La firma de moda Gucci
ha querido reinventar sus clásicas sandalias de tiras dándoles un toque
de novedad, y para ello han decidido añadir un complemento: unos
calcetines y unas medias de látex. En azul, negro y rojo, las sandalias
van acompañadas de estos accesorios de caucho en rojo y beige.
Hace unos días, la cuenta de Twitter
de la cadena de tiendas estadounidenses de lujo Nordstrom tuiteó las
sandalias —que se venden por 980 euros las que tienen calcetín y por
1.150 las de las medias—, objeto que, más que de deseo, ha sido recibido
con críticas en la red social. "¿Qué es esto? ¿Esto es serio?", tuiteó la usuaria
@ElleTrain934 el pasado jueves. "Algo horriblemente feo e incorrecto, ¡y
ridículamente caro!", escribió @Ballpit_Gangsta. Esta propuesta pertenece a la colección primavera-verano de
la casa italiana y ya se presentó en la Semana de la Moda de Milán,
celebrada en septiembre de 2016. Al menos, aunque el conjunto no guste a
los clientes, podrán dar uso a las sandalias.
La temporada pasada la industria de la moda hizo un intento
por que los calcetines se pusieran en boga junto a las sandalias o
zapatos bajos, pero no cuajó . Sin embargo, lo de las medias de látex es
toda una novedad. Sí existen, sin embargo, los botines y las botas de
plástico, como las que diseñó Kanye West bajo su marca de moda Yeezy, conocidas como Clear Boots. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce o no es todo como lo enseña
Kylie Jenner en su Instagram. A la pequeña del clan Kardashian las botas
de plástico le quedaban estupendas, pero la bloguera neoyorquina Kelsey
Stiegman destapó la realidad del asunto: el pie suda y el plástico se
empaña. Y hay fotos para demostrarlo. Puede que este tipo de calzado
quede bien a la vista —depende del gusto de cada uno—, pero no es cómodo
ni saludable.
La estrategia de la firma catalana pasa por fichar a
rostros tan conocidos como Gilda Tordini, Patricia Manfield o Pernille
Teisbaek.
Ellas lucen sus prendas en redes sociales y sus seguidores las
desean al instante.
Gilda Tordini, cofundadora de la exitosa firma Attico, con chaqueta y camisa de la firma española.
Foto: Cortesía de Mango
Si tienes Instagram y sigues a prescriptoras tan famosas como Yasmin Sewell, Patricia Manfield, Gilda Tordini o Pernille Teisbaek te habrás dado cuenta: todas visten de Mango.
La firma española ha logrado infiltrarse en los armarios más codiciados
de Instagram y ha encontrado su lugar entre las prendas y complementos
de las grandes firmas que sus dueñas acostumbran a lucir.
No es casual. Todo forma parte de la revolución estratégica de Mango,
que hace unos meses decidió olvidarse de los desfiles, los catálogos y
los dos encuentros anuales con la prensa para adaptarse a los nuevos
tiempos.
Y cualquier firma que quiera acabar con todo vestigio
tradicional sabe que Internet y las redes sociales han de ser sus
grandes aliados.
Las españolas Nuria Val (frecklesnur) y Blanca Miró también son #MangoGirls.
Foto: Cortesía de Mango / Instagram @blancamiro
Las colaboraciones con blogueras, instagramers y
compañía son el pan de cada día para un creciente número de marcas.
Pero
a Mango no le vale una cantidad decente de seguidores y cierta
intuición para crear looks efectistas.
Lo sorprendente de su estrategia es que ha conseguido adherir a las #MangoGirls (hashtag
que aglutina las publicaciones de todos los estilismos con prendas de
la firma) a los rostros más perseguidos por los fotógrafos de street style.
Ya en 2012 fue de las primeras empresas españolas en apostar por Chiara Ferragni y ahora multiplica los nombres internacionales con prestigio e influencia en la industria de la moda más allá de sus seguidores.
Por poner algunos ejemplos: Yasmin Sewell
es directora de moda de Style.com y cofundadora de la firma Être Cecile,
Gilda Tordini es dueña y diseñadora de la exitosa Attico y Pernille
Teisbaek es estilista y cofundadora de Zocial Zoo.
En el panorama
nacional ha elegido cuidadosamente a Blanca Miró o Nuria Val (más
conocida como @frecklesnur)
y entre sus fichajes no hay ni rastro de perfiles que no jueguen en
primera división.
“Hay muchas chicas influyentes en Instagram y algunas
de ellas con millones de seguidores.
Para nosotros no es tan importante
la cantidad de followers sino que podamos contar con mujeres
que representan el espíritu de la firma: femeninas, actuales, con
actitud positiva y personalidad”, confiesan desde Mango a S Moda.
Patricia Manfield y Pandora Sykes, dos de los rostros más buscados en Instagram, luciendo prendas de Mango.
Foto: Instagram @patriciamanfield / @pandorasykes
Pero, ¿cómo funcionan estas uniones? “Se trata de un tipo de colaboración muy orgánica. El secreto está en que ellas se sientan a gusto con la marca y por ello solemos extender las colaboraciones en el tiempo, más allá de limitarlas a temporadas concretas. El mensaje perdería consistencia si cambiáramos muy a menudo de
rostros”, explican desde la firma catalana. Por eso las mismas chicas
que popularizaron las prendas de Mango la temporada pasada repiten con
la llegada de las últimas novedades. Ellas mismas eligen sus piezas favoritas de cada colección y las integran en sus looks diarios mezclándolas con otras de su armario. “La elección es 100% suya y esa es la clave para que todo funcione. Seleccionan lo que quieren ponerse porque les gusta y porque representa
su estilo personal”, insisten desde Mango. Entonces, ¿la marca les
regala su selección?, ¿les paga por darles visibilidad en redes? “No hay
un modelo de colaboración único. Depende de cada caso”, responden. Normalmente Pernille Teisbaek indica en las fotos en las que posa con
prendas de la firma que se trata de contenido patrocinado utilizando el hashtag#sponsored. Yasmin Sewell lo indica a golpe de #partner. Otras no especifican que se trata de una colaboración pero nunca olvidan etiquetar a la firma ni añadir el indispensable #MangoGirls.
Las afiliadas a este club son fuente de inspiración para los
fanáticos de las tendencias que se cuelan a diario en sus vidas
(digitales) para inspirarse en sus looks. Se han convertido en referentes e iconos de estilo para un público muy concreto que quizá no pueda permitirse los mismos bolsazos pero sí acaben picando con un abrigo de precio asumible. Justo lo que ocurrió hace unos meses cuando un chaquetón de cuadros de la firma acabó viralizándose en las cuentas de Pernille Teisbaek, Lucy Williams, Joanna Halpin y Patricia Manfield o cuando unos zapatos
de tacón cuadrado se convirtieron en omnipresentes en las semanas de la
moda. La compañía catalana se ha marcado como objetivo duplicar su
negocio online hasta 2020 (del 11% actual hasta el 20% en cuatro años) y
parece que confía en la viralidad para lograrlo.
La polifacética danesa Pernille Teisbaek colabora habitualmente con Mango.
El periodista británico Michael Booth publica un libro titulado Gente casi perfecta, que pretende desarmar el mito de la utopía nórdica.
La ubicua bloguera Pernille Teisbaek, que publicó recientemente 'Dress Scandinavian', para imitar el estilo de las escandinavas.
Por el mismo motivo que subir a un avión de Norwegian Airlines da más confianza que hacerlo en otras compañías low cost,
añadir el adjetivo “nórdico” a cualquier cosa hace que parezca, y se
venda, mejor: estilo nórdico, diseño nórdico, tipo nórdico. El
periodista británico Michael Booth, como cualquier otro occidental, era
consciente de esa buena reputación casi universal de todo lo escandinavo
pero tenía más conocimiento de causa que la media. Casado con una
danesa, ha vivido durante casi dos décadas en el país de su familia
política, con el que tiene una relación de amor-odio. En la que el odio
pesa un poquito más que el amor. Ese fue su punto de partida para
escribir Gente casi perfecta, un ensayo muy premiado y polémico que ahora edita Capitán Swing en España y con el que se propuso destruir con hachazos vikingos “el mito de la utopía escandinava”.
El periodista británico Michael Booth publica un libro titulado Gente casi perfecta, que pretende desarmar el mito de la utopía nórdica.
Durante unos años, Booth convenció a su mujer y a sus dos hijos para
vivir en Reino Unido, pero volvieron a Dinamarca hará cosa de cuatro
años, cuando la fiebre nórdica había alcanzado su pico.
El éxito de
Stieg Larsson y Henning Mankell había abierto las puertas del mercado
editorial a cualquier autor de novela negra con domicilio fiscal al
norte de Alemania. The Killing, El puente y Borgen
triunfaban en televisión.
Lars von Trier y Thomas Vinterberg encontraban
relevo en Susanne Bier y Nicolas Winding Refn en los festivales de
cine.
Arquitectos daneses como Bjarke Ingels se llevaban grandes
encargos internacionales, Olafur Eliasson iluminaba la Turbine Hall de
la Tate Modern, Rene Redzepi del restaurante Noma de Copenhague se
coronaba como mejor chef del mundo desde la portada de Time, se
consolidaban Skype y Spotify y por supuesto IKEA y H&M uniformaban
nuestras vidas.
Al fin y al cabo, si uno quiere distinguirse un poco,
siempre tiene COS, &Other Stories o Ganni.
Esta misma web nos ha advertido variasveces de que unas de las mujeres más estilosas del mundo son las escandinavas.
Una ídilica imagen de Copenhague, la ciudad más feliz del mundo (según las listas).
Foto: Instagram/ @myscandinavianhome
Para eso hizo un amplio trabajo de campo. Viajó por Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia, se entrevistó con antropólogos, filósofos, periodistas y pescadores,
se achicharró los genitales en una sauna finlandesa, se apuntó a un
campamento para adultos de canto coral –a los daneses les pirra cantar
en coro– y bebió muchas latas de cerveza demasiado gaseosa.
Meik
Wiking, nada menos que el director del Instituto de la Felicidad de
Copenhague firma Hygge. La felicidad en las pequeñas cosas (Cúpula).
En el tiempo transcurrido, la fiebre nórdica no ha disminuido lo más mínimo. Todos, absolutamente, todos los hits del pop estadounidense siguen
fabricándose en estudios de Suecia, a manos de los superproductores como
Max Martin. Este invierno, además, se han puesto de moda los libros sobre el hygge,
el concepto danés del bienestar a base de juntarse con los seres
queridos y aplicar pequeños gestos domésticos. La editorial Zenith
publicó Hygge. El secreto de los daneses, de Louisa Thomsen Brits y Meik Wiking, nada menos que el director del Instituto de la Felicidad de Copenhague firma Hygge. La felicidad en las pequeñas cosas (Cúpula). El famoso hygge es uno de los caballos de batalla de Booth en Gente casi perfecta,
donde va retratándose con humor como un inglés cínico que no acaba de
entender la ingenuidad nórdica. Según Booth, la glorificación de los
placeres sencillos conduce a “la satisfacción autocomplaciente, cómoda y pequeñoburguesa”
y ejerce de mordaza social. Además, tanta insistencia en el
recogimiento en comunidad tiene un punto xenófobo. El antropólogo Jeppe
Trolle Linnet abunda que “el hygge actúa como vehículo para el
control social y establece su propia jerarquía de actitudes e implica
una estereotipificación negativa de los grupos sociales que se perciben
como incapaces de crear hygge”. Booth lo traduce así: “La inferencia consiste en que como solo los daneses conocen realmente la manera de pasar un rato hyggelig,
sienten lástima de los pobres extranjeros con sus pretenciosos
cócteles, con sus cenas donde se llega a discutir con vehemencia y con
sus fiestas y planes sofisticados”. Él ha aprendido a base de quedar mal
en decenas de reuniones sociales (su explicación del complicado
calendario festivo danés también tiene miga) que la zona de confort de
los nórdicos en una fiesta pasa el consenso: “Prefieren ceñirse en gran
medida a hablar sobre la vida y milagros de donde se compró cierta
botella de vino, lo poco que costó y si la que están bebiendo ahora es
mejor que la anterior”.
En realidad, hay un motivo por el que los países del Norte –Booth admite
que usa “nórdicos” y “escandinavos” como sinónimos aunque no lo son:
técnicamente ni los finlandeses ni los islandeses son scandi– suelen encabezar los ránkings de países más felices del mundo.
Y no tiene tanto que ver con las velas aromáticas y los bollos de
azafrán horneados en casa sino con la democracia y el sistema impositivo
que produjo el milagro nórdico en los sesenta.
Ahí, el autor saca a
relucir sus tendencias neoliberales (admite que crecer en la Inglaterra
de Thatcher puede haberle estropeado para siempre), cuando apunta a que,
a su entender, ensanchar tanto la base de la clase media, sumado a la
tendencia cultural a “no destacar” ha desactivado la excelencia y
generado trabajadores poco productivos.
No, no todo el mundo puede permitirse presumir de ‘hygge’ en su hogar.
Foto: Instagram/ @marzena.marideko
El país de su familia política, añade, tiene un secreto más
oscuro que “lo que hizo el tío abuelo Olof en la guerra”: su deuda
privada. “Los daneses deben, de media, el 310% de sus ingresos
anuales, más del doble de lo que deben los portugueses o los españoles, y
el cuádruple que los italianos”, apunta el autor de Gente casi perfecta. Vaya con los industriosos vikingos. En sus viajes, Booth se dedica a mirar bajo las alfombras y
señalar el aislacionismo noruego que raya, según él, en el
ultranacionalismo, el sisu finlandés (el espíritu de resistencia y virilidad, que en realidad él traduce en machismo puro y duro) y el lagom sueco,
la obsesión por ser moderado, razonable y modesto hasta el punto que la
mediocridad es lo único aceptable, así como el racismo y el alcoholismo
en distintos puntos de la región. Por supuesto, se cruza con gente
estupenda que le invita a arenques y cangrejos y se detiene en reconocer
los pequeños milagros de la vida nórdica, como el hecho de que (no es
un mito) te persigan para darte la cartera si se te cae o que se
aparque a los bebés en las terrazas de las cafeterías sin miedo alguno a
que les ocurra algo malo. Gente casi perfecta no impedirá que los medios del resto de Europa sigan emitiendo con periodicidad también nórdica reportajes sobre el modelo educativo finlandés o publicando artículos
sobre los envidiables permisos de paternidad suecos. Ante todo, lo
importante es no reaccionar a esos documentos, ni al propio libro de
Booth, a lo Ana Rosa Quintana, que tras la emisión del Salvados en Helsinki, tuiteó: “Estupenda la educación en Finlandia, pero ¿y el frío y los suicidios y no poder sentarte a tomar unas tapas y unas cañas?”.
'Us Weekly' asegura que "tienen habitaciones separadas" y que "nunca pasan la noche juntos".
REUTERS
El pasado 17 de marzo, la primera dama Melania
Trump caminó a través del césped de la Casa Blanca con su esposo,
Donald. Con los fotógrafos como testigos, la modelo eslovena —de 46
años— sonrió cuando el multimillonario, de 70, agarró torpemente su mano y las puntas de los dedos.
Una vez terminado el protocolo obligatorio de la foto, ella, Donald y
su hijo de 11 años, Barron, se subieron al Marine One, el helicóptero
de POTUS, que los llevó a su propiedad de Palm Beach (Florida)
Mar-a-Lago.
A bordo del helicóptero —y lejos del ojo público— Melania dejó caer
el acto. Y el gesto de Donald con su mano. Según una fuente de la
familia —mencionada por la revista Us Weekly—, "Melania no oculta a su entorno lo miserable que se siente". Eso, por supuesto, incluye al propio presidente.
"Tienen habitaciones separadas", dice otro miembro del entorno de Melania. "Nunca pasan la noche juntos", asegura. Una tercera fuente dice, incluso, que la pareja duerme en la misma
habitación pero tiene camas separadas: "Melania quiere estar con Donald
lo menos posible", explica una fuente familiar, citada por Us Weekly. "Ella pasa de Donald, de la presidencia o de cualquier cosa que le obligue a involucrarse".