La firma española y Dior lanzan colecciones para el próximo otoño/invierno con mensaje en la Semana de la Moda de París.
Una colección de ropa a veces nace de una palabra.
Pero este viernes, en
la pasarela parisiense el discurso literario resultó casi más potente
que el estético.
El punto de partida de las colecciones de Loewe y Dior fueron dos frases estampadas, respectivamente, en sendos pañuelos.
La que dio forma a la rica propuesta de J. W. Anderson: “No puedes llevártelo contigo”; y la que busca sostener el trabajo de Maria Grazia Chiuri
: “Feminista es una persona que cree en la igualdad social, política y económica entre sexos”.
Tan distintas como sus prendas.
En una época en la que Instagram y, en general, las redes sociales
retransmiten los desfiles en directo a todo el mundo, J. W. Anderson
quiso que el suyo para Loewe tuviera algo que se percibiese solo en
persona.
“Al final esto es moda y debe ser un espectáculo.
Tiene que
haber un poco de drama”, explicaba tras terminar su presentación.
La
sala de la sede de la Unesco en París que acogía el evento esperaba a
oscuras.
Solo unos tímidos focos alumbraban las decenas de plantas
repartidas por toda la estancia.
Linterna en ristre, los azafatos
ayudaban a cada invitado a encontrar su sitio, un lugar ocupado
previamente por una libreta con el leitmotiv de la colección
impreso en la cubierta: "No puedes llevártelo contigo".
“Descubrí un
pañuelo con esa frase bordada en un anticuario de Miami y me encantó
porque es muy positiva pero también te deja un poco frío, que es, de una
manera extraña, lo que yo pretendía con mi desfile”.
Por eso, continúa,
cuando las luces se encendieron y las modelos se pusieron en marcha la
temperatura de la sala bajó de golpe 12 grados.
Dos elementos —los cuellos chimenea y las mangas globo— se
repiten a lo largo de la colección, confiriendo a las chaquetas de
cintura entallada un aire victoriano. También aparecen en vestidos
desestructurados de lunares con preciosos cuerpos en nido de abeja. Además de un bolso en forma de gato —que continúa la senda
comenzada por los elefantes y los pandas— , Loewe presenta una vuelta de
tuerca a la clásica bombonera llamada Midnight. Los abrigos y trajes de chaqueta masculinos están cortados a
tijera. Los primeros, rematados en rígidos bajos de cuero, constituyen
el emblema de una propuesta más comercial pero igual de ambiciosa. Una
colección donde cohabita visones con sombreros ilustrados con rebanadas
de pan. “Carbohidratos irónicos”, según Anderson.
Más allá de esta experiencia sensorial, el espacio en sí
escondía una clave un poco menos críptica de la colección. Sobre sus
paredes, colgaban obras del fotógrafo de Sri Lanka Lionel Wendt
(1900-1944). “Me interesa su obra por lo oscura y moderna que era. Fue
uno de los pioneros del trabajo con imágenes solarizadas y yo buscaba
que mis looks lo pareciesen. Que todo girase en torno a la
silueta y que la prenda se resolviese en la espalda donde se ven las
líneas del patronaje”. Así, sus vestidos de patchwork se
retuercen mostrando sus asimetrías. Aunque fue el contraste de texturas
lo que ha definido el trabajo de Anderson para el próximo
otoño-invierno. Nailon, algodón, seda y piel se mezclan. A veces,
incluso, en una misma prenda. Junto al ganchillo y el trabajo de la
lana, el británico emplea técnicas de grabado propias de la
encuadernación en mangas y remates de cuero.
No hacen falta desprecios evidentes para comunicar un mensaje de rechazo.
Si un colega no le pregunta por el perro, desconfíe.
¿Su compañero de mesa se concentra tanto en la pantalla que
aún no le ha preguntado si tiene o no hijos? ¿Le hablan en los pasillos
de la oficina con los brazos cruzados? ¿Su último éxito laboral solo
mereció un "qué suerte" de sus colegas de departamento? Si es así,
lamentamos contarle que está ante auténticas señales de que en su
compañía le odian. Hay una clara: si intuye que desata bastantes
rechazos entre sus iguales en la empresa, es probable que así sea. Pero
si aún alberga dudas, anote estos 16 signos que, según expertos en
lenguaje no verbal, recursos humanos y coaching, le ayudarán a confirmar sus sospechas: 1. Cuando se cruza con un compañero, este acelera el paso.
Si alguien de la oficina huye hacia las escaleras cuando le ve llegar,
no crea que le ha dado un repentino afán por la vida saludable. Lo más
probable es que no quiera compartir el ascensor con usted. Adelaida Enguix, experta en coaching personal y de salud, cree que lo mejor es afrontar estas situaciones con valor. "¿Tienes algún problema conmigo? Glups". 2. El de la mesa de al lado está siempre "concentrado".
¿Se siente invisible? "No apartar la mirada de la pantalla del
ordenador es un acto absolutamente consciente. El ser humano posee un
reflejo automático de orientación, por lo que cuando alguien entra en
una sala o escuchamos un ruido, lo natural es interesarnos por el nuevo
estímulo. Si no lo hacen, es porque voluntariamente no quieren dirigirse
a usted", asevera Alicia Martos, psicóloga de la Fundación Behavior&Law. 3. Se quedan en silencio en su presencia.
¡Desengáñese, no es casualidad! Una de las señales más claras de que no
tiene amigos en la oficina es la que apunta Leticia Prada, directora de
Recursos Humanos en La Escuela de Emprendedores:
"Si justo cuando usted se acerca, se acaban las anécdotas graciosas, la
realidad es que no les interesa que forme parte de esa animada
conversación . O lo que es peor: es posible que el motivo de esas risas
sea usted".
4. No le incluyen en las bromas. "Aunque a
nadie le gusta ser motivo de chanza, tampoco resulta agradable saberse
ignorado hasta el punto de que no cuenten con usted para hacer ningún
chiste", sostiene Prada. Esta es otra prueba irrefutable de que les
resulta absolutamente prescindible. 5. Forman corrillos sin usted. Enguix
confirma que los círculos cerrados que se crean por la organización del
trabajo unen mucho a sus miembros. "Así que si no ha formado parte de
esos momentos compartidos, puede quedarse aislado por un tiempo". La
buena noticia es que, para la experta, esto no será eterno. "Los
ambientes laborales son cambiantes y, con toda seguridad, ingresará en
un grupo en poco tiempo", asegura. 6. Le llevan la contraria tres veces de cada cuatro.
Leticia Prada considera que debería encendérsele la luz de alarma si
"cada vez que hace una aportación, percibe más preocupación por
encontrar la manera de desmontarle la propuesta que por averiguar su
viabilidad". 7. Infravaloran sus éxitos. La experta en
recursos humanos opina que si, a la hora de valorar sus logros en la
empresa, recibe comentarios como "fue cuestión de suerte", está siendo
menospreciado (posiblemente, por envidia). 8. Nunca le preguntan por su perro. ¿Nadie
se ha interesado por saber si tiene pareja, hijos o perro? ¡Mala señal! Así lo estima la experta Leticia Prada, testigo de cómo en la mayoría de
los centros laborales, los trabajadores hablan de su vida personal. "Una prueba de que alguien no interesa es que nadie le pregunte por su
vida fuera de la oficina o no sigan su conversación cuando inicie el
tema", sostiene.
9. Todos se quedan hasta tarde (aparentemente). Si nota que nadie tiene ganas de irse cuando llega la hora y,
extrañamente, todos siguen en sus puestos cuando usted se levanta,
"puede que estén haciendo tiempo para que se vaya. No hablan de sus
planes, pero pocas horas después ve en las redes sociales decenas de
fotos de la gran quedada". ¿Qué más pruebas necesita? 10. No comparte con sus colegas ningún grupo de WhatsApp.
Y haberlos, haylos, no lo dude. No formar parte de alguno de ellos,
según los expertos consultados, es quedarse fuera de cualquier
implicación personal con sus compañeros. "Si continuamente llegan a sus
oídos alusiones a unos mensajes, pero no sabe de qué están hablando
porque no ha recibido nada, sospeche", sostiene la experta en recursos
humanos. 11. Ha protagonizado el último gran cotilleo de la compañía.
Si hay algo peor que ser el protagonista de un chisme que recorre la
oficina, es que, además, este sea falso e hiriente. "Estas situaciones
son muy incómodas de llevar y suelen ser generadas por 'los mártires de
la oficina', que no tienen más vida que el trabajo y se creen que un
buen día heredarán la empresa", explica Adelaida Enguix, quien para
superar esta situación propone que "busquemos el modo de aliarnos con el
enemigo para sobrevivir en un ambiente hostil". Acérquese y busque su punto débil. ¡Esto es la guerra!
Mucho se
ha hablado de los flechazos o del 'amor a primera vista', pero menos del
fenómeno contrario. ¿Cómo se explica eso de conocer a alguien y no
tragarlo de buenas a primeras?
Existen ciertas personas cuyos actos, ideología o aspecto
provocan un rechazo unánime (o al menos mayoritario), aunque no las
conozcamos. En estos casos, su sola imagen puede generar un sentimiento
de repulsa que, de algún modo, somos capaces de entender. Pero hay
ocasiones en las que alguien se nos atraviesa y no podemos encontrar las
razones. No se trata de que sea repulsivo: seguramente caerá
estupendamente a otras muchas personas; no a nosotros. En estos casos en
los que el sentimiento propio no se corresponde con la tónica general,
nos preguntamos ¿qué provoca que las personas nos caigan bien o mal a
primera vista?
Según José Manuel Sánchez Sanz, director del Centro de Estudios del Coaching,
este chispazo negativo funciona como “un mecanismo de supervivencia que
nos pone en alerta ante circunstancias que nuestro cerebro tiene
catalogadas como peligrosas o amenazadoras”. Aunque existen situaciones u
objetos universales que generan repudio, cada uno de nosotros tiene su
propio catálogo personal de aversiones más o menos conscientes: “El
rechazo será nuestra respuesta corporal ante situaciones desagradables o
inquietantes”. Con la sensación de mala espina sobre alguien, “procuraremos ahorrarnos un daño físico o psicológico posterior”. A nivel fisiológico, aludiendo a la teoría del considerado el padre de la inteligencia emocional, Daniel Goleman,
la reacción natural de alerta surgirá en la amígdala, “una región del
cerebro responsable en gran medida de los juicios rápidos que emitimos
acerca de las personas”, explica Sandra Burgos, de 30 k Coaching: “Cualquier emoción que nos lleve a comportamientos viscerales
está siendo gestionada directamente por esta glándula, así que la
respuesta automática no es racional, sino espontánea e instintiva”.
¿A quién me recuerda?
“Hay personas que sienten antipatía por los jefes; y hay
quién tiene manía a las personas rubias o altas, a los jóvenes o a los
que siempre sonríen. La lista es infinita”, según palabras de Sánchez
Sanz. Pero, ¿por qué alguien sobre el que no tenemos la más mínima
información nos parece una amenaza? “A menudo se tratará de señales que
la otra persona emite y que evocan en nosotros recuerdos de experiencias
pasadas o personas desagradables con las que nos hemos cruzado en otro
momento de nuestras vidas”. Así, un rasgo facial, un olor, un timbre de
voz, o incluso una coletilla al hablar, bastarían para hacer
reaccionar a esta glándula y disparar esas alertas. El recorrido vital
de cada uno determinaría, entonces, qué estereotipos leemos en una u otra dirección.
Uno de los detonantes más claros de la evocación es el olor. Este sentido, según Teresa Baró,
experta en comunicación no verbal, es uno de los sentidos más
desarrollados pero menos tenidos en cuenta a la hora de analizar su
influencia en nuestro comportamiento: “Es una vía de comunicación por la
que generamos sensaciones agradables o desagradables”.
Nos delata lo que rechazamos
Otro condicionante subjetivo es que las características
visibles de esa persona que nos resulta hostil sean las que rechazamos
de nosotros mismos: “Buena parte de lo que evitamos enérgicamente en el
otro tiene que ver con aspectos de nosotros mismos que no nos gustan,
aunque no lo queramos reconocer”, revela Sánchez Sanz, director del
Centro de Estudios del coaching . Si esto pasa incluso sin estar
muy seguros de que esos rasgos odiados están presentes o no en esa
persona, podría explicarlo una investigación de la Universidad de Wake Forest (Estados Unidos), que asegura que el ser humano tiende a proyectar en los demás algunos de los rasgos de su personalidad.
Así que, quizá, la próxima vez que no soporte a alguien a
primera vista, reflexione sobre qué parte de usted haría bien en
cambiar. “Las personas con autocontrol no dejan que la amígdala les
domine, ni ante la presencia de una persona cuyas señales corporales,
verbales o estéticas les produzcan rechazo de forma automática”.
Lo que nos transmiten sin hablar
Pero más allá de los juicios iniciales ligados a la
experiencia subjetiva, para algunos expertos existen características
personales (algunas modificables y otras no), que pueden inclinar la
balanza hacia el rechazo o la atracción de los desconocidos. Autores
como Paul Ekman,
psicólogo pionero en la investigación de las emociones y de su
manifestación en el rostro, consideran determinante el lenguaje
corporal: “Incluso cuando no decimos nada verbalmente, seguimos
comunicando, y podemos emitir señales no verbales que generen rechazo en
los demás”, recuerda Burgos. Los estudiosos encuentran algunas posturas
susceptibles de generar mala impresión en los demás. Por ejemplo,
“aquellas indicadoras de una actitud distante o poco afable, cruzando
brazos o piernas en dirección contraria al lugar donde nos encontramos”,
relaciona la directora de 30k Coaching. La presencia de microexpresiones
faciales de ira o desprecio actuarán como revulsivos naturales, justo
lo contrario que sucedería con una expresión amable o de amistad.
Los ‘millennials’ viven atrapados entre lo viejo y lo nuevo
Los jóvenes que nacieron entre 1982 y 2004 (los llamados millennials)
serán más del 70% de la fuerza laboral del mundo desarrollado en 2025. Probablemente habrán empezado a tomar las riendas del futuro de la
humanidad. En España, son una generación de más de ocho millones de
personas que nacieron en la prosperidad, con un entorno político,
económico y social infinitamente mejor que el de sus padres, pero que
cuando llegaron a la mayoría de edad se dieron de bruces con una
durísima crisis que truncó las expectativas de muchos de ellos. Según la
Fundación Porcausa, son el colectivo de los sueños rotos.
La generación del milenio vive con la etiqueta de formar un ejército de
gente perezosa, narcisista y consentida; sin embargo, los jóvenes
españoles de entre 18 y 34 años son también críticos, exigentes,
reformistas, poco materialistas, comprometidos, digitales y
participativos.
Pero piensan que la sociedad está en deuda con ellos.
Eso se deduce, al menos, de todos los informes y encuestas consultados
por EL PAÍS. “Aspiramos a todo lo que han aspirado nuestros padres, pero
superándolos.
Ellos se conformaban con un trabajo que les diera de
comer y nosotros queremos que nos dé de comer y nos guste.
Es nuestra
mala suerte y nuestra fortuna”, resume María Viajel, de 25 años.
La revista Time los definió en 2014 como la generación del yo-yo-yo. Ellos mismos se ven a sí mismos como una generación perdida en el camino entre dos mundos. Como decía una joven millennial
de forma gráfica esta misma semana en un conocido programa de radio:
"Somos una generación de transición. Somos la última en muchas cosas y
la primera en otras tantas. Estamos entre lo viejo, que no acaba de
morir, como el papel o el bipartidismo, y lo nuevo, que no acaba de
nacer. Una generación que compra las entradas de cine en Internet y
luego las imprime". En esa incertidumbre, "Vivir la vida" es una frase que
repiten cuando les preguntas a qué aspiran. Para Elías Rodríguez, de 25
años, esa expresión se resume en "tener un buen sueldo trabajando poco". Amalia Barrigas, de la misma edad, es más contundente: "La generación millennial aspira a vivir la vida, pero porque creo que no tiene ni puta idea de lo que es la vida".
Aunque hay un amplio grupo de chicos y chicas que han
entrado en el mercado laboral como se hacía antes (contratos fijos,
muchas horas de meritorio y sueldos bajos, confiando en ascender
pronto), el modelo convencional no es tan deseado por esta generación
como por las anteriores. Se han resignado a la precariedad. "Salario
bueno no va a haber; condiciones, casi seguro que tampoco, y vivir la
vida es un poco lo que nos queda", dice Elías Rodríguez, de 25 años.
Además, los millennials españoles quieren un trabajo, pero tienen menos prisa por encontrarlo y ponen por delante la calidad y un horario que les permita conciliar lo laboral y lo personal y disfrutar de la vida, que un sueldo llamativo. Ganar dinero está en los escalones más bajos de sus aspiraciones.
La familia, los amigos, la calidad del trabajo, los estudios
o el sexo están por encima del dinero, según la última encuesta del
Observatorio de la Juventud.
Además, no están obsesionados por poseer una casa o un
coche; son más de la cultura de compartir. Salvo en lo que a aparatos
digitales se refiere. Quieren el último teléfono móvil y el último
ordenador portátil, porque son esencialmente digitales, multipantallas y adictos a las APPs y a las redes sociales. No ven mucho la televisión, ni compran periódicos, pero se consideran bien informados a través de Internet. Según un informe elaborado por la consultora Deloitte, la
generación del milenio ha desarrollado un sentido mucho más crítico y
exigente que sus padres. Exigen una vida más personalizada y defienden
unos nuevos valores más acordes con la sociedad actual: transparencia,
sostenibilidad, participación, colaboración y compromiso social. Aunque se sienten autosuficientes y autónomos y quieren ser protagonistas en su vida social y laboral. En cierto sentido, son narcisistas y consentidos.
En su mayoría, están
mejor formados que sus padres (el 54% tienen título universitario), pero
los más jóvenes de ese estrato se han encontrado con que, como
consecuencia de la crisis, el mercado laboral tan solo les ofrece
trabajos por debajo de su titulación, con contratos temporales y sueldos
exiguos.
El 75% de los jóvenes asalariados en España tienen un contrato
temporal.
Eso ha llevado a muchos de ellos a buscarse la vida fuera del
país o con el autoempleo o el emprendimiento.
Y sienten que la sociedad
no les da respuesta al esfuerzo realizado para formarse.
Como los abuelos
Según los últimos datos del Instituto Nacional de
Estadística, en 2016 había 2,3 millones de españoles viviendo en el
extranjero, la cifra más alta desde que existe el registro del Padrón de
Residentes en el Extranjero (PERE). Desde que empezó la crisis, en
2008, esta cifra ha aumentado en más de 800.000 personas, de los que más
casi un tercio son menores de 30 años. Los emigrantes jóvenes españoles tienen, en su mayoría, estudios superiores, según el INE, y siguen el camino que hicieron sus abuelos en los años 60, en los que se inició la emigración española en busca de trabajo. Pero no todo es formación y empleo por debajo de sus
posibilidades. En las clases más bajas, la situación es mucho peor. Con
una tasa de paro juvenil por encima del 40%, los jóvenes de los estratos
sociales inferiores tienen un serio problema de futuro y eso les afecta
en sus creencias y sus ilusiones. Durante el boom económico y la
burbuja inmobiliaria, cientos de miles de jóvenes abandonaron los
estudios para trabajar en la construcción. Un sector que no exigía mucha
formación y ofrecía unos sueldos atractivos para chicos de menos de
veinte años. Una propuesta difícil de rechazar..
Con el pinchazo de la burbuja, decenas de miles de jóvenes, y no tan
jóvenes, fueron engrosando la lista de parados cada mes. Y, lo que es
peor, además de quedarse sin trabajo, no tenían formación alguna que les
ofreciera una esperanza de reciclarse. Ese colectivo, que está ahora en
torno a por encima de los treinta años, es uno de los más desesperados y
con mayor desafección hacia la sociedad.
No creen en las instituciones,
ni en los partidos políticos, ni en las empresas... ni ven la luz al
final del túnel.