Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 abr 2017

La belleza es un efecto colateral...........................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
ESTA ESCULTURA no es una escultura, es un motor. La mayoría de las esculturas que nos rodean no son esculturas, son objetos funcionales. 
La maquinaria de un reloj de cuerda es una escultura que no es una escultura. 
Una bicicleta es una escultura que no es una escultura. 
Una grúa es una escultura que no es una escultura. 
Un semáforo es una escultura que no es una escultura. 
Un cuchillo de cocina es una escultura que no es una escultura.
 Lo mismo podríamos decir del tenedor o la cuchara. 
Todo esto por hablar de objetos creados por el hombre, pero la naturaleza está llena también de esculturas: un árbol, un gato, un rinoceronte, un águila son esculturas sin voluntad de serlo, lo mismo que el aparato respiratorio de cualquiera de nosotros.
 
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Daimler AG

El inventor del motor de la fotografía no lo diseñó para que fuera bello, sino para que funcionara ocupando el mínimo espacio posible.  
Su belleza proviene de su funcionalidad y de su economía, igual que la de la maquinaria del reloj de cuerda.
 La belleza es, pues, un efecto secundario. 
Todo lo que funciona es bello, incluida una modesta pinza de la ropa.
 La escritura es buena cuando resulta eficaz; nos conmueve cuando funciona. La funcionalidad es anterior a la belleza.
 Fíjense de nuevo en la imagen del motor cuya simetría sugiere una aspiración de orden moral. 
He ahí lo que distingue a las esculturas creadas por la naturaleza de las creadas por el hombre: las primeras pretenden representar a la naturaleza; las segundas no representan nada porque les basta con presentarse.
 Presentación y representación: tal es la diferencia. 
 
 

Vecinos pobres y vecinos ricos..............................Rosa Montero...

En situaciones de necesidad, ayudar al prójimo puede salvarte de la muerte. Pero otros rasgos emergen cuando mejoran las condiciones.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
CONOZCO a un guerrero de la existencia a quien un accidente dejó en una silla de ruedas hace dos años.
 Difumino sus datos porque no quiere ser reconocido, pero diré que vive solo y que en el portal de su casa hay un tramo insalvable de nueve escalones.
 Desde que perdió la movilidad, este hombre viene pidiendo algo a lo que tiene derecho: que la comunidad de vecinos convierta ese portal en practicable. 
Siempre le han contestado que la comunidad estaba en números rojos e incluso le han acusado de ser egoísta e irrazonable. 
Ahora me acabo de enterar de que por fin van a empezar las obras de acondicionamiento, tras haberle tenido casi dos años encerrado. Y ha sido afortunado, porque es un hombre culto y capaz de luchar por sus derechos.
 Hay en este país muchos ancianos desamparados a los que comunidades de vecinos despiadadas mantienen prisioneros porque se niegan a poner un ascensor o a colocar una silla.
 Son viejos condenados a cadena perpetua.
 El caso más atroz me lo contaron hará unos quince años y ya escribí sobre ello: en un edificio antiguo se instaló un ascensor que había sido pagado por la mitad de los vecinos.
 Quienes costearon el proyecto decidieron poner una llave para que la cabina sólo pudiera ser utilizada por ellos; y entre quienes se quedaron sin acceso estaba un anciano de economía modestísima, que vivía en el cuarto, carecía de familia y tenía que caminar con andador. 
Me lo imagino al pobre atrapado para siempre en su casa y escuchando el zumbido del montacargas. Si eso no es el infierno, se parece mucho.


Por pura coincidencia, una amiga de Facebook, Rosa Saugar Martín, acaba de dejar al hilo de otro ar­tículo un comentario que tiene mucho que ver con todo esto.
 Cuenta Rosa que, cuando ella era niña, en la casa en donde vivía había un anciano sin familia al que iban a llevar al asilo. 
En el edificio eran tan sólo catorce vecinos y entre todos evitaron que el hombre tuviera que irse de su hogar; organizaron turnos y le lavaban, le daban de comer, adecentaban su piso y le acompañaban: “Pasó sus últimos años lleno de cuidados y cariño”. 
Rosa nació en 1952, “en esos años grises y represores en los que llevabas la tristeza a la espalda cual mochila”, y tuvo, explica, una infancia muy difícil. 
Y, con preciosa elocuencia, añade: “Aunque es cierto que la solidaridad que se desarrolló en los barrios obreros pobres, por purita supervivencia, fue como una enredadera creciendo de casa en casa”.
Sin duda Rosa ha puesto el dedo en lo esencial: el nivel económico. El edificio del hombre accidentado es un buen inmueble: gente con dinero, aunque la comunidad estuviera en números rojos.
 Y seguramente quienes pusieron el ascensor con llaves tenían unos ingresos más que suficientes.
 Numerosos estudios parecen demostrar en todo el mundo que hay una correlación positiva entre la solidaridad más básica y la pobreza, así como el efecto contrario: que los ricos tienden a ser menos empáticos.
 Por ejemplo, en el perfil del voluntariado español ganan por goleada las mujeres de economía modesta. 
Una siente la tentación de deducir que los pobres son buenos y los ricos un asco, un tópico que a veces la realidad parece empeñada en confirmar. 
Pero la vida es algo mucho más complejo y me temo que sobre todo se trata de un rasgo evolutivo. 
También en esto atinó Rosa: “Por purita supervivencia”. Qué inquietante animal es el ser humano: en situaciones de extrema necesidad, ayudar al prójimo es un contrato no escrito que puede salvarte de la muerte. 
Pero luego, cuando las condiciones mejoran, emergen otros rasgos: la avaricia, el egocentrismo, el deseo de no enterarte de la penuria ajena para no empañar tu bienestar, la soberbia de pensar que nosotros nos lo merecemos y los otros no, la ignorancia que todo eso conlleva… 
Son trampas obvias, como la de creer que somos tolerantes porque apoyamos a quienes piensan como nosotros (pero nos sulfuramos con quienes piensan distinto), y sin embargo caemos una y otra vez en ellas.
 En fin, quizá la única vía de superar la estrecha necedad de nuestra condición sea esforzarnos por ponernos siempre en el lugar del otro.

Generaciones de mastuerzos................................Javier Marías

Llamarle la atención a alguien por algo mal hecho o molesto para los demás equivale hoy a jugarse el cuello.
Javier Marías
TENGO UN vago recuerdo de una viñeta de Forges que quizá cuente veinte o más años.
 La escena era algo así: un niño, en una playa, se dispone a cortarle la mano a un bañista dormido con unas enormes tijeras; alguien avisa al padre de la criatura –“Pero mire, impídaselo, haga algo”–, a lo que éste responde con convencimiento: “No, que se me frustra”.
Hace veinte o más años ya se había instalado esta manera de “educar” a los críos.
 De mimarlos hasta la náusea y nunca prohibirles nada; de no reñirlos siquiera para que no se sientan mal ni infelices; de sobreprotegerlos y dejarlos obrar a su antojo; de permitirles vivir en una burbuja en la que sus deseos se cumplen; de hacerles creer que su libertad es total y su voluntad omnipotente o casi; de alejarlos de todo miedo, hasta del instructivo y preparatorio de las ficciones, convenientemente expurgadas de lo amenazante y “desagradable”; de malacostumbrarlos a un mundo que nada tiene que ver con el que los aguarda en cuanto salgan del cascarón de la cada vez más prolongada infancia.
Sí, hace tanto de esta plaga pedagógica que muchos de aquellos niños son ya jóvenes o plenos adultos, y así nos vamos encontrando con generaciones de cabestros que además irán en aumento.
 Ya es vieja, de hecho, la actitud insólita de demasiados adolescentes, que, en cuanto se desarrollan y se convierten en tipos altos y fuertes (habrán observado por las calles cuántos muchachos tienen pinta de mastuerzos), pegan a sus profesores porque éstos los han echado de clase o los han suspendido; o pegan a sus propios padres porque no los complacen en todo o intentan ejercer algo de autoridad, tarde y en vano. 
Pero bueno, con los adolescentes cabe la esperanza. 
Es una edad difícil (y odiosa), es posible que una vez dejada atrás evolucionen y se atemperen. 
Lo grave y desesperante es que son ya muchos los adultos –hasta el punto de ser padres– que se comportan de la misma forma o peor incluso. 
También hace tiempo que leemos noticias o reportajes en los que se nos informa de padres y madres que pegan a los profesores porque éstos han castigado a su vástago tras recibir un puñetazo del angelito;
 o que agreden a médicos y enfermeras si consideran que no han sido atendidos como se merecen.
 Semanas atrás supimos de las reyertas de progenitores varios en los campos de fútbol infantil en los que sus hijos ensayan para convertirse en Messis y Cristianos: palizas a los pobres árbitros, peleas feroces entre estos pueriles padres-hinchas, amenazas a los entrenadores por no alinear a sus supuestos portentos .

Por las mismas fechas salió en televisión el caso de un dueño de perro de presa (resultan una especie peligrosa, los dueños adoradores de sus animales) al que un señor reconvino por llevarlo suelto.

 La respuesta del tal dueño fue furibunda: noqueó al señor y, una vez éste caído, se hartó de darle patadas por doquier, cabeza incluida, y lo mandó al hospital, qué menos.
 Y hay diputados talludos que llevan estampado en su camiseta a un “mártir” correligionario que le dio una tunda a un socialista y está por ello condenado.

"Lo grave y desesperante es que son ya muchos los adultos –hasta el punto de ser padres– que se comportan de la misma forma o peor incluso"

Se habrán percatado ustedes de que llamarle la atención a alguien por algo mal hecho o molesto para los demás, o por una infracción de tráfico, equivale hoy a jugarse el cuello.

 (No digamos defender a una mujer a la que se está maltratando o, dicho peor y a las claras, inflando a hostias.)
 Es frecuente que el infractor, el que comete una tropelía o impide dormir a sus vecinos, lejos de recapacitar y disculparse, monte en cólera y le saque una navaja o una llave inglesa al ciudadano cívico y quejoso. 
Mi sobrina Clara, hace meses, cometió el “error” de pedirle educadamente a una mujer que bajara un poco el volumen de la atronadora música que obligaba a padecer a los pasajeros de un autobús: le cayó una buena, no sólo por parte de la mujer, sino de otros viajeros igual de bestias.
 El conductor, por supuesto, se hizo al instante invisible, como se lo hacen asimismo los guardias municipales madrileños ante cualquier altercado del que prevén que pueden salir descalabrados. 
Todo el mundo se achanta ante el matonismo reinante. Es comprensible en los ciudadanos.
 No en los policías y guardias, porque se les paga para proteger a los pacíficos y cumplidores de los desmanes de los violentos y coléricos.
¿Cómo es que hay tantos hombres y mujeres hechos y derechos con esas actitudes cenútricas?
 Me temo que son los coetáneos, ya crecidos, de aquel niño de Forges.
 Gente a la que nunca, a lo largo de la larga infancia, se le ha llevado la contraria ni se le ha frenado el despotismo. 
“Hago lo que me da la gana y nadie es quién para pedirme a mí nada, ni que baje el volumen ni que lleve sujeto a mi perro-killer”. Como esa forma de “educar” sigue imperando y aun va a más (hay quienes propugnan que los niños han de ser “plenamente libres” desde el día de su nacimiento), prepárense para un país en el que todas las generaciones estén dominadas por mastuerzos iracundos y abusivos.
 La verdad, dan pocas ­ganas de llegar vivo a ese futuro.

29 abr 2017

Marina Danko vendió sus joyas para sobrevivir

Vendió una sortija de brillantes por 3.000 euros para mantener a su hijo pequeño.

Marina Danko ha sufrido penurias económicas desde que se separó de...
Marina Danko ha sufrido penurias económicas desde que se separó de Palomo Linares GTRES
Uno de los episodios más duros en la vida de la ex de Sebastián Palomo Linares fue el día que tuvo que malvender una de sus joyas más preciadas para poder comer. Marina Danko (60 años) tuvo que desprenderse de una sortija de brillantes para percibir una cantidad muy inferior al valor de la joya.
 La necesidad apretaba en aquellos momentos y no tuvo otra opción. El anillo era un tú y yo con dos potentes brillantes.
Según ha podido saber LOC, la joya era muy querida por Danko pero en aquel momento su prioridad era mantener a su hijo menor, quien se encontraba estudiando en la universidad. 
Fue una mala venta para sobrevivir tanto la protagonista como su vástago. 
 Un negocio impensable en otro momento, pero la situación era complicada. 
El valor de la pieza es difícil de calcular aunque podría haber alcanzado en aquel momento los 20.000 euros.
 Un precio muy superior por el que se desprendió: 3.000 euros fue la cantidad que la nueva poseedora le entregó a Marina Danko.
 «Yo le di esa cantidad porque Marina lo necesitaba para ese instante
. Si hubiera sido una huraña le hubiese entregado mucho menos dinero porque Marina precisaba ese dinero en ese momento. La situación que atravesaba era terrible. Estaba una mano delante y otra detrás», aclara la nueva propietaria.
LOC también ha hablado con Marina Danko: «Lo que no hablé en su momento no lo voy a hablar ahora. Mi vida en este momento tiene sosiego y baile», asegura.
 La que fuera esposa del matador Palomo Linares no quiere aclarar nada de su pasado porque atraviesa su momento más dulce. Danko forma parte del equipo del programa Mira quién baila de TVE e intenta ser feliz. Pero los últimos años han sido durísimos para la colombiana.
 El 5 de agosto de 2011 comenzó un calvario que la llevó a la situación de vender su joya más querida para poder comer. Ese día, su hijo mediano Miguel y su entonces mujer Marta González la recogieron de la finca familiar El Palomar para depositarla en un piso en el centro de Madrid. 
Marina Danko abandonó el hogar tras ser echada por su marido. La ex modelo llevaba lo puesto y una joya. 
 La pieza que le permitió vivir unas semanas. No sacó nada más de su domicilio familiar por aquel entonces. Es la primera noche que pernoctó en lo que se convertiría en su nuevo hogar pero no como propietaria de la vivienda porque está a nombre de su hijo Miguel, que mantiene una estrecha relación con su padre.  
Los hijos están divididos en bandos. Miguel con Palomo Linares y Sebastián con la madre.
 El menor, Andrés, vive al margen.