo el periodismo, una profesión en la que
pensó antes de dedicarse a la actuación hasta que su madre le dio el
mejor consejo de su carrera: "Si quieres ser actriz, deja que conozcan
tus personajes pero no muestres mucho quién es la verdadera Lily". Por
eso esperó hasta tener 16 años para presentarse a las audiciones que
ahora la han hecho estrella y dejar de lado la información : "Esperé
hasta sentirme segura de poder aceptar el rechazo". Su segunda tentación es la música. De tal palo, tal astilla. Ya cantó en Blancanieves. Mirror Mirror y ahora también en La excepción a la regla. "Ni tan siquiera se lo dije a mi padre. Así, si se me escapa un gallo,
es Marla, no Lily. Pero cuando me escuchó ni me reconoció. Eso me
demostró que lo más importante de tener un apellido es superar las
expectativas”.
María Nieves Rego se crio entre miseria, con una madre analfabeta y un
padre golpeador. A los 9 años se empleó como sirvienta y a los 11 ya
fumaba 50 cigarrillos diarios . En la milonga conoció a Juan Carlos
Copes. Juntos bailaron la vida. Nos lo cuenta en su casa de Buenos
Aires.
RECOGE EL PLATO de la cena, va hasta la cocina, lo lava. Regresa a
la pequeña mesa que está contra la pared en el recibidor y repasa las
cajas con medicamentos por ver si se ha olvidado de tomar alguno (aunque
ha perdido la fe en que los medicamentos sirvan para algo). Se sienta
en el sofá de la sala, la espalda contra los almohadones impecables como
están impecables el modular del televisor y el pequeño baño impecable y
la impecable habitación en la que duerme y en la que, sobre una cómoda,
hay retratos de ella misma, untuosa, arqueada, el pelo cortísimo, los
ojos solares, fumando con boquilla; y como están impecables el cuarto
impecable donde guarda los vestidos de baile de los últimos años
–negros, con brillos y escotes magnos– y el pequeño patio impecable con
la soga de tender la ropa que lava a mano porque no tiene lavadora. Quizás le dé algunas pitadas al cigarrillo electrónico. Quizás, ahora
que ha apagado la radio que permanece encendida desde la mañana, mire un
programa en NatGeo. Quizás repase las cosas que tiene que hacer al día
siguiente: ir al supermercado, llamar a alguien. La persiana del departamento –una planta baja que da a la calle en un
barrio de Buenos Aires cercano a Palermo– está baja, pero siempre está
baja: de día, de noche. Son las ocho. En breve se irá a dormir. Esa es
la vida ahora. ¿Esa es la vida ahora?
Con Juan Carlos Copes en un set de televisión en los sesenta. Archivo personal de María Nieves Rego EN EL PRINCIPIO ES LA VOZ. Una voz en el teléfono que suena áspera,
levantisca, que dice “Hola” como quien pregunta “¿Quién molesta?”, y que
apenas después se lanza en una conversación encabritada. –Yo ahora ni me maquillo. Para qué. Si ya dejé de bailar. Después
de la película dije: “Voy a descansar” y soné. Se me taparon las
arterias y no puedo bailar. El médico me dijo que si me opero me pongo
peor. Yo fumaba desde los 11 cuarenta o cincuenta cigarrillos por día,
nena. Ahora me duele cuando camino, empiezo a renguear, y no me gusta
que la gente me vea así. Yo me juré que nadie me iba a ver decadente. Siempre fui reticente a la prensa. Ahora, como ya tengo mi biografía y una película, digo que el que quiera saber algo que vea eso. Pero si querés vení y hablamos. Llamame el día anterior, por si me olvido. Pero el día anterior a la entrevista, María Nieves Rego (82 años, la
bailarina de tango más emblemática de la Argentina que, junto a Juan
Carlos Copes –su pareja de baile durante más de cuatro décadas, su
pareja de todo lo demás durante periodos intermitentes nunca demasiado
claros–, formó la dupla de tango de escenario más reconocida de todos
los tiempos, bailando en el programa de Ed Sullivan y en la Casa Blanca,
girando por medio mundo) no se ha olvidado. Ese día el teléfono suena
pocas veces.
Imagen de María Nieves tomada en 1959 en Nueva York. En la segunda foto, un retrato reciente.
–Ah, nena. Claro, te espero. Pero no sé qué vamos a hablar. Si ya tengo la biografía, y la película. La biografía se titula Soy tango, su autora es la periodista María Oliva y fue publicada por Planeta en 2014. La película es Un tango más,
su director es el argentino residente en Alemania Germán Kral, tiene
dirección ejecutiva de Win Wenders y es de 2015. Ella considera que esas
dos formas de exposición pública son suficientes para que se conozcan
su vida y su obra. EL TIMBRE suena con tanta fuerza dentro del departamento que se escucha desde la calle. Segundos después, María Nieves cruza el hall
del edificio con paso elástico. Tiene el pelo corto y una sonrisa de
escenario: genuina y, a la vez, una gran construcción pensada para
proyectarse hasta la última fila de la platea. –Hola, nena, pasá. En el departamento hay una radio encendida a volumen discreto. –Sentate.
–No me vas a tener un día entero, eh. Ni dos. En el recibidor, sobre una mesa pequeña, entre cajas con
medicamentos, hay un paquete de cigarrillos y un cigarrillo electrónico. El parqué del piso brilla como cada adorno, como cada mueble. Todo está
sumido en la luz de un foco de bajo consumo, pero aun en esa
semipenumbra puede verse que es una casa refractaria al caos, un lugar
donde las cosas están pulidas hasta los huesos, como si todo –las
paredes, el piso, los adornos– acabara de ser sumergido en un enorme
tanque de líquido limpiador. –Ahora está todo así nomás. Cuando yo estaba bien no sabés cómo limpiaba. Tiene dedos largos y uñas fuertes, que se lucían cuando posaba, hasta
hace poco, en fotos en las que se la ve fumando con boquilla, el tajo
del vestido lamiéndole la pierna hasta la ingle. –Este cigarro electrónico lo compré hace un año. Tengo que
controlarme. Por las arterias. Después de la película se me tapó,
perdoname, hasta el culo. Usa un fraseo teatral, modulado, haciendo pausas dramáticas, con frases plagadas de groserías leves y un slang
reo (bacán, yeite, cajetilla) que ha viajado con ella desde el siglo
pasado, como tantas otras cosas han viajado con ella: las piernas
largas, el vicio por la lubricidad del tango, la mirada pícara que ya
tenía en fotos que la muestran, en los años cincuenta, autoconsciente de
una belleza vandálica, libidinal.
maría nieves rego formó con juan carlos copes la dupla de tango más reconocida de todos los tiempos
–Te vas a asustar de lo maleducada que soy. Yo jamás me imaginé que era
tanto trabajo una película. Y el director quería la pelea con Copes. Yo
no lo quiero ni nombrar a Copes. Reconozco que fue el mejor bailarín de
tango. Pero como tipo, no. Yo ya quiero borrar mi historia. Y no quiero
que me jodan más . No puedo hacer lo que yo hice toda mi vida, que es
bailar. Entonces, hablar a mí no me interesa. Un manejo excelso de las inflexiones de voz hace que, por momentos,
parezca una mujer de mansedumbre absoluta y, por momentos, un dragón
sorprendido en cólera deslumbrante.
–Bueno, dale. Empecemos. JOSÉ REGO Rico. Repartidor de leche. Gallego llegado a Argentina en
un año indeterminado del siglo XX. Marido de Josefa Freire Pértega,
gallega llegada a Argentina en un año indeterminado del siglo XX. Padres
de cinco hijos. Dos mayores –Alfredo, Ñata– y dos menores: Cristina (Pirucha)
y Cacho. En el medio, dividiendo las aguas, nueve años de diferencia
con Cristina, María Nieves, venida al mundo el 6 de septiembre de 1934
en un hospital público y rápidamente trasladada al inquilinato del
barrio de Saavedra en el que vivía la familia.
Rego y Copes, en el cumpleaños de Ronald Reagan en 1986. Archivo personal de María Nieves Rego Mi mamá, pobrecita, una sometida total. Ni hablaba. Mi papá un hijo
de puta, un golpeador. No la dejaba hablar en la mesa. “Cállese la
boca”, le decía, y le tiraba un cachetazo. La vida de María Nieves parece, desde el principio, un tango ominoso:
un padre brutal, una madre analfabeta y sumisa que inculcaba en sus
hijos el pudor y la virtud del perdón, la vida en inquilinatos sin baño,
la vida sin plata, la vida sin comida ni ropa. –Yo no tenía juguetes, así que jugaba con un sifón de soda. En el
pico le ponía un pañuelito y era la cabecita. Le daba besitos, le decía:
“Te voy a llevar al doctor”. Al lado vivía mi madrina. Cuando ella me
invitaba a comer me quería comer hasta la cacerola. El hambre es una
cosa fea. Y el deseo. Querer tomar de esa botella y no poder y desearla. Es feo. ¿Y cuándo terminó todo eso?
–Cuando empecé a trabajar de sierva. De sirvienta. La familia se mudó muchas veces. Para 1943 vivían en un inquilinato
de la calle de Pinto con tres familias más y un solo baño. Pocos meses
después de haber llegado allí, su padre murió de tuberculosis y su madre
quedó, a los 45 años, viuda y con cinco hijos. –Cuando se murió mi papá, yo lloraba porque veía llorar a mi mamá .
Pero después me puse contenta. Me preocupaba, porque pensaba: “Ahora nos
van a echar de acá, porque no hay plata”. Así que los más grandes nos
fuimos a trabajar. Su madre empezó a limpiar casas. Su hermana Ñata y ella, que abandonó
el colegio, hicieron lo mismo. Tenía nueve años y la tomaron en un
chalet de dos plantas en San Isidro, una zona elegante en las afueras de
Buenos Aires. La dueña de la casa la golpeaba porque no sabía limpiar,
porque le daba vergüenza salir a la calle con el delantal de mucama.
–Igual yo quisiera volver a esa miseria. Porque era libre. Lo nuestro
fue duro pero al mismo tiempo hermoso, porque te enseña a vivir en la
buena y en la mala. Por eso vivo humildemente. Ahora tengo la luz
prendida porque estás vos. Si no, estoy a oscuras . ¿Sabés cuánto ganaba
yo en la primera gira que hicimos con Copes por Estados Unidos?
Cincuenta dólares por mes. Iban directo a Pinto y Núñez, al conventillo
donde vivía mi mamá. Porque quería que no fuera más sirvienta. Y lo
logré. A los 11 años era una mucama cerril que quería casarse, tener hijos y una casa. Entonces empezó a ir a la milonga. LA MILONGA es un ritmo musical,
pero es también el nombre que designa a los sitios donde se baila el
tango en Buenos Aires. En los años cuarenta, el tango atravesaba un
momento dorado aunque no había nada parecido al baile de escenario, sino
milongas que funcionaban en clubes o asociaciones barriales a las que
acudían los sectores más populares, mujeres y hombres que se toreaban
por una mirada, una traición o un paso mal dado en pistas en las que se
bailaba sin adornos. La Ñata iba a una milonga en el club Atlanta. María Nieves, que trabajaba limpiando una casa en el otro extremo de
la ciudad, en La Boca, empezó a rogarle a su hermana que la llevara con
ella. La Ñata aceptó, aunque al principio no le permitió bailar. Apenas
le alcanzaba el dinero para pagar la entrada, pero iba todos los fines
de semana con su falda única, con sus únicos zapatos agujerados rellenos
de papel. Cuando el papel se rompía, se pintaba el pie para que el
agujero no se notara. En 1947, cuando en una milonga llamada Estrella de
Maldonado vio entrar a un morocho que le clavó los ojos, tenía 13 y aún
no había bailado ni una sola vez. –Tenía pinta. Pero era un carrito, como les decíamos a los que bailaban mal. Él se llamaba Juan Carlos Copes y la invitó a la pista con una leve
inclinación de la cabeza. Ella bajó la mirada, en señal de “no,
gracias”, pero pensó en él esa noche, y muchas de las que siguieron, aun
cuando no volvió a verlo. –Desapareció un año y después reapareció en Atlanta. Ahí ya sabía caminar, abrazar bien.
Un retrato reciente. Mariana Eliano Copes se había transformado en un bailarín de respeto. Ella ya se
había fogueado en la pista y le había bajado al cuerpo todo lo que sería
después: los ojos cargados de vivacidad, los pechos altivos ondeando
sobre caderas suaves. Cuando Copes la vio se le fue encima y, esta vez,
ella aceptó. En el libro Soy tango, María Nieves dice que,
cuando estaban bailando, “él acercó su boca a mi oreja y me susurró unas
palabras que me hicieron vibrar: ‘Cómo nos vamos a querer”. Ahora se
encoge de hombros. –Muchos te decían frases así. Era un yeite, un truco de la milonga. –Entonces a usted nunca le importó esa frase.
–No. Después de algunos meses, Copes le pidió permiso a la Ñata para
noviar con María Nieves. Un año más tarde se acostaron por primera vez. Juan Carlos Copes no solo resultó ser un bailarín excepcional, sino
el dueño de una ambición sin prudencia: en una época en la que nadie
imaginaba que podía llevarse el tango bailado a un teatro,
él ya tenía intención de hacerlo. María Nieves fue una cómplice
perfecta: tenía talento, belleza y capas de devoción por él. Además de
bailar en la milonga, empezaron a presentarse en concursos y
competencias. Copes convocó a otros bailarines, empeñado en montar un
espectáculo en la avenida Corrientes, donde están los teatros más
importantes de la ciudad. Un día fue al Nacional, cuyo dueño, Carlos A.
Petit, era dueño también de un cabaret histórico, el Tabarís. Copes le
habló de su proyecto. Petit se interesó y así fue como, en 1955,
debutaron en el Nacional y el Tabarís. Hacían un número de tango entre vedettes
y algunos cómicos, y aunque ganaban apenas para pagarse el viaje, y
ella seguía limpiando casas, fue el arranque de algo que ya no se
detuvo. –Copes empezó a decir: “Hasta Nueva York no paro”. Yo, por mí, no hubiera hecho nada. ¿Cuál es el sueño de una mujer?
Tener un hijo. Tener marido. Te hablo de mi época. Ahora es distinto. –Usted no quería vivir del tango. –No. No fue una vocación propia. Mi sueño era tener una familia. Y salió pa la mierda. Viajaron por Puerto Rico, por Cuba, por México. En 1959, finalmente,
llegaron a Nueva York e hicieron, en el Waldorf Astoria, un show llamado Evening in Buenos Aires. –¿Usted cuándo dejó de trabajar como…? –¿Como sierva? No sé. Tendría 18 años.
En la pared del pasillo que divide los cuartos de la sala hay un espejo ovalado, antiguo. –Qué lindo espejo. –Me lo rayaron todo con la cámara cuando vinieron a filmar. – ¿Le parece que la película quedó bien? –No, como el orto . Yo me comí un año de frío, de madrugadas. Cuando
terminó la película dije: “Bueno, voy a descansar un poco”. Y cuando
quise volver a bailar noté un dolor en la cadera. Me dijeron que tengo
las arterias tapadas y que no se puede hacer nada. Eso me tiene con una
depresión tremenda. Por qué mierrrda, digo yo, no me cagué las
manos. En vez de las piernas. Entonces no salgo. Para ir por la calle
caminando como una viejita, no. Yo tengo 82 años, pero no me siento una
viejita. Porque yo, cuando Copes me sacó del ballet, me dije: “Soy una
vieja”. Y me lo creí.
Tango en un club nocturno bonaerense en los años setenta. Archivo personal de María Nieves Rego En una escena de la película de Kral, mientras ella habla sobre
Copes, se detiene y le dice al director: “No tengo por qué hablar de
eso. Te dije que no quiero hablar más (…). No hablo más. Y no hablo más.
Y ya me lo hiciste nombrar”. Hace un silencio, como una ola bestial que
retrocede para tomar envión: “¡Copes, Copes, Copes! ¡Ya me tenés
podrida con Copes!”. Y, como un cóndor que se lanza a destrozar su
presa, grita, con ira cerval: “¡Quién carajos es Copes!”. –ELLA TENÍA que contarme su historia con Juan Carlos –dice Germán Kral, el director de Un tango más,
desde Múnich–. Y en un momento explotó y me mandó al carajo. Pero nunca
dijo: “Se van de mi casa”. Eso es parte de su profesionalismo. Yo creo
que es completamente contradictoria, y eso es lo fascinante. Ellos no se
hablaban, y bailaban como los dioses. Se querían matar sobre el
escenario. Y de ese odio surgió una belleza que transformaba el baile en
puro arte. Mi sensación es que ellos amaban más al tango que al otro. Y
eso fue lo que les permitió seguir bailando cuando ya no eran pareja.
En la primera escena de la película, María Nieves y Copes se
encuentran sobre un escenario. Se miran a los ojos. Él levanta el brazo
izquierdo. Ella posa su mano en la de él. Copes hace un movimiento
apenas perceptible con la mandíbula, como si mordiera. Aquella presentación en el Waldorf Astoria tuvo consecuencias. Los convocaron del Arthur Murray Show,
un programa de la CBS, y eso hizo que los contrataran en el teatro
Chateau Madrid, de Nueva York, y eso hizo que en 1961 les propusieran
presentarse en New Faces, un programa de televisión que buscaba
nuevos talentos, y eso hizo que los llevaran al show de Ed Sullivan. Pero la relación entre ellos no era fácil: él estaba rodeado de mujeres y
quería seguir creciendo; ella solo quería volver a Buenos Aires y estar
con su mamá. Así y todo, en 1965, en Las Vegas, se casaron. Cuando
regresaron al país, compraron una casa y ella llevó a su madre a vivir
con ellos. “Le dije: ‘Acá tenés’ –dice Copes en Quién me quita lo bailado
(Corregidor, 2010), la biografía que sobre él escribieron Mariano del
Mazo y Adrián D’Amore–, tu barrio, tu casa, tu madre, tu libreta de
casamiento. Ahora no me jodas más. Yo sigo solo”. Se fue de gira un año.
Ella conoció a José, un hombre que vendía ropa a domicilio. Él quería
casarse, tener hijos, pero cuando Copes volvió, ella volvió con él. Dije: “Lo único que sé hacer es bailar tango”. Pensé que si no estaba
Copes no podía bailar con otro. Tonta de mí. Entre uno y otro, elegí el
tango. Me quedé con Copes.
En la primera escena de la película, María Nieves y Copes se encuentran sobre un escenario. Se miran a los ojos.Se mudaron a un chalet en Olivos, una zona acomodada en las afueras. Aunque bailaban juntos y compartían casa (ella y su madre vivían en el
piso de abajo, él en el de arriba), se peleaban por todo: por una mujer,
por un paso de baile. Los contrataron en Caño 14, un club nocturno al
que iban empresarios, políticos, y donde se montaba un espectáculo con
lo mejor del tango de entonces: Osvaldo Pugliese, el Polaco Goyeneche. Bailaban también en sitios como Karim, donde mujeres de categoría
cobraban por copas de categoría, y por todo lo demás. Debajo del
escenario no se hablaban, pero en el escenario transformaban la ira en
precisión, el encono en virtuosismo. En 1971 comenzaron a trabajar en
Karina, otro club nocturno. En 1972 una muchacha de 18 años llamada
Myriam Albuernez fue a ver el espectáculo. Copes la vio y quedó
prendado. Siguió un romance sin mucho plan, y él decidió dejar la casa
que compartía con María Nieves para mudarse a un departamento del
centro. Unos años después Myriam quedó embarazada y, en 1976, nació la
primera hija de ambos, Geraldine. María Nieves dice que, durante todo
ese tiempo, ella no supo de esa relación. –Me enteré de la hija porque alguien me dijo: “María, sabías que fulana…”. Eso también lo superé. Fue el orgullo lo que sufrió. –Pero ustedes ya no eran pareja. –Yo ya no lo quería a él. Y empecé a vivir la vida que no viví de
jovencita. No dejé títere con cabeza. Entraba a la milonga y era la
reina. Pero basta. No quiero contar esto. No. Estamos hablando de mi
historia de amor. No hablo más. –Siguieron bailando juntos. –Te diría que fue nuestro mejor momento.
la pareja se presentó en el waldorf astoria y acabó bailando en el exitoso ‘show’ televisivo de ed sullivan
En los años ochenta, el director Claudio Segovia montó un espectáculo llamado Tango argentino. Junto a músicos y cantantes, convocó a las mejores parejas de tango
bailado, entre las que estaban María Nieves y Juan Carlos Copes. El espectáculo le dio al tango, desde su estreno el 10 de noviembre
de 1983 en el teatro Châtelet de París, una relevancia internacional que
jamás había tenido. En 1984 desembarcaron en el City Center, de Nueva
York, y en 1985 debutaron en el teatro Mark Hellinger, de Broadway. Tenían planeado permanecer cinco semanas y se quedaron seis meses. A fin
de año, el New York Times destacó a Copes y María Nieves como
los mejores en el rubro danza, y él estuvo a punto de ganar un Premio
Tony, pero lo perdió en manos de Bob Fosse. En 1986, ambos fueron
invitados a bailar en la Casa Blanca, para Ronald Reagan, y la hija de
Gene Kelly fue a verlos durante una presentación en Los Ángeles para
llevarlos a casa de su padre, que quería conocerlos.
En 1987, por desavenencias con el elenco, renunciaron a Tango argentino
y regresaron al país. Siguieron bailando en clubes nocturnos y teatros,
con épocas buenas y malas. En 1993, con 92 años, la madre de María
Nieves murió. –Murió antes de todo lo que pasó después. Por suerte. Así no vio nada. En 1996, ella y Copes hicieron una gira por Japón y los organizadores
de una de las presentaciones les pidieron que, al terminar, ambos
dijeran unas palabras. Bailaron y, después, se acercaron al micrófono. Mientras él se secaba el sudor de la frente con un pañuelo, ella dijo:
“El tango danza tiene algo muy especial, que es la comunicación en la
pareja. Por eso es que al bailarlo sentimos un sinfín de emociones. Como
podría ser el amor, pero también el odio”. En el vídeo que registra el
momento puede verse que, cuando ella dice “pero también el odio”, Copes
la mira, casi sorprendido. –Pero no lo dije con rencor. Y me fui caminando. Esa caminada mía… –Le pedimos sacarnos una foto y no aceptó. Nos dio una foto
autografiada. Me parece muy bien. Como si vos ahora me decís que me
querés sacar una foto, te digo que no.
Se levanta y recorre la sala, las piernas como dos jaguares que saben lo que tienen que hacer. –Yo soy felina, viste. Pero eso es porque vos sentís el aplauso del
público y empezás a caminar y mirás al hombre y es una sensación que te
transporta. Yo ahí ya no soy María Nieves. Soy otra cosa. Me ponen lo
que sea adelante y me lo como. El tango es como un acto de amor. Porque
empezás caminando, haciendo firuletitos con las piernas del hombre, y
terminás con los ganchos, nena, que es un polvo.
Impuso la moda de llevar el pelo corto entre las bailarinas de tango. Archivo personal de María Nieves Rego Antes de aquella gira por Japón, Myriam Albuernez le había dado un
ultimátum a su marido: “Le dije a Juan –dice Myriam Albuernez en la
película de Kral–: ‘Yo creo que la etapa con Nieves está cumplida. Pensalo. Si vos volvés a casa, no existe más Nieves como compañera de
baile. Si seguís bailando con Nieves, ni vuelvas a casa’. Y él volvió a
casa”. Así, un día de 1996 María Nieves recibió la visita del director
Manuel González Gil que le comunicó que estaba preparando con Copes un
espectáculo llamado Entre Borges y Piazzolla. Y que ella no estaba en el elenco. –Sentí que me clavaban un puñal en el corazón. Por qué mierda no me
echó antes, cuando yo tenía 50 años. Pero yo tenía 62. Y pensé que el
tango se había acabado para mí. –¿Qué hizo? –Nada. Me quedé en mi casa.
Fueron casi dos años de encierro, de no saber qué hacer. Hasta que en
1998 Luis Pereyra, un bailarín que había formado parte del ballet de
Copes, le ofreció incorporarse al elenco de Tango, la danza del fuego.
El día del estreno salió al escenario temerosa. Pero, antes de que
pudiera dar un paso, la gente estalló en una ovación. Pensó, incrédula:
“¿Me aplaudirán porque me tienen lástima?”. –Es que yo siempre pensé que él era el importante de la pareja. Nunca me habían aplaudido así.
“me llevo bien con mi edad. siempre digo: ‘si vuelvo a vivir haría lo mismo’. Todo. menos copes”
En 1999, Claudio Segovia repuso Tango argentino en Broadway y
la convocó para que bailara, una vez más, con Copes. Ella aceptó, dice,
por dinero. Estuvieron 10 semanas bailando como dos espadas, sin
dirigirse la palabra. –Yo bailé con bronca. Pero soy una profesional. En 2001 la invitaron a participar en Tanguera, una puesta de la
bailarina Mora Godoy, y volvió a las giras por Europa, Asia, Estados
Unidos. A los 65, a los 79 años, María Nieves bailaba con compañeros a
los que les llevaba décadas –Pancho Martínez Pey, Junior Cervila–,
recibía homenajes, arrancaba ovaciones, se ofrecía al frenesí de un
público que no había imaginado. Y entonces, una vez más, todo terminó.
–Porque se me taparon las arterias. –¿Cuándo fue la última vez que vio a Copes? –El día que terminó la película. El director quería que bailáramos, pero yo le dije: “¡No! Yo con Copes no bailo más”. –¿Le gustó verlo ahí? –No, no me gustó para nada. –¿Y con él nunca pensó en tener hijos, en…? –Sin palabras. Sin palabras. Bueno, ya me estoy cansando, nena. Me
aburre hablar. Y me quedo como cargada de bronca. Porque no quiero
hablar más de mi vida. Me da bronca porque en mi interior me estoy
diciendo: “¿Por qué lo aceptaste?”.
Los dos bailarines, en un programa televisivo en los años setenta. Archivo personal de María Nieves Rego. En la puerta de calle, al despedirse, sonríe y dice: –Gracias. Y no le digas a nadie dónde vivo. –HOLA, ¿MARÍA? –¿Quién habla? –La periodista. Quería combinar con usted para que la fotógrafa fuera a su casa a hacer reproducciones de las fotos de su álbum. Primero dice que esa semana no puede, después que puede el jueves, después que el jueves a la mañana no puede, después que sí. –Ya le avisé que usted no quiere retratos actuales. –¿Yo? ¡No! ¡Yo retratos no! ¡Que se hubieran acordado antes! ¿¡Sabés
para qué quieren hacerme retratos ahora!? Para decir: “Mirá la vieja”. ¡Que se hubieran acordado antes! EL JUEVES a las dos de la tarde, María Nieves cruza el hall de su edificio vestida con una blusa floreada que deja descubiertos el cuello y los hombros. –Hola, nena, pasá. La casa está igual que dos semanas atrás: impecable, casi a oscuras, la radio prendida. –Esta mañana vino la fotógrafa. –Sí. Me dijo que le permitió hacer unos retratos. ¿Sabés qué pasa? Tenía en mente que no me iban a sacar fotos. Y
después me dije: “Puta, parecés una aficionada”. Yo tendría que haber
cuidado toda mi vida artística como pretendo cuidarla ahora. Ahora ya no
vale la pena.
Va a la cocina y calienta la pava. Cuando regresa, dice: –¿Sabés que quería adoptar un perro? Pero no me quieren dar, porque soy jovata y tienen miedo que el perro se quede solo. Yo me llevo bien con mi edad. Y siempre digo: “Si vuelvo a vivir haría lo mismo”. La miseria, todo. Menos Copes.
–¿Pero qué le dio la miseria? –Felicidad. Nacimos con la miseria y para nosotros era una cosa
normal. Gracias a Dios saqué de mi mamá no ser mentirosa, no tener
envidia y saber perdonar. –¿Ella lo pudo perdonar a su padre? –Seguro. Si no, no lo hubiera llorado. –¿Y usted? –No. Nunca. –¿Y a Juan? –Ah, sí. Yo a Juan lo perdoné. Me gustaría ser amiga de él. Yo era
sirvienta y podría haber seguido de sirvienta, pero el tango me dio
mucho. Siempre les digo a las bailarinas jóvenes que, si van a tener un
hijo, no dejen pasar el tiempo. El tango puede esperar. –¿Hubiera dejado el tango por una familia, por…? –Sí. Sin duda. Sí, sí. De pronto se queda callada . Tiene una expresión temible, la mueca de
alguien que va a arrojarse en picado sobre su carga más oculta para
ponerle fin. –¿Está apagado eso? –pregunta, mirando el grabador. –No. –Apágalo. –¿Por qué? –Porque te voy a decir un secreto.
Cae la tarde cuando acompaña hasta la puerta y, con una sonrisa humilde, dice: –Gracias por interesarte en mí, nena
Su estudio sobre la contienda, publicado en 1961, se ha convertido en un clásico.
El historiador británico Hugh Thomas
(Windsor, 1931), uno de los hispanistas que mejor supo explicar la
Guerra Civil y autor de un libro clásico de referencia sobre la
contienda, falleció el sábado a los 85 años, según adelantó anoche en su web Abc, diario con el que colaboraba. Su libro La guerra civil española,publicado
por la editorial Ruedo Ibérico en París en 1961, cuando el escritor
tenía apenas 30 años, fue un título clandestino en el franquismo que
gozó de una enorme influencia en los años de la Transición. En una conferencia que pronunció en el Círculo de Bellas
Artes de Madrid en 2001, con motivo del 40º aniversario de su
publicación, Thomas aseguró que la excelente acogida que tuvo el ensayo
marcó su vida. El libro fue revisado en profundidad en 1977 y reeditado
de nuevo en 2001. Apasionado por la historia de España, país que visitó por
primera vez en 1955, publicó también una trilogía sobre el Imperio
español, iniciada en 2006 con El Imperio español: de Colón a Magallanes, que completaron El Imperio español de Carlos V (2010) y Felipe II: el señor del mundo
(2013), su último trabajo. También dedicó un importante estudio a la
historia de Cuba, desde el pasado colonial hasta la revolución. Desde
1994 era miembro de la Real Academia de la Historia de España y en 2001
recibió la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Europa fue otra de sus grandes pasiones, como muestra su Europe: the Radical Challenge,
(1973). Europeísta convencido, trabajó con el primer ministro Harold
Wilson, pero abandonó a los laboristas en 1975 por su tibieza con el
proyecto europeo. Después, y por los mismos motivos, se alejó de los
conservadores, partido en el que fue creciendo el sentimiento eurófobo
que ha desembocado en el Brexit, y en 1997 decidió unirse a los liberaldemócratas. Nacido en Windsor (Inglaterra) en 1931, hijo de un
funcionario colonial, Thomas estudió historia en Cambridge y la Sorbona. Fue catedrático de la Universidad de Reading desde 1966 y, al margen de
su carrera como historiador, trabajó en el Foreign Office entre 1954 y
1957. Entre 1979 y 1991 dirigió el Centro de Estudios Políticos, un
centro de análisis vinculado a la primera ministra tory
Margaret Thatcher. Entró en la Cámara de los Lores en 1981, afiliado al
Partido Conservador, aunque ahora ocupaba su escaño como independiente. Además de una veintena de libros de historia, Thomas publicó tres novelas: The World’s Game (1957), The Oxygen Age (1958) y Klara (1988). Le sobreviven su esposa, la pintora Vanessa Jebb, y los tres hijos de ambos.