Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

6 mar 2017

El señor se está deprimiendo..............................Juan Cruz

Intercambio entre Jordi Évole y Pablo Iglesias en el 'Salvados' de La Sexta de este último domingo.

Pablo Iglesias en una reunión de Podemos en Madrid. EFE
Hubo un interesante intercambio entre Jordi Évole y Pablo Iglesias en el Salvados de La Sexta de este último domingo.
 Évole reunió a votantes de Podemos para interpelar a su líder. Tres años contemplan a su partido.

Hubo de todo; el asunto Errejón circuló como un río de sangre. 
El líder aludido se hizo cargo (“tomo nota”) de algunos reproches, hizo autocrítica (“nos hemos equivocado mucho”, se equivocó su equipo, pero no tanto, en los ataques tuiteros a Errejón), y se refirió a su pareja Irene Montero (tan preparada para el cargo) como alguien a quien se ataca por ser mujer.

Fue una charla más bien entristecida, como si en un barco a la deriva un grupo de amigos estuviera buscando al responsable de la vía de agua.
 Aquel entusiasmo del 15M, de cuyo aire fresco venían los contertulios, es ahora tristeza visible, reproche encubierto.
 Una mano pide auxilio, no se sabe de quién.
Pero lo que llamó la atención fue ese instante en que Juan Carlos Monedero se hizo presente.
 Se hizo presente… por ausente. 
El secretario general juzgó que el profesor, que ejerce tanta influencia sobre él y sobre su partido, no estaba siendo bien defendido. 
Aquí falta alguien que defienda a Monedero, vino a decir. Parecía pedir auxilio.
Me recordó, y perdonen las similitudes, una vieja anécdota que Tomás Eloy Martínez contó sobre el ego de Ernesto Sábato, héroe literario argentino.
 La esposa del autor de El túnel, Matilde, asistía con Sábato a una cena numerosa.
 Después de media hora de cháchara ella hizo transitar un papelito entre los presentes.
 Decía el papelito: “Llevan media hora hablando, nadie ha dicho nada de Ernesto… y él se está deprimiendo”. 
En otra ocasión, Sábato se enfadó con Carlos Fuentes: el escritor mexicano dijo ante él que los mejores escritores argentinos eran Borges, Cortázar y Sábato. 
Éste se levantó enfurecido: “¡Gracias por ponerme en último lugar!” “¡Era por orden alfabético!”, gritaba Fuentes corriendo tras él.

Esa sensación tuve: Pablo se ha dado cuenta de que Juan Carlos estaría viendo el programa en casa, nadie hablaba (bien) de él y se está deprimiendo… 
Entonces le hizo ese reproche (él lo llamó reproche) a Évole y ya Monedero dejó de ser la presencia que había empezado a ser.
 Es cierto que nadie habló luego de Monedero, pero nadie se atrevió a hablar (mal) de él.
 Cabe preguntarse si el silencio posterior no habrá afectado también al previsible ego de Monedero.
No es rara esta actitud del líder de Podemos.
 La hemeroteca está llena de sus reproches: encarna, en cierto modo, un libro de estilo, esto está permitido, esto no es adecuado. En el mismo programa citó a este periódico y a la SER; hizo insinuaciones sobre hechos supuestos que él no tiene ni comprobados ni acreditados.
 Sus adictos en las redes luego tuitean y retuitean lo que él dice como si él hubiera inventado la verdad desde el rumor.
 La posverdad o el posrumor.
 Bajo ese polvo aparecemos los periodistas como los secuaces infectos de una casta sospechosa. 
Hay que tener luego agallas (muchos las tienen) para superar sus burlas.

Eso que dice la Asociación de la Prensa se sufre en silencio; si se dice tiene la respuesta inmediata de las redes y de los wasaps, armas inclementes para los que osan hurgar en lo que está vedado. La burla que han montado se parece muchas veces a la fórmula 6, 7, 8 que el kirchnerismo argentino emitía en su televisión para burlarse de los que pusieran en cuestión lo que hicieran los líderes indiscutibles.
En un tiempo esa intimidación de la que se habla ahora se decía en voz baja, porque afectaba a los periodistas. 
Desde el 23 de diciembre de 2016 esa intimidación se hizo patente también en las filas de Podemos, porque afectó a militantes y a líderes díscolos que pasaron a ser desafectos y, por tanto, afectos a la casta.
Ese clima es el que ha desembocado en este mar revuelto que se disimuló con la unidad de Vistalegre.
 Después de la celebración ha venido la melancolía. Lo que se ve es que el señor de Podemos, esté en Salvados como Iglesias o viéndolo en casa como Monedero, observa que ya no todo es unánime… y se está deprimiendo.

 

Nadie le hace la cama a Luis Enrique................... Ramon Besa

Ningún futbolista juega ya para que se quede el técnico, o dejó de competir para que se vaya, sino que el plantel apela al bien común que representa Messi.

 
Luis Enrique, en el banquillo del Camp Nou ante el Celta. AP
Los códigos del fútbol son muy particulares, ajenos a la lógica empresarial, y más en el caso de equipos como el Barça
El sentido común apunta también a que cualquier cliente difícilmente confiará en una compañía cuyo director general se ha puesto una fecha de caducidad a tres meses vista, caso de Luis Enrique, entrenador del Barça.
 La decisión del técnico podía invitar a la renuncia colectiva, más que nada por la falta de autoridad sobre los jugadores que suponía, o por contra provocar la autogestión, opción propia de un equipo repleto de figuras como es el que lidera Messi.

No ha sido el caso de Luis Enrique
Nadie le hace la cama a Lucho.
 El anuncio hecho por el propio entrenador de que dejará el club el 30 de junio ha tenido de momento un efecto terapéutico en el Camp Nou. 
Al técnico se le nota liberado, los futbolistas se reencontraron con su mejor versión ante el Celta, la afición dejó de discutir sobre el entrenador y la directiva ya no es noticia, circunstancia que agradece Bartomeu. 
No se olvidan en el consejo que el triplete llegó después que el presidente convocara elecciones en enero de 2015 como respuesta a la crisis generada en Anoeta.
Al igual que entonces, el vestuario aguardaba a que pasara alguna cosa desde la derrota de París.
 Algo que activara al equipo y motivara a Luis Enrique después de un 4-0 que denunciaba el agotamiento del contragolpe azulgrana, la fórmula que se inventó el asturiano con el tridente para evolucionar el juego de ataque desarrollado por Guardiola.
 Los capitanes Iniesta y Busquets expresaron su sorpresa por la falta de un manual de instrucciones para el partido del PSG.
 No fue una denuncia contra Lucho sino una invitación a que se implicara por más que ya tuviera decidido desde hacía meses abandonar el Barça.
Todos sospechaban que Luis Enrique no seguiría en el Camp Nou, circunstancia que jugaba también en contra del técnico, de manera que se imponía un gesto por parte suya, el anuncio de su renuncia y también la confirmación de que ejercería con todas las consecuencias hasta el 30-J.
 Lucho salió de la rutina, recuperó la memoria y tiró de la fórmula del 3-4-3 tan conocida en el Camp Nou. 
Ya no se trataba de ser imprevisibles sino de ser reconocibles, como se vio el sábado, día en que mostraron su familiarización con el plan: 5-0.
Aunque difícilmente alcanzará para remontar ante el PSG y puede que no sirva tampoco para ganar la Liga, la vieja receta barcelonista ayudará a centrar la mirada en el juego, a defender la identidad y a recuperar el prestigio, todos a una como Fuenteovejuna.
 Ningún futbolista juega ya para que se quede Luis Enrique, o dejó de competir para que se vaya, sino que el plantel apela al bien común que representa Messi.
Al 10 se le vio más comprometido que condenado el sábado, dispuesto a despedir con la mayor grandeza posible a Luis Enrique. El rosarino y sus compañeros se la juegan después del ejercicio de transparencia de Lucho, una declaración que por otra parte alivia la tensión del club, que no es precisamente una empresa; es el Barça.

 

García Márquez y el rastro de su nacimiento a lo largo de su obra

El escritor habría cumplido hoy 6 de marzo 90 años

Empiezan los homenajes por medio siglo de 'Cien años de soledad', 70 de su primer cuento y 35 de la concesión del Nobel.

García Márquez, en Madrid en 1994.
“¡Varón! ¡Varón! ¡Ron, que se ahoga!”, relampagueó la tía Francisca por el corredor de las begonias florecidas.
 Su voz angustiada se abrió paso entre el diluvio ensordecedor que caía sobre el techo de la casa.
 El cordón umbilical enredado en el cuello del recién nacido amenazaba su vida.
 Las mujeres revolotearon por el caserón con imploraciones a Dios y a la virgen. 
Cuando lo liberaron del cordón, y en espera de un milagro, no se arriesgaron a que el bebé muriera sin ser bautizado y corrieron a hacerlo con agua bendita. 
Nadie sabía qué día era, así es que le pusieron Gabriel, por el padre, y José, por el patrono de Aracataca.
 Era el domingo 6 de marzo de 1927. 
Eran las nueve la mañana pasadas como habían anunciado ahogadas, entre el aguacero, las campanas de la iglesia.
Así es como bajo un diluvio que parecía echar el cielo abajo, gritos de mujeres aterradas, nueve campanadas náufragas, sus propios resuellos de recién nacido sin aire, el sabor del ron resucitador y clamores de milagros vino al mundo Gabriel José García Márquez. 87 años, un mes y 11 días vivió el Nobel colombiano tras fallecer el 17 de abril de 2014. 
Hoy hubiera cumplido 90 años.
Hijo de Luisa Santiaga y Gabriel Eligio, aquel niño nació en casa de sus abuelos maternos Tranquilina Iguarán Cotes y el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía. 
Con ellos vivió hasta los ocho años.
 Con ella, tías y demás mujeres de la casa, creció rodeado de historias de ultratumba y con él, su abuelo, pasó la mayor parte del día, lo trataba y le hablaba como a un adulto, iba con él a todas partes y le contaba episodios trágicos del rosario de guerras de Colombia. 
Nació entre ellos una complicidad secreta que ayudó a crear en la cabeza y el corazón del niño un territorio nuevo entre el mundo real del abuelo y el imaginario de la abuela.
 Con él nacieron muchas cosas.
En las calles hechas polvo por el sol caribeño y las sombras de la noche de Aracataca jaspeadas de luciérnagas nacieron las principales historias de uno de los escritores más universales del siglo XX. 
Lo confirmó el propio García Márquez en Vivir para contarla (2002).
 Unas memorias en las que hay puertas y ventanas para apreciar la maestría de la sublimación de la realidad en ficción en las novelas La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1957), La mala hora (1961), Cien años de soledad (1967), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985), El general en su laberinto (1989), Del amor y otros demonios (1994) y Memorias de mis putas tristes (2004). 
Su mirada de periodista que funde rigor y relato se lee en grandes reportajes como Relato de un náufrago (1955) o Noticia de un secuestro (1996), mientras sus artículos de prensa, también piezas literarias, están recogidos en Obra periodística completa (1999). Pero todo ese universo de grandes títulos está desperdigado en sus cuentos. 
En esos relatos anidan esas historias en su forma y fondo, sobre todo en los primeros, agrupados bajo los títulos Ojos de perro azul (1955), Los funerales de la Mamá grande (1962) y La irresistible y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972). 
Luego, en 1992, publica Doce cuentos peregrinos.
 (La obra de García Márquez la edita en España y Sudamérica Literatura Random House, mientras en México, América Central y el Caribe la publica Diana, del Grupo Planeta). 



La primera edición de 'Cien años de soledad'.
Noventa años después de aquel nacimiento, más que hablar de su vida y trayectoria este es un recorrido por el rastro que dejaron en su obra literaria las características de su nacimiento: el día domingo, el duelo librado entre la vida y la muerte, los gritos de angustia y peticiones a Dios, la lluvia torrencial y las campanas de iglesia.
 Hechos reales que reviven en las palabras literarias de Gabriel García Márquez que todo lo pueden.
Nacimiento El espejo literario de su llegada al mundo lo escribió en Cien años de soledad:
“Aureliano, el primer ser humano que nació en Macondo, iba a cumplir seis años en marzo.
 Era silencioso y retraído.
 Había llorado en el vientre de su madre y nació con los ojos abiertos.
 Mientras le cortaban el ombligo movía la cabeza de un lado a otro reconociendo las cosas del cuarto, y examinaba el rostro de la gente con una curiosidad sin asombro.
 Luego, indiferente a quienes se acercaban a conocerlo, mantuvo la atención concentrada en el techo de palma, que parecía a punto de derrumbarse bajo la tremenda presión de la lluvia.
 Úrsula no volvió a acordarse de la intensidad de esa mirada hasta un día en que el pequeño Aureliano, a la edad de tres años, entró a la cocina en el momento en que ella retiraba del fogón y ponía en la mesa una olla de caldo hirviendo.
 El niño, perplejo en la puerta, dijo: ‘Se va a caer’.
 La olla estaba bien puesta en el centro de la mesa, pero tan pronto como el niño hizo el anuncio, inició un movimiento irrevocable hacia el borde, como impulsada por un dinamismo interior, y se despedazó en el suelo. 
Úrsula, alarmada, le contó el episodio a su marido, pero este lo interpretó como un fenómeno natural”.
Un muerto vivo En septiembre de hace 70 años García Márquez publicó su primer cuento.
 Fue en el diario bogotano El Espectador. 
 Un relato que parece capturar la angustia del instante de su nacimiento, bajo el incesante ruido diluvial en que en su ser se debatieron en duelo la vida y la muerte y todos pensaron que no viviría
. Lo tituló La tercera resignación:
Allí estaba otra vez ese ruido
. Aquel ruido frío, cortante, vertical, que ya tanto conocía; pero que ahora se le presentaba agudo y doloroso, como si de un día a otro se hubiera desacostumbrado a él. (…) Había sentido ese ruido ‘las otras veces’, con la misma insistencia.
 Lo había sentido, por ejemplo, el día en que murió por primera vez.
 Cuando -ante la vista de un cadáver- se dio cuenta de que era su propio cadáver.
 Lo miró y se palpó. Se sintió intangible, inespacial, inexistente. (…) Estaba en su ataúd, listo para ser enterrado, y sin embargo, él sabía que no estaba muerto. (…) Hacía tiempo que el médico había dicho a su madre, secamente:
 -Señora, su niño tiene una enfermedad grave: está muerto. Sin embargo -prosiguió-, haremos todo lo posible por conservarle la vida más allá de la muerte.
 Pronto empezó a crecer dentro de la caja, de tal manera que cada año podían sacarle un poco de lana a la almohada extrema para darle margen al crecimiento.
 Había pasado así media vida. Dieciocho años. (Ahora tenía veinticinco)”.
Lluvia macondiana La lluvia con su estruendo tropical que acompañaron su llanto al nacer no amainaron en la memoria del Nobel colombiano. 
Su resonancia ocupa un lugar esencial en sus obras.
 En uno de los episodios fundacionales de su universo literario el escritor junta lluvia, domingo y ecos de iglesia, como el día en que nació.
 Es cuando Macondo, en 1955, se revela por primera vez en el cuento Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo:


La página de 'El Espectador' donde Gabo publicó su primer cuento hace 70 años.
“El invierno se precipitó un domingo a la salida de misa. La noche del sábado había sido sofocante.
 Pero aún en la mañana del domingo no se pensaba que pudiera llover.
 Después de misa, antes de que las mujeres tuviéramos tiempo de encontrar un broche de las sombrillas, sopló un viento espeso y oscuro que barrió en una amplia vuelta redonda el polvo y la dura yesca de mayo.
 Alguien dijo junto a mí: “Es viento de agua”. Y yo lo sabía desde antes.
 Desde cuando salimos al atrio y me sentí estremecida por la viscosa sensación en el vientre.
 Los hombres corrieron hacia las casas vecinas con una mano en el sombrero y un pañuelo en la otra, protegiéndose del viento y la polvareda. Entonces llovió.
 Y el cielo fue una sustancia gelatinosa y gris que aleteó a una cuarta de nuestras cabezas”.
Domingos de toda estirpe Más allá del dominical big bang macondiano, el domingo es un día muy presente en los relatos de García Márquez
 Si Dios, como dice la Biblia, descansó un domingo, en el mundo de García Márquez ese es el día en que bulle más la vida.
 Muchas cosas suceden en sus domingos. Buenas, malas, regulares… Nunca es un día quieto.
 Día de comienzos de historias, día de finales de historias.
 Como la que sucede al final de esa breve obra maestra El coronel no tiene quien le escriba:
“Trató de tener los ojos abiertos, pero lo quebrantó el sueño. Cayó hasta el fondo de una sustancia sin tiempo y sin espacio, donde las palabras de su mujer tenían un significado diferente.
 Pero un ‘instante después se sintió sacudido por el hombro. —Contéstame. El coronel no supo si había oído esa palabra antes o después del sueño. 
 Estaba amaneciendo. La ventana se recortaba en la claridad verde del domingo. 
Pensó que tenía fiebre. Le ardían los ojos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para recobrar la lucidez. —Qué se puede hacer si no se puede vender nada —repitió la mujer. —Entonces ya será veinte de enero —dijo el coronel, perfectamente consciente. 
El veinte por ciento lo pagan esa misma tarde. —Si el gallo gana —dijo la mujer. —Pero si pierde.
 No se te ha ocurrido que el gallo pueda perder. —Es un gallo que no puede perder. —Pero suponte que pierda. —Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso —dijo el coronel.
 La mujer se desesperó. “Y mientras tanto qué comemos”, preguntó, y agarró al coronel por el cuello de franela.
 Lo sacudió con energía. —Dime, qué comemos. El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. 
Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: —Mierda”.
Otras obras con el rastro de aquellos sucesos del nacimiento se reflejan en novelas como El amor en los tiempos del cólera y los cuentos La viuda de Montiel y Alguien desordena estas rosas. 
 El eco de aquellos momentos Gabriel García Márquez los revivió con recuerdos reales y heredados para que el tiempo no los estancara y vivieran la eternidad en nosotros.
Más información en www.winstonmanriquesabogal.com

 

 

5 mar 2017

Gigantes y cabezudos................................. Boris Izaguirre.........

La semana anterior pasó de todo, la visita de Juliana Awada, los millonarios filántropos en Arco y el follón del Oscar. Y entonces llego el MWC.

 
De izquierda a derecha: el rey Felipe VI, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y el vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, la semana pasada en el Mobile World Congress de Barcelona.
Mi amiga Gloria, que es muy de Barcelona, tiene la teoría de que después de una semana muy ajetreada llega otra en la que no pasa nada.
 Y que esto sucede de forma casi matemática. Creo que tiene cierta razón.
 La semana anterior pasó de todo, la visita de Juliana Awada, los millonarios filántropos en Arco y el follón del Oscar. 
 Y entonces llego el MWC, el Mobile World Congress, donde se presentan las innovaciones en telefonía móvil.
 Y, más rápido que un whatstapp, una foto histórica: ese hombrote, el vicepresidente catalán Oriol Junqueras, recolocó a la poderosísima vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría entre el Rey y él.
 Como debe ser, la dama en el medio. Junqueras redondeó la jugada posando sus protectoras manotas sobre los hombros de la vicepresidenta, como si ambos fueran una simpática representación de la popular fiesta mediterránea conocida como Gigantes y Cabezudos.
Es una fiesta más ancestral que el MWC. 
Eso es algo que los organizadores de este congreso tan hipster y tan cool han descubierto desde el principio.
 En Barcelona cualquiera puede pillar sintonía personal. Pero, claro, hay que ir hasta allí porque desde aquí, desde Madrid, no se pilla la sintonía.
 Y por eso es que a aquellos que no les gusta Barcelona, recomiendan no mantener comunicación.
 Que es lo contrario a la telefonía móvil
. Con Barna a tope y con ambientazo, Soraya se contagió con la movida del móvil y disfrutó ese reiki de manos catalanas sobre sus hombros.
 Ella y él sonrientes y como testigo Felipe VI, con barba hipster y también muy en la onda comunicativa.
Algo tiene que ver el encanto rellenito de Junqueras, que es republicano pero adorable. 
Le conozco desde cuando nos encontrábamos en el puente aéreo a horas crueles de la mañana.
 Y Oriol me saludaba con su vozarrón y yo entendía desde cómo hay que moler los piñones para la salsa de los calçots hasta la atmosfera wagneriana que rodea Montserrat.
 En esa época, precisamente la del Estatut que el partido de Soraya tanto combatió, Junqueras se vestía con camisas de cuadros, un look leñador, un poco oso, que muchos criticaban. 
 Menos yo, que era lo primero que le decía en el avión: “Oriol no te cambies las camisas de cuadros por más que Rafael Medina, el hijo mayor de Naty Abascal, te diga que jamás las tendría en su armario”. 
Oriol respondía con un abrazote mientras confirmaba que su rostro recuerda al de Rossy de Palma, el tabique un poquito desviado pero muy buen olfato político.
La escena de confusión tras el error eal anunciar la ganadora de la mejor película en los Oscar.
Ese olfato deberían desarrollarlo las ceremonias críticas con Trump. Muchas terminan en desastre, como si el presidente lanzara sobre ellas un maleficio. ¡Mientras más os metáis conmigo más terrible será el ridículo! Primero, los Grammy que estaban muy osaditos metiendo chascarrillo tras chascarrillo contra el presidente del muro y el machismo y, zas, Adele desafinó y tuvo que decir “mierda” para que la orquesta se diera cuenta.
 Y el domingo pasado en los Oscar fue el acabose. Llevaban más de tres horas de bromitas contra el presidente, la mayoría francamente geniales, y pasó lo que pasó. 
Defiendo a Warren Beatty porque actuó exactamente como había que hacerlo.
 Intentando, discretamente, que alguien se diera cuenta de que había un problema. No podía irse hacia atrás o gritar que había un error y desmontar en un minuto 89 años de Oscar.
 Eso lo hubiera hecho un millennial, como el productor de La la land que groseramente le arrancó de las manos el tarjetón que ponía Moonlight, la auténtica ganadora. Beatty es Hollywood y si en Hollywood hay algo es sentido de la escena
. Por eso casi arranqué a llorar, porque pensaba que el único que sí se dio cuenta de lo que Beatty intentaba manifestarnos fue Donald Trump pensando: así te quería ver.

Trump es un presidente con poca sintonía pero mucho sentido escénico.
 Es cierto que así como ruge por un lado aparece convertido en estadista por otro y recuerda a Linda Evangelista, la top model que inventó lo del camaleonismo, abusando de cambios de tinte y peinado.
 Y coincide con el volcán Etna, que puede pasar un tiempo dormido y de repente asombrarnos con un espectáculo de explosiones incandescentes, emisiones de ceniza y lava. Solo que el Etna irá apagándose poco a poco mientras que la actividad maléfica del volcán Trump podría hacer justo lo contrario y crecer y crecer como los gigantes y los cabezudos.