Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

7 abr 2017

Elizabeth Bishop, la poeta que nos enseñó a perder............Marta Rebón..

Elisabeth Bishop, fotografiada a los 43 años en la hacienda Samambaia. Elizabeth Bishop 
 
Tímida e introspectiva, la poeta estadounidense encontró su universo en Brasil. 
Allí construyó parte de su obra, observadora y minuciosa, y allí recibió el Pulitzer en 1956. Una biografía y una obra de teatro recuperan su figura.
 EN 1951, a la edad de 40 años, la poeta norteamericana Elizabeth Bishop parte desde Nueva York en un carguero con el deseo de dar la vuelta al mundo.
 No es una simple turista en busca de placeres e inspiración.
 Al expatriarse, anhela soltar lastre, zafarse de un pesado fardo lleno de episodios de depresión y alcoholismo, alternados con fuertes ataques de asma y brotes de eccemas, que amenaza con truncar su carrera como escritora.
 La competitiva escena literaria neoyorquina, sumada a la soledad que allí la invade, choca con su extremada timidez y fragilidad emocional marcadas por la ausencia de un padre que, muerto prematuramente, no alcanzó a presenciar su primer cumpleaños y de una madre que, hundida por el dolor, no tardó en ser internada en un manicomio y desaparecer por completo de su vida.
A partir de entonces, Elizabeth se quedará a veces a cargo de la familia paterna y otras de la materna, sin llegar a encontrar el calor de un verdadero hogar.
 De hecho, cuando vive con las hermanas de su madre, su “sádico” tío la somete a unos abusos que solo confesará décadas más tarde a su psiquiatra, como se desvela en A Miracle for Breakfast, la reciente biografía de Megan Marshall.
 No es de extrañar que, en una entrevista a The Paris Review, Bishop confesara que de niña se sentía como una invitada.
 “Creo que siempre me he sentido así”, decía. 
Marshall, aspirante a joven poeta y exalumna suya en Harvard en 1976, cuenta por correo electrónico que Bishop “no creía que se pueda enseñar a escribir y decía que los poemas, en su caso, empezaban como un misterio y una sorpresa y que los llevaba a término a base de gran esfuerzo y arduo trabajo”. 

El buque SS Bowplate, cuyo destino era Tierra de Fuego, hace su primera escala en el puerto brasileño de Santos, y la escritora la aprovecha para visitar en Río de Janeiro a una compatriota y a su pareja, Maria Carlota Costallat de Macedo Soares, con quienes había coincidido cuatro años antes en Manhattan. 
El viaje toma entonces una dirección imprevista: obligada a guardar cama durante semanas por una intoxicación virulenta, acabará por quedarse más de quince años en Brasil.
 Su anfitriona, a quien todos llaman Lota, había nacido en París y era hija de un magnate de la prensa carioca.
 Cosmopolita e implicada en la vida cultural y política de su país, le abre de par en par las puertas de su impresionante hacienda Samambaia (helecho gigante) en Petrópolis, 70 kilómetros al norte de Río de Janeiro.
 Cuando se estrecha la relación entre ambas, Costallat, arquitecta y paisajista autodidacta, manda edificar expresamente un estudio para la poeta.
 Suspendido en el aire como un mirador de cristal, se alza de espaldas a la casa, ajeno al trajín doméstico y arrullado por las aguas de un riachuelo.
 
 
 


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Retrato de Lota Costallat, hija de un magnate de la prensa brasileña y pareja de Elisabeth Bishop durante 14 años; y parte de la casa en la que vivieron juntas.  

El escritor Michael Sledge reconstruye en Cuanto más te debo (Vaso Roto, 2016) la relación sentimental entre las dos mujeres. Una historia vivida con intensidad y con desenlace trágico: Lota murió por una sobredosis –no se sabe si accidental– en una visita a su ya examante en Nueva York, en 1967. 
Durante los 14 años de vida en común, la escritora crea piezas memorables en prosa en las que recupera, por ejemplo, los ecos de su difícil infancia en Nueva Escocia (Canadá) y Massachusetts; publica su segundo poemario, Una fría primavera, premio Pulitzer en 1956, y concibe un tercero, Cuestiones de viaje (1965), en el que lanza esta pregunta:
 “¿Es falta de imaginación lo que nos obliga a venir / a lugares imaginados, en vez de quedarnos en casa?”.
 La paisajista carioca, por su parte, trabaja, infatigable, durante los últimos años de su relación, para dar a su ciudad el imponente Parque del Flamenco: un proyecto agotador que se cobrará un alto precio personal.
Todo lo que Costallat tiene de expansiva y segura lo tiene Bishop de tímida e introspectiva, pero en la combinación de esos polos opuestos surge un vínculo que transformará la vida y la obra de ambas.
 Para Bishop supuso echar raíces por primera vez en un lugar y permitirse ser merecedora del amor de alguien: “A veces parece que solo las personas inteligentes son lo suficientemente estúpidas para enamorarse y que solo las estúpidas son lo suficientemente inteligentes para dejarse amar”, escribió en un cuaderno.
 Cuando sus caminos se cruzan ­definitivamente, Bishop ya había publicado un primer poemario, Norte y sur. Sledge apunta que su “escritura era una labor tan rigurosa que llevar un poema a un punto aceptable podía llevarle años”.
 

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Imagen tomada en Brasil, donde vivió 15 años y dibujo de la casa de la hacienda Samambaia, en Petrópolis, obra de Sérgio Bernardes, donde vivió con Costallat. 2115 CON Bishop06 
 
Más que crear un mundo, como hacen muchos poetas, Bishop describe con sobriedad el que ve, sin ceder nunca al sentimentalismo, que detestaba, y parece animar sosegadamente al lector a observarlo más de cerca. 
La suya es una poesía de la percepción en la que las palabras transmiten una verdad transitoria, nunca absoluta, sin explayarse en confesiones ni verter sentencias categóricas.
 En su obra confluyen extrañamente lo impersonal con lo íntimo. Bishop rehuía las etiquetas, cualesquiera que fueran: mujer, lesbiana, modernista o norteamericana.
 Su docena de relatos y sus cuatro poemarios, uno por década desde que debutara, dan buena cuenta de la exigencia con la que afrontaba cada composición.
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La poeta, a la izquierda, con el arquitecto Harold Leeds, el director Wheaton Galentine y Lota Costallat. 
Megan Marshall, su biógrafa, cree que la popularidad de la escritora no dejará de crecer y menciona, entre otros ejemplos, la reciente obra de teatro de Sarah Ruhl, Dear Elizabeth, que condensa 800 páginas de relación epistolar entre Bishop y el también poeta Robert Lowell. 
En uno de sus mejores poemas, Bishop nos recuerda algo tan simple, a la vez que esencial, como que vivir es aprender a conjugar el verbo perder: 
 “Pierde algo cada día. Acepta el sobresalto / de las llaves perdidas, de la hora malgastada. / No es difícil dominar el arte de perder”. 
FEB 5 1979, FEB 10 1979, FEB 14 1979; Elizabeth Bishop, left and Rosemary Manell point over grapefru
la autora junto a la cocinera y escritora culinaria Rosemary Manell. 
Marshall subraya que Bishop “nos muestra que la pérdida es una experiencia universal, y al escribir tan bien sobre este tema consigue crear, paradójicamente, algo que perdura”. 
Añade que la poeta era amante del español, lengua que aprendió de adulta y a la cual se sentía unida “desde que pasó varios meses, durante la II Guerra ­Mundial, en México, donde conoció a Pablo Neruda, y que fue entonces cuando debió de saber de la existencia del poeta Miguel Hernández, cuya Elegía intentó traducir en 1970, y que sin duda influyó en la composición de su inmortal Un arte, su elegía”. 
 
 

El porqué de Diana Quer.............................. Rubén Amón

La desaparición de la joven madrileña lo reúne todo: una mujer atractiva, una familia acomodada y la sombra, improbable, del crimen doméstico.

Cien días después de haberse producido la desaparición de Diana Quer, con el transcurso del tiempo no ha sido una razón para olvidarnos de ella, sino un argumento para estimular las expectativas.
 Lo prueban los datos de audiencia y la manera en que se retroalimentan los programas, los diarios y los espectadores, en el interés que siempre han despertado las noticias de sucesos.
No todas adquieren la relevancia de Diana Quer. 
Ni todos los casos morbosos reúnen una familia acomodada, el reclamo de una mujer joven, atractiva, la oportunidad de meterse a hurgar en una casa ajena y la sospecha de un crimen doméstico.
Y no es que haya razones para localizar ningún cómplice o partícipe en la familia de la muchacha —todo lo contrario—, pero la memoria de la opinión pública tiene muy arraigados los casos de Bretón y Asunta, como si la excepción fuera la regla.
 Y como si esperáramos in extremis una confesión arrebatadora.
Se ha establecido incluso un debate nacional, un derbi, que divide la sociedad entre partidarios de la madre y del padre, al que han contribuido ellos mismos recreando la beligerancia de su divorcio. Y participándonos de intimidades —la anorexia, los antidepresivos, las luchas por la custodia, los malos tratos psicológicos— que han desviado la atención del caso a espacios marginales.
O no tan marginales, pues la acomodada familia Quer probable y cínicamente nos parece peor que la nuestra, aunque la nuestra no saldría indemne del escrutinio público si entraran las cámaras en casa y operara a su antojo el microscopio.
 Planea la desmitificación de la familia, se somete al escarnio la certeza de la célula embrionaria de la sociedad, como está ocurriendo con tantas series de ficción que resultan tan reales, incluidos los hitos de Ray Donovan, Shameless o Bloodline.

 

Cada año desaparecen en España entre 14.000 y 20.000 personas. 
 Y se diría que Diana Quer, no pretendiéndolo, representa a todas en la atención mediática y en la expectativa de la opinión pública, de forma que los investigadores han concedido al asunto un valor prioritario, no discriminando otros dosieres, pero asumiendo al tiempo una presión que lucha con el tiempo o contra el tiempo.
 Y que se expone cada día a la filtración de noticias, rumores, peritajes, especulaciones.
La resolución del caso tendría un valor catártico de propaganda, en la acepción noble del sustantivo. 
Y el escenario contrario conllevaría una frustración.
 Todo o nada, esa es la fuerza del caso Quer en su proyección de una sociedad obsesionada con el vecino.

Detenida la hermana de Diana Quer por amenazar con un palo a su madre

La joven, de 16 años, fue conducida a la comisaría de Pozuelo y prestó declaración ante la Fiscalía de Menores.

caso Diana Quer 
Diana López-Pinel, la madre de Diana María Quer, la joven desaparecida en el pueblo coruñés de A Pobra do Caramiñal. EFE

 Valeria Quer, hermana pequeña de Diana Quer —la madrileña de 18 años desaparecida el pasado verano en Galicia— ha sido detenida este jueves por la tarde en Madrid por amenazar a su madre con un palo.

 La menor, de 16 años, fue arrestada en su domicilio y trasladada sobre las 16.00 a la comisaría de Policía Nacional de Pozuelo de Alarcón.

 Una vez allí pidió que se avisara a su padre de su situación. Según fuentes policiales, no prestó declaración ante los agentes. La Fiscalía de Menores se ha encargado de su exploración, término con el que denomina el interrogatorio o declaración de los menores detenidos.

 La menor ya ha sido puesta en libertad, han explicado este viernes fuentes fiscales.

 

La madre, Diana López Pinel, llamó a la policía para denunciar que su hija estaba fuera de sí y la estaba amenazando de muerte con un palo. 
Según el relato que manejan los agentes, la menor se enfadó con su madre porque entró su habitación cuando ella estaba con su novio. Cuando la patrulla policial llegó a la vivienda, situada en Pozuelo de Alarcón, encontraron la casa revuelta y varios cristales rotos.
La custodia de Valeria Quer pasó al padre de las chicas días después de la desaparición de su hermana mayor el pasado 22 de agosto en la localidad coruñesa de A Pobra do Caramiñal. 
El Juzgado de Instrucción Número 2 de Ribeira llamó a la madre a declarar en calidad de investigada y posteriormente se inhibió a favor de un juzgado de Pozuelo de Alarcón, donde está el domicilio de la familia.
Los padres de las chicas estaban separados desde hace años.
 La exposición mediática del caso Quer sacó a la luz también las constantes discusiones que había entre madre e hijas.
 Cuando el juez otorgó la custodia al padre, él evitó comentarios negativos sobre su expareja pero aseguró que su hija pequeña necesitaba tranquilidad y equilibrio. 
Valeria había publicado tras la desaparición de su hermana una singular carta en Facebook en la que le decía: "si apareces te juro que te mato, te mato a todos los besos y abrazos que no te he dado".

La eutanasia siempre queda para más adelante.................................. Emilio de Benito .................

Médicos, bioéticos y pacientes piden que se garanticen los cuidados antes de regular otras opciones.

José Antonio Arrabal en su casa en febrero.
José Antonio Arrabal en su casa en febrero.
El caso de José Antonio Arrabal, el hombre con esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que se suicidó el domingo para evitar llegar a una fase de dependencia total, “muestra un fallo” del sistema.
 La frase tiene múltiples autores: bioéticos (Jacinto Batiz, de la Organización Médica Colegial), especialistas (Rafael Mora, presidente de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos), abogados (Federico Montalvo, del Comité Español de Bioética), pacientes (Mayte Sola, presidenta de la Fundación Española para la Investigación en ELA, Fundela) y políticos (Carmen Sánchez Carazo, bioética y miembro del PSOE madrileño).

Todos, desde su punto de vista particular, opinan que hay otras prioridades antes que hablar de suicidio asistido y eutanasia.
 El más claro es el paliativista Mota. “En 26 años he asistido a muchos pacientes con ELA y me parece terrible que José Antonio no haya podido estar acompañado por profesionales que le hayan podido aliviar el sufrimiento. 
Muchos llegan deseando morir, pero con una buena atención, cuidados y control de síntomas se alivia mucho su situación”, afirma.
 Por eso, a él lo que de verdad le preocupa “son los más de 50.000 enfermos que no tienen acceso a unos cuidados paliativos en España”.
 “Cuando estos estén bien desarrollados, es posible que muy excepcionalmente haya quien no encuentre ayuda en el contexto de unos paliativos, pero eso es lo primero que hay que desarrollar”, añade.
Batiz, médico en el Hospital de San Juan de Dios, en Santurtzi (Bizkaia), coincide, pero lo que le preocupa del último caso “es que haya acceso tan fácil a comprar medicamentos por Internet”. “Todos queremos combatir el sufrimiento de las personas, pero para poder aliviar el sufrimiento no hay que eliminar a la persona”, dice. “Hay otras formas de ayudar” a aliviarlo, aunque admite que si después de desarrollar los paliativos alguien pide la eutanasia, “habrá que hacer una ley”. Pero “los medios solo sacan esta excepcionalidad y no se puede legislar solo para estos casos”, añade.
Sánchez Carazo destaca otras carencias: la de cuidados “a la dependencia y al transporte”. “Lo que hay que hacer es facilitar la vida”, afirma. 
Sola añade que, “ante una enfermedad que es una sentencia de muerte, solo la investigación, que se ha abandonado, anima a los pacientes”.
Montalvo critica el fallo en “asistencia, acogimiento y cuidado” y tampoco es partidario de regular la eutanasia. 
Afirma que su prohibición actúa más como un “valor simbólico”, ya que, a la hora de la verdad, “son tantos los atenuantes que no se ingresa en prisión” por lo que denomina “homicidios piadosos”. Por eso él cree que no hace falta “institucionalizar la práctica”.
Cecilia Borràs tiene otro punto de vista.
 Preside de la Asociación de Supervivientes Después del Suicidio. Para ella, el de Arrabal, organizado, con la familia informada, es más bien “una eutanasia en su sentido etimológico de buena muerte”. “Cumple con la regla de oro: dejar el menor peso posible en los que sobreviven”, dice.
Solo Derecho a Morir Dignamente cree que Arrabal ha puesto de manifiesto “que hay miles de personas en situación terminal que intentan quitarse la vida”. “La sociedad está perfectamente preparada para que se regule la muerte digna”, dice su presidente en Madrid, Fernando Marín.
Pero Marín, como Arrabal, ya estaban convencidos.
 El resto tiene otras prioridades: la eutanasia, puede ser, pero más adelante.

De Ramón Sampedro a la pequeña Andrea

Ramón Sampedro. En 1998, tras más de 10 años de lucha por conseguir que le quitaran la vida legalmente, el tetrapléjico ingirió una dosis letal de cianuro. 
 Por su inmovilidad total era evidente que alguien le había ayudado a conseguir y preparar el veneno.
 Ramona Maneiro, una amiga suya, fue investigada por cooperación necesaria al suicidio, que está castigada por el Código Penal. 
Salió impune porque el supuesto delito había prescrito.
Inmaculada Echevarría. El 20 de noviembre de 2006 esta mujer, que vivía en una cama conectada a un respirador, solicitó que le retiraran el aparato, consciente de que con ello iba a causar su muerte. 
Su caso llegó hasta la Junta de Andalucía, que ordenó que se cumpliera su voluntad de renunciar a un tratamiento.
 Murió el 14 de marzo de 2007.
Madeleine Z. Se quitó la vida en su casa de Alicante en 2007.
 Se trató también de un suicidio y se investigó a los voluntarios de Derecho a Morir Dignamente que la acompañaban por si la habían ayudado (si lo hubiera hecho un médico sería suicidio médicamente asistido) o habían incurrido en omisión de socorro.
Pedro Martínez y José Luis Sagüés. El primero era un joven sevillano con ELA. El segundo, un profesor de literatura alemana de Madrid con un cáncer de pulmón.
 Ambos lucharon por recibir una sedación terminal (el primero en 2011, el segundo en 2014) que sus médicos consideraban que aún no debían recibir porque su sufrimiento no lo justificaba
Andrea. El caso de la niña Andrea (2015) fue también una lucha para conseguir que le retiraran un tratamiento: la alimentación que recibía artificialmente aunque sufría una enfermedad degenerativa irreversible. 
Los padres lo lograron tras intervenir la Xunta.