Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

5 may 2017

Gary Cooper que estás en la tele............................... Juan Cruz..

Intentar que un dirigente político mire para otro lado en un caso delictivo es una práctica que ningún código ético de carácter periodístico puede aceptar.

Marhuenda
Francisco Marhuenda y Mauricio Casal antes de su declaración en la Audiencia Nacional. ATLAS
Las conversaciones captadas por orden judicial entre las más altas autoridades del complejo mediático que tiene en Madrid el grupo Planeta son ahora una materia pública que seguramente dará de sí reacciones asimismo judiciales y, probablemente, periodísticas, aparte, naturalmente, de las que tome el propio conglomerado empresarial, tan importante también en la creación de cultura en España.
En el ámbito judicial, parece que el juez Velasco se sintió satisfecho con las explicaciones del director de La Razón, Francisco Marhuenda, y el presidente del diario, Mauricio Casals. Seguro que el citado juez no halló en esas conversaciones materia delictiva alguna.
 De momento, pues, esa es la decisión judicial: no hay caso.
 El grupo Planeta, por su parte, aún no ha tomado cartas públicas en un tema tan delicado, y tan publicado. En cuanto al periodismo… El tema es, desde el punto de vista periodístico, altamente interesante.
 Esa conversación continuada sobre lo que se puede hacer para “convencer” a un dirigente político de que mire para otro lado en un caso aparentemente delictivo o irregular es una práctica que ningún código ético de carácter periodístico (y no solo) puede aceptar.
 Como se suele decir, en países de nuestro entorno (expresión que le gusta a Marhuenda, por cierto) la mitad de lo que ahí se dice acabaría siendo materia de seria reflexión en la prensa y en sus órganos de crítica o revisión.
 En términos generales, es de vergüenza ajena. En términos del oficio, es de vergüenza propia.
De momento, aquí no ha pasado nada. 
Y es altamente significativo que ese silencio ocurra en unos medios (que ahí se citan como propios y al servicio del grupo al que pertenecen Marhuenda y Casals: ellos mismos se jactan de controlarlos) muy activos en la denuncia pronta de cualquier asunto que sus directivos o presentadores consideran relevante. 
La apelación de Casals a la conducta tan satisfactoria (“se ha portado de cine") mostrada por uno de esos periodistas a la hora de “entender” lo que le pasa “al amigo preocupado” revela un grado de comprensión que, sinceramente, no he visto en otros casos que han implicado a personas sobre las que en los últimos tiempos se depositó el vaho inclemente de la sospecha.
 Los que se apresuraron a decir “Panamá” (dentro y fuera de ese grupo, como cómplices complacidos) como un mantra para atemorizar a periodistas, artistas o personajes públicos, ahora guardan en remojo lo que se les sugiere que guarden sin que la palabra sagrada, periodismo, se les lesione en la boca. 

“Se ha portado de cine”. Los periodistas se portan de cine cuando publican o emiten aquello que es relevante y, sobre todo, está contrastado.
 Presumir de una valentía implacable con los ajenos y portarse de cine con los propios revela una vara de medir capaz de romperse cada vez que le conviene a los intereses manejados en las tinieblas que estas conversaciones ponen de manifiesto.
Léxico sucio aparte, es evidente que ahí no hay juego limpio, o no parece haberlo, aunque el juez mire para otro lado, aunque los denunciantes se achanten y aunque venga Gary Cooper a auxiliar al actor principal de la película portándose “de cine”.
Sirve para algo más esta página inquietante que EL PAÍS ha publicado con esas conversaciones.
 Sirve para alertar a los periodistas jóvenes sobre las prácticas que veteranos del oficio son capaces de tolerar a la vez que disparan al amanecer contra todo bicho viviente que no les resulte simpático o dócil.
 Gary Cooper era más aguerrido, pero todo el rato, no solo cuando quería encandilar a la chica.

 

El hombre que creó a Saint Laurent...............................Jesús Rodríguez.

Pierre Bergé es el último rey de Francia. Rico, socialista y gay. Confidente de Mitterrand y eterna pareja de Yves Saint Laurent. 
Ha movido los hilos del poder desde la sombra durante medio siglo. Hoy, por fin, lo cuenta.
TODO lo he hecho por amor. Es mi biografía. He puesto el amor por encima de todo. 
Mi vida ha girado en torno a mis relaciones. 
Por amor a Yves me convertí en hombre de negocios, como fui marchante de arte por amor al pintor Bernard Buffet. 
Sin olvidar al paisajista Madison Cox… Sí, Madison ha sido mi tercer gran amor. El hombre de los jardines.
 Ha proyectado los de nuestras casas de Marraquech, Tánger y Deauville; nuestra relación ha evolucionado. 
Rompimos en 1987. Somos inteligentes. Supimos transformar una historia pasional en otra cosa.
–¿Incluye a François Mitterrand, presidente de la República entre 1981 y 1995, entre los hombres de su vida?

–Mitterrand tuvo una enorme importancia en mí, pero nunca tuve una aventura con él… si a eso se refiere.
 No le conocí en su juventud.
 Nuestros caminos se cruzaron en 1984. Yo tenía 54 años y él 68. Y en el momento de su reelección, en 1988, estábamos muy unidos. Era una relación amistosa, fraternal, política, intelectual. 
Comíamos los sábados en pequeños restaurantes y luego paseábamos por el Sena en busca de libros viejos. 
Era un gran lector, un gran bibliófilo, y yo soy un gran lector y un gran bibliófilo
. Pasábamos la Nochevieja en su casita de Latche.
 Estuve con él en la última, la de 1995. Estaba muy enfermo. Hablamos de la casa del escritor Émile Zola que yo había adquirido para crear el museo del capitán Dreyfus.
 Me dijo que le mantuviera informado. Murió 10 días después.
–Mitterrand era un seductor…
–Un gran seductor.
 Cuando conocía a una mujer joven, una mujer bella, una mujer que le gustaba, sus motores de seducción se ponían en marcha.
 Cuando conocías a Mitterrand te sentías atrapado por su inteligencia y su voluntad.
 Yo creo firmemente en la seducción, en la capacidad de conquistar tengas la edad que tengas.
Imagen de la presentación de la colección de alta costura primavera-verano de Ives Saint Laurent en enero de 1986. Abbas
 La primera confesión de Bergé es que este dictador de la moda, la cultura y el estilo; muñidor de candidatos presidenciales y genios de la creación; millonario en ‘cash’, obras de arte y noches locas; acuñador del mito de la ‘gauche caviar’
 (la sofisticada izquierda parisiense de los ochenta, en la que confluían, entre ministerios y pasarelas, intelectuales, millonarios y socialistas), forjó su destino en torno a las necesidades de sus parejas.
 Puso su talento y su virtuoso manejo de la imagen a su servicio. Y los hizo grandes.
 Él manejaba los hilos. “Vender moda nunca fue lo mío. No sabía nada de vestidos. 
Quería ser escritor o periodista, montar un periódico; lo hice en los cuarenta; me interesaba la política; era amigo de Cocteau y Camus y Genet; era un anarquista, laico y socialista.
 Lo sigo siendo. 
Aprendí a cantar La Internacional con mis padres, que eran protestantes y de izquierdas”. 
Pero todo cambió en 1960, en el hospital de Val-de-Grâce de París, donde Yves Saint Laurent estaba ingresado por trastornos psiquiátricos (era un maniaco depresivo) tras su alistamiento en el Ejército francés. 
 “Yves, que ya había realizado seis colecciones para Christian Dior antes de ser despedido y solo tenía 25 años, me dijo: ‘Vamos a crear una casa de alta costura más grande que Dior. 
Yo diseñaré y tú la dirigirás’. Llevábamos dos años viviendo juntos. Teníamos un apartamento en la plaza Dauphine.
 Yo había abandonado a Bernard Buffet en cuanto conocí a Yves, en 1958. 
Nuestra relación era muy fuerte, con una sexualidad muy intensa. El sexo era nuestro centro de gravedad. 
Fue así durante mucho tiempo.
 Y no tengo más que explicarle. Sentado en su cama de aquel sanatorio, prometí no abandonarle.
 No tenía ni idea de cómo se montaba un negocio de moda. No tenía un franco. 
Pero no me podía echar atrás. El amor es así… En minutos me convertí en ‘businessman’. 
Y no lo hice mal. Al año siguiente estaba funcionando nuestra casa de modas. 
Y el 89 fuimos la primera firma del sector en cotizar en bolsa. Pero nunca me gustó ese papel”.
–¿No se detiene ante nada?
–Nunca he tenido miedo a nada
. Llegué a París con 18 años, desde La Rochelle, con los bolsillos vacíos. Era 1948.
 Estaba solo. Desde entonces no he rendido cuentas a nadie. No debo nada a nadie.
 No temo ni a la muerte. No creo en el futuro, en el alma, en el cielo.
 Cuando morimos todo se acaba. Por eso hay que hacer muchas cosas.
 Lo he intentado. Y el día que esté mal, me marcharé a algún país donde tenga la posibilidad de acabar con todo.
 Iré a Suiza, tomaré una poción y punto final. Sí, en Suiza todo va bien. Hasta la muerte.
Pierre Bergé es un duro de corazón blando. Un solitario: “A condición de no estar solo”. 
Un eterno indignado: “Cuando haya dejado de estarlo, habré empezado a envejecer”. 
Alguien poco proclive a mirar atrás: “Odio la nostalgia; prefiero transformarla en proyectos”. 
Su leyenda afirma que ha tenido más enemigos que amigos.
 En los años dorados de aquella pareja irresistible de la moda y el ‘glamour’, cuando reinaban en las discotecas más canallas y en los grandes salones de la República, a Bergé le apodaron (a media voz), “el pitbull de la alta costura”. 
Rico, poderoso y despiadado.
 Con un estricto sentido de la lealtad.
 Con él o contra él.
 Y una habilidad innata para convertir en oro todo lo que tocaba, una marca o una persona.
 Hoy dice con gesto de fastidio que no fue para tanto. “No me venga con caricaturas”. 
“Odio los estereotipos”. “Tengo pocos amigos, pero los que tengo son muy jóvenes, así moriré antes que ellos y no lo pasaré mal”. Pierre Bergé abre sus sentimientos, pero no baja la guardia. 
No se niega a ninguna pregunta, ni siquiera en torno a la sexualidad a los 85 años (“no es como antes…, no le voy a engañar, pero existen unas pildoritas”), pero conserva amartillada su mortífera lengua para cuando considera necesaria una respuesta contundente. 

Pierre Bergé 
Pierre Bergé, de 85 años, fotografiado en su despacho de la avenida Marceau durante la entrevista con El País Semanal. 
En su solapa, la insignia de la Legión de Honor. Antoine Doyen
 Es el ‘patrón’, aunque la casa de alta costura Yves Saint Laurent cerró tras la retirada del modista en 2002 (fallecería en 2008 de un tumor cerebral tras su descenso al infierno desde mediados de los setenta entre cocaína, vodka y amantes de pago).
 La segunda pata de la firma, la propietaria de los perfumes, la piedra filosofal del ‘holding’ que hizo muy rica a la pareja Bergé-Saint Laurent, y que llegó a facturar 3.000 millones de euros al año, pertenece desde 2008 al grupo L’Oréal.
 Y la tercera, el ‘prêt-à-porter’, que Bergé extendió por todo el mundo a través de una compleja red de tiendas propias, licencias y franquicias, es propiedad desde 1999 del magnate francés François-Henri Pinault, dueño del imperio del lujo Kering (accionista mayoritario de ­Gucci, Balenciaga o Bottega Veneta). Bergé ya no gobierna el universo de la moda desde París, pero sigue desplegando su autoridad desde su trono del exclusivo distrito XVI, desde la Fundación Pierre Bergé-Yves Saint Laurent, financiando candidatos socialistas a la presidencia (la última, Ségolène Royal, como antes hizo con Laurent Fabius o el propio Mitterrand, al que apoyó comprando un semanario, ‘Globe’, para favorecer su reelección en 1988), adquiriendo medios de comunicación (es el máximo accionista de ‘Le Monde’ y ‘Le Nouvel Observateur’), paseando famosos en su reactor Falcon 50, capitaneando el ‘lobby’ gay en Francia, poseyendo los derechos legales de la memoria del artista 
Jean Cocteu (alguien que le enseñó a vivir su homosexualidad sin pisar el armario) o regalando un ‘goya’ al Louvre.
 Su fortuna se estima en 180 millones de euros.
 Los fondos propios (procedentes de su bolsillo) de su fundación y de las distintas iniciativas que encabeza contra el sida, el racismo y por la igualdad de derechos de los gais superan los 500 millones de euros. 
Bergé no tiene herederos. Unos minutos antes de comenzar la entrevista, Bergé ha puesto en escena uno de sus legendarios ataques de ira. 
Las tres plantas del silencioso palacete estilo segundo imperio de la avenida Marceau de París, decorado con dorados y espejos hasta el techo, poblado por una veintena de etéreos empleados que se comunican bisbiseando y caminan sin ruido por las tupidas alfombras entre ubicuos retratos en blanco y negro de la mítica pareja Bergé-Saint Laurent, se han llenado con los ecos de las coléricas voces de este atildado anciano de cráneo reluciente, inmensa nariz, bastón de ébano, traje de ‘tweed’ de Arnys, su sastre de siempre (en cuya solapa refulge la Legión de Honor), y carísimos zapatos a medida de Weston, disparando ‘in crescendo’ la palabra “no” a un colaborador.
 Los calcetines, de un morado cardenalicio, van conjuntados con su camisa y corbata.
 Su voz es clara y firme en un elegante francés parisiense con dejes literarios. Sus manos son bellas y enérgicas.
 No sus piernas, que mueve de forma desmadejada. Padece una miopatía, una enfermedad muscular degenerativa.
 Su respuesta ante la ceremonial pregunta de cómo se encuentra es un áspero: “’Ça va mal’. ¿No lo ve usted?”.
 Después aligera la presión: “No tengo dolores, pero me complica la vida.
 No puedo andar solo por la calle; no puedo subir escaleras y menos bajarlas. A veces me caigo. 
Tengo a una persona que duerme en mi casa. Y he hecho rebajar los escalones. Para subir a mi helicóptero me han puesto una escalerilla especial, y puedo seguir pilotando…, pero siempre de copiloto (es un poco humillante)”.
 Es cierto, a los mandos de su Augusta AW109, Bergé aún sobrevuela el curso del Sena desde París hasta su desembocadura, en el Atlántico. 
Después conduce su Jaguar XK120 descapotable de 1952 con ‘Echo’, su perro shiba inu, hasta la vieja dacha que compartió con Yves en Deauville.
 Es uno de sus últimos grandes placeres.
 ¿Se puede ser millonario y de izquierdas? –No veo la relación entre el dinero y las opiniones, yo no diría políticas, yo diría sociales. 
Sí, he ganado mucho dinero, pero nunca he dejado de ser de izquierdas.
–¿Y qué es ser de izquierdas?
–Ser de izquierdas es poner a la persona en el centro, no al mercado.
 Y reducir las desigualdades. Ser de izquierdas es luchar para que la desigualdad entre ricos y pobres se cierre todo lo posible y lo antes posible.
 Prefiero los errores de la izquierda que las victorias de la derecha.
–¿A quién apoyará en las próximas presidenciales?
–A Hollande. Desde luego, no a Sarkozy.
 Ante el periodista, por fin llega la calma. 
 


Pierre Bergé 2065ModaReporYvesSaintLaurent (19)
YSL dresses
En la primera imagen, una colección de vestidos de noche de la marca. En la segunda, Una de las cajas acorazadas ignífugas que guardan 6.000 modelos originales. 
 
El único título enmarcado en su despacho es ese permiso de piloto de helicópteros que obtuvo en 1978.
 Nunca los necesitó. Nunca pisó una universidad. 
A esa edad rastreaba muy de mañana libros raros entre los ‘bouquinistes’ del Sena que por la tarde vendía 10 veces más caros en las librerías del centro.
 Siempre fue por libre. La intelectualidad francesa se lo pagó impidiendo su ingreso en la Academia en 2008.
 Lo más parecido a un diploma que tiene es la invitación del presidente de la República para la cena con Isabel II de Inglaterra, en junio de 2014, y el pergamino de la Legión de Honor.
 Mientras el fotógrafo prepara las luces y rompe el orden inmaculado de su coto privado para retratarle, se abre la veda para curiosear en su mundo.
Cuando la pareja se hizo con este palacete en 1974, en el apogeo de su poder, Bergé se apropió del mejor espacio del regio inmueble napoleónico como despacho
. En las paredes, cubiertas de madera de castaño y con un inmenso espejo y una chimenea ‘art nouveau’, un retrato de Saint Laurent realizado por su amigo Andy Warhol y una pintura firmada por su otra mítica pareja, Bernard Buffet. 
Ante la ventana, un bellísimo escritorio ‘déco’ del tamaño de un barco de recreo con pocos papeles, un Mac y un pequeño martillo de plata de subastador (es propietario de la casa de subastas de arte Pierre Bergé & Associés). 
Estratégicamente repartidos por la estancia, cartas, fotografías, dibujos y reliquias de Gené, Breton, Colette, Chateaubriand y Cocteau; una maqueta de su ‘jet’ privado; otra del futuro museo Saint Laurent de Marraquech, en mármol color arena, y una bolsa de Loro Piana con un carísimo fular de cachemira dentro.
A través de un angosto pasillo, el despacho de Bergé se comunica con el antiguo estudio de Yves Saint-Laurent, que permanece cerrado desde que murió el modista. 
El joven empleado que nos precede accede a él con veneración. Está congelado. 
Tal como lo dejó en 2002. Pintado de blanco. Sin adornos. Repleto de telas, prototipos de vestidos y complementos.
 Destaca un pequeño retrato de Saint Laurent en 1958 dibujado por Buffet (antes de la ruptura del triángulo amoroso).
 Su mesa de trabajo es de una sencillez monacal: un par de borriquetas y una plancha de cristal sobre la que reposan viejos bocetos, un tarro con sus lápices favoritos, los Staedtler 2B bien afilados, y las míticas gafas de carey de Yves. 
 En las plantas superiores del palacete se conservan, en cámaras blindadas y refrigeradas y a cargo de un puñado de conservadoras (provenientes de los grandes museos franceses), los 6.000 vestidos de alta costura creados por Saint Laurent (incluso los que formaron parte de sus seis colecciones para Dior), 15.000 complementos y miles de croquis, apuntes, fotografías, artículos de prensa, albaranes y facturas perfectamente clasificados.
 Durante los 40 años de existencia de la casa de alta costura, la pareja Bergé-Saint Laurent nunca se deshizo de nada.
 Trabajaron con un sorprendente sentido de la trascendencia. 
 
Hoy constituyen los fondos de los dos museos dedicados a Yves Saint Laurent que Bergé inaugurará en 2017: uno, aquí, en este ‘hôtel particulier’ de la avenida Marceau; el segundo, en Marraquech, el escenario de su mutua pasión por el sol, el sexo y la cultura árabe. 
 “Decidimos conservar todo desde el primer día; nunca tiramos nada”, explica Bergé, “no se explicarle por qué, fue así, un sinsentido”.
–Quizá por su adicción a controlar todo…
–Es cierto, tengo la enfermedad del control.
 Lo chequeo todo. Y suelo tener razón.
 Si no controlas, lo lamentas.
–Es usted profundamente posesivo…
 Es verdad. Pero he aprendido a serlo menos.
 Sabe, yo tenía muchos defectos, todavía los tengo, pero antes tenía más: era muy celoso, muy posesivo, quería controlarlo todo, quería controlar a mis parejas. Teníamos grandes peleas… He intentado arreglarlo, no puedo decir que sea perfecto.
–Dicen que no bebía ni se drogaba, al contrario que Saint Laurent, para no perder nunca el control…
–Posiblemente.
 Nunca me he drogado. Bebo habitualmente, pero tengo épocas abstemias.
 Ahora llevo una época sin beber; casi dos meses.
 No me agrada perder el control.

Pierre Bergé YSL exhibition
Paris, France. January 19, 2016. Yves Saint Laurent Foundation. Photo: Antoine Doyen Antoine Doyen
Hay un ejercicio apasionante en torno a la pareja Bergé-Saint Laurent, recorrer los escenarios de sus andanzas parisienses.
 No solo los exquisitos enclaves del imperio YSL en ambas orillas del Sena, sino los lugares de su historia amorosa, sus juergas, su vertiginoso ascenso social (el de dos provincianos a la conquista de la capital del mundo) y sus infidelidades. 
Sobre todo el dúplex de 900 metros cuadrados de principios del siglo XX con jardín privado en el número 55 de la Rue de Babylone, donde convivieron desde 1971 y reunieron una formidable colección de arte, antes de que rompieran en 1976.  

En esa época, Saint Laurent estaba en la cima de sus adicciones junto a su amante Jacques de Bascher (unido también al modista Karl Lagerfeld, y que moriría víctima del sida en 1989), 
y Bergé, por su parte, iba a dar un golpe de timón a su vida junto al entonces jovencísimo paisajista californiano Madison Cox (que ha llegado a tener en su cartera de clientes a los Agnelli, Bloomberg o Sting).
 Tras la separación de la pareja, Bergé se trasladaría solo unos centenares de metros hasta la ‘suite’ 608 del hotel Lutetia y más tarde a un palacete en el número 5 de la Rue Bonaparte, donde aún reside.
 Sin embargo, nunca dejó de tener llave del apartamento de Babylone, una casa que siempre consideró la suya y donde la pareja almorzaba ritualmente cada sábado entre obras de Brancusi, Matisse y De Chirico.
 Bascher y Cox se evaporaron a finales de los ochenta de sus vidas amorosas. Y Saint Laurent y Bergé jamás rompieron.
 Compartieron hasta el final sus vacaciones marroquíes, sus carísimos gustos, su amor por la ópera y el teatro, su adicción a las subastas de arte y su estrecho círculo de amistades, entre los que estaban Catherine Deneuve, Jacques Lang, Paloma Picasso, Warhol, Bernard-Henri Lévy o Carla Bruni. Bergé confiesa que siempre fue fiel a Saint Laurent…, “fiel de corazón”, aclara. 
Y remite a un párrafo de su último libro, ‘Cartas a Yves (2010), para explicar su relación:
 “Desde el primer día, tú y yo supimos que aquello era ‘para siempre’.
 Sí, atravesamos tormentas y vivimos naufragios, pero nunca dudamos de aquel ‘para siempre’, al que fui fiel a pesar de que algunas veces el precio que pagué por ello fue muy elevado”.
 En otro pasaje de esas mismas confesiones da otra clave de aquella historia de amor perenne: 
 “Fue la sexualidad lo que presidió nuestro encuentro, lo que nos reconcilió cuando fue necesario, y fue su recuerdo, que evocamos tan a menudo, lo que nos unió hasta el final”.
El último capítulo de aquella historia de medio siglo de amor tuvo lugar también en este apartamento de Rue de Babylone unos días antes de la muerte de Saint Laurent.
 En mayo de 2008, la pareja se dio el sí quiero en un pacto civil de solidaridad, el precedente administrativo francés al matrimonio entre personas del mismo sexo (que no se aprobó en Francia hasta 2013).
¿Por qué lo hicieron en secreto?
–Tampoco hacía falta contárselo a todo el mundo.
–¿Lo celebraron?
–Para nada. Detesto esas historias.
 No creo en el matrimonio, habría que suprimirlo; estoy en contra de las instituciones burguesas; estoy en contra del matrimonio de los heterosexuales, pero cuando vi que los homosexuales gritaban “¡Igualdad, igualdad, igualdad!”, comprendí que no podía hacer otra cosa. 
Para mí la igualdad es esencial. 
Y los gais que se manifestaban tenían razón.
 Mientras el matrimonio no sea eliminado, los homosexuales tienen razón exigiendo igualdad.
 En ese momento creí que me tenía que involucrar a fondo. Y nos unimos civilmente.
–Es usted un militante gay con ideas propias. Está en contra de las celebraciones y los barrios homosexuales…
–No podría vivir en guetos. No me gustaría un barrio donde el carnicero es homosexual, el panadero, el de la tintorería…, qué aburrimiento.
 Yo quiero ser muy preciso sobre mi homosexualidad: no pido un derecho a la diferencia, no quiero que se reconozca mi diferencia, pido la indiferencia. 

Al margen de sus tormentas personales, de las caídas en picado del modista y los complejos manejos políticos del patrón, cada uno hizo bien su trabajo. 
Durante tres décadas, Saint Laurent reinventó la moda del siglo XX e inventó el ‘prêt-à-porter’.
 Por su parte, Bergé creó un imperio del lujo.
 Fueron los reyes, hasta que se acabó su tiempo.
 En los noventa, Saint Laurent, cada vez más ‘enganchado’, no daba más de sí creativamente y el manejo del negocio por parte de Pierre Bergé, basado en el empleo patológico de las franquicias y las licencias, demostró ser pan para hoy y hambre para mañana.
 En 1993 (coincidiendo con el ocaso del reinado de Mitterrand, que le había nombrado presidente de las óperas de París), Bergé demostró sus reflejos y vendió ‘in extremis’ la compañía de ambos a una empresa pública francesa (ELF-Sanofi), presidida por otro miembro del clan del presidente de la República, por unos 200 millones de euros.
 La pareja volvió a hacer caja, 60 millones más, en 1999, cuando la compañía pasó a manos de su amigo el millonario François Pinault, además de conseguir un tanto por ciento por la venta de los perfumes y el uso del nombre de Yves Saint Laurent, que algunas fuentes cifran entre 5 y 10 millones de euros al año hasta 2016.
En 2002 Saint Laurent se retiraba de la moda y en junio de 2008 fallecía en soledad. Bergé le cerró los ojos. Y lloró.
La larga decadencia y caída de Saint Laurent no supuso la de Bergé, cada vez más rico, influyente, ubicuo.
 Nueve meses después de la muerte de su pareja, daba la campanada mundial sacando a subasta las obras maestras de la colección de arte que ambos habían reunido desde los sesenta, cuyos beneficios irían a su fundación.
 El ‘matisse’ fue adjudicado en 36 millones de euros; el ‘mondrian’, en 21,5 millones; el ‘gericault’, en 9 millones; la escultura de Brancusi, en 30 millones.
 Y suma y sigue. En los meses siguientes se iba a deshacer sin que le temblara el pulso de su apartamento en el hotel Pierre de Nueva York (7,5 millones de euros), el dúplex de la Rue de Babylone (23 millones), el ‘château’ Gabriel, en Deauville (9 millones), su colección de arte árabe (1,5 millones) y parte de su colección de libros (12 millones).
 En total, 430 millones de euros de los que no tiene que rendir cuentas a nadie: 
“Lo de Yves era mío. Nunca doy explicaciones de mi dinero. Punto”.




¿Lee Pablo Iglesias?..................................... Jorge M. Reverte

Se nota que el grupo Prisa no le cae bien Pablo Iglesias, siempre leo algo en su contra y contra Podemos. 
Y claro que lee Pablo Iglesias, es un chico culto , eso le fastidia a muchos pero Pablo Iglesias es Profesor de Universidad, y no sé lo que son los otros líderes de los otros Partidos.
Como Cristina Cifuentes que "Se hace la Rubia" y yo pienso ques eso. "Rubia" teñida pero rubia" y no me gusta que siendo mujer haga de las rubias las tontas que están de adorno.....allá ella...ha quedado como eso que se hace.....tonta.

El líder de Podemos no ha sido capaz de hilar dos conceptos que son, ahora, indisociables: Europa y democracia...............

 

El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, durante su intervención en la IV Cumbre Político-Empresarial de la Plataforma Multisectorial contra la Morosidad (PMcM).rn rn
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, durante su intervención en la IV Cumbre Político-Empresarial de la Plataforma Multisectorial contra la Morosidad (PMcM).
La pregunta no pretende ser ofensiva. (Pues lo es) Al fin y al cabo, tres de cada diez españoles no leen nunca un libro, según las encuestas que maneja el Ministerio de Cultura, que no creo que estén manipuladas ni por la institución de gobierno ni por los encuestados. 
O sea, que los españoles que no leen no solo son muchos sino que, además, no tienen vergüenza de confesárselo a un encuestador.
Imaginemos que se puede conseguir una posverdad con ese hecho, de modo que algún partido político pensara en sumar a sus votantes a una parte importante de semejante colectivo: lograría sin dificultad hacerse con la mayoría política en España.
Pues ese parece ser el nuevo objetivo de Pablo Iglesias, y lo construye con el gran mérito de partir de una base electoral con un alto nivel educativo. 
La gente del 15-M era, en gran medida, lo más ilustrado de España, además de lo más joven entre las clientelas políticas.
 Hasta ahora, Pablo Iglesias ha tenido mucha habilidad en tratar a esa base social, la ha pastoreado desde el radicalismo asambleario hasta hacerla participar en un partido que tiene todas las trazas de acabar en un modelo leninista, sin excluir el uso más trapacero de la aparente libertad de expresión (Irene Montero designada tertuliana por el dedo del partido).
Jo!! Lenin es ahora "Moderno" gracias a Podemos....no sabe nada de la Revolución Bolchevique parece Sr. Reverte, petulante e ilustrado según usted se califica.

Solo Lenin y sus discípulos más aventajados habían sido capaces hasta ahora de imponer la razón de partido sobre la razón política, como está haciendo Pablo Iglesias.
 Su ambigüedad en relación con la situación en Francia, en un seguidismo repugnante con el luego rectificado mensaje de Mélenchon en torno a Marine Le Pen y al “extremista” Macron, ha sido escandalosa.
Pocas veces los diarios españoles han sido tan unánimes en su diagnóstico sobre la posibilidad (remota parece ser, por suerte) de victoria de Marine Le Pen.
 Y pocas veces hemos podido leer artículos de grandes firmas que compartían la necesidad de batir a la extrema derecha para construir Europa y para defender la libertad.
Da la impresión de que a Iglesias le da lo mismo lo que pasa en Europa, porque no ha sido capaz de hilar dos conceptos que son, ahora, indisociables: Europa y democracia.
Por eso siento la perplejidad de ver actuar al líder de Podemos como si fuera uno de los muchos españoles que no leen, no solo libros, sino tampoco los periódicos, que son, según también las encuestas de Cultura, la fuente más fiable de información y opinión.
Es urgente que Pablo Iglesias lea periódicos. Controla muchos votos y podría controlar muchos más.


Justin Trudeau, más ‘cool’ todavía: atención a sus calcetines de ‘Star Wars’

El primer ministro canadiense da un paso más en su elegancia pop: se presenta a una reunión política homenajeando a 'La guerra de las galaxias'.

Trudeau y Kenny, primeros ministros de Canadá e Irlanda, durante la reunión oficial donde el canadiense se atrevió con unos calcetines de R2-D2 y C-3PO (personajes de 'La guerra de las galaxias').
Trudeau y Kenny, primeros ministros de Canadá e Irlanda, durante la reunión oficial donde el canadiense se atrevió con unos calcetines de R2-D2 y C-3PO (personajes de 'La guerra de las galaxias'). Cordon
El primer ministro canadiense acostumbra a dar qué hablar. Característica propia de la política actual, donde impera la polémica.
 Sin embargo, el caso del canadiense es diferente.
 Cada una de sus intervenciones públicas acaban sumando puntos en el marcador de popularidad.
 Sus ideales feministas, su defensa de la legalización del cannabis (ley que espera poner en marcha en julio de 2018) o las impecables lecciones de estilo que da en cada acto institucional han logrado que el mundo repare, ahora más que nunca, en Canadá.
En la reunión que mantuvo con su homólogo irlandés, el primer ministro Enda Kenny, en Montreal el pasado 4 de mayo, Justin Trudeau, de 45 años, volvió a meterse al pueblo en el bolsillo.
 El canadiense quiso celebrar el Día de Star Wars llevando unos llamativos calcetines donde aparecían R2-D2 y C-3PO (cuestan 18 euros) que no pasaron desapercibidos para los fans de las películas de George Lucas, ni para el resto del público.
"Estos son los calcetines que estabais buscando. Que la fuerza os acompañe", tuiteó bajo esta fotografía el primer ministro canadiense. Cordon
"Por favor, ¿puedes adoptar a Estados Unidos y salvarnos a todos?"; "nuestro primer ministro es un auténtico friki"; o "así es cómo deberían vestir todos los primeros ministros". 
Estos son algunos de los comentarios que pueden leerse en Twitter.
 El propio Trudeau se ha pronunciado en la red social, donde subió, orgulloso, un primer plano de sus calcetines:
 "Estos son los calcetines que estabais buscando. Que la fuerza os acompañe".
Esta no es la primera vez que el político se atreve con unos calcetines estampados.
 En su primer acto como primer ministro hizo honor a su país vistiendo unos rojos adornados con varias hojas de arce (símbolos de Canadá). 
También se le ha visto con calcetines de calaveras verdes y rojas o de rayas multicolores.
Trudeau, que fue elegido por ICON como uno de los hombres más elegantes de 2016, ha encontrado en los complementos, que elige y cuida al detalle, una forma atrevida y elegante de mostrar su personalidad.