BEBER CHAMPÁN en un vaso de agua le resultaba simplemente intolerable.
Y cada vez que volaba se veía obligada a hacerlo.
¡Incluso en primera clase! Incapaz de seguir aguantando semejante aberración, decidió encargar a Louis Vuitton un pequeño maletín para transportar dos buenas y esbeltas copas de cristal.
Así, cada vez que la azafata descorchaba una botella de Möet & Chandon, ella podía sacar su propia cristalería y disfrutar civilizadamente de las burbujas.
Patrick-Louis Vuitton, tataranieto del fundador de la mítica firma francesa, rememora esta anécdota ante unos interlocutores con la mandíbula desencajada por la impresión.
Se trata, puntualiza, de una de las misiones más exóticas que se le han encomendado al taller de pedidos especiales que dirige desde hace 30 años.
“Pero no es la más rocambolesca”, concluye. Imposible reprimir la imaginación.
Estamos en el salón de la casa familiar de los Vuitton en Asnières-sur-Seine, una bucólica comuna al noroeste de París que Vincent van Gogh retrató en varias de sus obras.
En el taller de pedidos especiales se realizan baúles para transportar “desde un Stradivarius hasta un patito de goma”
El éxito de la pequeña tienda que había inaugurado en 1854 en la Rue des Capucines requería una fábrica más grande.
Y allí la construyó ocho años después junto a su hogar, un palacete de dos plantas que estuvo habitado por los Vuitton hasta la muerte de Josephine, la nuera del creador, en 1964. La coqueta factoría, que puede controlarse a través de las celosías del salón, acoge hoy el taller de pedidos especiales, donde se realizan por encargo baúles y maletas para “transportar desde un Stradivarius hasta un patito de goma”, según resume su director.
Se trata de la división más exclusiva dentro una de las marcas más exclusivas del mundo.
La joya de la corona de esa gran locomotora de la industria de la moda que es Louis Vuitton; una compañía valorada, según la revista Forbes, en casi 26.000 millones de euros.
“Siempre ha sido necesaria. Conservo un archivador de mi abuelo con todas las anotaciones técnicas y detalles de las customizaciones”, apunta el director.
Está en el origen mismo de la marca: Louis Vuitton se convirtió en uno de los artesanos más famosos de Francia por ser el único en el que la emperatriz Eugenia de Montijo confiaba para embalar sus suntuosas telas.
El número de millonarios ha crecido un 121% en el mundo desde el año 2000, hasta alcanzar los 32,9 millones de personas
Su razón de ser permanece inmutable: conseguir que el consumidor se sienta único, especial.
Pero, en contra de lo que cabría esperar, el mercado actual –salvajemente consumista hasta llegar a veces al paroxismo– desafía sus planteamientos tradicionales.
El precio del bolso Petit Malle –un pequeño baulito que también se elabora artesanalmente en Asnières– ronda los 3.750 euros, y aunque para el común de los mortales resulte simplemente inalcanzable, cada vez hay más personas que pueden poseerlo.
El número de millonarios en le mundo ha crecido un 121% desde el año 2000, hasta alcanzar los 32,9 millones.
De estos, 140.000 individuos acumulan patrimonios superiores a los 50 millones de dólares (unos 47 millones de euros), según datos extraídos del Informe de riqueza mundial 2016 de Credit Suisse.
La pregunta se formula por sí sola: ¿cuando el lujo se vuelve masivo deja de ser exclusivo?
La respuesta de algunas marcas consiste en vender objetos y servicios aún más caros y, por tanto, menos accesibles; la de otras, en ofrecer productos que se adapten a las necesidades y deseos concretos de cada cliente.
Muchas combinan ambas.
Hipocresía o mentalidad empresarial, según quien juzgue.
La segunda opción, la personalización, cruza transversalmente el sector del lujo.
Desde la sastrería a medida, por la que grandes firmas como Gucci o Ermenegildo Zegna han decidido apostar este año, hasta la cosmética.
Carolina Herrera, por ejemplo, acaba de lanzar una línea de perfumes y aceites de alta gama (su precio supera los 200 euros) pensados para que el consumidor los combine como un alquimista y cree su propia fragancia a la carta.
“El ‘see now, buy now’ (lo veo, lo compro) está bien para adquirir un paquete de tabaco, no un producto de lujo”
“Es tan solo un plus que les ofrecemos a nuestros clientes”.
Tampoco pretende captar a esos compradores que buscan diferenciarse del resto de consumidores del lujo: el vértice de la pirámide de la exclusividad.
Pero lo hace. Y eso los convierte en maestros de la personalización para regocijo de Delphine Arnault, directora de la firma e hija de Bernard Arnault, el empresario francés que erigió el conglomerado de empresas de lujo más grande del mundo –Louis Vuitton Möet Hennessy– a partir de la fusión en 1987 de la firma parisiense y la compañía productora de champán y coñac que le da sus dos últimos nombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario