“Mi hijo está muy mal. Se le ha paralizado ya media parte de su cuerpo", ha informado sobre el estado del creador.
La última vez que se vio en público a David Delfín fue el pasado 25 de enero, cuando acudió a despedir a su íntima amiga y musa Bimba Bosé. El diseñador trató de pasar inadvertido entre los fotógrafos que
esperaban a los familiares y amigos que acudieron al tanatorio a
despedir a la modelo, aunque no pudo evitar que las cámaras le captaran
dentro del coche. El malagueño, que acudió al tanatorio en silla de
ruedas, lucha contra el cáncer desde abril de 2016, y en los últimos
meses son prácticamente nulas las apariciones públicas que ha hecho. Es
más, en las dos últimas ediciones de la Mercedes-Benz Fashion Week no ha
subido sus creaciones a la pasarela.
Ahora
su madre ha desvelado que David Delfín está en un momento muy duro de
su enfermedad. “Mi hijo está muy mal. Se le ha paralizado ya media parte
de su cuerpo. Hay que darle de comer, porque la mano no le responde y
estamos todos muy afectados”, aseguraba María González a Vanitatis. El último trabajo del diseñador coincidió con la pasada pasarela madrileña. David Delfín puso a la venta una camiseta
con la foto impresa de Bimba Bosé para recaudar fondos para la
Asociación Española contra el cáncer. En la imagen, la sobrina de Miguel
Bosé, fallecida de cáncer a los 41 años, luce la primera camiseta que
David Delfín pintó a mano para la firma que creó en 2001. Un recuerdo
para la que ha sido su musa y una de sus amigas más cercanas
coincidiendo con la pasarela en la que el modisto acaparó toda la
atención desde su primer desfile. Según la madre de David Delfín, la muerte de la modelo y cantante el pasado 24 de enero “removió mucho a mi hijo”. Al diseñador le encontraron tres tumores en 2016 de los que fue operado el 5 de abril de ese año. Él mismo contó el proceso en una entrevista para la edición española de la revista Vogue
que se publicó en junio de 2016. Reportaje con fotografías de Pablo
Sáez, su pareja, en el que David Delfín mostraba las cicatrices en la
cabeza de la intervención quirúrgica. En el artículo, el diseñador
hablaba entonces de que ya padecía problemas con el habla y la memoria,
además de pérdida de fuerza en un brazo y una pierna. Habitualmente activo en las redes sociales, el diseñador
no publica una foto en su cuenta de Instagram desde hace 15 semanas,
cuando aprovechó para agradecer las muestras de cariño y felicitaciones
recibidas en su 46 cumpleaños. Sí ha aparecido de manera puntual en las
fotografías publicadas por algunos de sus amigos, como la imagen de una
íntima fiesta colgada en las redes hace seis semanas por Bibiana
Fernández.
Lo reconozco Señora Milá, nunca me cayó usted bien.
No es
nada personal, a fin de cuentas no nos conocemos.
Tampoco tengo ganas:
lo siento así por lo que usted transmite como profesional del
periodismo, por la clase de programas que hace, por los que presenta,
conduce o en los que participa.
No suelen ser de mi agrado.
Así pues, de
aquí en adelante no se lo tome como algo personal: es posible que se
trate nada más de un estilo de periodismo con el que no comulgo que de
otra cosa.
Pero son las personas las que al final ponen cara y dan
sentido a un estilo concreto, tanto en el periodismo como en el cine, la
literatura o la manera de entender la vida.
Y en este caso le ha tocado
a usted –no sé si por convencimiento o por necesidades del guión–
convertirse en esa figura mediática que tanto detesto.
Nada más lejos de
mi intención que pedirle que eso cambie: se le nota muy cómoda en su
papel, así que algo tendrá el agua cuando la bendicen.
La fe contra la ciencia
Si hoy me animo a dirigirle unas líneas es por -seguro que
ya se lo imagina, a estas alturas- el bochornoso espectáculo del otro
día en el programa 'Chester in love’ de Cuatro, al que invitaron al bioquímico, escritor y divulgador José Miguel Mulet para debatir sobre los contenidos del libro La enzima prodigiosa de Hiromi Shinya.
El papel de Mulet, claro, era el de criticar –no me extraña– sus
contenidos; mientras usted ejercía, en teoría, de coherente defensora.
Al menos supongo que ese era el plan inicial: dos personas
con un alto nivel de formación -sobre el papel- conceptualmente
enfrentadas respecto al libro en cuestión.
Hago este breve esquema de la
situación porque, en palabras de Les Luthiers
es imprescindible que a la hora de establecer un ‘biólogo’ haya dos
personas.
Y usted, al intentar rebatir las opiniones del Profesor Mulet
–quien tenía la posesión de la palabra en primer lugar, un privilegio
que apenas consiguió recuperar después–, se enrocó en un monólogo que,
empezando por llamarle gordo con todas las letras, basó toda su
argumentación en una cuestión que para nada tenía que ver con el objeto
de debate.
Para ello usó, conscientemente o no, un recurso que denota
el más bajo nivel que se puede emplear en cualquier disquisición lógica:
la falacia ad hominem.
Es decir, tratar de desacreditar los
argumentos del interlocutor señalando en él una característica o
creencia impopular.
Voy a bajar el nivel ya que no quiero confundirla
con palabrería en latín. Como es comprensible, no tenía respuestas
válidas con las que defenderse, y siguió la estrategia de echar balones
fuera o, para que nos entendamos: ¿dónde vas?; manzanas traigo.
A fin de cuentas, para que se establezca un debate sobre la
validez de una determinada cuestión científica se necesitan dos
científicos, y ¿usted podría explicar de manera sencilla, comprensible y
a la vez sin dejarse nada en el tintero qué es exactamente una enzima?
¿Podría dar una clase a alumnos de 2º de la ESO sobre enzimas? Fíjese
que no le hablo de la universidad y un grado de Biotecnología, como
Mulet.
¿Podría, llegado el caso, solucionar las posibles dudas de esos
alumnos de 2º de la ESO respecto a la naturaleza de esas enzimas y sus
implicaciones metabólicas, funciones, etc?
Pues eso. Que manzanas
traigo. Manzanas con enzimas, con genes, con cosas.
La mala educación
El supuesto anterior queda invalidado si usted es de esas
personas que opina que una persona con sobrepeso u obesidad no puede
hablar con propiedad y certeza de cuestiones relacionadas con la
alimentación, en cuyo caso queda todavía en peor situación.
Si cabe.
¿Acaso no consultaría usted con un oncólogo por el hecho de que este
tuviera cáncer; y con un urólogo con piedras en el riñón; o con un
endocrinólogo si este padeciera diabetes? ¿Seguimos?
Que exista una
corriente popular –más bien populista– que postule que la obesidad es
solo el resultado de la escasa voluntad del paciente respecto a (no)
cerrar la boca o (no) hacer ejercicio me parece lamentable, pero
reconozco que es lo que hay y que con eso tenemos que lidiar.
Que una
persona presuntamente formada y de su nivel incurra en esa asociación de
ideas, resulta directamente deplorable.
Tampoco se agobie demasiado, no es la única que tiene abiertas este tipo de vías de agua en el cerebro.
Sin ir más lejos hace casi cuatro años en el programa ‘El gran debate’ de Tele5, el ínclito Sr. Dukan
–sí, el de la dieta homónima, a quien ya no recuerdan ni sus más fieles
palmeros– tuvo ocasión de ponerse en evidencia al dirigirse a Giuseppe Russolillo, presidente de la entonces Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas, en los siguientes términos:
“¿Cómo
puede ser que el presidente de los dietistas españoles sea un obeso?
Usted está gordo.
Es una vergüenza. ¡Usted es nutricionista y obeso! Eso
quiere decir que su método dietista no funciona”.
Supongo que, para una persona con escasas oportunidades de
formarse en un terreno especializado como es el de la obesidad, hay una
especie de disonancia cognitiva entre acudir a un profesional
cualificado para recibir ayuda a la hora de perder peso, y que ese
profesional al mismo tiempo tenga sobrepeso u obesidad.
Como usted, que
por lo que se ve asume la obesidad como un ente único, fruto de comer
mucho y moverse poco.
Por recurrente que sea, esta es una simplificación
extrema del asunto.
No hay única obesidad, igual que no hay una única
depresión: sin caer en el sinsentido de afirmar que hay tantas
obesidades como personas obesas, sí que es preciso considerar que en
cada caso puede haber múltiples factores implicados, desde los genéticos
a los psicológicos, pasando por los socioculturales.
Y pone como única
carga de la prueba de defensa del famoso libro, que su interlocutor
padece obesidad –sin conocer realmente su IMC ni otros factores, y a
ojo– y en un alarde de espontaneidad intenta analizar su dieta en
directo. Brillante.
En este terreno no puedo dejar de mencionar el presunto
ilícito en el que pudo haber incurrido al descalificar al Profesor Mulet
sin tener en cuenta, supongo, la Ley 17/2011 de Seguridad Alimentaria y Nutrición.
Pues bien, en buena parte de su justificación, y concretamente en su
artículo 37 se destaca la prohibición de cualquier discriminación
directa o indirecta por razón de sobrepeso u obesidad. Y es que usted,
además, no se refiere al Dr Mulet como obeso, se refiere a él con la
expresión ‘gordo’ ¿en todas sus acepciones, o pretendía usted hacer especial hincapié en alguna?
Querida Milagros
No voy a entrar de nuevo a valorar los contenidos del libro. Ya lo hice hace casi cuatro años,
y si sigue el enlace verá que ya por aquel entonces aparece su nombre.
Pero déjeme hacerle un resumen sobre mi parecer al respecto del panfleto
en cuestión:
No existe la tal enzima prodigiosa, incluso
el bueno de Hiromi –su autor– lo reconoce, solo se la imagina (y con
ello perpetra un título genial, y de paso un negocio que le ha reportado
grandes beneficios).
Él y solo él sospecha de su existencia y
le atribuye propiedades que a la luz de la medicina actual solo pueden
ser consideradas de milagrosas.
Cualquier niño en sus últimos
cursos de primaria, solo con los más elementales conocimientos de
biología podría (debería) echar por tierra los argumentos de este libro.
Lamentables en boca de un señor que ejerce la medicina.
La obra
está cuajada de despropósitos energético-holísticos buenrrollistas, que
no tienen ningún respaldo en la ciencia.
Sin embargo, un portavoz de la institución ha negado a
diversos medios que Shinya ejerza allí, pese a que la editorial sostiene
que sí.
Un extra: para dar buenos consejos en el terreno
sanitario o, llegado el caso, de la nutrición no hace falta ni mentir ni
recurrir a cuentos de hadas.
Siempre existirá gente como usted, Sra Milá, que se reúna
en noches de luna llena alrededor de una magnífica fogata para invocar a
Gaia o a la enzima prodigiosa, madre cósmica de todas esas otras
enzimas chiquitinas y gregarias que habitan en cada ser vivo.
Eso es
algo inevitable. Si le digo la verdad, ese tema me inquieta poco y hasta
me parece algo folclórico.
Lo que me parece todo un desacierto es que
alguien utilizando su escaparate mediático invoque una enzima que ni
existe, ni es prodigiosa, ni nada de nada.
Esa enzima es una solemne
tontería y es peligrosa.
Por cierto, antes de despedirme me gustaría comentarle una cosa. Mis
argumentos en contra del bodrio de la enzima prodigiosa son los mismos,
en esencia ,que los del profesor Mulet, mido 1,79, peso 76 kg y tengo 47
años… ¿también me va a llamar gordo para defender su postura? ¿O en
este caso se va centrar en que tengo un poco menos de pelo que cuando
tenía 25, llevo los pantalones arrugados, la barba de tres días o
cualquier otro argumento igual de válido cuando se trata de intentar
imponer la fe o los intereses de una cadena por encima de la ciencia?
Pues yo Sr. Revenga si leo esto es porque precisamente habla de Mercedes Milá que me ha gustado siempre muucho más que usted, no suelo leer nada de nutricionista ni de comidista, no me interesa.
Lo que me pueda interesar no me lo da ningún artículo de estos.
Como profesional me gusta Mercedes Milá que no se corta un euro ante nadie y seguro que usted es un gordo que parece ser feliz, no me gustan los gordos que envidian casi todo de una persona delgada, no flaca.
No sé si me entiende Sr. Revenga. Me da igual las enzimas prodigiosas, me da igual muchas cosas pero que usted se meta y anatemice a una profesional, mujer y delgada dice muy poco a favor suyo. Naturalmente es mi opinión, usted es un resabido y envidioso, pero cada uno a lo suyo, y como descalifica en todo a la Señora Milá pues yo me tomo la paciencia de decir que estoy harta de Hombres como usted. Repito que será gordo para tener tanta mala leche.
Llega dando largos tragos a una litrona de lo que parece
naranjada y es un suero de glucosa para aguantar la tralla de la maratón
de promoción en la que se ha embarcado. “Para lo que hemos quedao,
antes me metía de todo y por su orden y ahora me chuto azúcar puro”,
bromea. Viene de dar una entrevista en la radio y se dispone a ofrecer
una multitudinaria rueda de prensa para presentar su autorregalo de
cumpleaños: 50 palos, una especie de obras completas en forma
de disco, libro y gira que le tendrá rodando todo el año de teatro en
teatro por España y América. Como si no hubiera un mañana Así, confiesa, ha decidido vivir desde que el cáncer le
bajara de “la ola” de estrella del rock y le hiciera redescubrir la vida
pura y dura. He aquí a Pau Donés,
puro espíritu, ángulos y ojos verdes, 66 kilos de fibra y huesos en un
cuerpo de 1,85 sometido a los rigores de la enfermedad, la cirugía y la
quimioterapia. Puede que está más flaco que la legendaria flaca que le
catapultó a la fama hace dos décadas. Pero, quizá, también, más
atractivo y auténtico que nunca.
Nunca
estará ni más joven ni mejor que hoy, parece pregonar con su entusiasmo
contagioso. No le interesa el futuro, confiesa. ¿Huida hacia adelante? “No, ganas de vivir la vida, de exprimir el presente, porque vivir es
urgente, yo me puedo morir mañana, pero tú también, y todos, y estamos
tardando en darnos cuenta”. El creador de pequeños himnos vitales como Grita, Bonito o Depende
no es ningún ingenuo, ni ningún iluso. Sabe a lo que se enfrenta. Y
porque lo sabe, quiere compartir sus sentimientos y pensamientos al
respecto. Así escribió Humo, -“ahora que solo me queda esperar a
que llegue la hora, abrázame fuerte, amor, por su fuera esta la última
vez”- la canción “de amor” que le dedicó a su “mejor amante,“la vida”
cuando sintió que “se le escapaba”. Y así lo confiesa, sin rastro de
impostura en unos ojos que penetran los tuyos con lo que parece empatía e
interés genuino por el otro. “Claro que sé que esta expectación se debe a mi enfermedad”, dice,
aludiendo a su masiva presencia en los medios y al inusitado interés
despertado por su disco, su libro y su gira, “pero también estoy gozando
de esta atención con la tranquilidad de que tengo una mercancía
cojonuda que ofrecer”, explica. Una mercancía, su producción al frente
de Jarabe de palo, que podrá gustar más o menos a según qué públicos,
pero cuyos estribillos y melodías se han colado en el imaginario
sentimental de varias generaciones de algo que se tiene o no se tiene. “El poder de emocionar a la gente. De que se te salte una lágrima. O de
que te den ganas de llamar a tu novio y decirle ven para acá . O de
invadir lo que se te ponga por delante”, resume Donés.
“Ese es el poder de la música, y de los compositores. A lo que
aspiramos. No siempre se consigue. ¿Y usted, a qué aspira, ahora?, se le
pregunta. Y responde: “A vivir, siempre. Sigo siendo Peter Pan, con
cáncer, pero Peter Pan, y así seguiré hasta el último día”.
Gabriel José de la Concordia García Márquez,
que vino al mundo hace noventa años, llegó para contar las historias
que heredó, narrar los paisajes y pasajes que vivió, sonreír el hablar
pausado que parecía de versos, bailar vallenatos como si planeara por la
nubes con las manos bajas extendidas y cantar boleros con los amigos en
una liturgia que se improvisaba con cada sobremesa. Gabo se extiende en
el amor infatigable de Mercedes y en el brillo entrañable de los ojos
de sus hijos y las miradas de sus nietos que son sonrisas, incluso
cuando los he visto tristes; Gabo se multiplica en los millones de
lectores que siguen conversando con sus páginas en silencio,
sincronizando sus propias biografías con cada párrafo que se abre como
enredadera de verdes hojas, en generosa selva de su prosa y, sí, tenía
toda la razón Eliseo Alberto cuando pronosticó que dentro de quinientos
años no sabemos bien a bien quién leerá el Quijote aquilatando
sus palabras añejas, mientras que consta que así pasen mil años habrá
no pocos lectores que entiendan perfectamente —en cualquier tipo de
plataforma, idioma o dialecto— las palabras como flores de Gabriel
García Márquez.
Gabo
es mucho más que las mariposas amarillas que le siguen la cabellera a
sus personajes o los enredos inolvidables de los amores contrariados: es
en sí mismo una Literatura como mayúsculas, que ha de leerse con la
sabia saliva de los murmullos y la conversación en voz baja, entre las
sabanas de un insomnio quizá compartido y el largo paseo de toda una
vida para rememorar lo que aún no se inventaba. Gabo es el periodista en
persecución del arte del hecho, con el oficio de detective y la pluma
del poeta, que no precisa poner en versos lo que le cabe en un párrafo
urgente; con la adrenalina de lo efímero, narrar para que la memoria no
lo olvide y apuntalarlo todo con el sazón artístico de la metáfora
precisa, tan aguda que no recurre a la exageración del adjetivo, sino a
la descripción exacta y así, como periodista, Gabo convirtió en novela
el naufragio de un hombre cuya crónica ya había sido narrada
mecánicamente por otros reporteros, y elevó a rango de las bellas artes
el maquinazo sobre el acordeón, para rellenar un hueco en la página ocho
de un diario condenado a volverse papel amarillo en los archivos. Gabo es el cuentista que nos enseña a todos la suprema
importancia de saber describir todo lo escrito que le sobra a la trama
en su nudo, a los personajes en su perfil y al planteamiento en su
contundente convicción instantánea y por ello, Gabo es el novelista que
desenreda sobre una navegación de largo aliento todas las palabras que
han de deshilarse para que todos los personajes se vuelvan palpables,
creíbles en el espejo de su prosa con todas sus aventuras y travesías
perfectamente constatables en la flor de sus respectivos finales. Pero
Gabo es también el generoso lector del mundo, que se obsesionaba con los
guiones de las historias visuales, tanto como se hipnotizaba con los
hombres que desde el parapeto del poder intentaban sortear el engañoso
rasero de intentar gobernar a los demás, o a los demonios de sí mismos o
las dimensiones invisibles del mundo o el mercado. El hombre que llegó al mundo hace noventa años ha de permanecer intacto
en el recuerdo del lector que hoy mismo lo descubra por primera vez y en
la bitácora de la inmensa gratitud que le guardan quienes ya lo venían
leyendo desde hace más de medio siglo, con sus historias ensortijadas
como peces de plata derretida que se vuelve a coagular a la siguiente
lectura. Es el hombre que confesó escribir para que sus amigos lo
quisieran más cada día y que evadió la banalidad de las mentiras para
convertir en verdad toda fábula legible y es el hombre cariñoso que
abrazaba con afecto incuestionable y procuraba ayudar sin condiciones a
quienes buscaban orientación en tinta. Es el hombre ya sin tiempo que
conquistó al mundo con la imaginación de su memoria y el recuerdo genial
de sus inventos: la constancia del mundo alrededor de la vista y la
invención de todos los mundos que solo se ven cuando se leen, o al
cerrar los ojos con las yemas de los dedos sobre el renglón que parece
moverse con cada sílaba —en cualquier idioma— para recorrer el páramo de
todas sus páginas. Es el hombre que hoy cumple noventa años en el
recuerdo de un siglo que le espera ya mañana para seguir celebrando todo
lo que cuenta por haber venido a este mundo.