La llegada
de la primavera al hemisferio norte trae más luz y un nuevo horario.
Las dos de la madrugada del sábado al domingo pasarán a ser las tres.
La noche de este domingo 26 de marzo se cambia la hora por primera vez en 2017
y se adelantan los relojes una hora. Es decir, en la madrugada del
sábado al domingo las dos de la madrugada pasarán a ser las tres (una
hora menos en Canarias), por lo que se perderá una hora de sueño. Este cambio horario
es parte de una directiva europea que afecta a todos los Estados
miembros de la Unión y que pretende aprovechar mejor las horas de luz
solar y consumir menos electricidad. Dos veces al año —habitualmente el último domingo de marzo y
el último de octubre—, los europeos ajustan los relojes para cumplir la
directiva comunitaria 2000/84/CE. Para determinar el momento de los cambios horarios,
se tuvo en cuenta el hecho de que en España existen dos horas
oficiales, una para la Península y el archipiélago balear y otra para
Canarias, que va una hora por detrás desde 1922. Este cambio se aplicó
por primera vez durante la I Guerra Mundial para mantener abiertas las
fábricas una hora más. De hecho, uno de los argumentos que defienden
este adelanto horario es el beneficio para el comercio. Fue en el año 1943 cuando España decidió adelantar los relojes 60 minutos. Algunos expertos aseguran que aquel “gran error histórico” explica que
en la Península se coma y se cene más tarde que en el resto de Europa.
Truman Capote
tuvo competencia en el corredor de la muerte. Antes de ser ahorcado,
Richard Hickock, uno de los dos asesinos retratados en su novela A sangre fría,
escribió su propia versión de la matanza de la familia Clutter. Pero el
texto, de unas 200 páginas, nunca llegó a publicarse. Mientras la
reconstrucción de Capote,
símbolo máximo del Nuevo Periodismo, alcanzaba la gloria, el relato que
hizo el criminal sobre los mismos hechos se perdió en la corriente de
los días. A ello contribuyó el propio Capote. Megalómano y ferozmente
competitivo, al conocer la existencia del manuscrito intentó comprarlo
y, tras fracasar, lo silenció. Durante medio siglo, la versión del
asesino permaneció olvidada hasta que una investigación de The Wall Street Journal la ha vuelto a sacar a la luz.
En el escrito, Hickock se sumerge en la noche del 15 de noviembre de
1959 con la misma frialdad que en la novela de Capote. No hay
arrepentimiento ni ocultación. Detalla el terror de los Clutter, padre,
madre y dos hijos adolescentes, al verse sorprendidos en su solitaria granja de Holcomb (Kansas),
y cómo él y su compañero Perry Smith los engañaron hasta el último
momento asegurándoles que no les pasaría nada. “Me gustaría ver al
embalsamador tapar ese agujero”, recuerda Hickcok que dijo después de
que Kenyon Clutter, de 15 años, recibiese un tiro en el rostro. La gran diferencia entre ambos relatos radica en el móvil. En su
reconstrucción, según la copia a la que ha tenido acceso el diario
estadounidense, Hickcock sostiene que fue un crimen por encargo. No
ofrece muchos detalles. Un tal Roberts y 10.000 dólares de pago . Esta
versión choca con la asumida por el juez, y por Capote, que establece
que Hickock y Perry acudieron a la granja convencidos de que el padre
ocultaba 10.000 dólares . Al no hallarlos, acabaron con toda la familia.
Un texto sensacionalista
La propia personalidad de Hickock, un pederasta que se divertía
atropellando perros en las autopistas, y la falta de elaboración del
argumento restan credibilidad a este móvil alternativo. “Hickock se desencantó con Capote.
Cuando el escritor empezó a visitarle en la cárcel, creyó que le iba a
ayudar. Y cuando vio que no, buscó su propia vía para ganar dinero. Yo
no me creería nada de Hickock, ni pienso que el manuscrito aporte nada
significativo a lo publicado por Capote”, afirma el profesor de la
Universidad de Alabama, Ralph Voss, autor del referencial estudio Truman Capote y el legado de ‘A sangre fría’. Ya condenado a muerte, el asesino entregó su texto a un periodista de
Kansas llamado Mack Nations. Este manejó dos copias. La primera la
envió en 1962 a un abogado de la fiscalía. La otra, después de una corta
reelaboración, la remitió a la editorial Random House. Todo sin éxito.
La fiscalía nada hizo con el documento. “No me extrañaría que incluso le
conminasen a que no publicara nada”, indica Voss. Y la editorial, que
había firmado un contrato con Capote, le devolvió el texto.
Alertado de lo que ocurría, el escritor se movilizó. Su novela aún no
se había publicado y circulaba un texto del propio asesino. Horrorizado
por la posible competencia, Capote trató por todos los medios de
hacerse con el manuscrito. Se entrevistó con Hickock e incluso llamó por
teléfono a Nations para comprarlo. No tuvo éxito, pero la casualidad
jugó a su favor. Justo en esas fechas, Nations fue detenido por evasión de impuestos y
soborno. Lo único que llegó a salir publicado de Hickock fue un resumen
en una revista ya extinta. “Lo leí y era un texto sensacionalista y de
poco valor”, indica Voss. A partir de ahí los hechos se precipitaron. El
14 de abril de 1965, Perry y Hickock fueron ahorcados con 38 minutos de
diferencia en la penitenciaria estatal de Kansas. Al año siguiente, A sangre fría
alcanzó fama mundial. Y en 1968, Nations murió en un accidente de
coche. La única copia que sobrevivió fue la que el abogado de la
fiscalía legó a su hijo. Capote nunca hizo referencia al escrito. Como muchas cosas en su obra,
las dejó en la oscuridad. “Moldeó la realidad a su narrativa y evitó la
parte homosexual de la historia, la relación entre Perry y Hickock,
porque sabía que era contraria a sus deseos de lograr un best seller. Pero eso no quita valor a la novela. 58 años después, usted y yo
seguimos hablando de los Clutter”, señala Voss. La familia del abogado
no ha hecho público qué piensa hacer con el manuscrito . De momento,
nadie quiere la obra de un asesino.
Muchos usuarios de Twitter han visto en sus palabras un recado al programa de Telecinco.
Poco después, Mónica Naranjo dejó lo que para muchos usuarios de Twitter fue un recadito a Got Talent, el programa de Telecinco en el que Risto, Edurne, Eva H y Jorge Javier Vázquez participan como jurado.
"Perdonad, voy a avisar hoy, que es la tercera gala. Lo
que se juegan son 30.000 euros, es mucho dinero, y yo, y también toda
la audiencia, quiero que gane el mejor", dijo la artista. ¿Por qué han interpretado esto como una pullita? Porque en la final del concurso el portal Forocoches votó de forma masiva a un concursante llamado El Tekila, ante el considerable enfado de Risto Mejide, que llegó a abandonar el plató. Las redes sociales se hicieron eco de las palabras de Naranjo y
muchos veían en sus declaraciones un claro toque al programa de
Telecinco.
La Borrero
era una compañera leal, colega de sus colegas y divertida hasta la
carcajada.
La alegría de la huerta, cualquier huerta, en persona.
Mucho antes de que las mujeres entraran en el vestuario del
Bernabéu. Mucho antes de que la reportera Letizia Ortiz, futura reina de
España, estuviera siquiera en la imaginación de sus padres. Mucho antes
de Google, Twitter y Facebook, Paloma Gómez Borrero
ya entraba en estancias infinitamente más sagradas, se comía la cámara y
el micro de aquellas teles en blanco y negro con kilo y medio de nieve
emborronando la pantalla, y tenía un archivo de crónicas y reportajes
propios que ya quisieran muchos buscadores de noticias. Paloma, la
Borrero, con el artículo por delante que solo se les otorga unánimemente
a las muy divinas en lo suyo, fue la primera mujer corresponsal de
Televisión Española. Y lo fue en Italia y en el Vaticano, con toda la
pompa y la prosopopeya de tan magníficos escenarios. Quienes la oímos,
aún tenemos metido en el tímpano aquel “el Santo Padre” con que se
refería a los Papas que iban pasando por delante de ella. Pues bien,
después de enterrar a cuatro pontífices, dar 29 veces la vuelta al mundo
a la vera de los sucesivos sucesores de Pedro y de jubilar al último
Papa emérito antes que a ella misma, la Borrero se ha ido como fue en
vida: sin dar un ruido más alto que otro salvo el ¡ay! incrédulo y
herido de quienes la conocieron. Cuando las chicas de mi añada queríamos ser periodistas, ya
había una generación de colegas que nos había abierto camino a golpe de
pasión, talento y cabezonería. La Calaf. La Sarmiento. La Mateo. La
Campos. La Prego y tantas otras. Pues bien, aún bastante antes que
ellas, la Borrero ya había creado escuela, aunque con el cretinismo, la
estrechez de miras y la soberbia propia de los pocos años y las menos
luces, a algunas nos pareciera un personaje. Y claro que lo era. La
Borrero no le metía el micro en el gaznate del entrevistado, ni el dedo
en el ojo, ni le tuteaba, ni le repreguntaba, ni le sacaba de sus
casillas ni le ponía de los nervios. Al revés, se ponía la mantilla, se
encasquetaba la peineta, se trasmutaba en polvorilla entre sotanas y
adoptaba toda la reverencia que hiciera o hiciese falta según el
escenario. Pero contaba lo que había que contar. Y nosotros nos
enterábamos. Así fue, la Borrero, una maestra sin saberlo. Habrá estos
días quién cuente aquellos tiempos épicos e ingenuos en los que nos lo
creíamos todo. Personalmente, solo puedo añadir con conocimiento de
causa que Paloma era más joven que la mayoría de los becarios de
cualquier redacción digital de ahí fuera. Una compañera leal, colega de
sus colegas y divertida hasta la carcajada. La alegría de la huerta,
cualquier huerta, en persona. Una narradora amenísima cuya anécdota más
trivial podría abrir hoy un periódico a cinco columnas. La reina del gin
tonic en las quedadas después del trabajo. La más moderna de la mesa,
fuera cual fuera la mesa. La última en irse de la fiesta. La Borrero, sí, tenía siempre una palabra amable para todo el mundo. Un
guiño, una picardía, un pellizco de monja y un luego te llamo y
hablamos. Quién sabe qué procesiones llevaría por dentro, pero por fuera
siempre ofrecía su mejor rostro. Un cutis, por cierto, que ya
quisiéramos para nosotras ahora mismito muchas señoras treinta años más
jóvenes. Los últimos días se la veía lozana, pizpiretísima, feliz de la
vida, en la trastienda del programa Amigas y Conocidas, de
Televisión Española, en cuya mesa de debate tenía silla fija cuando a
ella le daba la gana. Llevaba un año de cosecha, con el Premio de la
Academia de Televisión a toda una carrera, como último galardón a medio
siglo de carrera inigualable. Hace tres semanas, las maquilladoras de
Prado del Rey, que la idolatraban, como todo el que se topaba con ella,
la encontraron con mal color de cara. El blanco de los ojos verdes
amarilleaba. Aun así, hizo el programa. Bromeó, rajó, rio lo más grande. Las compañeras la convencieron para ir al médico. No volvió. Hasta hace
nada, cuatro días, aún mandaba whatsapp al grupo como una adolescente
convocando a las colegas a atizarse un copazo en cuantito le dieran el
alta. No podrá ser. No aquí abajo.