Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

10 feb 2017

Hollywood pasa a la acción.................................... Rocío Ayuso...

Desde el discurso de Meryl Streep en los Globos de Oro las críticas se han sucedido.

 

Scarlett Johansson en la marcha de las mujeres contra Trump.
Hay quien les llama elitistas.
 Otros simplemente, aprovechados.
 Pero esta vez Hollywood no se piensa amilanar.
 Su voz oyó en boca de Meryl Streep cuando en los últimos Globos de Oro lanzó un claro ataque contra la era Trump sin tan siquiera mencionar su nombre.
 Desde entonces las críticas se han sucedido en todas las galas de esta temporada de premios hasta tal punto que se espera que los próximos Oscar sean los más politizados desde 2003, cuando la entrega de las estatuillas coincidió con la invasión estadounidense a Irak.
Hasta la presidenta de la Academia, Cheryl Boone Isaacs, entró esta semana al trapo.
 “Las sillas vacías en esta habitación han hecho de los académicos, activistas”, resumió durante el habitualmente frívolo almuerzo de los candidatos.
 Sus palabras se referían a los que, como el realizador Asghar Farhadi, candidato por The Salesman, se ven afectados por el decretazo ejecutivo que cerró temporalmente la entrada en Estados Unidos a aquellos procedentes de países con mayoría musulmana. Joos Weddon o Cynthia Nixon protestaron con miles de personas en los aeropuertos de Los Ángeles o Nueva York.
 Días antes Jane Fonda y Barbra Streisand se sumaban a las 750.000 manifestantes que congregó la Marcha de Mujeres organizada en protesta a la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
 No fueron protestas Hollywood, llenas de la nostalgia a lo Tal como éramos o explotando la icónica imagen de “Hanoi Jane”.
 Esta vez Hollywood, como industria, quiso hacerse oír ante un gobierno al que se opone. 
Y ni tan siquiera un posible boicot de los trumpistas a eventos como los Oscar, donde a la industria le gusta mirarse el ombligo delante del mayor número posible de espectadores, va a detenerlos.
“No tienes más que ver cómo se están organizando”, indicó a El PAÍS el conocido activista, además de actor, Matt Damon.
 Habla de esa otra marcha que una de las principales agencias de Hollywood, UTA, ha convocado el 24 de febrero y que sustituye su fiesta anual con motivo de los Oscar.
 Y de los 235.000 euros que donarán a dos de las principales asociaciones estadounidenses en favor de las libertades civiles y los refugiados.
 Porque como dijo la también activista y estrella Shailene Woodley “las manifestaciones son increíblemente importantes” al igual que las protestas personales pero todo se reduce a dinero. “Trump no podrá hacer nada si no tiene el dinero para hacerlo. 
Y nosotros tenemos que poner el dinero en lo que defendemos”, instó la actriz en apoyo del futuro app que prepara Divest.org. Woodley no habla de donaciones sino de algo más simple como mirar quién se beneficia con lo que la gente compra. 
“Me encanta el término de activista de sofá porque desde tu móvil puedes decir dónde dirigir tu dinero”, añadió.
 Su mejor ejemplo: recientes iniciativas virales como la que secundaron más de 200.000 usuarios de Uber que cancelaron su cuenta en protesta por los lazos entre este servicio y la administración Trump. 

Otra de las principales agencias de talento de Hollywood, WME-IMG, anunció esta semana la formación de un comité de acción política nacional que conecte a sus clientes con Washington y sugiera formas de contribución, además de respaldar proyectos individuales de sus empleados.
 Su activismo está dirigido “a ambos lados del espectro” , asegura la compañía que dirige el que fue agente de Trump, Ari Emanuel (en el que se inspira la serie El séquito).
 Pero como recuerda Damon a EL PAÍS, “lo más interesante es que (Trump) está reactivando la derecha y la izquierda para encontrar un campo común desde el que salir de esta autocracia”.
Los esfuerzos de la industria tienen poco de altruistas y menos de elitistas.
 Una medida migratoria como la de Trump resultaría en una fuga aún mayor de rodajes fuera de Estados Unidos a países como Canadá donde los estudios pueden conseguir visados con mayor facilidad. 
Y también está la amenaza de Trump de eliminar la Dotación Nacional por las Artes, de la que no se nutren ni los estudios ni Broadway sino las escuelas o los programas artísticos dirigidos a los más desfavorecidos.
 O la posible privatización de los escasos pero valorados medios públicos estadounidenses como el canal PBS de televisión o la radio NPR.
Como indicó recientemente la codirectora de la revista Variety, Claudia Eller, en sus 30 años de carrera no recuerda “un Hollywood tan politizado”.
 Una lucha que en ocasiones está entre el comercio y el activismo.
 El mejor ejemplo, los anuncios que publica esta semana Harvey Weinstein, el maestro de las campañas al Oscar, en apoyo a Lion.
  En ellos se puede ver la foto del joven indio Sunny Pawar, protagonista de la cinta, con esta frase: “Fue un esfuerzo extraordinario conseguir que viniera por primera vez a Estados Unidos. 
El año que viene puede ser imposible
. Recuerda tus orígenes”
. Una campaña sutil pero quizá efectiva para una película que defiende seis candidaturas.
 Lo llaman el efecto Meryl Streep, actriz no falta de méritos pero que antes de su paso por los Globos de Oro nadie hacía candidata en esta edición. 
Ahora la “sobrevalorada” actriz —que diría Trump— defiende su vigésima candidatura. 

9 feb 2017

José de Almada Negreiros: los ojos del siglo............... Javier Martín

La Fundación Gulbenkian rinde tributo al modernista portugués: poeta, dramaturgo, pintor, escenógrafo, bailarín y actor.

José de Almada Negreiros, en un fotograma de la película 'O Condenado' (1921).
“Mis ojos no son míos, son los ojos de nuestro siglo”. 
José de Almada Negreiros fue el cuerpo y el alma del siglo XX cuando dormía y cuando se tomaba un café en el lisboeta A Brasileira; cuando bailaba y cuando diseñaba vidrieras para iglesias. 
Almada Negreiros (Santo Tomé, 1893-Lisboa, 1970) fue el artista total, es decir, un modernista, y la Fundación Calouste Gulbenkian le rinde tributo con la mayor exposición jamás realizada sobre “el artista multiforme”, el “artista políglota” que cautivó por igual al retraído Fernando Pessoa o al expansivo Ramón Gómez de la Serna.
 La intelectualidad ibérica de mediados del siglo XX coincidió en que Almada Negreiros era único.
“El modernismo eran muchas cosas y la versatilidad de Almada permitía percibir su diversidad”, explica Mariana Pinto dos Santos, comisaria de la gran exposición que se puede ver en Lisboa hasta el 5 de junio.
 “Decía Almada que lo moderno era una forma de vestir, una forma de ser”.
Más de 400 obras, de las que un centenar nunca antes habían sido expuestas, demuestran el imposible encasillamiento del artista de los saltones ojos negros.
 El modernismo —y Almada, particularmente— derribó las divisiones de las expresiones artística y sus jerarquías —la pintura sobre todas las cosas—; esta muestra es el mejor ejemplo de ello. Junto al icónico retrato de Pessoa, casi un cuadro pop, series de saltimbanquis con los que le unía una relación por sus años de bailarín, escenógrafo y performer. 
“Almada era un provocador siempre; en la calle, en sus conferencias, muy teatrales”, señala la comisaria.
 Pero a la vez que cultivaba ese lado exhibicionista se obsesionaba con la geometría, como lenguaje universal.
 “Su representación visual es abstracción figurativa”, añade Pinto dos Santos. 
Y así, Almada salta del realismo al cubismo, de óleos por encargo de la Sastrería Cunha a las fachadas de azulejo en la calle Vale do Pereiro (Lisboa).
en la calle Vale do Pereiro (Lisboa).
'Sin título' (1947), obra de Almada Negreiros que se puede ver en la muestra lisboeta.
Han sido necesarios tres años de trabajos y la colaboración de instituciones de Portugal, Francia, España y Brasil para reunir el puzle de este modernista total que, con apenas 20 años, lo mismo publicaba poemas humorísticos que tragedias griegas o lanzaba manifiestos contra unos y contra otros.
“Almada consideraba que el arte tiene que comunicar, y si no llega al público, el fallo es del artista”, explica Pinto dos Santos.
 En una sala se reúnen, entre otras piezas, testimonios de su estancia en Madrid, paneles interiores que diseñó para el cine San Carlos, ilustraciones para los artículos de Gómez de la Serna, quien no quería colaborar con ningún otro dibujante...
Para Almada Negreiros, “fue el humor lo que permitió pasar del siglo XIX al XX”, un humor entendido como la ilustración de los periódicos y de las revistas, “un humor multiforme”.

Un cuarto oscuro ilumina los dibujos de Almada para La tragedia de doña Ajada (1929), su linterna mágica, otra de sus expresiones artísticas, en este caso relacionada con lo que era un nuevo arte, el cine. 
Son imágenes en blanco y negro que aparecían en la pantalla a la vez que sonaba la música del catalán Salvador Bacarisse (1898 - 1963). 
En marzo, la orquesta de la fundación interpretará, por segunda vez en la historia, la música del compositor catalán, con asistencia de su hijo, de 92 años de edad.
Aunque la exposición es extraordinaria, por cantidad y calidad, es preciso salir a la calle para comprender al modernista total; sus huellas y las de Pessoa configuran la Lisboa del siglo XX.
 Del segundo hay que seguir sus paseos y sus tabernas; de Almada hay que visitar las vidrieras de Nuestra Señora de Fátima, las pinturas del hotel Ritz, los murales de la estación de Alcántara o los tapices de la universidad. 
“Su idea de Modernismo era el arte total. Si eres artista lo eres en todo momento”, señala la comisaria. “Almada Negreiros siempre lo era”.

 

La poesía emigrante de Manuel Rivas.................Juan Cruz

El autor lee en Madrid versos de su nuevo libro, 'A boca da terra'.

 

Manuel Rivas, durante su recital en Madrid.
Manuel Rivas cumple 60 años en otoño de 2017; si lo miras con cierto detenimiento verás en él al muchacho que venía a EL PAÍS hace cuarenta años vestido como un marinero, aún con el temblor que sienten los periodistas cuando todavía creen que el monte no es orégano.
 Ese muchacho ya escribía poemas y redactaba crónicas a partir de palabras inconexas que le llegaban a la Redacción del periódico gallego en el que empezó a trabajar a los 14 años.

Ese muchacho luego hizo la guerra del periodismo (en EL PAÍS, por cierto) y de la literatura, batallas incruentas pero terribles de las que puedes salir lisiado del alma; algunos se revuelcan luego de heridas supremas de la autoestima o de excesos de autosatisfacción.
 Rivas ha sobrevivido a diversos éxitos literarios, y sigue por el mundo como si fuera el cartero del niño que fue, repartiendo versos en sobres como aquellos que remitían los parientes de los emigrantes gallegos o canarios.
Con esos sobres sigue repartiendo el interior de sus libros. Y los trajo anoche a la Librería Alberti de Madrid, donde fieles de su poesía (y de su manera de ser) lo fueron a escuchar recitar sus propias traducciones de A boca da terra, que apareció primero en gallego y que ahora aparece como La boca de la tierra en Visor.
 Rivas iba vestido como un leñador irlandés, con un toxo en la mano (la flor amarilla de los inviernos gallegos), que depositó en una botella de agua; llevaba también aquellos sobres de avión con sus poemas, dentro de un envoltorio en el que había dibujadas unas mazorcas, y empezó a leer como un cura laico. 
El libro tiene una cubierta negra, como todas las de Visor, pero él le ha puesto la luz (la alegría) de una foto obra de su hija Sol (Sol Marilño) en la que se ve a una mujer brasileña que ofrece su teta al aire, su pecho lleno de inscripciones milagrosas.
El pelo de Rivas ya es blanco; pero él sigue siendo el que llevaba panes y lápices de colores a las presentaciones de los libros; en tiempos su madre le guardaba el pan, hasta que él terminaba de recitar; ahora ya no está la madre, pero el poeta sigue siendo un hijo, como si llevara consigo no sólo toda la familia, los antepasados, la hermana María, la novia, la mujer, los hijos, el perro (O Rivas pequeno lo llamaba el padre)… y la propia tierra en la que nació, O Monte Alto de A Coruña.
La suya es una poesía emigrante, que se fija en la música y en el dolor y que él la habla como si hubiera sido concebida para que también saliera de su voz, y de su arte, el olor de la tierra.
 Hay básculas de la infancia, las espinas de la historia colectiva, el invierno de Galicia, las ganas de vivir y también la compasión que despierta el sentimiento de injusticia que queda en el alma de un niño que aparece y se sienta como un hombre de casi sesenta años pero que cuando empieza a recitar, como si parara el mundo y la edad, es otra vez el muchacho de menos de veinte años que emigraba a Madrid a ver si le renovaban el pasaporte para seguir en EL PAÍS.

Zelda Fitzgerald, mucho más que el mito de la primera ‘flapper’

Dos películas y una serie reviven la figura de la mujer que se convirtió en musa e icono de los locos años 20.

Zelda Fitzgerald
Christina Ricci en un fotograma de la serie en la que da vida a Zelda Fitzgerald.
Foto: Amazon Studios

 

Posiblemente, pocas parejas hayan hecho correr tanta tinta. A ritmo de jazz y charlestón, el escritor F. Scott Fitzgerald (El Gran Gatbsy) y su esposa Zelda Sayre se bebieron a excesos los locos años 20 y fueron definidos como “el príncipe y la princesa de su generación”.
 Ahora, tras décadas de páginas y biografías (algunas no autorizadas), la fascinación por esa relación de amor-odio que se profesaban salta a la pequeña y gran pantalla.
En el cine, Scarlett Johansson y Jennifer Lawrence se enfundarán respectivamente en la piel de la que fue considerada como “la primera flapper norteamericana”.
 Al mando de Ron Howard (Una mente maravillosa) Johansson se ha embarcado en una película titulada The Beautiful and the Damned (Los hermosos y malditos), que toma el nombre de la segunda novela del autor.
 Por su parte, Lawrence utiliza como punto de partida una de las biografías más célebres de la socialité, escrita por Nancy Milford, para explorar en el filme Zelda sus años de matrimonio.
El estilo de Zelda Fitzgerald (1900-1948), que fue el epítome de la mujer liberada de su época, salta a escena con Christina Ricci en una serie para Amazon Prime llamada Z: The Beginning of Everything.
 Un proyecto estético que ha supuesto todo un reto para Tom Broecker, su diseñador de vestuario, ya que se conocen rumores de lo que llevaba, pero sin evidencias que lo que realmente se ponía: “Fue una pionera porque no le interesaba la moda per sé, pero modeló un estilo para sí.
 No crea las tendencias, sino que las rompe” declaró Broecker el mes pasado.
Zelda Fitzgerald 
A la izquierda, imagen de Christina Ricci en la serie. A la derecha, imagen de la artista y socialité.
Foto: Getty/Cordon Press
Zelda Fitzgerald se convirtió en un icono de la era del Jazz por ser el vivo ejemplo de la transgresión. 
De la belleza sureña de tacones altos y melena larga y ondulada pasó al corte bob y a los vestidos rectos que restaban centímetros al bajo y centraban el corte a la cadera.
 En su Montgomery natal (Alabama), su actitud libre chocaba con la forma de vida tradicional imperante.
 Con la opinión contraria de sus padres sobre el propio Scott Fitzgerald, al que conoció en un club de baile y con el que decidió mudarse a Nueva York.
Borrachos de éxito (Scott acababa de vender su primera novela A este lado del paraíso), el joven matrimonio quiso formar parte de ese momento de escándalo y derroche.
 Zelda ayudó a modelar el vestido y comportamiento de las flappers, Scott era el cronista que las inmortalizaba en sus historias. Pronto se convertirían en una pareja de celebrities.
 Pero ella fue mucho más que esa estrella dorada de los años 20.
 En realidad, su vida sonrojaría a aquellos que la dibujaron como la tirana egoísta que llevó al escritor al fracaso y al alcoholismo y terminó loca en una institución mental.
 Therese Anne Fowler, autora de una de sus biografías más conocidas, reconoció hace unos años que se le rompieron los esquemas a la hora de empezar a investigar sobre Zelda porque se dio cuenta de que “casi todo lo que sabía de ella era erróneo”.

Zelda Fitzgerald
Scott y Zelda Fitzgerald formaron una de las parejas más idolatradas de la era del Jazz, pero su relaciónmuy turbulenta. fue muy turbulenta.
Uno de los (acertados) adjetivos que se utilizan para explicar su compleja personalidad es “diletante”, que resume las múltiples inquietudes artísticas de Zelda: se interesó por el ballet, que empezó a practicar a los 27 años (solo tres después le ofrecerían un papel en una obra de la San Carlo Opera Ballet Company) y le apasionó la pintura desde 1925 hasta su muerte.
 Su interés por la literatura sería una de las mechas que incendió su relación con Scott.
Habituales de recurrir a material autobiográfico para sus escritos, se acusaron constantemente de plagio
Cuando Zelda hizo una reseña en el New York Tribune sobre el segundo libro de su marido, le culpó de usar deliberadamente muchas de sus palabras: “En realidad, el señor Fitzgerald –  creo que es así como se escribe su apellido –  parece creer que el plagio comienza en casa” escribió. 
Sally Cline, otra de sus biógrafas, cuenta en su obra que Scott utilizaría discursos, diarios, impresiones y episodios mentales de Zelda para su propia ficción, y no siempre con consentimiento.
 Un ejemplo fue el título que dio nombre al libro A este lado del paraíso, extraído de una carta de Zelda, y un monólogo que incluye también en la novela.
 
Cuando ella publicó su obra Save me the Waltz, que acabó en cuatro semanas durante su estancia en un centro mental, Scott se puso furioso. 
¿El motivo? Zelda recurrió a material autobiográfico que él quería utilizar para su novela Suave es la noche.
 Cline habla de un encuentro entre ambos en 1933, mientras Zelda estaba interna, en el que él habría intentado prevenir a su mujer sobre escribir acerca de su matrimonio y su enfermedad mental.
 Si él tildaba sus esfuerzos literarios como “de tercera categoría” y le decía que “su vida en común era material suyo”, ella le acusaba de tener que depender de sus ‘migajas’ para tener algo sobre lo que escribir.






Junto a Ricci, David Hoflin es el encargado de meterse en la piel de F. Scott Fitzgerald en la serie de Amazon.
Foto: Amazon Studios
Ambos definieron su relación como “ominosa”. 
El turbulento matrimonio incluyó un lío en Riviera con un piloto francés llamado Edouard Jozan y la sospecha de que Scott estaba manteniendo una relación sexual con Ernest Heminway, según recogía un artículo de The Guardian hace unos años.







Zelda Fitzgerald pasó buena parte de su vida en centros mentales.
 La razón fue una esquizofrenia que le llevó a estar internada 15 meses, desde noviembre de 1930, en la Prangins Clinic de Suiza. Tres meses después de salir, Zelda tuvo una recaída y el escritor decidió contactar al dr.  Jonathan Slocum, dueño de una clínica exclusiva de Craig House, en Beacon (Nueva York).
 En la correspondencia que mantuvo con el doctor, Scott se acabó resistiendo al diagnóstico de la esquizofrenia: “creo que Zelda es más una mística sana que una realista loca” escribía.
 Sus cartas también hablaban de lo “inestables” que eran los hermanos de su mujer, al igual que ella , y la importancia que le daba al asma en sus recaídas.

Zelda Fitzgerald
Christina Ricci en un fotograma de la serie en la que da vida a Zelda Fitzgerald.
Foto: Amazon Studios

Junto a Ricci, David Hoflin es el encargado de meterse en la piel de F. Scott Fitzgerald en la serie de Amazon.
Foto: Amazon Studios

Existe cierto debate sobre la enfermedad real de Zelda. Npr recogió las impresiones del dr. Steven Buie, el último doctor médico del hospital de Asheville (Carolina del Norte) donde ella pasó sus últimos días. 
Más que una esquizofrenia, él pensaba que se trataba de un trastorno bipolar: “tenía periodos de depresión y podía tener otros de gran energía y creatividad”.
Una opinión parecida comparte Therese Anne Fowler, quien se negó a colgarle la etiqueta de “demente”.
 La biógrafa explicó que en la época de Zelda la esquizofrenia era una especie de cajón de sastre para una amplia variedad de dificultades emocionales.
 A menudo se aplicaba a mujeres que habían sufrido depresiones o agotamiento surgidos de circunstancias imposibles: “Zelda sufrió algunas crisis de salud mental y fue una mujer desinhibida y sin censura que no siempre pensaba antes de actuar, pero no estaba loca”. 
Zelda murió tras un incendio en el hospital a los 48 años, ocho después que su marido.
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