Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

26 feb 2017

“La reina Letizia es una inspiración para mí”......................... Mábel Galaz ......

Juliana Awada, primera dama de Argentina, asegura que disfruta la moda pero no es lo más importante en un viaje de Estado.

Juliana Awada y la reina Letizia, el pasado día 23 en el Palacio Real. Getty Images
Juliana Awada (Buenos Aires, 1974) abandonó ayer España con su marido, el presidente de Argentina, Mauricio Macri, después de su viaje oficial.
 Entre un acto público y otro, la primera dama tuvo tiempo de hacer alguna escapada discreta como al Museo Thyssen de Madrid, donde acudió acompañada de su amiga Carolina Herrera, la hija de la diseñadora venezolana. 
Visitaron la exposición Ultramar: Fontana, Kuitca, Seeber, Tessi, una selección de pinturas de artistas de Argentina encuadrada en el marco de la feria de arte contemporáneo Arco, que tiene a este país como invitado.
 También compartió tiempo con Isabel Preysler. Poco después respondió a unas preguntas al diario EL PAÍS mediante cuestionario.
Pregunta. ¿Qué balance hace de su visita a España?
Juliana Awada junto a Carolina Herrera hija.
Respuesta. El balance de esta visita es muy positivo, me llevo recuerdos increíbles y me voy muy agradecida.
 En especial con los Reyes Felipe y Letizia, que han sido muy amables y nos recibieron con gran calidez, pero también con las personas con las que me fui encontrando a lo largo de la semana: Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, Carolina Herrera hija, los artistas que están exhibiendo en Arco, los que fueron parte de la cena de gala en el Palacio Real de Madrid y quienes participaron de nuestra recepción en el Palacio Real de El Pardo.
 Cada conversación fue un aprendizaje, una oportunidad de representar a la Argentina con gran entusiasmo y compromiso.
 Fue un viaje muy especial, que habla de la nueva etapa que estamos viviendo en nuestro país. 
Una etapa de cambio, en la que los argentinos miramos al futuro y al mundo con optimismo.
P. ¿Cómo afronta su papel como primera dama de Argentina?
R. Es un rol que asumo con mucha responsabilidad, porque significa acompañar a mi marido en el camino que eligió, que es el de trabajar cada día para que más argentinos puedan vivir mejor. No hay vocación más grande que la de servicio, y de eso se trata ser presidente, especialmente en un país en el que hay tantas personas con necesidades y sueños por cumplir.

P. ¿Cuáles son sus objetivos?
R. Como primera dama, en primer lugar, me ocupo de nuestra familia y de apoyar a Mauricio para que pueda llevar adelante su compromiso con los argentinos.
 Pero, sabiendo que desde este rol se puede generar un impacto positivo, también me gusta recorrer espacios de primera infancia, hogares, comedores y centros de salud en distintas provincias.
 Es llevar esperanza y generar conciencia para que los argentinos seamos un gran equipo ayudando a los demás.
P. ¿Cómo han sido estos días al lado de la reina Letizia, a la que ya conocía?
R. Me ha encantado tener la oportunidad de volver a compartir unos días junto a la reina Letizia.
 Es una mujer excepcional y una verdadera inspiración para mí. 
Su inteligencia y su mirada sobre todos los intereses que compartimos, como la salud, la primera infancia y el rol de la mujer en la sociedad, son muy lúcidas y he aprendido de ella a cada momento.
 
Juliana Awada, durante su visita al Museo Thyssen de Madrid.
P. Durante estos días se ha comparado sus estilismos hasta el milímetro.


R. Con respecto a la moda, la disfruto y es muy importante como fuente de trabajo alrededor del mundo, pero no es lo fundamental en una visita de Estado como esta.
 Lo más importante es el acercamiento entre dos países hermanos que van a trabajar juntos para que ambas naciones crezcan y se sigan desarrollando.
 Tenemos mucho por hacer juntos.
P. Dicen que es una mujer tímida, pero se enfrenta ahora a una exposición pública como primera dama.
R. Lo hago con humildad. 
Si hoy tengo exposición es porque mi marido ha sido elegido para liderar a mi país en un momento fundamental de su historia. 
Esto me llena de orgullo y si tenemos que vivir una vida más expuesta por eso lo tomo como algo que tengo que hacer y trato de llevarlo con la mayor naturalidad posible.
 Soy una persona sobre todo optimista, no me quedo en la queja, trato de ver lo positivo de esa exposición pública como es por ejemplo con algunas acciones que emprendo llamar la atención sobre temas que creo que tenemos que ser conscientes como sociedad: temas de primera infancia, vida saludable y educación.

 

¿Está loco Trump?............................. Moisés Naím...

El actual presidente de EE UU exhibe síntomas propios de una personalidad narcisista.

Donald Trump en el Despacho Oval de la Casa Blanca, este viernes. EFE

 

Llevo años estudiando el poder y a quienes lo tienen o lo han tenido. 
Mi principal conclusión es que, si bien la esencia del poder -la capacidad de hacer que otros hagan o dejen de hacer algo- no ha cambiado, las maneras de obtenerlo, usarlo y perderlo han sufrido profundos cambios.
 Otra observación es que la personalidad de los poderosos es tan heterogénea como la humanidad misma. 
Los hay solitarios y gregarios, valientes y cobardes, geniales y mediocres. 
Sin embargo, a pesar de su diversidad, todos tienen dos rasgos en común: son carismáticos y vanidosos.
 Según la Real Academia Española, carisma es "la especial capacidad algunas personas para atraer o fascinar".
Los líderes carismáticos inspiran gran devoción e, inevitablemente, los aplausos, la adulación y las loas inflan su vanidad.
 Es fácil que la vanidad extrema se convierta en un narcisismo que puede ser patológico. 
 De hecho, estoy convencido de que uno de los riesgos profesionales más comunes entre políticos, artistas, deportistas y empresarios exitosos es el narcisismo.
 En sus formas más moderadas, este narcisismo, el encanto consigo mismo, es irrelevante.
 Pero, cuando se vuelve más intenso y domina las actuaciones de quienes tienen poder, puede ser muy peligroso. 
 Algunos de los tiranos más sanguinarios de la historia mostraron formas agudas de narcisismo y grandes empresas han fracasado debido a los delirios narcisistas de su dueño, por ejemplo.

 


La Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos ha desarrollado criterios para diagnosticar el narcisismo patológico.
 Lo llama “Desorden de Personalidad Narcisista” (DPN) y, según las investigaciones, las personas que lo padecen se caracterizan por su persistente megalomanía, la excesiva necesidad de ser admirados y su falta de empatía.
 También evidencian una gran arrogancia, sentimientos de superioridad y conductas orientadas a la obtención del poder. Sufren de egos muy frágiles, no toleran las críticas y tienden a despreciar a los demás para así reafirmarse.
 De acuerdo al manual de la organización de psiquiatras estadounidenses, quienes sufren de DPN tienen todos o la mayoría de estos síntomas:
1)Sentimientos megalómanos, y expectativas de que se reconozca su superioridad.
Algunos de los tiranos más sanguinarios de la historia mostraron formas agudas de narcisismo
2)Fijación en fantasías de poder, éxito, inteligencia y atractivo físico.
3)Percepción de ser único(a), superior y formar parte de grupos e instituciones de alto status.
4)Constante necesidad de admiración por parte de los demás.
5)Convicción de tener el derecho de ser tratado(a) de manera especial y con obediencia por los demás.

6)Propensión a explotar a otros y aprovecharse de ellos para obtener beneficios personales.
7)Incapacidad de empatizar con los sentimientos, deseos y necesidades de los demás.
8)Intensa envidia de los demás y convicción de que los demás son igualmente envidiosos respecto a él (ella).
9)Propensión a comportarse de manera pomposa y arrogante
Y ahora hablemos de Donald Trump.
   
Trump, durante una rueda de prensa en Washington, el 16 de febrero. AP
No hay duda de que el actual presidente de Estados Unidos exhibe muchos de estos síntomas.
 ¿Pero lo inhabilita eso para ocupar uno de los cargos de mayor responsabilidad de nuestro planeta? Un grupo de psiquiatras y psicólogos cree que sí. Enviaron una carta a The New York Times en la cual señalan:
“Las palabras y las acciones del señor Trump demuestran una incapacidad para tolerar puntos de vista diferentes a los suyos, lo cual le lleva a reaccionar con rabia.
 Sus palabras y su conducta sugieren una profunda falta de empatía. Los individuos con estas características distorsionan la realidad para adaptarla a su estado psicológico, descalificando los hechos y a quienes los transmiten (periodistas y científicos).
 En un líder poderoso, estos ataques tenderán a aumentar, ya que el mito de su propia grandeza parecerá haberse confirmado.
 Creemos que la grave inestabilidad emocional evidenciada por los discursos y las acciones del señor Trump lo incapacitan para desempeñarse sin peligro como presidente”.
"El antídoto contra una distópica edad oscura trumpiana es político, no psicológico”
Esta carta es, por supuesto, muy controvertida. 
No solo por la posición que toma con respecto al presidente Trump, sino también porque viola el código de ética de la Asociación Americana de Psiquiatría.
 El código mantiene que no se puede diagnosticar a nadie –especialmente a una personalidad pública- a distancia. 
La evaluación en persona es indispensable. 
Sin embargo, en la carta los firmantes sostienen: “Este silencio ha llevado a que no hayamos podido ofrecer nuestra experiencia a periodistas y miembros del Congreso preocupados por la situación en tan críticos momentos.
 Tememos que haya demasiado en juego para seguir callando”. Alexandra Rolde, una de las psiquiatras que firmó la carta, le dijo a la periodista Catherine Caruso que su propósito y el de sus colegas no era diagnosticar a Trump, sino enfatizar rasgos de su personalidad que les preocupan.
Rolde no cree que se deba hacer un diagnóstico sin haber examinado al paciente, pero opina que es apropiado hacer ver cómo la salud mental de una persona puede afectar a otros o limitar su capacidad para desempeñarse adecuadamente.

Otros psiquiatras no están de acuerdo:
 “La mayoría de los aficionados que se han metido a hacer diagnósticos se han equivocado al etiquetar al presidente Trump con un desorden de personalidad narcisista. 
Yo escribí los criterios que definen este desorden y el señor Trump no encaja en ellos.
 Él puede ser un narcisista de categoría mundial, pero eso no lo convierte en enfermo mental, ya que no sufre de la angustia y la discapacidad que caracterizan un desorden mental. 
El señor Trump genera severas angustias en otras personas, pero él no las sufre y, más que penalizado, ha sido ampliamente recompensado por su megalomanía, egocentrismo y falta de empatía”.
Quien esto escribe es el médico psiquiatra Allen Francis, director del grupo de trabajo que elaboró la cuarta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de Desórdenes Mentales (D.S.M. IV).
 La sorpresa es que el doctor Francis va más allá de su especialidad. “Los insultos psiquiátricos son una manera equivocada de contrarrestar el ataque del señor Trump a la democracia. 
 Se puede, y se debe, denunciar su ignorancia, incompetencia, impulsividad y afanes dictatoriales.
 Pero sus motivaciones psicológicas son demasiado obvias como para que tengan algún interés, y analizarlas no detendrá su asalto al poder.
 El antídoto contra una distópica edad oscura trumpiana es político, no psicológico”.
Una de las conclusiones del doctor Francis es fácil de compartir y otra menos.
 La fácil de aceptar es que más importante que la salud mental del presidente es la salud política del país.
 La capacidad de las instituciones para resistir los intentos de Trump de concentrar el poder es la batalla más importante que se libra en Estados Unidos.
 Sus resultados tendrán consecuencias mundiales.
 La otra conclusión de Francis es que la estabilidad mental de Donald Trump es irrelevante.
 No estoy de acuerdo. Trump lleva pocas semanas en la Casa Blanca y su conducta ya es causa de justificada alarma.
 Los problemas y frustraciones del presidente se van a agudizar. 
Y eso no es bueno para su salud mental.




Una frontera excesiva..............................Juan José Millás..

Domingo 26 de febrero de 2017
COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
HE AQUÍ a la conocida como “niña árbol” de Bangladés.
 En realidad se llama Sahana Khatun y es víctima de una rarísima enfermedad que se manifiesta con verrugas de aspecto vegetal que se distribuyen por el rostro.
 Si lo que le ocurre a esta cría, y a cuatro o cinco personas más en todo el mundo, en lugar de salir de la realidad y hacer daño, hubiera salido de un cuento y resultara benéfico, nos encantaría de verdad. Imaginemos que de súbito, en vez de nacer con pelo, naciéramos con hojas.
 Hojas de todos los tamaños y colores, dependiendo de la forma o el volumen del cráneo.
 O, mejor aún, con flores. Traten de ver la cabeza de la persona amada recubierta de diminutos alelíes, de anémonas, de caléndulas, de clavelinas.
 Supongan que en vez de arrancarnos un pelo, como hacemos en momentos de desesperación, pudiéramos arrancarnos un crisantemo o un narciso. Pero no nos pongamos estupendos.
 Nos conformaríamos con que sobre el cuero cabelludo de algunos de nosotros, y sustituyendo al aparato capilar, nos naciera una mata de césped que pudiéramos peinarnos con los dedos.
2109LAIMAGEN
Saifuddin Sujon
 En justa reciprocidad, en el mundo vegetal crecerían asimismo labios u orejas y delicados párpados, con sus correspondientes pupilas, que regalaríamos en ramos, y por su cumpleaños, a los seres queridos. 
¡Mira qué mata tan bella de narices!, diríamos ante un cactus de cuyo tronco salieran decenas de estos apéndices respiratorios.
 ¡Y qué vagina tan delicada la que se manifiesta en la rama de ese abedul!
 ¿Acaso no perciben ustedes una frontera excesiva entre el mundo animal y el de las plantas?

Una taza de té para salvarnos..............................Rosa Montero.......

La vida es una selva salvaje y peligrosa, y resultan admirables quienes deciden ponerle trabas a la decadencia y presentarle batalla cada día.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
HAY EN MI barrio una mujer de 95 años que vive sola y siempre va guapísima. 
Viste con primorosa elegancia, se peina y maquilla a la perfección y camina sandunguera sobre unos taconazos con los que yo sería incapaz de dar media docena de pasos sin descalabrarme.
 Tiene un perrito diminuto al que saca a pasear bien protegido de los fríos con abrigos monísimos y que trota alegremente a su lado, los dos tan gallardos, tan limpios, tan radiantes.
 Tan alejados de la idea de la vejez marchita, desorientada y devastadora.
 Esta mujer es un milagro; su energía y su fortaleza son inhumanas. Desde luego la lotería genética debe de jugar un papel fundamental en este triunfo, pero no creo que se trate sólo de eso.
 Para llegar a los 95 años y salir a la calle así todos los días hace falta una tenacidad heroica.
 Cuánto valor, cuánto respeto a la idea de uno mismo hay que tener para seguir levantándote cada mañana disciplinadamente, para lavarte y maquillarte y escoger tus ropas con coqueto cuidado y calzarte los zapatos vertiginosos y vestir al perrito con sus avíos.
 Y todo eso sola (nunca la he visto acompañada) y para nada, es decir, para todo, para ella misma, para poder mantener la dignidad.
 Mi vecina me recuerda a los exploradores británicos del siglo XIX, aquellos que se internaban en las profundidades de África, en la terra incognita y hostil, y que, en mitad de una selva feroz, tomaban el té a las cinco en punto todas las tardes, en tazas de porcelana de Wedgwood y con mantel de encaje.
 Se suele citar esta anécdota como ejemplo risible de cierto temperamento inglés, como muestra de hasta dónde puede llegar la chifladura y la impermeabilidad ante el entorno, pero yo veo en ello algo grandioso, veo el empeño de seguir siendo fiel a uno mismo pese a todo. 
Es un afán que anida en los humanos, al margen de la situación en la que nos hallemos. 
Ayer me crucé con una pareja de ancianos; la mujer iba en silla de ruedas y mostraba esa mirada incierta de quien está soltando amarras de este mundo.
 Él, sin duda su marido, tenía una edad parecida, pero se le veía muy capaz y de hecho empujaba la silla con soltura. 
Ella iba como una reina, algo atónita pero majestuosa, envuelta en un abrigo de pieles y aferrada a su bolso negro de charol, el típico bolso de las abuelas.
 Me enterneció el cuidado con el que alguien la había arreglado tan bien: el peinado, la bufanda.
Imaginé a su marido dándole antes de salir la cartera de charol, ese objeto totalmente inútil para ella a estas alturas, pero al que la mujer se agarraba como un náufrago al único madero, como un explorador a su taza de china, como un niño a su mejor juguete. Seguro que la anciana conservaba en algún rincón de su cabeza el eco de lo que le gustó ese bolso, es decir, el vago recuerdo de lo que ella fue mientras lo usaba.
 La vida porfía por seguir viviendo incluso en aquellos que ya fueron derrotados.
 Hay un precioso documental que nos habla del animal tenaz que nos habita.

 Se titula Eternos; dura 24 minutos y lo rodó Gonzalo Gurrea hace un par de años, aunque ahora lo acaba de colgar en Internet
Trata del genial estudio que hizo José Antonio Serra, jefe de geriatría del Gregorio Marañón, junto con Alejandro Lucía, catedrático de Fisiología del Ejercicio de la Universidad Europea, y que consistió en coger a 20 ancianos entre los 90 y los 97 años y ponerlos a hacer ejercicio en un gimnasio tres veces a la semana durante dos meses: pesas, aparatos, bicicleta. 
Parece un disparate, pero fue un éxito.
 No se lesionó ninguno y todos mejoraron su capacidad motora y su calidad de vida .

El documental muestra su entusiasmo, la avidez con la que se aferran a una opción que los rescata de la melancolía nonagenaria, el esfuerzo con el que intentan recuperar algo de lo que un día fueron. 
Y lo mejor es que la investigación demuestra que uno puede ponerle ciertas trabas a la decadencia, aunque para eso haya que presentarle batalla cada día. 
La vida es una selva salvaje y peligrosa, un territorio desconocido cada vez más asfixiante, y en nuestra travesía conviene prepararse el té todas las tardes.
 Espero ser capaz de hacerlo, como lo hace mi admirable vecina.