Una lectura de la novela 'Tierra de campos', de David Trueba.
Portada de 'Tierra de campos'.
David Trueba
ha contado, con humor y melancolía, con dolor y con sabia ligereza, la
vida de un músico de rock y de sus amigos desde que alumbran, en el
colegio, la idea de crear un grupo hasta que la vida les enseña los
dientes. El protagonista, el que lo cuenta, es Dani Campos, al que todos
conocen como Dani Mosca, el líder de ese conjunto, que se llama Las
Moscas. Porque vienen de la mierda. Pronto Tierra de Campos
es la historia de personas de carne y hueso que hemos visto en los
escenarios, de los que conocemos historias reales y que son, como el
protagonista de aquella canción de Enrique Urquijo, Era un pueblo con mar,
grandes arriba pero vulgares al bajarse de cualquier escenario. Es la
historia de una época que parecía pletórica; la droga y otros afectos
descuidados del tiempo la dejaron en los huesos. Y no fue una historia
vulgar porque prosigue como espejo de una época que es también la cara
cantada de este país.
Esta canción de Dani Mosca que va componiendo David Trueba
se vuelve triste porque el amor se desvía, y no solo una vez sino
muchas veces. Pero sobre todo porque ese afecto sobrevenido por la droga
y el alcohol, al que él se resiste, se lleva al líder espiritual del
grupo, al más dotado para la organización del ritmo y también para darle
a las letras de Dani el aliento que finalmente convierte al grupo en un
suceso musical. Ese personaje, Gus, dibujado con cariño excepcional por el
novelista, es un retrato acabado de todas las cualidades y desvaríos de
los protagonistas de los escenarios musicales que tenemos cerca, muertos
y vivos. Son invitados especiales a la novela
y la llenan con aquella plenitud que representan sus canciones (las que
Trueba inventa en la ficción y las que recordamos de la realidad) y que
fueron reflejo de la ansiedad por hacer que la vida no se acabara
nunca. Mientras, la droga subía y bajaba por las escaleras de los bares
aireados o por los tugurios y en la vida pasó lo que fatalmente ocurre
al final de los toboganes.
No es imposible rastrear nombres propios en esa trayectoria
de Dani Mosca, que representa por sí solo un tiempo y una música; de
hecho, Trueba cita algunos de esos nombres, o insinúa sus historias
reales. Joan Manuel Serrat,
por ejemplo, es artista invitado en la novela con su nombre propio, y
en esa aparición fugaz, pero decisiva en la historia musical de Dani
Mosca, está tan bien representado como todos los numerosos personajes de
esta novela que se lee con la melancolía que queda después del amor y
del dolor. Serrat habla como Serrat, se expresa por teléfono como
Serrat. Y es Serrat, solo que de ficción: con la misma verosimilitud
Trueba pone a vivir a todos los numerosos personajes ficticios de su
novela. Como lo que Mosca y los suyos buscan en esa vida cuyo
esplendor será efímero, Trueba les pone delante la realidad, la
enfermedad o la muerte, los orígenes inciertos, los enamoramientos, las
despedidas. Entre esos elementos que la realidad le presta para que esas
ensoñaciones de la juventud hallen el correspondiente correctivo en la
vida hay uno muy principal: el padre de Dani, un personaje sacado de las
catacumbas del franquismo. Su protagonismo es tan imprescindible que su
presencia imperiosa se acrecienta después de su muerte. Esa peripecia
del ataúd del padre cruzando Tierra de Campos para ser otra vez
enterrado en el pueblo (Garrafal de Campos) donde había nacido, merece
estar entre las mejores creaciones (de la literatura, del cine) del
mundo que viene de la genialidad de Enrique Jardiel Poncela o de Rafael Azcona (amigo y maestro de Trueba, al que también este evoca en la novela). El libro es, sobre todo, una narración sobre la amistad. De
la infancia a la nada. En los momentos en que la adolescencia redobla
todas las pasiones, la amistad las atempera y las vivifica como símbolos
de lo que pasará luego en la vida; en los instantes en que la edad ya
muestra el filo de la navaja y las pérdidas se suceden; cuando la muerte
obliga a la despedida irreversible, cuando ya no hay retorno para el
amor…, cuando sucede todo aquello que nos hace sufrir ya para siempre,
hay una mano contra otra, un saludo cómplice, un abrazo, porque el otro
te comprende o porque te necesita. Entonces ya somos “amigos nada más,
el resto es selva”. Los personajes de este libro (los jóvenes, como Dani, o como
Gus, el amigo al que la droga mata, el dandy del grupo, el verdadero
artista, el James Dean
que se volvió al frío) son todos de una edad similar; para entender el
periodo, son españoles de la generación que en 1999 tenía 39 ó 40 años,
cuando ya no era tan brillante la vida. De modo que el lector que tiene
mi edad ahora (68 años) solo vivió de refilón aquella noche prolongada
(y brillante) que se rompió por las puntas como los carteles viejos de
los conciertos. Pero debo decir que empecé riendo con la narración de David
Trueba y al final, como si un viento helado viniera con el libro,
entendí que no solo estaba hablando de esos personajes y de esas edades
sino que él estaba escribiendo en esta novela la historia de auge y
miseria de todos nosotros, también los que nacimos antes y esperábamos
que nunca acabara el último verano de nuestra juventud. Ahora ya es imposible reconstruir nada. Los pedazos están
dispersos, pero hay un núcleo que nunca deja de emitir luz: el arte de
la amistad. De ese núcleo siempre sobresale Gus, el artista, en
definitiva, también, el artista de la amistad, capaz de crear un fuego
que luego se encierra en ese saludo que precede a la exclamación: “Somos
amigos, el resto es selva”. Tierra de campos está editada por Anagrama.
La hija de María Teresa Campos ha ido
cambiando su aspecto a medida que iba adquiriendo protagonismo
mediático. Éste es su gran cambio
La vida de Carmen Borrego ha dado un giro de 180 grados en los últimos tiempos.
La hija de María Teresa Campos ha pasado de ser la componente más desconocida del clan Campos a adquirir un protagonismo que traspasa la pantalla.
Carmen está en todas partes: protagoniza el docu-reality 'Las Campos' en Telecinco, es portada de numerosas revistas y hablan de ella día sí y día también en 'Sálvame'.
Prueba de su creciente importancia mediática es que ha sido capaz de generar tramas y polémicas sin necesidad de pisar últimamente un plató de televisión. Y para prueba, la que tiene liada con Mila Ximénez.
De igual forma que su exposición mediática ha ido creciendo, su físico también ha ido cambiando.
Poco tiene que ver la Carmen Borrego que se escondía a la sombra de su
madre y de su hermana en los actos públicos a los que acudía con ellas
hace unos años, a la Carmen Borrego de ahora. La hermana de Terelu ha modificado su forma de vestir, su pelo y también su maquillaje. Carmen ha dejado atrás los colores vistosos y los estampados imposibles y ahora luce prendas mucho más elegantes de colores más suaves y sobrios. Lo mismo ha pasado con su pelo... La hija de María Teresa Campos ha cambiado el rubio platino por un color mucho más natural y en harmonía con su rostro. Carmen se ha 'naturalizado' y eso se nota también en su maquillaje. Una naturalidad que ha triunfado en el docu-reality
que comparte con su madre y su hermana.Pues me parece muy fea, la verdad y no porque sea guapa su madre ni su hermana.
Dónde está el pecado en decir que parecen excesivos los eventos religiosos estos días.
Traslado del Santísimo Cristo de la Buena Muerte realizado por los legionarios del Tercio "D.Juan de Austria" III de La Legión.Jorge ZapataEFE
Igual que hay un torero (con menos luces de las que debiera dada su
profesión) que se pregunta si para ser antitaurino hay que dejar de
ducharse, hay una España que “procesiona” (ese verbo) y que se revuelve
con furia contra quienes contemplamos abrumados desde lejos la fiebre de
los tronos, eligiendo para estos preciosos días primaverales la ciudad
más vacía y más libre de tradiciones, salvo las culinarias. Unos ven en
nosotros una falta de espiritualidad, otros, una dejación de la defensa
de nuestra civilización, que como todos sabemos está amenazada. Unos ven en nosotros una falta de espiritualidad, otros, una dejación
de la defensa de nuestra civilización, que como todos sabemos está
amenazada. Pero, a pesar de la supuesta amenaza contra la religión
católica y la cultura que de ella se desprende, las calles españolas, de
arriba abajo, se llenan de tronos estos días.
A mí lo que me provoca esto es una tremenda nostalgia. Nostalgia, sí. Porque hubo un tiempo, hará no mucho, 15 años tal vez, en que la ironía
podía ejercerse contra las creencias de otros sin ánimo a ser lapidado
con palabras que quieren ser pedradas. La ironía no era un recurso que
convirtiera al cronista en practicante de un oficio de riesgo. Recuerdo
haber leído artículos y haberlos escrito sobre el papanatismo de los
políticos que se apuntaban los primeritos a encabezar manifestaciones
religiosas. Para nuestros representantes era, así lo explicaban, una
manera de sumarse al sentir del pueblo. Y ya se sabe que cuando se habla
de “pueblo” no se admiten excepciones. Los que nos quedamos fuera somos
otra cosa, extranjeros en nuestro propio país, dado que vamos siendo
sistemáticamente excluidos de lo que cada partido entiende por “pueblo”. Yo, actualmente, siento que he entrado ya en la categoría de
alienígena, aunque por suerte emito señales que otros alienígenas
reconocen y estamos formando un grupo la mar de majo, sin llegar a la
categoría de colectivo, porque no tenemos nada en común entre nosotros
salvo que no somos pueblo, sino individuos cada uno de su padre y de su
madre. Añoro, sí, aquel pasado aún reciente en que la prosa pesaba menos, era
más ligera, y se podía una reír hasta de su sombra. En mi caso sin hacer
sangre, porque no es mi estilo, pero en estos tiempos de la ira hasta
el chiste más blanco te manda a la hoguera si hay quienes lo consideran
sacrilegio. Y cualquier cosa te convierte en sacrílega, curiosamente
todavía más aquello que se refiere a las creencias, dado que mucha gente
ha aceptado definirse por ellas, sean ideológicas o religiosas. Ay, con
lo esclarecedor que resulta que las personas se definan por sus
virtudes y sus defectos. Pero eso se ha quedado muy antiguo. Recuerdo
debates que de pronto parecen caducos porque ya hemos renunciado a
traerlos a los foros públicos, a no ser, claro, que un partido los
abandere: la pertinencia de los políticos en los actos religiosos o en
tradiciones que el presente ha puesto en entredicho. De eso estaban
llenos los periódicos entonces; ahora solo se expresa el que grita, pero
los que escribimos en un tono sosegado también entonces criticábamos
cada Semana Santa o cada verano las abusivas fiestas populares, esas
celebraciones imposibles de eludir para el no creyente, para el no
aficionado o para el que simplemente desearía disfrutar de su derecho
continuamente vulnerado a la tranquilidad. Las descalificaciones a los que no formamos parte del buen pueblo, sea
lo que se dé por bueno en cada momento, son tan ásperas, tan faltonas,
que una traga saliva antes de manifestarse, pero hay que hacerlo. Hay
que decirle al torero, por ejemplo, que el antitaurinismo no se lleva en
las pintas, es un convencimiento ético no estético, y tampoco se
reduce, no debería creerlo así, a los que salen a la calle con
pancartas; precisamente, esta es la época en que hay más gente callada
por detestar la bronca o por no exponerse, y más temas que van
convirtiéndose en tabú sepultados por la gresca y el barullo. Lo que
debería discutirse se zanja con un improperio. A mí tampoco me gusta la
bronca, pero, díganme, por los clavos de Cristo, dónde está el pecado en
decir que me parece excesiva la presencia de manifestaciones religiosas
en estos días dulces de Semana Santa. No por ello soy menos espiritual.
Ni menos limpia (de corazón).
La muerte del actor, de 27 años, ocurrió el 26 de marzo pero sus padres la han revelado ahora.
Clay Adler, en una imagen de archivo.Getty
Clay Adler (Newport Beach, California, 1989), uno de los
actores estrella del canal de televisión MTV, se suicidó delante de unos
amigos con los que había ido al desierto para hacer unas prácticas de
tiro. El joven, que había participado en el realityMake it or Break it o de Fish Tank, se disparó a la cabeza el pasado 26 de marzo, pero los hechos han sido revelados ahora por sus familiares.
El
fallecimiento del joven, de 27 años y muy poco conocido fuera de
Estados Unidos, ha causado gran conmoción en Hollywood. Su amiga
Jennifer Lawrence, a quien conoció cuando ambos comenzaban sus carreras,
ha asegurado que se siente "totalmente destrozada" por la muerte de
Adler. Adler se había ido con unos amigos a hacer prácticas de tiro
en el desierto del sur de California. Mientras estaban practicando,
volvió el arma contra sí y se pegó un tiro en la cabeza. El joven
sobrevivió hasta llegar a un hospital, donde los médicos no pudieron
hacer nada por su vida.