Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

7 abr 2017

Videntes, al paro: no queremos conocer nuestro futuro........... Salomé García

Si no podemos evitar los desastres venideros, preferimos vivir de espaldas a la bola de cristal. Los expertos lo llaman 'ignorancia deliberada'.

 

Videntes, al paro: no queremos conocer nuestro futuro
¿Le gustaría saber cuándo va a morir? Si la respuesta es ‘no’, coincide con el 87,7% de los participantes en un estudio titulado El arrepentimiento de Casandra: la psicología de no querer saber, publicado en Psycological Review.
 Según esta entente germano-española (léase, que el estudio es un mano a mano entre el Instituto Max Planck y la Universidad de Granada), entre el 85% y el 90% de los ciudadanos no tienen ni el más remoto interés en conocer qué calamidades están por sucederles.
 Más aún, casi el 70% prefiere no saber nada de los sucesos buenos que están por llegar. 
Por si las moscas. Los expertos lo llaman "ignorancia deliberada".
Y no se trata solo de mandar al paro a los videntes de toda la vida, desde Rappel, Paco Porras, Aramís Fuster, a echadores de cartas y oteadores de bolas.
 Tampoco estamos por la labor de ponernos en manos de la ciencia para saber qué nos depara el futuro en cuanto a la salud o el amor.
Los autores del estudio apuntan varias razones para esta falta de curiosidad.
 La primera es que conocer el futuro no siempre ayuda a evitar el desastre. Si aún no hay cura para una enfermedad genética, ¿sirve de algo saber que tenemos tal o cual gen? O, peor aún, ¿querría saber qué le regalarán en Navidad cuando no puede hacer nada por cambiarlo?

Y Pepito Grillo, también

Hay otras razones para vivir de espaldas a la bola de cristal (aparte la principal: son mentira).
 Una es obvia: mantener la emoción hasta el final.
 Es la razón por la que algunos padres rehúsan conocer el sexo de sus bebés hasta el nacimiento.
 Otras causas pueden ser que, al no estar condicionados por el futuro, tomamos decisiones más espontáneas. 
Incluso más justas. Esto podría explicar por qué pocos quieren oír hablar de los psicólogos Robert Levenson y John Gottman, que desarrollaron un modelo para predecir, con bastante acierto, el porvenir de una pareja.
 ¿Acabaría con su noviazgo solo porque un par de investigadores aventuren que lo suyo está abocado al fracaso? La mayoría, no.
 Y de paso se evitan el arrepentimiento por haberse confundido, sabiendo que iba por el mal camino. 
En otras palabras: lo que realmente pasa es que nadie quiere escuchar a ese Pepito Grillo interno que nos susurra con tono de madre cabreada “te lo dije”.

Elizabeth Bishop, la poeta que nos enseñó a perder............Marta Rebón..

Elisabeth Bishop, fotografiada a los 43 años en la hacienda Samambaia. Elizabeth Bishop 
 
Tímida e introspectiva, la poeta estadounidense encontró su universo en Brasil. 
Allí construyó parte de su obra, observadora y minuciosa, y allí recibió el Pulitzer en 1956. Una biografía y una obra de teatro recuperan su figura.
 EN 1951, a la edad de 40 años, la poeta norteamericana Elizabeth Bishop parte desde Nueva York en un carguero con el deseo de dar la vuelta al mundo.
 No es una simple turista en busca de placeres e inspiración.
 Al expatriarse, anhela soltar lastre, zafarse de un pesado fardo lleno de episodios de depresión y alcoholismo, alternados con fuertes ataques de asma y brotes de eccemas, que amenaza con truncar su carrera como escritora.
 La competitiva escena literaria neoyorquina, sumada a la soledad que allí la invade, choca con su extremada timidez y fragilidad emocional marcadas por la ausencia de un padre que, muerto prematuramente, no alcanzó a presenciar su primer cumpleaños y de una madre que, hundida por el dolor, no tardó en ser internada en un manicomio y desaparecer por completo de su vida.
A partir de entonces, Elizabeth se quedará a veces a cargo de la familia paterna y otras de la materna, sin llegar a encontrar el calor de un verdadero hogar.
 De hecho, cuando vive con las hermanas de su madre, su “sádico” tío la somete a unos abusos que solo confesará décadas más tarde a su psiquiatra, como se desvela en A Miracle for Breakfast, la reciente biografía de Megan Marshall.
 No es de extrañar que, en una entrevista a The Paris Review, Bishop confesara que de niña se sentía como una invitada.
 “Creo que siempre me he sentido así”, decía. 
Marshall, aspirante a joven poeta y exalumna suya en Harvard en 1976, cuenta por correo electrónico que Bishop “no creía que se pueda enseñar a escribir y decía que los poemas, en su caso, empezaban como un misterio y una sorpresa y que los llevaba a término a base de gran esfuerzo y arduo trabajo”. 

El buque SS Bowplate, cuyo destino era Tierra de Fuego, hace su primera escala en el puerto brasileño de Santos, y la escritora la aprovecha para visitar en Río de Janeiro a una compatriota y a su pareja, Maria Carlota Costallat de Macedo Soares, con quienes había coincidido cuatro años antes en Manhattan. 
El viaje toma entonces una dirección imprevista: obligada a guardar cama durante semanas por una intoxicación virulenta, acabará por quedarse más de quince años en Brasil.
 Su anfitriona, a quien todos llaman Lota, había nacido en París y era hija de un magnate de la prensa carioca.
 Cosmopolita e implicada en la vida cultural y política de su país, le abre de par en par las puertas de su impresionante hacienda Samambaia (helecho gigante) en Petrópolis, 70 kilómetros al norte de Río de Janeiro.
 Cuando se estrecha la relación entre ambas, Costallat, arquitecta y paisajista autodidacta, manda edificar expresamente un estudio para la poeta.
 Suspendido en el aire como un mirador de cristal, se alza de espaldas a la casa, ajeno al trajín doméstico y arrullado por las aguas de un riachuelo.
 
 
 


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Retrato de Lota Costallat, hija de un magnate de la prensa brasileña y pareja de Elisabeth Bishop durante 14 años; y parte de la casa en la que vivieron juntas.  

El escritor Michael Sledge reconstruye en Cuanto más te debo (Vaso Roto, 2016) la relación sentimental entre las dos mujeres. Una historia vivida con intensidad y con desenlace trágico: Lota murió por una sobredosis –no se sabe si accidental– en una visita a su ya examante en Nueva York, en 1967. 
Durante los 14 años de vida en común, la escritora crea piezas memorables en prosa en las que recupera, por ejemplo, los ecos de su difícil infancia en Nueva Escocia (Canadá) y Massachusetts; publica su segundo poemario, Una fría primavera, premio Pulitzer en 1956, y concibe un tercero, Cuestiones de viaje (1965), en el que lanza esta pregunta:
 “¿Es falta de imaginación lo que nos obliga a venir / a lugares imaginados, en vez de quedarnos en casa?”.
 La paisajista carioca, por su parte, trabaja, infatigable, durante los últimos años de su relación, para dar a su ciudad el imponente Parque del Flamenco: un proyecto agotador que se cobrará un alto precio personal.
Todo lo que Costallat tiene de expansiva y segura lo tiene Bishop de tímida e introspectiva, pero en la combinación de esos polos opuestos surge un vínculo que transformará la vida y la obra de ambas.
 Para Bishop supuso echar raíces por primera vez en un lugar y permitirse ser merecedora del amor de alguien: “A veces parece que solo las personas inteligentes son lo suficientemente estúpidas para enamorarse y que solo las estúpidas son lo suficientemente inteligentes para dejarse amar”, escribió en un cuaderno.
 Cuando sus caminos se cruzan ­definitivamente, Bishop ya había publicado un primer poemario, Norte y sur. Sledge apunta que su “escritura era una labor tan rigurosa que llevar un poema a un punto aceptable podía llevarle años”.
 

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Imagen tomada en Brasil, donde vivió 15 años y dibujo de la casa de la hacienda Samambaia, en Petrópolis, obra de Sérgio Bernardes, donde vivió con Costallat. 2115 CON Bishop06 
 
Más que crear un mundo, como hacen muchos poetas, Bishop describe con sobriedad el que ve, sin ceder nunca al sentimentalismo, que detestaba, y parece animar sosegadamente al lector a observarlo más de cerca. 
La suya es una poesía de la percepción en la que las palabras transmiten una verdad transitoria, nunca absoluta, sin explayarse en confesiones ni verter sentencias categóricas.
 En su obra confluyen extrañamente lo impersonal con lo íntimo. Bishop rehuía las etiquetas, cualesquiera que fueran: mujer, lesbiana, modernista o norteamericana.
 Su docena de relatos y sus cuatro poemarios, uno por década desde que debutara, dan buena cuenta de la exigencia con la que afrontaba cada composición.
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La poeta, a la izquierda, con el arquitecto Harold Leeds, el director Wheaton Galentine y Lota Costallat. 
Megan Marshall, su biógrafa, cree que la popularidad de la escritora no dejará de crecer y menciona, entre otros ejemplos, la reciente obra de teatro de Sarah Ruhl, Dear Elizabeth, que condensa 800 páginas de relación epistolar entre Bishop y el también poeta Robert Lowell. 
En uno de sus mejores poemas, Bishop nos recuerda algo tan simple, a la vez que esencial, como que vivir es aprender a conjugar el verbo perder: 
 “Pierde algo cada día. Acepta el sobresalto / de las llaves perdidas, de la hora malgastada. / No es difícil dominar el arte de perder”. 
FEB 5 1979, FEB 10 1979, FEB 14 1979; Elizabeth Bishop, left and Rosemary Manell point over grapefru
la autora junto a la cocinera y escritora culinaria Rosemary Manell. 
Marshall subraya que Bishop “nos muestra que la pérdida es una experiencia universal, y al escribir tan bien sobre este tema consigue crear, paradójicamente, algo que perdura”. 
Añade que la poeta era amante del español, lengua que aprendió de adulta y a la cual se sentía unida “desde que pasó varios meses, durante la II Guerra ­Mundial, en México, donde conoció a Pablo Neruda, y que fue entonces cuando debió de saber de la existencia del poeta Miguel Hernández, cuya Elegía intentó traducir en 1970, y que sin duda influyó en la composición de su inmortal Un arte, su elegía”. 
 
 

El porqué de Diana Quer.............................. Rubén Amón

La desaparición de la joven madrileña lo reúne todo: una mujer atractiva, una familia acomodada y la sombra, improbable, del crimen doméstico.

Cien días después de haberse producido la desaparición de Diana Quer, con el transcurso del tiempo no ha sido una razón para olvidarnos de ella, sino un argumento para estimular las expectativas.
 Lo prueban los datos de audiencia y la manera en que se retroalimentan los programas, los diarios y los espectadores, en el interés que siempre han despertado las noticias de sucesos.
No todas adquieren la relevancia de Diana Quer. 
Ni todos los casos morbosos reúnen una familia acomodada, el reclamo de una mujer joven, atractiva, la oportunidad de meterse a hurgar en una casa ajena y la sospecha de un crimen doméstico.
Y no es que haya razones para localizar ningún cómplice o partícipe en la familia de la muchacha —todo lo contrario—, pero la memoria de la opinión pública tiene muy arraigados los casos de Bretón y Asunta, como si la excepción fuera la regla.
 Y como si esperáramos in extremis una confesión arrebatadora.
Se ha establecido incluso un debate nacional, un derbi, que divide la sociedad entre partidarios de la madre y del padre, al que han contribuido ellos mismos recreando la beligerancia de su divorcio. Y participándonos de intimidades —la anorexia, los antidepresivos, las luchas por la custodia, los malos tratos psicológicos— que han desviado la atención del caso a espacios marginales.
O no tan marginales, pues la acomodada familia Quer probable y cínicamente nos parece peor que la nuestra, aunque la nuestra no saldría indemne del escrutinio público si entraran las cámaras en casa y operara a su antojo el microscopio.
 Planea la desmitificación de la familia, se somete al escarnio la certeza de la célula embrionaria de la sociedad, como está ocurriendo con tantas series de ficción que resultan tan reales, incluidos los hitos de Ray Donovan, Shameless o Bloodline.

 

Cada año desaparecen en España entre 14.000 y 20.000 personas. 
 Y se diría que Diana Quer, no pretendiéndolo, representa a todas en la atención mediática y en la expectativa de la opinión pública, de forma que los investigadores han concedido al asunto un valor prioritario, no discriminando otros dosieres, pero asumiendo al tiempo una presión que lucha con el tiempo o contra el tiempo.
 Y que se expone cada día a la filtración de noticias, rumores, peritajes, especulaciones.
La resolución del caso tendría un valor catártico de propaganda, en la acepción noble del sustantivo. 
Y el escenario contrario conllevaría una frustración.
 Todo o nada, esa es la fuerza del caso Quer en su proyección de una sociedad obsesionada con el vecino.

Detenida la hermana de Diana Quer por amenazar con un palo a su madre

La joven, de 16 años, fue conducida a la comisaría de Pozuelo y prestó declaración ante la Fiscalía de Menores.

caso Diana Quer 
Diana López-Pinel, la madre de Diana María Quer, la joven desaparecida en el pueblo coruñés de A Pobra do Caramiñal. EFE

 Valeria Quer, hermana pequeña de Diana Quer —la madrileña de 18 años desaparecida el pasado verano en Galicia— ha sido detenida este jueves por la tarde en Madrid por amenazar a su madre con un palo.

 La menor, de 16 años, fue arrestada en su domicilio y trasladada sobre las 16.00 a la comisaría de Policía Nacional de Pozuelo de Alarcón.

 Una vez allí pidió que se avisara a su padre de su situación. Según fuentes policiales, no prestó declaración ante los agentes. La Fiscalía de Menores se ha encargado de su exploración, término con el que denomina el interrogatorio o declaración de los menores detenidos.

 La menor ya ha sido puesta en libertad, han explicado este viernes fuentes fiscales.

 

La madre, Diana López Pinel, llamó a la policía para denunciar que su hija estaba fuera de sí y la estaba amenazando de muerte con un palo. 
Según el relato que manejan los agentes, la menor se enfadó con su madre porque entró su habitación cuando ella estaba con su novio. Cuando la patrulla policial llegó a la vivienda, situada en Pozuelo de Alarcón, encontraron la casa revuelta y varios cristales rotos.
La custodia de Valeria Quer pasó al padre de las chicas días después de la desaparición de su hermana mayor el pasado 22 de agosto en la localidad coruñesa de A Pobra do Caramiñal. 
El Juzgado de Instrucción Número 2 de Ribeira llamó a la madre a declarar en calidad de investigada y posteriormente se inhibió a favor de un juzgado de Pozuelo de Alarcón, donde está el domicilio de la familia.
Los padres de las chicas estaban separados desde hace años.
 La exposición mediática del caso Quer sacó a la luz también las constantes discusiones que había entre madre e hijas.
 Cuando el juez otorgó la custodia al padre, él evitó comentarios negativos sobre su expareja pero aseguró que su hija pequeña necesitaba tranquilidad y equilibrio. 
Valeria había publicado tras la desaparición de su hermana una singular carta en Facebook en la que le decía: "si apareces te juro que te mato, te mato a todos los besos y abrazos que no te he dado".