La maquinaria de un reloj de cuerda es una escultura que no es una escultura.
Una bicicleta es una escultura que no es una escultura.
Una grúa es una escultura que no es una escultura.
Un semáforo es una escultura que no es una escultura.
Un cuchillo de cocina es una escultura que no es una escultura.
Lo mismo podríamos decir del tenedor o la cuchara.
Todo esto por hablar de objetos creados por el hombre, pero la naturaleza está llena también de esculturas: un árbol, un gato, un rinoceronte, un águila son esculturas sin voluntad de serlo, lo mismo que el aparato respiratorio de cualquiera de nosotros.
Su belleza proviene de su funcionalidad y de su economía, igual que la de
la maquinaria del reloj de cuerda.
La belleza es, pues, un efecto
secundario.
Todo lo que funciona es bello, incluida una modesta pinza de
la ropa.
La escritura es buena cuando resulta eficaz; nos conmueve
cuando funciona. La funcionalidad es anterior a la belleza.
Fíjense de
nuevo en la imagen del motor cuya simetría sugiere una aspiración de
orden moral.
He ahí lo que distingue a las esculturas creadas por la
naturaleza de las creadas por el hombre: las primeras pretenden
representar a la naturaleza; las segundas no representan nada porque les
basta con presentarse.
Presentación y representación: tal es la
diferencia.