Intentar que un dirigente político mire para otro lado en un caso delictivo es una práctica que ningún código ético de carácter periodístico puede aceptar.
Las conversaciones captadas por orden judicial
entre las más altas autoridades del complejo mediático que tiene en
Madrid el grupo Planeta son ahora una materia pública que seguramente
dará de sí reacciones asimismo judiciales y, probablemente,
periodísticas, aparte, naturalmente, de las que tome el propio
conglomerado empresarial, tan importante también en la creación de
cultura en España.
En el ámbito judicial, parece que el juez Velasco se sintió satisfecho con las explicaciones del director de La Razón, Francisco Marhuenda, y el presidente del diario, Mauricio Casals. Seguro que el citado juez no halló en esas conversaciones materia delictiva alguna.
En el ámbito judicial, parece que el juez Velasco se sintió satisfecho con las explicaciones del director de La Razón, Francisco Marhuenda, y el presidente del diario, Mauricio Casals. Seguro que el citado juez no halló en esas conversaciones materia delictiva alguna.
De momento, pues, esa es la decisión judicial: no hay
caso.
El grupo Planeta, por su parte, aún no ha tomado cartas públicas
en un tema tan delicado, y tan publicado. En cuanto al periodismo… El tema es, desde el punto de vista periodístico, altamente interesante.
Esa conversación continuada sobre lo que se puede hacer para “convencer” a un dirigente político de que mire para otro lado en un caso aparentemente delictivo o irregular es una práctica que ningún código ético de carácter periodístico (y no solo) puede aceptar.
Como se suele decir, en países de nuestro entorno (expresión que le gusta a Marhuenda, por cierto) la mitad de lo que ahí se dice acabaría siendo materia de seria reflexión en la prensa y en sus órganos de crítica o revisión.
En términos generales, es de vergüenza ajena. En términos del oficio, es de vergüenza propia.
De momento, aquí no ha pasado nada.
Y es altamente significativo que ese silencio ocurra en unos medios (que ahí se citan como propios y al servicio del grupo al que pertenecen Marhuenda y Casals: ellos mismos se jactan de controlarlos) muy activos en la denuncia pronta de cualquier asunto que sus directivos o presentadores consideran relevante.
La apelación de Casals a la conducta tan satisfactoria (“se ha portado de cine") mostrada por uno de esos periodistas a la hora de “entender” lo que le pasa “al amigo preocupado” revela un grado de comprensión que, sinceramente, no he visto en otros casos que han implicado a personas sobre las que en los últimos tiempos se depositó el vaho inclemente de la sospecha.
Los que se apresuraron a decir “Panamá” (dentro y fuera de ese grupo, como cómplices complacidos) como un mantra para atemorizar a periodistas, artistas o personajes públicos, ahora guardan en remojo lo que se les sugiere que guarden sin que la palabra sagrada, periodismo, se les lesione en la boca.
“Se ha portado de cine”. Los periodistas se portan de cine cuando publican o emiten aquello que es relevante y, sobre todo, está contrastado.
Presumir de una valentía implacable con los ajenos y portarse de cine con los propios revela una vara de medir capaz de romperse cada vez que le conviene a los intereses manejados en las tinieblas que estas conversaciones ponen de manifiesto.
Léxico sucio aparte, es evidente que ahí no hay juego limpio, o no parece haberlo, aunque el juez mire para otro lado, aunque los denunciantes se achanten y aunque venga Gary Cooper a auxiliar al actor principal de la película portándose “de cine”.
Sirve para algo más esta página inquietante que EL PAÍS ha publicado con esas conversaciones.
Sirve para alertar a los periodistas jóvenes sobre las prácticas que veteranos del oficio son capaces de tolerar a la vez que disparan al amanecer contra todo bicho viviente que no les resulte simpático o dócil.
Gary Cooper era más aguerrido, pero todo el rato, no solo cuando quería encandilar a la chica.
Esa conversación continuada sobre lo que se puede hacer para “convencer” a un dirigente político de que mire para otro lado en un caso aparentemente delictivo o irregular es una práctica que ningún código ético de carácter periodístico (y no solo) puede aceptar.
Como se suele decir, en países de nuestro entorno (expresión que le gusta a Marhuenda, por cierto) la mitad de lo que ahí se dice acabaría siendo materia de seria reflexión en la prensa y en sus órganos de crítica o revisión.
En términos generales, es de vergüenza ajena. En términos del oficio, es de vergüenza propia.
De momento, aquí no ha pasado nada.
Y es altamente significativo que ese silencio ocurra en unos medios (que ahí se citan como propios y al servicio del grupo al que pertenecen Marhuenda y Casals: ellos mismos se jactan de controlarlos) muy activos en la denuncia pronta de cualquier asunto que sus directivos o presentadores consideran relevante.
La apelación de Casals a la conducta tan satisfactoria (“se ha portado de cine") mostrada por uno de esos periodistas a la hora de “entender” lo que le pasa “al amigo preocupado” revela un grado de comprensión que, sinceramente, no he visto en otros casos que han implicado a personas sobre las que en los últimos tiempos se depositó el vaho inclemente de la sospecha.
Los que se apresuraron a decir “Panamá” (dentro y fuera de ese grupo, como cómplices complacidos) como un mantra para atemorizar a periodistas, artistas o personajes públicos, ahora guardan en remojo lo que se les sugiere que guarden sin que la palabra sagrada, periodismo, se les lesione en la boca.
“Se ha portado de cine”. Los periodistas se portan de cine cuando publican o emiten aquello que es relevante y, sobre todo, está contrastado.
Presumir de una valentía implacable con los ajenos y portarse de cine con los propios revela una vara de medir capaz de romperse cada vez que le conviene a los intereses manejados en las tinieblas que estas conversaciones ponen de manifiesto.
Léxico sucio aparte, es evidente que ahí no hay juego limpio, o no parece haberlo, aunque el juez mire para otro lado, aunque los denunciantes se achanten y aunque venga Gary Cooper a auxiliar al actor principal de la película portándose “de cine”.
Sirve para algo más esta página inquietante que EL PAÍS ha publicado con esas conversaciones.
Sirve para alertar a los periodistas jóvenes sobre las prácticas que veteranos del oficio son capaces de tolerar a la vez que disparan al amanecer contra todo bicho viviente que no les resulte simpático o dócil.
Gary Cooper era más aguerrido, pero todo el rato, no solo cuando quería encandilar a la chica.