Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
15 abr 2017
La canción triste de Dani Mosca.......................... Juan Cruz
Una lectura de la novela 'Tierra de campos', de David Trueba.
Portada de 'Tierra de campos'.
David Trueba
ha contado, con humor y melancolía, con dolor y con sabia ligereza, la
vida de un músico de rock y de sus amigos desde que alumbran, en el
colegio, la idea de crear un grupo hasta que la vida les enseña los
dientes. El protagonista, el que lo cuenta, es Dani Campos, al que todos
conocen como Dani Mosca, el líder de ese conjunto, que se llama Las
Moscas. Porque vienen de la mierda. Pronto Tierra de Campos
es la historia de personas de carne y hueso que hemos visto en los
escenarios, de los que conocemos historias reales y que son, como el
protagonista de aquella canción de Enrique Urquijo, Era un pueblo con mar,
grandes arriba pero vulgares al bajarse de cualquier escenario. Es la
historia de una época que parecía pletórica; la droga y otros afectos
descuidados del tiempo la dejaron en los huesos. Y no fue una historia
vulgar porque prosigue como espejo de una época que es también la cara
cantada de este país.
Esta canción de Dani Mosca que va componiendo David Trueba
se vuelve triste porque el amor se desvía, y no solo una vez sino
muchas veces. Pero sobre todo porque ese afecto sobrevenido por la droga
y el alcohol, al que él se resiste, se lleva al líder espiritual del
grupo, al más dotado para la organización del ritmo y también para darle
a las letras de Dani el aliento que finalmente convierte al grupo en un
suceso musical. Ese personaje, Gus, dibujado con cariño excepcional por el
novelista, es un retrato acabado de todas las cualidades y desvaríos de
los protagonistas de los escenarios musicales que tenemos cerca, muertos
y vivos. Son invitados especiales a la novela
y la llenan con aquella plenitud que representan sus canciones (las que
Trueba inventa en la ficción y las que recordamos de la realidad) y que
fueron reflejo de la ansiedad por hacer que la vida no se acabara
nunca. Mientras, la droga subía y bajaba por las escaleras de los bares
aireados o por los tugurios y en la vida pasó lo que fatalmente ocurre
al final de los toboganes.
No es imposible rastrear nombres propios en esa trayectoria
de Dani Mosca, que representa por sí solo un tiempo y una música; de
hecho, Trueba cita algunos de esos nombres, o insinúa sus historias
reales. Joan Manuel Serrat,
por ejemplo, es artista invitado en la novela con su nombre propio, y
en esa aparición fugaz, pero decisiva en la historia musical de Dani
Mosca, está tan bien representado como todos los numerosos personajes de
esta novela que se lee con la melancolía que queda después del amor y
del dolor. Serrat habla como Serrat, se expresa por teléfono como
Serrat. Y es Serrat, solo que de ficción: con la misma verosimilitud
Trueba pone a vivir a todos los numerosos personajes ficticios de su
novela. Como lo que Mosca y los suyos buscan en esa vida cuyo
esplendor será efímero, Trueba les pone delante la realidad, la
enfermedad o la muerte, los orígenes inciertos, los enamoramientos, las
despedidas. Entre esos elementos que la realidad le presta para que esas
ensoñaciones de la juventud hallen el correspondiente correctivo en la
vida hay uno muy principal: el padre de Dani, un personaje sacado de las
catacumbas del franquismo. Su protagonismo es tan imprescindible que su
presencia imperiosa se acrecienta después de su muerte. Esa peripecia
del ataúd del padre cruzando Tierra de Campos para ser otra vez
enterrado en el pueblo (Garrafal de Campos) donde había nacido, merece
estar entre las mejores creaciones (de la literatura, del cine) del
mundo que viene de la genialidad de Enrique Jardiel Poncela o de Rafael Azcona (amigo y maestro de Trueba, al que también este evoca en la novela). El libro es, sobre todo, una narración sobre la amistad. De
la infancia a la nada. En los momentos en que la adolescencia redobla
todas las pasiones, la amistad las atempera y las vivifica como símbolos
de lo que pasará luego en la vida; en los instantes en que la edad ya
muestra el filo de la navaja y las pérdidas se suceden; cuando la muerte
obliga a la despedida irreversible, cuando ya no hay retorno para el
amor…, cuando sucede todo aquello que nos hace sufrir ya para siempre,
hay una mano contra otra, un saludo cómplice, un abrazo, porque el otro
te comprende o porque te necesita. Entonces ya somos “amigos nada más,
el resto es selva”. Los personajes de este libro (los jóvenes, como Dani, o como
Gus, el amigo al que la droga mata, el dandy del grupo, el verdadero
artista, el James Dean
que se volvió al frío) son todos de una edad similar; para entender el
periodo, son españoles de la generación que en 1999 tenía 39 ó 40 años,
cuando ya no era tan brillante la vida. De modo que el lector que tiene
mi edad ahora (68 años) solo vivió de refilón aquella noche prolongada
(y brillante) que se rompió por las puntas como los carteles viejos de
los conciertos. Pero debo decir que empecé riendo con la narración de David
Trueba y al final, como si un viento helado viniera con el libro,
entendí que no solo estaba hablando de esos personajes y de esas edades
sino que él estaba escribiendo en esta novela la historia de auge y
miseria de todos nosotros, también los que nacimos antes y esperábamos
que nunca acabara el último verano de nuestra juventud. Ahora ya es imposible reconstruir nada. Los pedazos están
dispersos, pero hay un núcleo que nunca deja de emitir luz: el arte de
la amistad. De ese núcleo siempre sobresale Gus, el artista, en
definitiva, también, el artista de la amistad, capaz de crear un fuego
que luego se encierra en ese saludo que precede a la exclamación: “Somos
amigos, el resto es selva”. Tierra de campos está editada por Anagrama.
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