Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

24 ene 2017

EMOTIVO MENSAJE de Dora Postigo

La hija de Bimba Bosé da una lección de fortaleza

Bimba Bosé junto a su hija Dora Postigo

Dora Postigo ha agradecido el apoyo en Instagram y ha afirmado que hoy "NO es un día de tristeza".

La triste noticia del fallecimiento de Bimba Bosé a los 41 años ha conmocionado esta mañana al mundo del espectáculo. 
Muchos famosos han expresado su pesar en las redes sociales y uno de los más sentidos ha sido Miguel Bosé, el tío de la polifacética artista, que se ha despedido de ella deseándole un buen viaje y pidiéndole un favor, 'Guíame'.

Pero entre todos los mensajes también destaca uno muy especial, el que le ha dedicado su hija de 13 años Dora Postigo Bosé.
Dora ha utilizado su cuenta de Instagram para agradecer el apoyo que está recibiendo en estos momentos tan duros y para demostrar su optimismo y fortaleza con unas emotivas palabras de despedida.
"Muchísimas gracias a todos los que me apoyáis y que sepáis que hoy NO es un día de tristeza porque a mi madre es lo que menos le gustaba, la tristeza.
 Hoy es un día para estar contentos por todos esos momentos que hemos vivido y disfrutado con ella".

La hija de Bimba Bosé da una lección de fortaleza

Bimba Bosé junto a su hija Dora Postigo

Dora Postigo ha agradecido el apoyo en Instagram y ha afirmado que hoy "NO es un día de tristeza".


El mensaje de Dora Postigo tras la muerte de su madre Bimba Bosé.

Dos canciones que Dora y Bimba cantaron juntas

Por otra parte, el pasado mes de julio pudimos ver a Dora en un escenario junto a su madre Bimba Bosé. 
 Fue en el programa de Telecinco "Levántate All Stars" cuando las dos interpretaron junto a Silvia la famosa canción de Los Ronaldos 'No puedo vivir sin ti'.
 Su actuación iba dedicada al diseñador David Delfín y provocó una sonada ovación en el plató y que Alaska y Mario Vaquerizo lloraran como niños.
  Aquí puedes ver el debut televisivo de Dora.
Un mes más tarde, Dora compartió en su cuenta de Youtube otra colaboración musical junto a su madre.
 Esta vez tocando el piano y acompañando la voz de Bimba Bosé en una versión de la canción de Stevie Wonder 'Master Blaster'.

 

El primer periodista que llegó al despacho de la matanza de Atocha

Hallado un colgante igual que el de Ana Frank en el campo de exterminio de Sobibor

El objeto perteneció a la adolescente Karoline Cohn, muerta en las cámaras de gas.

El pendiente que perteneció a Karoline Cohn. AP
El nombre de Karoline Cohn, una niña judía alemana nacida en Fráncfort el 3 de julio de 1929, y asesinada en las cámaras de gas del campo de exterminio de Sobibor (Polonia), en septiembre de 1943, no destacaba entre las víctimas del Holocausto.
 Era una adolescente más, de 14 años, que pereció en la peor máquina de matar del engranaje nazi, ubicado en territorio polaco invadido y donde murieron más de 250.000 personas.
 Apenas un mes después de que ella entrara sin retorno en lo que parecía una gran ducha comunitaria, unos trescientos prisioneros lograron escapar en el curso de una revuelta (aunque se calcula que solo 50 evitaron ser recapturados). 
Para ocultar la presencia de las cámaras, puesto que los supervivientes lo contarían, los guardianes recibieron la orden de destruir Sobibor.
Primero sepultaron la ingeniería mortal bajo capas de cemento para que pareciera una carretera, luego se igualó el terreno y al final se plantaron árboles. 
Pero el pasado suele volver, y Karoline lo ha hecho de la forma más emotiva.
 Un colgante triangular con su fecha de nacimiento y el de su ciudad natal grabados, así como la expresión Mazel tov (buena suerte) escrita en hebreo, ha sido desenterrado en ese mismo lugar por los arqueólogos. 
A la sorpresa del hallazgo se suma una coincidencia que puede arrojar también luz sobre la vida de una de las víctimas más reconocibles del genocidio nazi: Ana Frank, la autora del Diario, que tenía un adorno idéntico.
 
Excavaciones en el terreno donde se hallaba el campo de concentración de Sobibor. EFE
En septiembre de 2014, un grupo de investigadores dirigidos por el israelí Yoram Haimi, que perdió a dos tíos en Sobibor, encontraron los restos de las cámaras de gas bajo la ruta asfaltada.
 Las excavaciones dieron comienzo hace una década, y ya habían recuperado pertenencias de otros prisioneros, entre ellas una chapa de identificación con el nombre de Lea Judith de la Penha, una niña judía holandesa de 6 años.
 Cuando ese año llegaron a los cimientos, aún recogieron más recuerdos de los fallecidos.
 Hace dos meses, en el denominado Camino al Cielo, que conducía al recinto subterráneo disfrazado de ducha, repararon en el colgante de Karoline Cohn.
 Por detrás, lleva letra hebrea hei, que simboliza el nombre del Creador, y tres estrellas de David.
Según Joel Zisenwine, director del Proyecto de Catalogación de las Deportaciones de Yad Vashem (Centro Mundial de Conmemoración del Holocausto), que ha comprobado el nombre de la muchacha entre los gaseados de Sobibor, “tal vez Karoline lo guardaba aún en ese momento y cayó al suelo”.
 Se sabe que la jovencita fue deportada al gueto de Minsk (Bielorrusia), desde Fráncfort, el 11 de noviembre de 1941. El momento de su llegada a Sobibor no está tan claro, pero su nombre y fecha de nacimiento coinciden con los datos registrados por Yad Vashem y relativos al exterminio en ese campo
. Como Ana Frank, nacida a su vez en Fráncfort el 12 de junio de 1929, y afincada en Holanda antes de la ocupación nazi, tenía un colgante similar, es posible que las familias se conocieran.
 Solo Otto Frank, el padre, regresó con vida. Su esposa, Judith, murió en Auschwitz (Polonia), y sus hijas, Margot y Ana, en Bergen-Belsen (Alemania).
Esta misma semana, una superviviente del Holocausto, originaria de Fráncfort, y que tiene 88 años, ha asegurado que guarda un colgante como el de ambas niñas.
 Quizá fuera un regalo popular en Alemania en aquella época para los recién nacidos
. O todo sea una coincidencia histórica, que en el caso de Holocausto cobra mayor peso.
 Recuerda los crímenes que los nazis pretendieron ocultar, y subraya la fuerza de los nombres de unas simples niñas

 

 

Dennis Lehane: “Solo puedo escribir las historias en las que creo”

El autor de 'Mystic River', llevada al cine por Clint Eastwood, publica 'Ese mundo desaparecido', una sombría historia de gánsteres durante la Segunda Guerra Mundial.

El escritor Dennis Lehanne. getty
Nacido en 1965 en Dorchester, entonces uno de los barrios más violentos de Boston, Dennis Lehane es el menor de los cinco hijos de una familia de inmigrantes irlandeses. 
Como la inmensa mayoría de los niños del barrio, cuando salía del colegio se quedaba jugando en la calle hasta la hora de cenar.
 A los ocho años escribía cuentos en los que hablaba de la vida en Dorchester, donde sus amigos y él se veían constantemente obligados a interrumpir sus juegos infantiles ante la irrupción de violentos incidentes de índole racial, policiaca o laboral.
 Los únicos libros que había en la casa familiar eran los volúmenes de una enciclopedia de cuya adquisición había logrado convencer a sus padres un vendedor ambulante. 
 Entretanto, en el colegio católico al que acudía, la pasión del pequeño Lehane por la lectura llamó la atención de las monjas, que se lo hicieron saber a su madre, quien, en lugar de dejarlo en la calle al terminar las clases, empezó a llevarlo a la biblioteca pública.
 Fue el primero de los Lehane en ir a la Universidad, aunque no se lo tomó demasiado en serio
Aprendí el oficio leyendo a grandes de la novela urbana y a los maestros del género negro: William Kennedy, James Ellroy, Elmore Leonard y, por encima de todos, Richard Price”, afirma Lehane al principio de la conversación, que tiene lugar en el restaurante de un lujoso hotel de Santa Mónica elegido por él. 
“Mi manera de entender la escritura cambió cuando leí Clockers. La voz de Richard Price me hacía sentir que estaba escuchando las historias que me contaba mi tío cuando me llevaba con él de bares siendo yo pequeño”.
Aprendí el oficio leyendo a grandes de la novela urbana y a los maestros del género negro
Redactó su primera novela en tan solo tres semanas, pero no la dio a conocer hasta cuatro años después, cuando tras un proceso extenuante de revisiones juzgó que por fin tenía algo publicable. Un trago antes de la guerra (1994) obtuvo el Premio Shamus a la mejor primera novela negra del año.
 Los protagonistas, la pareja de detectives integrada por Patrick Kenzie y Angela Gennaro, aparecen en las primeras cinco entregas novelísticas de Lehane, publicadas con metódica regularidad, a razón de una por año.
En 2001, Lehane se deshizo de Kenzie y Gennaro, para centrarse en la composición de una compleja fábula urbana en la que recrea las trayectorias de tres amigos cuya infancia los dejó marcados para siempre como consecuencia de un turbio episodio de abuso sexual. La sombra del pasado vuelve a proyectarse sobre sus vidas cuando la hija de uno de ellos, de 19 años, aparece brutalmente asesinada. Mystic River trasciende los límites del género detectivesco, adentrándose en las motivaciones psicológicas de los personajes al tiempo que examina las contradicciones de la sociedad en que se mueven.
 La novela fue un best seller que Clint Eastwood llevó a la pantalla. Sean Penn y Tim Robins, sus protagonistas, obtuvieron sendos oscars por su trabajo.
 Quince años después de la publicación del libro que hizo de él uno de los autores más cotizados por Hollywood (escribió varios episodios memorables para series como The Wire y Boardwalk Empire y en la actualidad lo hace para Mr. Mercedes, basada en una novela de Stephen King), Lehane no sabe exactamente cuál fue la clave del éxito de Mystic River.

“¿La autenticidad de la voz, tal vez?”, se pregunta dando un sorbo a un vaso de agua mineral. “Los lectores reaccionan bien a eso. Desde luego no responde a ningún cálculo.
 Jamás se me había ocurrido que algún día llegaría a tener un best seller, mucho menos tratándose de un libro tan oscuro. 
Mientras lo escribía tenía delante una ficha que decía: ‘No engañar al lector’. El éxito de la literatura comercial se basa en eso. Mystic River no le ofrece al lector ninguna falsa gratificación. Nadie sale bien parado en la novela. No hay garantía de que al final el crimen pague”.
Tras el éxito alcanzado, ¿qué hizo Lehane para preservar la autenticidad de la voz? “Tenía muy claro que el camino a seguir era alejarme lo más posible de Mystic River.
 Intentar repetir la fórmula hubiera sido traicionar las razones por las que me hice escritor. Si hay una sola cosa que he tenido siempre clara, y doy las gracias a Dios por hacérmelo ver muy pronto, es que solo puedo escribir las historias en las que creo.
 Soy incapaz de separar el corazón de la cabeza”.
Mystic River no le ofrece al lector ninguna falsa gratificación. Nadie sale bien parado en la novela
En 2003, Lehane publicó Shutter Island, un thriller gótico, que Martin Scorsese trasladó al cine, protagonizado por Leonardo DiCaprio.
 Fue un interludio mientras preparaba la novela de mayor ambición literaria de su carrera.
 Rigurosamente documentada y con más de 700 páginas, Cualquier otro día es una narración de proporciones épicas que Lehane tardó cinco años en completar.
 La novela ofrece un retrato panorámico de Boston en 1919, año particularmente marcado por la pobreza, la corrupción, la violencia, huelgas sindicales y de la policía, con el movimiento anarquista y el comienzo de la Prohibición como trasfondo.
Con ella, Lehane inició el ciclo novelístico de los Coughlin, clan irlandés entre cuyos miembros figuran tanto gánsteres como policías. El ciclo se continúa en Vivir de noche, novela de ambición mucho menor, ambientada en el Boston de los años treinta, y se cierra con Ese mundo desaparecido, título que se acaba de traducir al castellano y en el que Joe Coughlin, que en el primer volumen de la trilogía era un niño de 11 años, pasa a ocupar el centro de una sombría historia de gánsteres ambientada durante la Segunda Guerra Mundial. “Es un libro triste, muy oscuro, una elegía que alcanza proporciones de tragedia. 
Las circunstancias de mi vida están muy presentes en él. 
 Mientras lo escribía perdí a gente muy querida, como a mi hermano, a quien estaba muy unido.
 Estaba muy enfermo y falleció cuando me faltaba un mes para terminar. 
La muerte está presente en cada página de la novela”. 
Uno de los elementos más llamativos de la propuesta narrativa de Lehane es la utilización de un recurso más propio del género fantástico que de la novela negra: la aparición del fantasma de un niño que solo es capaz de ver Joe Coughlin.
“Lo incorporé después de haber acabado el primer borrador.
 No entendía por qué la novela no acababa de funcionar, hasta que comprendí que en realidad estaba escribiendo sobre la muerte.
 El fantasma del niño simboliza la pérdida irrecuperable de un ser querido, algo por lo que todos tenemos que pasar, un precio que todos tenemos que pagar. 
Vivimos de alquiler, el tiempo no nos pertenece”.
Las muertes violentas son un elemento recurrente en las novelas de Lehane.
 La frialdad con que las refiere no hace más que resaltar su arbitrariedad. Como en el resto de su obra, la brutalidad con que se describen algunos asesinatos en Ese mundo desaparecido deja al lector sin capacidad de reacción.
 Hablando de ello en otros lugares, Lehane ha dicho que no inventa, sino que reproduce situaciones que se dan en la vida cotidiana.
 Por esa razón, resulta altamente desconcertante una circunstancia que se dio unas horas antes de que tuviera lugar esta conversación. En Venice Beach, muy cerca del lugar donde vive Lehane, el periodista presenció un asesinato.
 Una mujer joven degolló salvajemente a una amiga suya, embarazada de tres meses, en un cruce de calles, frente a la playa. Al día siguiente, alguien puso unas flores y una botella de tequila en el lugar de la acera donde se había perpetrado el asesinato.
Lehane escucha con suma atención lo que parece una escena tomada de una de sus novelas, interesándose por los detalles. “Conozco bien esa esquina”, dice por fin, “es un lugar muy peligroso.
 Efectivamente, me interesa la irrupción de la violencia en situaciones como la que acaba de describir, porque son acciones gratuitas, pero el daño que hacen es irreparable. 
A la muerte no le importa lo que les ocurra a sus víctimas.
 Una de las funciones de la narratividad es ordenar el caos en que vivimos. 
La realidad es caótica, y la literatura un mecanismo altamente artificial que trata de imponer un orden por medio de una historia, pero no es el mundo el que cuenta historias, sino que somos nosotros, los escritores, quienes tratamos de darle sentido ordenando con palabras el caos de la experiencia”.

Queda tiempo para hacer una pregunta más, a quemarropa: 
¿Diría Dennis Lehane que hay una dimensión política subyacente a su voluntad de entretener?
“Soy un escritor político, pero eso es algo de lo que casi nadie se da cuenta.
 De todos modos, cuando escribo busco atrapar al lector con historias, no con ideas
. Mi trabajo como escritor es deleitar, no hacer ningún tipo de denuncia.
 Eso va a estar de todas maneras ahí, pero no sirve de nada si no sé contar bien la historia.”
Ese mundo desaparecido. Dennis Lehane. Traducción de Enrique de Hériz. Salamandra, 2016. 352 páginas. 19 euros