Intercambio entre Jordi Évole y Pablo Iglesias en el 'Salvados' de La Sexta de este último domingo.
Madrid
Évole reunió a votantes de Podemos para interpelar a su líder. Tres años contemplan a su partido.
El líder aludido se hizo cargo (“tomo nota”) de algunos reproches, hizo autocrítica (“nos hemos equivocado mucho”, se equivocó su equipo, pero no tanto, en los ataques tuiteros a Errejón), y se refirió a su pareja Irene Montero (tan preparada para el cargo) como alguien a quien se ataca por ser mujer.
Fue una charla más bien entristecida, como si en un barco a la deriva un grupo de amigos estuviera buscando al responsable de la vía de agua.
Aquel entusiasmo del 15M, de cuyo aire fresco venían los contertulios, es ahora tristeza visible, reproche encubierto.
Una mano pide auxilio, no se sabe de quién.
Pero lo que llamó la atención fue ese instante en que Juan Carlos Monedero se hizo presente.
Se hizo presente… por ausente.
El secretario general juzgó que el profesor, que ejerce tanta influencia sobre él y sobre su partido, no estaba siendo bien defendido.
Aquí falta alguien que defienda a Monedero, vino a decir. Parecía pedir auxilio.
Me recordó, y perdonen las similitudes, una vieja anécdota que Tomás Eloy Martínez contó sobre el ego de Ernesto Sábato, héroe literario argentino.
La esposa del autor de El túnel, Matilde, asistía con Sábato a una cena numerosa.
Después de media hora de cháchara ella hizo transitar un papelito entre los presentes.
Decía el papelito: “Llevan media hora hablando, nadie ha dicho nada de Ernesto… y él se está deprimiendo”.
En otra ocasión, Sábato se enfadó con Carlos Fuentes: el escritor mexicano dijo ante él que los mejores escritores argentinos eran Borges, Cortázar y Sábato.
Éste se levantó enfurecido: “¡Gracias por ponerme en último lugar!” “¡Era por orden alfabético!”, gritaba Fuentes corriendo tras él.
Esa sensación tuve: Pablo se ha dado cuenta de que Juan Carlos estaría viendo el programa en casa, nadie hablaba (bien) de él y se está deprimiendo…
Entonces le hizo ese reproche (él lo llamó reproche) a Évole y ya Monedero dejó de ser la presencia que había empezado a ser.
Es cierto que nadie habló luego de Monedero, pero nadie se atrevió a hablar (mal) de él.
Cabe preguntarse si el silencio posterior no habrá afectado también al previsible ego de Monedero.
No es rara esta actitud del líder de Podemos.
La hemeroteca está llena de sus reproches: encarna, en cierto modo, un libro de estilo, esto está permitido, esto no es adecuado. En el mismo programa citó a este periódico y a la SER; hizo insinuaciones sobre hechos supuestos que él no tiene ni comprobados ni acreditados.
Sus adictos en las redes luego tuitean y retuitean lo que él dice como si él hubiera inventado la verdad desde el rumor.
La posverdad o el posrumor.
Bajo ese polvo aparecemos los periodistas como los secuaces infectos de una casta sospechosa.
Hay que tener luego agallas (muchos las tienen) para superar sus burlas.
Eso que dice la Asociación de la Prensa se sufre en silencio; si se dice tiene la respuesta inmediata de las redes y de los wasaps, armas inclementes para los que osan hurgar en lo que está vedado. La burla que han montado se parece muchas veces a la fórmula 6, 7, 8 que el kirchnerismo argentino emitía en su televisión para burlarse de los que pusieran en cuestión lo que hicieran los líderes indiscutibles.
En un tiempo esa intimidación de la que se habla ahora se decía en voz baja, porque afectaba a los periodistas.
Desde el 23 de diciembre de 2016 esa intimidación se hizo patente también en las filas de Podemos, porque afectó a militantes y a líderes díscolos que pasaron a ser desafectos y, por tanto, afectos a la casta.
Ese clima es el que ha desembocado en este mar revuelto que se disimuló con la unidad de Vistalegre.
Después de la celebración ha venido la melancolía. Lo que se ve es que el señor de Podemos, esté en Salvados como Iglesias o viéndolo en casa como Monedero, observa que ya no todo es unánime… y se está deprimiendo.