Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

13 feb 2017

Mi nefasta experiencia como jurado...................... JUAN MARSÉ

Con motivo del reportaje de ‘Babelia’ sobre los premios literarios comerciales, Juan Marsé recuerda su dimisión como miembro del tribunal del Planeta en 2005.

Juan Marsé con la ganadora del Planeta en 2005, Maria de la Pau Janer (de espaldas), y con Carmen Posadas. EL PAÍS
La experiencia vivida el año 2004 como miembro del jurado del premio Planeta fue muy negativa, muy frustrante.
 Advertí enseguida que el negocio editorial primaba sobre la literatura. 
Después de apechugar con el fallo de aquel año, una novela de Lucía Etxebarria bochornosamente inane y elogiada por casi todos, ante la actitud servil del jurado me planteé dimitir. 
No solo por la novela en sí, que no era peor que otras igualmente distinguidas, sino por el sospechoso empeño del jurado en otorgarle méritos que no tenía y en premiarla por esos méritos.
Poco antes del fallo del jurado, solicité una reunión con José Manuel Lara, presidente del grupo Planeta, y con el secretario del jurado, Manuel Lombardero, y les expuse las razones por las que deseaba dimitir. 
No me sentía cómodo, no quería hacer el papelón de florero ni de crítico exquisito. Mejor dejarlo.
Era en octubre. Lo primero que me pidió Lara fue que, dada la proximidad de la concesión del premio, reservara la noticia de mi dimisión a la prensa hasta días después de la entrega, y que, por favor, asistiera a la fiesta con los demás jurados.
 Fue una reunión larga y penosa, en la que Lombardero me apoyó en todo momento. 
Le dije a Lara que sólo seguiría si él aceptaba algunos cambios que afectaban a la fastidiosa parafernalia del premio: el primero, que me dispensaran por lo menos de la parodia de rueda de prensa en el Palau de la Música que se convocaba días antes de la concesión del premio, cuya finalidad era meramente propagandista, incluido el generoso obsequio de la editorial a los periodistas, y en la que sólo hablaba Carlos Pujol en calidad de portavoz del jurado para decir año tras año las mismas obligadas mentiras sobre la superior calidad literaria de los originales.
En la última reunión con Lara también le pedí que el jurado pudiera disponer no sólo de las cinco novelas seleccionadas para premio por el comité de lectura, a cargo de Emilio Rosales, sino un listado de todas las obras presentadas, porque al comité de lectura que hacía la selección, de una incompetencia escandalosa a juzgar por los informes que me entregaron junto con las novelas, podía escapársele alguna obra interesante.
Sugerí a Lara que hiciera algo al respecto, ya que esos textos sobrevaloraban sin el menor criterio literario las obras finalistas y predisponían erróneamente al jurado.
 Recuerdo que uno de esos lectores comandados por Rosales afirmaba en su informe que la obra destinada a ser premiada al año siguiente, un tedioso artefacto de Maria de la Pau Janer, era una “novela que va a cambiar el curso de la literatura contemporánea”. No me lo invento.
Finalmente, Lara me prometió que sí, que para el premio siguiente al jurado se le proporcionaría un listado completo y él mismo formaría un comité de lectura con criterios más exigentes.
 También me dispensó de otras humillantes obligaciones, como tener que esperar al equipo de la televisión para desfilar con el resto del jurado la noche de la entrega del premio, después de la cena, en el escenario del pomposo evento, una ceremonia sosa y fatigosa.
 Es decir, yo permanecería en el jurado a cambio de una serie de condiciones: que para el premio del año siguiente, 2005, el portavoz no hablara a los medios en mi nombre y me dejara a mí decir lo que creyera conveniente sobre las obras presentadas, que no me viera obligado a desfilar ni a exhibirme en la pasarela y que pudiera votar en blanco, negando mi voto para premio a novelas que son un insulto al jurado, a las expectativas de los demás concursantes y al mismo premio.
Lara insistió en que el Planeta no podía declararse desierto, pero prometió atender mis peticiones para el año siguiente.
 Pensé que quizás todo podría arreglarse y decidí esperar. Pero Lara no cumplió ninguna de las promesas y Carlos Pujol anunciaba en la rueda de prensa: “Los originales recibidos este año son de un altísimo nivel literario”.
Yo no tenía el menor deseo de poner en evidencia al pobre Pujol, un hombre discreto e inteligente, pero cuando un periodista me preguntó inesperadamente —Lara me había dicho que en las ruedas de prensa previas al premio los periodistas casi nunca preguntaban nada, y me lo aseguró con media sonrisita y con esa convicción del que domina una tropa previamente domesticada— por el nivel medio, no me dio la gana de mentir y declaré: “El nivel de calidad media de este año no sólo es bajo; es subterráneo”.

Inmediatamente después de la concesión del premio, dimití. 
 Una decisión que algunos medios tacharon de pretenciosa, incongruente y desagradecida (yo había sido premio Planeta en 1978) e incluso de ingenua, porque, según escribió cierto periodista, durante la cena del Planeta, en la mesa que él ocupó “todos sabíamos que la ganadora iba a ser Mari Pau Janer”, yo, como un panoli, en la inopia.
 Consideré esa nota de prensa una desvergüenza profesional, porque si el periodista en cuestión ya sabía que el premio era para Maria de la Pau Janer, es decir, que estaba amañado, ¿su obligación como periodista no era denunciarlo?
En resumen, fueron dos experiencias nefastas, que además muy poco o nada tuvieron que ver con la literatura, ya que me tocó apechugar con los ridículos engendros novelísticos pergeñados por Lucía Etxebarria y Maria de la Pau Janer. 
¡No me negarán que es mala suerte! Pero conste que no me arrepiento de lo que hice.
 Volvería a hacerlo.



 

Françoise Hardy: “Solo me interesan los políticos librepensadores o francotiradores”

Chica yeyé, mujer atormentada, musa de la canción francesa y fuente de inspiración para generaciones (de Dylan a Blur), a sus 73 años ha regresado literalmente de entre los muertos: pasó tres semanas inconsciente debido a un linfoma, y llegó a decretarse su final.
 Clarividente y punzante, la diva toca en este encuentro todos los palos: eutanasia, religión, feminismo y política.
 
 
 
 LA PRESENTACIÓN es glacial. Françoise Hardy preferiría no tener que estrechar la mano de su interlocutor.
 “Mi frágil estado de salud no me lo permite. Todavía menos en periodos de epidemia gripal”, se excusa. 
 Pero las apariencias engañan. Cuando le proponemos un saludo a la japonesa, Hardy estalla en carcajadas.
Su rictus solemne esconde una expresividad casi infantil y un humor tan negro como su atuendo, con el que parece pasear su luto existencial por el mundo. 
Fina y alargada como un tallo, la cantante aparece en medio del vestíbulo del hotel Raphael de París, donde solía encontrarse con su amigo Serge Gainsbourg, quien le compuso esa oda a la aliteración que es Comment te dire adieu.
 Acaban de salir en castellano sus memorias, La desesperación de los simios… y otras bagatelas (Expediciones Polares), donde Hardy resume una vida en la que no ha habido solo música.
 De su descubrimiento cuando era una adolescente que entonaba placenteras canciones de desamor –hay que ser francés para dar con la fórmula mágica– hasta su madurez, marcada por otras pasiones menos conocidas, como la astrología, la grafología y la física cuántica.
A los 73 años, Hardy acaba de regresar de entre los muertos. Después de una década batallando contra el cáncer, pasó tres semanas inconsciente en el hospital.
 Los médicos decretaron que era el final. Pero ella decidió resucitar. Y ha contado su experiencia en otro libro, Un cadeau du ciel… (un regalo del cielo…), recién publicado en su país, donde habla de los meses que pasó entre la vida y la muerte.
Lo primero que sorprende es lo bien escrito que está su libro, comparado con los de otros músicos. Claro, porque yo no tengo negro.
 Intentaron que lo escribiera con una periodista, pero cuando me mandó su primer borrador me pareció un revoltijo.
 Y a mí no me gusta nada el desorden. La verdad es que no quería escribirlo, pero mi editor me convenció diciéndome esto: “Cuando te mueras, saldrán otros contando disparates sobre ti. Mejor que cuentes tu verdad”.
Cuando uno está muerto, supongo que tiene preocupaciones más importantes que esta, pero decidí hacerlo de todas formas, aunque fuera por mi hijo. ¿En qué le ha cambiado su enfermedad? Ha hecho que me interese más por la espiritualidad.
 Antes ya me interesaba, pero no tenía tiempo que dedicarle. Desde que me salvé de la muerte, creo mucho en el poder del rezo. 
Dos amigos muy cercanos organizaron grupos de plegaria para salvarme. Piense que llamaron a mi hijo y a su padre para que se despidieran de mí.
 Había llegado el final.
 La única explicación que he encontrado es esa, aunque mi hematólogo diga que la quimioterapia también tuvo que ver…
Françoise Hardy
LEA CRESPI
 “Entre vivir una existencia insoportable y morir, prefiero mil veces morir. Soy una gran partidaria de la eutanasia desde la adolescencia”, escribe. ¿Ya entonces pensaba en la muerte? Bueno, es que ya había muchos debates sobre este asunto en la televisión.
 Mi madre y yo estábamos firmemente a favor de la eutanasia.
 Mi madre incluso terminó beneficiándose de ella.
 Tengo una gran admiración por esos médicos que te ayudan a morir dignamente.
Se lo pregunto porque parece que siempre haya sido consciente sobre los aspectos más oscuros de la vida. 
A sus 17 años ya cantaba: “Voy sola por las calles / con el alma en pena / porque nadie me quiere”. Es un condicionamiento que tengo desde la infancia.
 Crecí entre una madre que me valoraba en exceso, porque no tenía a nadie más que a mí, y una abuela que era todo lo contrario: no dejaba de decirme que era muy fea y que terminaría sola.
 Crecí con el ego aplastado, sin confianza alguna en mí misma.
 Por una parte, sentía que nunca estaría a la altura de lo que mi madre esperaba de mí.
 Por la otra, que era indigna de gustar a quien fuera.
 La canción a la que se refiere, Tous les garçons et les filles, expresaba eso.
 En aquella época, estaba segura de que mi único futuro era hacerme monja.
¿Lo dice en serio? Tuvo a medio mundo enamorado de usted, incluidos Mick Jagger, David Bowie, Bob Dylan y Nick Drake, de los que habla en el libro. Ahora lo puedo entender, pero entonces, no. 
 En aquella época ni siquiera me veía a mí misma en la tele. Nunca me ha interesado mi imagen. Cuando me subía a un escenario hacía un esfuerzo especial y me vestía de Courrèges o de Paco Rabanne. Pero hacerme fotos nunca me ha gustado. 
Ahora, a mi edad, me molesta todavía más.

¿Por qué cree que triunfó? Supongo que tenía carisma, o lo que entonces se llamaba “presencia”, que es una cualidad independiente de la voluntad y del mérito que pueda tener uno. 
Puedes ser espantoso en la vida real, pero cuando te subes a un escenario o te colocas frente a la cámara, se produce la magia.
 Es una forma de seducción, pero una totalmente inconsciente.
 En realidad, yo nunca he sido partidaria de la seducción. 
Siempre he tenido un problema con ese registro.

En sus memorias explica que siempre sintió “el malestar del introvertido a quien no le interesa lo que interesa a los demás y que no consigue integrarse”. Nací bajo el signo de Capricornio, lo que predispone a un temperamento determinado, algo desconectado del mundo exterior.
 Además, mi condicionamiento afectivo iba en esa misma dirección. Se lo repito: crecí con una madre soltera y sola, que no tenía un solo amigo.
 Por supuesto, no estamos condenados a ser como nuestros padres, pero siempre acaba quedando algo.
¿Sufrió por ello o esa soledad ya le parecía bien? A veces parece que sea más bien lo segundo.
 No, al principio no me parecía nada bien.
 Los pocos hombres que han contado en mi vida han sido hombres ausentes.
 Solo le hablaré de dos, aunque tampoco es que haya habido muchos más… El primero fue Jean-Marie Périer, el fotógrafo, que siempre estaba viajando.
 Durante cuatro años seguidos, lloré desconsolada porque no lo veía nunca. 
Después vino mi marido, Jacques Dutronc, que tiene un problema grave con el compromiso.
 Todo lo que se le parezca le hace huir. Me volví a encontrar sola y sufrí mucho.
 Lo que pasó es que, al final, me acostumbré a vivir así. Hasta el punto de que, desde hace unos 20 años, no puedo vivir de otra manera.
 He terminado descubriendo que es en esa soledad cuando uno es plenamente libre.

Fran?oise Hardy
Al mismo tiempo, el miedo al abandono es uno de sus temas predilectos.
  No es exactamente el miedo a ser abandonada, sino el miedo a no poder alcanzar al otro, o tener la sensación de que no ha habido reciprocidad. 
 Es lo que canto en Message personnel, que tuvo mucho éxito en Francia.
 Mucha gente lo relaciona con la figura de mi padre, tan ausente también… No lo sé. Lo que sí sé es que siempre he ejercido un amor angustiado y angustiante.
Al principio de su carrera fue considerada una chica yeyé. ¿Supuso aquel movimiento una ruptura con las rígidas sociedades de los primeros sesenta? Era la primera vez que existían cantantes adolescentes que hablaban de los sentimientos propios de su edad.
Cada cantante de aquella época encarnaba un personaje. Sylvie Vartan era la chica sexy.
 Sheila, la alegre y extrovertida. Yo fui la tímida, sentimental y acomplejada…
 Visitó España en repetidas ocasiones durante el franquismo. ¿Qué recuerda de aquel tiempo? No recuerdo nada. Lo único que sé sobre la Guerra Civil y el franquismo es por los libros de André Malraux, que leí mucho más tarde. 
En aquella época no sabía nada sobre política. Fui a cantar a Sudáfrica… ¡sin saber que existía el apartheid! Me sorprendió que todos fueran blancos, claro, pero no caí en el motivo.
 No estábamos al corriente de nada de lo que sucedía en el mundo. Como mucho, solo de la muerte de Kennedy.

Es curioso, porque la mayoría de yeyés fueron totalmente apolíticos, cuando no de derechas… Sí, es verdad. Johnny Hallyday nunca ha sido de izquierdas.
 Y Sylvie Vartan, que huyó de la Bulgaria del comunismo, menos todavía.
 Éramos hijos de familias humildes y algo derechistas, esas que votaban por el general De Gaulle.
 Por ejemplo, durante el Mayo del 68, Jacques y yo nos marchamos de París porque no me gustaban sus destrozos. 
Se dice que esa rebelión transformó la sociedad.
 Yo creo que es al revés: sucedió porque la sociedad ya se había transformado.
“me gustaría que las feministas demostraran más empatía. no me gustan los colectivos que dividen a los individuos en dos grupos enfrentados”


Ahora sí que está muy politizada. Por ejemplo, se ha opuesto varias veces a François Hollande.
 Lo escribí en mi libro: los únicos políticos que me han interesado son librepensadores o francotiradores. 
Me gustaron Michel Rocard, Raymond Barre, Hubert Védrine… Nicolas Sarkozy me interesó al principio, pero luego giró demasiado hacia la derecha.
 Gracias a él me di cuenta de que, en realidad, soy de centro. En el panorama actual, solo me interesan François Fillon y Emmanuel Macron. 
Voté por Alain Juppé en las primarias de la derecha francesa, pero tengo estima por Fillon desde hace tiempo.
 Macron también me interesa, pero quiero que precise más su programa. 
No puedo votar a alguien que no explica cómo piensa proceder.
 ¿Le preocupa que Marine Le Pen saque un buen resultado en las próximas elecciones? Los votantes del Frente Nacional son como niños de cuatro años que siguen creyendo en Papá Noel. Habría que escuchar más a economistas como Jean Tirole, todo un premio Nobel, que dice que salir del euro, como propone Le Pen, sería un desastre.
 Votan por ella electores poco educados que se tragan todo lo que dice.
 Y en el mismo saco pongo al izquierdista Jean-Luc Mélenchon, que también es un extremista.
 Nunca ha escondido sus opiniones. Ha defendido a los ricos, a los empresarios y hasta a Angela Merkel.
 ¿Diría que eso ha perjudicado su carrera? No lo sé, y me da igual.
 No me negará que necesitamos a los empresarios. Y Angela Merkel ha sido tratada injustamente.
 Cuando Hollande ganó, le propuso mutualizar la deuda en Europa. Ella respondió que estaba de acuerdo, pero solo si la solidaridad implicaba menos soberanía por parte de cada Estado.
 Yo defiendo una Europa federal. Si no, no saldremos adelante.
Desde su juventud fue una gran admiradora de Simone de Beauvoir. 
Apoyó también el derecho a la contracepción y al aborto. ¡Recurrí a ellos incluso cuando eran ilegales!
 
En los últimos años, sin embargo, su mirada ha cambiado. En un libro publicado en 2015, tildó a las feministas de “feas, hoscas y poco femeninas” y se dijo incapaz de identificarse con ellas. ¿Qué ha cambiado desde su juventud? Pues que hay feministas y feministas… 
No es la lucha feminista la que me disgusta, sino cierta radicalidad y cierto extremismo que existen en todo movimiento social, también en el feminismo.
 No me gustan los colectivos que dividen a los individuos en dos grupos enfrentados.
 Yo no creo que las mujeres sean mejores que los hombres, ni tampoco que estos últimos tengan el monopolio de la crueldad.
 Me gustaría que las feministas demostraran más empatía.
 
Françoise Hardy
Pero el feminismo no se opone a los hombres como individuos, sino a un orden social fundamentado en la desi­gualdad… Yo estoy a favor de la igualdad, que no le quepa la menor duda.
 De la igualdad de los salarios y también en el vestir. Por ejemplo, no me gusta el velo islámico.
 Si Dios existe, le es completamente igual cómo nos vistamos.
 Me parece una aberración que esas mujeres no se den cuenta de que los textos sagrados fueron escritos por hombres que los manipularon a su gusto, siguiendo leyes dictadas en siglos muy lejanos.
¿A qué dios le reza usted? Pues a un dios universal.
 A un dios que no es católico, musulmán o judío. 
Las religiones me parecen sectarias y excluyentes. Cada una de ellas está convencida de que las otras no sirven.
 Por eso, más que de religión, prefiero hablar de espiritualidad, porque esta siempre logra sobrevolar esos sectarismos.
En realidad, todas las generaciones posteriores la han reivindicado.
 Michel Houellebecq se declaró fan desde que era un joven escritor. Damon Albarn la invitó a grabar una canción con Blur. François Ozon y Wes Anderson han usado sus canciones en el cine. ¿Qué ha encarnado para ellos? Supongo que se reconocen en mis canciones.
 Houellebecq es una persona que sufre mucho, y también en mis canciones uno lo pasa bastante mal.
 A Damon lo descubrí hace años en la televisión y me recordó mucho a mi hijo, hasta el punto de preguntarme si Jacques no habría hecho algo con su madre… [risas]. La mañana siguiente, por la mayor de las casualidades, me llamó para proponerme una canción.
 Resultó que el fan era el guitarrista de Blur, Graham Coxon, que se quedó tan acongojado que no me quiso ni saludar.
 Se quedó encogido en un rincón sin decir nada. Ese pobre chico encogido se debió de reconocer en la chica encogida que fui yo.
 
¿Por qué sus canciones han envejecido tan bien? No lo sé. En realidad, siento cierta frustración.
 Yo estoy convencida de que las mejores son las de los últimos tres álbumes, pero nadie me habla nunca de ellas.
¿Sus primeros temas ya no le gustan? No, los de los sesenta me gustan menos, con algunas excepciones. L’amitié todavía me emociona, porque aún me reconozco en ella.
 Des ronds dans l’eau también me gusta. O Ma jeunesse fout l’camp, una gran canción. 
Todavía me conmueve.
 Cómo no emocionarse cuando uno escucha: “Al ritmo de tus pasos / mi juventud se esfuma…”. Es algo con lo que me identifico todavía más ahora, claro.
Hace unos meses dijo que dejaba la música para siempre. ¿Lo decía en serio? Cuando salí del hospital estaba exhausta y no tenía voz.
 La idea de retomar la música ni se me pasaba por la cabeza 
. Pero ahora, si le digo la verdad, ya no cierro la puerta.
 No logro cerrarla. Si un día se me presenta un compositor como Perry Blake y me trae una canción formidable, sé que me costará mucho resistirme.
 El problema es que necesito, por lo menos, unas 10.
 
 Françoise Hardy

El PP, un señor que pasaba por allí........................ Iñigo Domínguez......

La primera comparecencia de un partido acusado de corrupción en España se resolvió con un extra contratado para la ocasión.

Ana Mato, durante su declaración en el juicio del caso Gürtel. EFE
Esta mañana había expectación por ver a Ana Mato, pero en realidad lo más curioso fue ver al PP, así a secas, personificado en un ser humano que finalmente daba la cara por el partido en el juicio Gürtel. 
Con toda la gente que había en el congreso de la formación este fin de semana, tantos rostros conocidos, tanta alegría de conocerse y no tenían a nadie reconocible para mandar.
 Para un congreso vale cualquiera, pero un juicio es cosa de profesionales, para el trabajo sucio hay que enviar a alguien como el señor Lobo de Pulp fiction, que resuelve problemas. 
Así que el PP resultó ser un señor con toga negra, pelo blanco, entradas bronceadas y, como se preveía, y eso sí que era previsible, de muy pocas palabras.
 Vino a decir que lo ignoraba todo y no iba a decir nada.
 La fiscal, con la ley en la mano, interpretó ante el tribunal que eso equivalía a una confesión.
Por tanto y por fin, la única confesión de alguien del PP se habría producido con un señor desconocido y sin que nos hayamos enterado de nada. Se ha sobrentendido, como todo. Era la primera vez en la democracia que un partido como tal se sentaba en un banquillo por corrupción pero también se ha disfrazado de no noticia, con un señor que pasaba por allí. El PP ha sido esta mañana, durante solo diez minutos, Jesús Santos, un abogado convertido en representante legal del partido conservador. Antes era fiscal. Todos tenemos un pasado, y más en este juicio.
Ana Mato, por ejemplo, es una mujer con una pasada de pasado, exministra dimitida que aguantó los siete años que el PP la mantuvo en sus cargos y escaños –hasta hace un año- tras estallar el escándalo Gürtel, capaz de tener un Jaguar en el garaje sin tener constancia. 
Madrugó mucho, entró en la sede poligonera de la Audiencia casi sin ser vista y se sentó en un rincón parapetada tras dos mujeres en pie que la acompañaban.
 Miraban de reojo a la puerta a ver quién entraba.
 Su exmarido y exalcalde de Pozuelo, Jesús Sepúlveda, no apareció. Lo hicieron pocos: Correa, Crespo e Izquierdo. 
Era notable la diferencia con el caso que se juzgaba en el piso de arriba.
 Era otro delito fiscal, pero allí había gente corriente, ajena al protocolo, y por lo tanto preocupada y cariacontecida.
 En el piso de abajo era como la sala de espera del dentista, a ver si se pasaba rápido.
 La etiqueta exige desenfado. La gente del piso de arriba lo vería como echarle morro y seguramente no les saldría, o les saldría mal, requiere años de entrenamiento.
 Más si te dicen que te has beneficiado sin enterarte de 28.467,53 euros, como Ana Mato; 245.492 euros, como el PP; y 45.066, como Gema Matamoros, la mujer de Guillermo Ortega, exalcalde de Majadahonda.
Ana Mato respondió hierática, sujetando un bolígrafo con ambas manos y solo en algún momento se le escapó algún gallito, pero no se sabía si era por emoción o un tonillo de la forma pija de cabrearse.
 El padre de sus hijos quedó reducido de forma muy marcada al “señor Sepúlveda”.
 La cutrez de pringarse por unos globos y una fiesta de cumpleaños hizo que se trataran con lenguaje político y presuntamente serio asuntos que no lo son en absoluto: 
“En relación con las celebraciones infantiles de las que estamos hablando aquí”, calco de la expresión “ese señor del que usted me habla”.
 Lo afrontan igual. 
También desmintió que la fiesta inspirada en el jardín de las maravillas de Alicia fuera una “celebración temática”: “Habían puesto una flor, punto”. 
No “intervino”, precisó, pero explicó a su marido lo que quería en la decoración y él se encargó
. Ana Mato también es una de esas mujeres españolas de los juicios de corrupción que no sabe ni la mitad de lo que hace su marido.
 No sabía lo que ganaba y no le extrañó que tuviera un Jaguar (“no me llamó la atención”).
 Por supuesto que Correa le regaló un bolso de Loewe de 3.000 euros y lo tenía allí mismo para enseñarlo, 
“pero es de tela sencilla, no de cuero, rosa y blanco, no de locura, locura, dentro de la normalidad”. 
Eran años en que eso era lo normal, insistió, porque “en aquella época en España era boyante hasta el fontanero”. 
No le pareció “desproporcionado” gastarse 16.000 euros en unas vacaciones porque con la extra de verano entre ella y su marido cobraban “exactamente el doble, 24.000”, para que se vea que sigue sin fijarse en las matemáticas. 
La señora Matamoros no se fijaba en nada, la verdad. 
Tenía a su nombre el seguro de un Range Rover que asegura no haber conducido en su vida, iba a hacer la compra en un Jaguar de su suegro sin saber de dónde había salido y le amueblaban la casa sin que se diera cuenta.
 En casa ella solo se ocupaba del “avituallamiento”, otro de esos prodigios verbales que solo se oyen en un juicio. 
No sabía que pagaba Correa, porque además le hubiera parecido “una ordinariez” que le regalaran un viaje. 
Es más educado si te lo hacen sin decírtelo. “¿Nos vamos a Escocia? Pues a Escocia”, así lo decidían. 
Ella y su marido eran amigos de Correa y señora, salían a menudo juntos, pero “fuera del ámbito de trabajo”, así que aquellas veladas eran así: “Íbamos a cenar y ja, ja, ja, je, je, je”.
 No hablaban de nada, como ahora. 
Tampoco con su marido, que según contó salía a las ocho de la mañana, volvía a las diez y solo tomaban algo o veían una película. Estos matrimonios radiografiados en los juicios son desde luego muy poco comunicativos.
 Ni las comuniones las pagaban en comunión, Sepúlveda pasaba la factura de la de su hija a la trama Gürtel.
 Aunque eran “muy católicos”, subrayó Matamoros, porque Ortega se iba muchas veces de retiro espiritual con otro de los acusados, Luis de Miguel, que ya está en la cárcel condenado a 20 años por otro caso.
 Lo inconfesable queda en casa, y el PP si esto de hoy llega a considerarse confesión, solo sería por omisión, sin decir ni pío.

Fue de agradecer luego el desparpajo de Gema Matamoros, que fue mucho más descriptiva, aunque tampoco tenía ni idea de nada. Por supuesto que Correa le regaló un bolso de Loewe de 3.000 euros y lo tenía allí mismo para enseñarlo, “pero es de tela sencilla, no de cuero, rosa y blanco, no de locura, locura, dentro de la normalidad”. Eran años en que eso era lo normal, insistió, porque “en aquella época en España era boyante hasta el fontanero”. No le pareció “desproporcionado” gastarse 16.000 euros en unas vacaciones porque con la extra de verano entre ella y su marido cobraban “exactamente el doble, 24.000”, para que se vea que sigue sin fijarse en las matemáticas.

 

12 feb 2017

El pantagruélico exceso de las bodas gallegas

Menús de 30 platos, carros de marisco, kilos de carne después del pescado... en Galicia la gente se casa por amor y por comer. Éste es nuestro informe sobre los enlaces más orgiásticos de España.

El pantagruélico exceso de las bodas gallegas

Esto, entre plato y plato.
 Yo tengo la teoría de que la gente en Galicia no solo se casa por amor –que también–, la gente en Galicia se casa por comer, porque allí Cupido lanza directamente centollos.
Bueno, no soy muy entusiasta del marisco como lo más "Coul" vaya que si no hay no lo echo de menos. Tampoco como mucho y ceno menos, ver un plato lleno de "Algo" me llena y solo comeré postre según lo que sea.
Las bodas gallegas son Reserva Natural de la Biosfera.
 La repoblación de las especies marinas empezó en las bodas gallegas.
 Por mucho menos que una boda gallega se retiraron las tropas napoleónicas. Como dice el periodista Rafa Cabeleira: “Los gallegos tenemos algo de sicilianos o viceversa y, como para ellos, las bodas son auténticos asuntos de honor, algo más importante que la vida o la muerte”.
O si no mirad. Miguel Angel López, conocido como El Hematocrítico, pidió a través de su cuenta de Twitter ejemplos de menús de bodas gallegas, o lo que él vino a llamar acertadamente #GaliciaCanibal y #bodagallegaextreme, que podría ser una categoría propia de Ironman (no lo descartemos). Y este fue parte del resultado:
Sobre las 15:00 horas, cuando la pulpeira todavía está empezando a remangarse –acércate siempre a la pulpería–, sale el marisco en procesión arropado por los costaleros. Este es el primer punto clave de una boda gallega tradicional. Y veréis que hay varios.
Primero: Marisco
Dícese del animal marino invertebrado, especialmente los crustáceos y moluscos comestibles, que en una boda gallega sale en fuentes de acero redondo pulido. Las fuentes también pueden ser arcones, cofres o directamente bateas. Para el periodista de EL PAÍS, Nacho Carretero, el marisco es el gran requisito del enlace galaico: “Lo resumiré en una detalle real que experimenté hace cuatro o cinco años. Me invitaron a una boda en Madrid
. El primer plato era bogavante: una exquisita aunque minúscula porción de bogavante en un gran plato con una salsa a un lado. Se degustaba de un par de bocados. La semana siguiente tuve otra boda, esta vez de un amigo en Galicia. El primer plato era bogavante: uno por cabeza”.!!! Horror!!!!
Si sobrevives al marisco, y tras limpiarte las manos con toallas de playa en lugar de toallitas, llega el segundo punto clave de una boda tradicional gallega:
Segundo: El sorbete de limón (o sucedáneo)
Dícese del refresco de zumo de frutas con azúcar, o de agua, leche o yemas de huevo azucaradas y aromatizadas con esencias u otras sustancias agradables, que en una boda gallega es una maniobra de distracción. El sorbete es un caballo de Troya en forma de jugo de fruta. Te confías, crees que los postres están cerca y boom. Este digestivo no es más que una brevísima parada en boxes.
Tercero: El pescado y la carne
Tienen que entrar los dos. Un rape y un chuletón. Un rodaballo y un cabrito. Y si te despistas te meten otra vieira gratinada entre plato y plato. No importa que mires alrededor tratando de inspirar conmiseración porque los camareros lo mismo te responden con un: “¿Te quedaste con hambre? Te freímos un huevo”. Así que para cuando llega la hora de la repostería a discreción tu camisa ya es una sopa y tu estómago recita pasajes de Rosalía de Castro.
Cuarto punto (y clave): El licor café.
El santo refrigerio. Aquí no hay debate.
Hasta aquí las características de la “boda gallega gallega”, que tiene su propio distintivo de homologación. “En la boda gallega gallega aparecía el padre de la novia, se sentaba frente a mi abuelo, o mi padre, y decía; "Otilio, que no falte de nada". Ni siquiera se presupuestaba. Y, claro, no faltaba de nada: aperitivos para casar a medio Madrid, seis o siete mariscos fríos, uno caliente, dos pescados, dos carnes, tarta, helado, pasteles... Todo a repetir sin límite de ningún tipo. Y al día siguiente, reboda”, relata Rafa Cabeleira, que sirvió como camarero en el restaurante de su familia. Antonio Gómez, encargado del Restaurante Novaiño, nos confirma que en sus salones de casi cincuenta años sigue triunfando esta tendencia. Un menú típico todavía “incluye entrantes abundantes. Tres o cuatro clases de marisco distintos: un par de ellos cocidos como bogavante y cigalas, y otros a la plancha como vieiras o langostinos. Pescado y carne. Y postres típicos”. Pero no solo se basa en la cantidad, “sí, la boda está asociada a comer en abundancia. Pero también se busca calidad”. Vamos, que en una boda gallega-gallega se cumple una verdad irrefutable: “si no sobra, falta”.
Sin embargo, algo se mueve en las bodas gallegas en los últimos años. “Por alguna razón, las bodas actuales de la gente bien tienden a celebraciones normales, de menos de dos días”, opina Carretero. Preguntamos a los expertos. Fátima González, wedding planner desde hace una década, nos confirma esta inclinación más limitada: “Lo cierto es que el banquete exagerado poco a poco va quedando atrás y aunque aún existe, la mentalidad de las parejas de hoy en día va cambiando. La tendencia es que el marisco esté pero de una forma más cómoda, como en ensaladas, o en cantidades más razonables. Hoy en día podemos hacer una boda gallega con marisco, pero dando un toque al servicio y presentación del mismo que le da una vuelta de tuerca a la boda gallega tradicional”, nos cuenta.
También han notado un cambio desde hace tres o cuatro años en el Pazo Casa Grande, que en el 2016 acogió unas 25 bodas. Paula Vázquez, su encargada, nos cuenta que “nos siguen pidiendo producto gallego pero en menor cantidad. La tendencia real ahora es a tres platos, cuando antes era cinco o seis. Nuestra propuesta ahora va encaminada a la calidad en los platos y una presentación diferente”. Así que bueno, aún en ensaladas o en food trucks, el marisco está a salvo.

Nos alegramos de que se sentaran. LUCÍA TABOADA
Minimalistas o maximalistas, a granel o exiguas, de tres o siete horas, con bogavante por cabeza o no, a las bodas gallegas les hubiese recitado José Martí, cuando dijo eso de que hay que hacer tres cosas en esta vida: “plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo”. Ya sabéis cuál es la cuarta.
Que yo me retiro que no para de llover.
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