Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

3 may 2017

Este el hombre que ha enamorado a la hija de la duquesa de Alba

Narcís Rebollo, presidente de Universal Music, y Eugenia Martínez de Irujo oficializan su relación en la Feria de Abril.

Narcís Rebollo y Eugenia Martínez de Irujo.
Narcís Rebollo y Eugenia Martínez de Irujo. GTRES

 !Que fea es esa Duquesita!! cada vez se parece más a su madre, pero enamoró a Francisco Rivera Guapo como un sol.Espero que la hija de ambos haya salido al padre...

No es la primera vez que la Feria de Abril de Sevilla o la romería de El Rocío son los escenarios elegidos para hacer públicos sonados romances. 

En este caso la protagonista ha sido Eugenia Martínez de Irujo (48 años) quien ha escogido el recinto del barrio de Los Remedios para hacer patente la relación sentimental que mantiene desde hace meses con Narcís Rebollo (47 años) el productor musical más importante de nuestro país y presidente desde 2015 de Universal Music para España y Portugal, compañía a la que está ligado desde 2010.

No es ajeno que a la hija de la fallecida duquesa de Alba, como también le ocurría a su madre, le gusta todo lo que tiene que ver con el arte: diseña joyas para la firma catalana Tous –la última inspirada y dedicada a su madre–; se casó con el torero Francisco Rivera con quien tiene una hija, Cayetana, de 16 años; tuvo un fugaz romance de verano con el actor José Coronado y ahora el elegido para ocupar su corazón está relacionado con la música y grandes artistas del panorama nacional.

 Y está considerado como el sucesor natural de otros grandes valedores de la música en España como José Luis Gil, presidente de Hispavox, o Tomás Muñoz, legendario fundador en España del sello CBS. 

Rebollo, nacido en Figueras, además de ejecutivo de una de las grandes multinacionales discográficas del mundo, acumula en su currículo una dilatada trayectoria profesional en el mundo de la canción.

 Formó parte del primer jurado de Operación Triunfo y ha tenido mucho que ver con el reciente éxito de El Reencuentro, el programa que celebró los 15 años del hito televisivo que supuso este concurso musical.

 Está considerado el mayor impulsor de la carrera de David Bisbal y un perspicaz empresario que supo intuir el futuro que podía esperar a alguno de los triunfitos porque poco después de finalizar el concurso constituyo una empresa junto a Ricardo Campoy, que como él era socio de Vale Music, para representar y dirigir sus carreras. 

Así ocurrió hasta que Universal compró la compañía en 2006, donde Narcís Rebollo llegó a convertirse en 2010 en director de Nuevos Negocios y en presidente en 2015.

 

Eugenia Martínez de Irujo, en la Feria de Abril.
Eugenia Martínez de Irujo, en la Feria de Abril. GTRES
Su interés por este mundo comenzó hace años en el sello independiente Divucsa, desde donde pasó a ser responsable de marketing y promoción de BMG, uno de los sellos con los que ha trabajado Isabel Pantoja, a quien ha ayudado en el relanzamiento de su carrera tras sus problemas con la Justicia. 
Calificado como gran profesional, afable, discreto y con un gran olfato, se ha ganado la confianza y la amistad de muchos de los artistas que han tenido contacto con él entre quienes se encuentran figuras como Alejandro Sanz, Antonio Orozco, David Bustamante, Pablo López o Luis Fonsi.
La ventaja para esta pareja reciente es que tanto la inquieta Eugenia como Narcís Rebollo comparten su inquietud por todo tipo de manifestaciones artísticas y que el catalán, en su día uno de los fundadores del sello Vale Music, no es de esos ejecutivos exclusivamente enterrados entre números.
 Sus redes sociales dan fe de que se trata de una persona que disfruta con los conciertos, las escapadas al mar y las buenas reuniones con sus amigos, entre ellos muchas caras conocidas de la música internacional.

Las 10 mejores películas de Tom Hanks

De Forrest Gump a implacable sicario

Ron Howard le convirtió en estrella,  Robert Zemeckis le dio sus papeles más emblemáticos y  Steven Spielberg le consolidó como uno de los mejores actores de las últimas décadas.
  Tom Hanks, actor versátil con dos Oscars en sus vitrinas, vuelve a la cartelera de la mano de James Ponsoldt y convertido en una suerte de gurú tecnológico a lo Steve Jobs en  El círculo.
 En esta ocasión, es el fundador de la empresa de Internet más influyente del planeta, cuyo siguiente avance es un sistema operativo capaz de englobar toda la identidad virtual de un usuario en un único perfil, eliminando cualquier atisbo de privacidad, y que pondrá a una joven empleada de la empresa ( Emma Watson) ante un peliagudo dilema moral.
 
Con motivo de este estreno, recordamos 10 (y nos dejamos unas cuantas en el tintero) de las mejores películas de Hanks.

No es el 4 de mayo de todos los años................Por JUAN CRUZ

Nos dejaron aquí solos Joaquín Prieto y Miguel Ángel Bastenier, dos campeones del Periodismo.

 

Vista general de la redacción de EL PAÍS, en 2004.
Vista general de la redacción de EL PAÍS, en 2004.
Un periódico es un colectivo desigual; sus secciones son independientes, a veces son trincheras, y así se disponen. En los viejos tiempos del periodismo había periodistas alrededor de una mesa, contando el mundo, con viseras, puros;
 eran los viejos periodistas, aunque entonces cada uno de ellos eran jóvenes que creían estar inventando el oficio. 
Había humo y alcohol, como en las películas; ahora las redacciones son limpias, se acabó para siempre aquel ruido; ahora los teclados apenas suenan, los teléfonos son individuales, cada periodista se va a un rincón a comunicarse; hablan caminando de un lado a otro, de una trinchera a otra.
 Hablan en el baño, en los cubículos.
 Como es natural, cada uno se siente como aquellos antiguos periodistas de la visera: están inventando el oficio.
Eso es lo grande del periodismo. 
Mientras deciden que ya no va a existir más, cientos de miles de jóvenes, en todo el mundo, sienten que ese oficio, que hicieron legendario Rudyard Kipling, Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez y Manuel Vázquez Montalbán, vale la pena.
 Albert Camus, que dirigió un periódico en la Resistencia contra los nazis, Combat, brindó una noche con toda su Redacción en una boite de París. 
Sintió que le había salido un buen periódico e hizo rechinar las copas más allá de este grito:
“¡Vale la pena vivir para este oficio!”
En este periódico, joven aún, Augusto Delkáder, que era apenas imberbe y ya era director adjunto, se paseaba de arriba abajo, a la medianoche, meditando y diciendo, en voz baja: 
“Nos salió un buen periódico, nos salió un buen periódico…” Como si se lo estuviera comunicando a algún maestro de los que tuvo y que ya no le podía escuchar, era quizá un periodista del puro y la visera, un ancestro. 
Un día contó Delkáder lo que había pasado con uno de esos maestros, Fernando Fernández, que escribía en el histórico Diario de Cádiz una columna titulada De Cortadura a La Caleta.
  Murió de un infarto; cuando fueron a buscar entre sus ropas hallaron en el bolsillo alto de la chaqueta el artículo del día siguiente.

El periodismo es como los periodistas: nunca muere o muere haciendo periodismo. 
Ahora encuentro en mi memoria esas escenografías porque he vivido, a lo largo del tiempo, esas estampas: la vieja Redacción, las redacciones con ruido, con alcohol y gritos, y las redacciones actuales, tan asépticas como el puente de mando de los trasatlánticos. 
Y en todas partes he visto periodistas como esos que he nombrado, en La Tarde de Tenerife, en El Día de la misma isla, en EL PAÍS donde habito…
 En todas partes, y por supuesto también en otros periódicos, he visto gente que deseaba que al día siguiente hubiera oportunidad de decir, otra vez, “nos salió un buen periódico”.
 Jóvenes, viejos, de mediana edad, de cualquier sección, de cuando las secciones se comunicaban como en el camarote de los Hermanos Marx o de cuando las secciones son trincheras y se comunican por mail, siempre he visto entusiastas del periodismo, maestros que estaban felices de seguir aprendiendo, hasta el último suspiro.
En este periódico, EL PAÍS, he vivido sensaciones así desde el 4 de mayo de 1976, hace ahora 41 años. 
Todos los años, todos, saliendo por las mañanas, y todos los días, todas las semanas, por la mañana y por la tarde, con la ansiedad de vivir para contar al día siguiente una historia que te dejara satisfecho como se quedaba satisfecho Augusto Delkáder cuando paseaba solo, de arriba a abajo de la Redacción, contándose a sí mismo que estaba satisfecho, como cuando Camus proclamó su viva el periodismo.

Este 4 de mayo, que está cerca, tenemos dos heridas fuertes, como de la desgracia: en una semana dos grandes de la Redacción, de las primeras horas, dos campeones del Periodismo con mayúsculas, cada uno a su manera, abandonaron este mundo de ruido y de tabaco y de gritos y de máquinas rebeldes y de ordenadores y de algoritmos y nos dejaron aquí solos con las lágrimas o las luchas o las incertidumbres de la conjugación más difícil del oficio: la que proviene de la palabra futuro.

Esos dos compañeros se llaman Joaquín Prieto y Miguel Ángel Bastenier
 Uno era el dato, la exactitud, la búsqueda de la información como la utopía perfecta.
 Y el otro era el periodista de todas las cosas que vivió hasta el final, como su compañero, sintiendo que era inmortal, igual que su oficio.
 Estamos ante el 4 de mayo. 4 de mayo de 2017.
 No es, no puede ser, como el 4 de mayo de todos los años. Es el 4 de mayo sin Joaquín Prieto, sin Miguel Ángel Bastenier. 
Dos periodistas. 
Su magisterio moral, su ejemplo, alivia su ausencia.
 Dos disparos mortales contra el alma del oficio.

Louis Vuitton, el imperio de lo único....................Carmen Mañana..

La personalización constituye la tendencia clave en el lujo actual. y Louis Vuitton es su maestro. entramos en su taller más exclusivo.
BEBER CHAMPÁN en un vaso de agua le resultaba simplemente intolerable.
 Y cada vez que volaba se veía obligada a hacerlo.
 ¡Incluso en primera clase! Incapaz de seguir aguantando semejante aberración, decidió encargar a Louis Vuitton un pequeño maletín para transportar dos buenas y esbeltas copas de cristal. 
Así, cada vez que la azafata descorchaba una botella de Möet & Chandon, ella podía sacar su propia cristalería y disfrutar civilizadamente de las burbujas.
Patrick-Louis Vuitton, tataranieto del fundador de la mítica firma francesa, rememora esta anécdota ante unos interlocutores con la mandíbula desencajada por la impresión.

 Se trata, puntualiza, de una de las misiones más exóticas que se le han encomendado al taller de pedidos especiales que dirige desde hace 30 años. 
“Pero no es la más rocambolesca”, concluye. Imposible reprimir la imaginación. 

Trabajo de fabricación de una pieza de equipaje. Caterina Barjau
Sentado en una butaca con su pipa, mantiene a la audiencia en vilo antes de acogerse al secreto profesional, tan fuerte como el confesión. 
Estamos en el salón de la casa familiar de los Vuitton en Asnières-sur-Seine, una bucólica comuna al noroeste de París que Vincent van Gogh retrató en varias de sus obras.
En el taller de pedidos especiales se realizan baúles para transportar “desde un Stradivarius hasta un patito de goma”
El fundador de la marca escogió esta localidad porque, al igual que la capital, está surcada por el río Sena y a través de él podía transportar de forma segura la madera con la que elaboraba sus famosos baúles y cajas de viaje. 
El éxito de la pequeña tienda que había inaugurado en 1854 en la Rue des Capucines requería una fábrica más grande.
 Y allí la construyó ocho años después junto a su hogar, un palacete de dos plantas que estuvo habitado por los Vuitton hasta la muerte de Josephine, la nuera del creador, en 1964. La coqueta factoría, que puede controlarse a través de las celosías del salón, acoge hoy el taller de pedidos especiales, donde se realizan por encargo baúles y maletas para “transportar desde un Stradivarius hasta un patito de goma”, según resume su director. 
Se trata de la división más exclusiva dentro una de las marcas más exclusivas del mundo.
 La joya de la corona de esa gran locomotora de la industria de la moda que es Louis ­Vuitton; una compañía valorada, según la revista Forbes, en casi 26.000 millones de euros.


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Herramientas y proceso de elaboración artesanal de baúles. / CATERINA BARJAU 
 
Ese pequeño germen del imperio Vuitton y donde hoy trabajan 180 personas sitúa a la firma como pionera y referente de una de las tendencias fundamentales del lujo actual: la personalización.
 “Siempre ha sido necesaria. Conservo un archivador de mi abuelo con todas las anotaciones técnicas y detalles de las customizaciones”, apunta el director.
 Está en el origen mismo de la marca: Louis Vuitton se convirtió en uno de los artesanos más famosos de Francia por ser el único en el que la emperatriz Eugenia de Montijo confiaba para embalar sus suntuosas telas.

El número de millonarios ha crecido un 121% en el mundo desde el año 2000, hasta alcanzar los 32,9 millones de personas
Dos siglos después, la personalización resulta clave para el futuro de un sector que vive uno de sus mayores cambios estructurales. 
Su razón de ser permanece inmutable: conseguir que el consumidor se sienta único, especial. 
Pero, en contra de lo que cabría esperar, el mercado actual –salvajemente consumista hasta llegar a veces al paroxismo– desafía sus planteamientos tradicionales.
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Patrick-Louis Vuitton, tataranieto del fundador de la marca francesa y director del departamento de pedidos especiales. Caterina Barjau
El precio del bolso Petit Malle –un pequeño baulito que también se elabora artesanalmente en Asnières– ronda los 3.750 euros, y aunque para el común de los mortales resulte simplemente inalcanzable, cada vez hay más personas que pueden poseerlo.
 El número de millonarios en le mundo ha crecido un 121% desde el año 2000, hasta alcanzar los 32,9 millones.
 De estos, 140.000 individuos acumulan patrimonios superiores a los 50 millones de dólares (unos 47 millones de euros), según datos extraídos del Informe de riqueza mundial 2016 de Credit Suisse.
La pregunta se formula por sí sola: ¿cuando el lujo se vuelve masivo deja de ser exclusivo?
 La respuesta de algunas marcas consiste en vender objetos y servicios aún más caros y, por tanto, menos accesibles; la de otras, en ofrecer productos que se adapten a las necesidades y deseos concretos de cada cliente. 
Muchas combinan ambas. 
Hipocresía o mentalidad empresarial, según quien juzgue.
 
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Proceso para la elaboración artesanal de baúles. /CATERI
La segunda opción, la personalización, cruza transversalmente el sector del lujo. 
Desde la sastrería a medida, por la que grandes firmas como Gucci o Ermenegildo Zegna han decidido apostar este año, hasta la cosmética.
 Carolina Herrera, por ejemplo, acaba de lanzar una línea de perfumes y aceites de alta gama (su precio supera los 200 euros) pensados para que el consumidor los combine como un alquimista y cree su propia fragancia a la carta.

“El ‘see now, buy now’ (lo veo, lo compro) está bien para adquirir un paquete de tabaco, no un producto de lujo”
Patrick-Louis Vuitton asegura que la supervivencia de su excepcional taller no responde a ninguna decisión estratégica ni de marketing.
 “Es tan solo un plus que les ofrecemos a nuestros clientes”.
 Tampoco pretende captar a esos compradores que buscan diferenciarse del resto de consumidores del lujo: el vértice de la pirámide de la exclusividad.
 Pero lo hace. Y eso los convierte en maestros de la personalización para regocijo de Delphine Arnault, directora de la firma e hija de Bernard Arnault, el empresario francés que erigió el conglomerado de empresas de lujo más grande del mundo –Louis Vuitton Möet Hennessy– a partir de la fusión en 1987 de la firma parisiense y la compañía productora de champán y coñac que le da sus dos últimos nombres.

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La casa familiar y la factoría que Louis Vuitton construyó en 1862 en Asnières-sur-Seine. Caterina Barjau

Desde entonces, el mercado del lujo se ha transformado con la incorporación de países emergentes como Rusia y China y el desembarco de los millennials, pero, según Vuitton, el perfil de su cliente no ha variado.
 “Siente la misma necesidad de llevar consigo cosas que valora.
 Solo han cambiado los hábitos, los objetos con los que viajan. 
 Antes eran libros y ahora tabletas. Fin”, resume.
 En su catálogo aumenta el número de preciosos baúles diseñados para atesorar consolas o equipos de música digitales, pero se mantienen los joyeros o baúles escritorios.
 También hay lugar para excentricidades como minicasinos portátiles con ruleta incluida, porque nunca se sabe dónde pueden sorprenderle a uno las ganas de apostarlo todo al negro. 
La imaginación del ser humano, como su ego, no tiene límites y el trabajo de Patrick-Louis Vuitton, que presume de poder construir con sus manos cualquier modelo de baúl, consiste en lidiar con ambos.
 “No siempre es fácil”. Solo recuerda un cliente insatisfecho: la editora de una importante publicación internacional. 
“Me pidió un bolso, pero yo no quería hacerlo. 
Todo el mundo insistió y finalmente accedí. 
Cuando estuvo terminado, se lo llevé personalmente y me dijo que era horrible.
 Le respondí: ‘Te lo advertí”, se ríe.
 La personalización podría ser una vertiente del psicoanálisis.
 “El director de un banco muy importante, un tipo que tomaba a diario decisiones que comprometían miles de millones de euros, llamaba a su madre cada vez que tenía que escoger el color de sus maletas. 
No podía hacerlo sin ella”, recuerda. 
Asnières también representa el legado artesanal de una de las marcas más plagiadas del mundo.
 Tras sus celosías se custodia la esencia original de la firma, el savoir faire que comenzó a fraguarse cuando, con solo 13 años, Louis Vuitton huyó de su casa de Anchay, en la región de Jura. 
Tardó dos años en llegar a pie hasta París y a lo largo de este trayecto trabajó en platerías, carpinterías y fábricas textiles.
 Toda esta experiencia se materializó en su revolucionaria creación: un baúl recubierto por una lona impermeable y con la tapa plana –hasta ese momento eran en su mayor parte curvas–, lo que permitía apilarlo con mayor facilidad. 
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Un baúl perteneciente al modisto Paul Poiret (1879-1944). Caterina Barjau
 
En la actualidad, la marca posee 12 talleres artesanales –uno de ellos en Barcelona–, pero es en el de Asnières donde se concentran las manos “especialmente habilidosas”.
 Un pequeño grupo de trabajadores de todas las edades elabora con paciencia monacal los más de 400 encargos que salen de media al año.
 Está prohibido entrar con cámaras y, además de cierto misterio, se respira calma y concentración.
 Parece una gran sala de manualidades: mientras una mujer de mediana edad forra de cuero el interior de un cajón, un chico tatuado hasta los nudillos elige el cierre de un maletín de apariencia estándar pero que esconde un doble fondo para documentos, tal y como ha pedido su futuro propietario: T. H., según las iniciales pintadas en la tapa. 
El tiempo de elaboración varía según la dificultad y el tamaño de la pieza, pero suele rondar los ocho meses. 
En Asnières no hay prisas. “Esperar es necesario” y además, según Vuitton, excitante. 
“Sucede como cuando estas en un restaurante y sabes que el plato que te espera es glorioso: miras el reloj todo el rato.
 Es la emoción de la impaciencia. 
Pero no puedes acelerar los tiempos de producción: para diseñar, para que llegue la piel perfecta, para que seque la cola”, argumenta. 
Esta actitud define de nuevo una estrategia decimonónica, en las antípodas del supuestamente moderno see now, buy now (lo veo, lo compro), que lleva los diseños a las tiendas inmediatamente después de presentarlos. 
“Me parece bien para adquirir un paquete de tabaco, pero no un producto de lujo”.