Pero entre todos los mensajes también destaca uno muy especial, el que le ha dedicado su hija de 13 años Dora Postigo Bosé. Dora ha utilizado su cuenta de Instagram para agradecer el apoyo que
está recibiendo en estos momentos tan duros y para demostrar su
optimismo y fortaleza con unas emotivas palabras de despedida. "Muchísimas gracias a todos los que me apoyáis y que sepáis que hoy NO es un día de tristeza porque a mi madre es lo que menos le gustaba, la tristeza. Hoy es un día para estar contentos por todos esos momentos que hemos vivido y disfrutado con ella".
Dora Postigo ha agradecido el apoyo en Instagram y ha afirmado que hoy "NO es un día de tristeza".
Dos canciones que Dora y Bimba cantaron juntas
Por otra parte, el pasado mes de julio pudimos ver a Dora en un escenario junto a su madre Bimba Bosé. Fue en el programa de Telecinco "Levántate All Stars" cuando las dos
interpretaron junto a Silvia la famosa canción de Los Ronaldos 'No puedo
vivir sin ti'. Su actuación iba dedicada al diseñador David
Delfín y provocó una sonada ovación en el plató y que Alaska y Mario
Vaquerizo lloraran como niños. Aquí puedes ver el debut televisivo de Dora. Un mes más tarde, Dora compartió en su cuenta de Youtube otra colaboración musical junto a su madre. Esta vez tocando el piano y acompañando la voz de Bimba Bosé en una versión de la canción de Stevie Wonder 'Master Blaster'.
Jesús Duva sostiene que en esos días la democracia "estuvo a un tris de irse al traste".
Jesús Duva, junto a 'El abrazo', el monumento a los abogados asesinados en Atocha 55.Foto: Jaime Casal / Vídeo: J. Casal / P. Casado / J. Guzman
“Recibí una llamada esa noche desde una cabina de una persona que no sé quién fue”, rememora Jesús Duva
(Tordesillas, 1954), el primer periodista que llegó al despacho de
abogados tras perpetrarse la conocida como matanza de Atocha. La noche
del 24 de enero de 1977, tres pistoleros de la ultraderecha asesinaron a
cinco abogados vinculados a los sindicatos de izquierda. “Me dijo que
viniera a Atocha 55, que había pasado algo muy grave. Yo no esperaba
encontrarme eso”, recuerda Duva. Este periodista, que ese año estudiaba tercero de carrera, trabajaba para Pueblo,
un periódico propiedad de los sindicatos verticales del régimen
franquista. “Me di cuenta de que había algo que no se cubría y que
estaba a punto de estallar: los sindicatos democráticos como CC OO, UGT o
CNT”, relata. Duva creó la sección de Laboral y el despacho de abogados
de Atocha 55 se convirtió en su principal fuente de información. “Fui con un fotógrafo de Pueblo y subimos al
despacho a grandes zancadas. Había una patrulla aparcada en la puerta.
En las escaleras nos encontramos con dos policías con las pistolas en
las manos. Nos dijeron que no subiéramos”, cuenta el periodista. Aprovecharon que los agentes tuvieron que bajar para avisar a una
patrulla por la emisora y consiguieron llegar al tercer piso, donde
estaba el despacho.
“Nos quedamos paralizados. No pudimos ni quisimos hacer
nada. Rápidamente llegaron más policías y nos desalojaron. Había gente
ayudando a los heridos, muchos gritos y mucha sangre. Nos quedamos tan
impactados que no nos preocupamos de hacer ninguna foto o de sacar una
exclusiva ni nada. Ahí no sentí miedo por mí, pero sí miedo de que esa
incipiente democracia que estaba empezando a construirse se fuera al
traste”, relata. Los cinco asesinados fueron los abogados Luis Javier
Benavides, Enrique Valdevira y Francisco Javier Sauquillo; el estudiante
Serafín Holgado y el administrativo Ángel Rodríguez Leal. Cuatro
personas lograron sobrevivir, aunque con heridas de gravedad: Miguel
Sarabia, Luis Ramos, Dolores González Ruiz y, el único testigo que hoy por hoy sigue con vida, Alejandro Ruiz Huerta. El periodista recuerda que vivió ese momento con rabia y
mucha impresión: "Los pistoleros pretendían que la democracia no
avanzara. Y yo pensaba que la democracia no saldría adelante", recuerda
Duva. Ese mismo día por la mañana los GRAPO secuestraron al general
Villaescusa, un militar que ocupó responsabilidades en la dictadura. La
estudiante María Luz Nájera también murió tras recibir el impacto de un
bote de humo lanzado por la policía. A su vez, Adolfo Suárez había
recibido en La Moncloa a grupos de la oposición democrática para empezar
a organizar las primeras elecciones. El día anterior, otro joven,
Arturo Ruiz, fue asesinado de un tiro por la espalda por la
ultraderecha. "Yo de todo lo que viví, incluyendo el 23-F, yo creo que
fue aquel mes de enero cuando la democracia estuvo en un tris de irse al
traste”, relata. Un año tras el atentado, Jesús Duva formó parte de la redacción del diario Ya durante diez años, y posteriormente tres décadas en EL PAÍS. En marzo de 2016 se fue del diario para convertirse en el jefe de
prensa de Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, quien en 1977 era administradora de los despachos de los abogados laboralistas
que sufrieron el atentado. “No la conocía. O no lo recuerdo, o he
borrado de mi memoria que algún día hablara con la hoy alcaldesa. Se
cruzaron nuestras vidas, pero sin tocarnos”.
El objeto perteneció a la adolescente Karoline Cohn, muerta en las cámaras de gas.
El nombre de Karoline Cohn, una niña judía alemana nacida en
Fráncfort el 3 de julio de 1929, y asesinada en las cámaras de gas del campo de exterminio de Sobibor (Polonia), en septiembre de 1943, no destacaba entre las víctimas del Holocausto. Era una adolescente más, de 14 años, que pereció en la peor máquina de
matar del engranaje nazi, ubicado en territorio polaco invadido y donde
murieron más de 250.000 personas. Apenas un mes después de que ella
entrara sin retorno en lo que parecía una gran ducha comunitaria, unos
trescientos prisioneros lograron escapar en el curso de una revuelta
(aunque se calcula que solo 50 evitaron ser recapturados). Para ocultar
la presencia de las cámaras, puesto que los supervivientes lo contarían,
los guardianes recibieron la orden de destruir Sobibor. Primero
sepultaron la ingeniería mortal bajo capas de cemento para que
pareciera una carretera, luego se igualó el terreno y al final se
plantaron árboles. Pero el pasado suele volver, y Karoline lo ha hecho
de la forma más emotiva. Un colgante triangular con su fecha de
nacimiento y el de su ciudad natal grabados, así como la expresión Mazel tov
(buena suerte) escrita en hebreo, ha sido desenterrado en ese mismo
lugar por los arqueólogos. A la sorpresa del hallazgo se suma una
coincidencia que puede arrojar también luz sobre la vida de una de las
víctimas más reconocibles del genocidio nazi: Ana Frank, la autora del Diario, que tenía un adorno idéntico.
En septiembre de 2014, un grupo de investigadores dirigidos
por el israelí Yoram Haimi, que perdió a dos tíos en Sobibor,
encontraron los restos de las cámaras de gas bajo la ruta asfaltada. Las
excavaciones dieron comienzo hace una década, y ya habían recuperado
pertenencias de otros prisioneros, entre ellas una chapa de
identificación con el nombre de Lea Judith de la Penha, una niña judía holandesa
de 6 años. Cuando ese año llegaron a los cimientos, aún recogieron más
recuerdos de los fallecidos. Hace dos meses, en el denominado Camino al
Cielo, que conducía al recinto subterráneo disfrazado de ducha,
repararon en el colgante de Karoline Cohn. Por detrás, lleva letra
hebrea hei, que simboliza el nombre del Creador, y tres estrellas de David. Según Joel Zisenwine, director del Proyecto de Catalogación de las Deportaciones de Yad Vashem (Centro Mundial de Conmemoración del Holocausto),
que ha comprobado el nombre de la muchacha entre los gaseados de
Sobibor, “tal vez Karoline lo guardaba aún en ese momento y cayó al
suelo”. Se sabe que la jovencita fue deportada al gueto de Minsk
(Bielorrusia), desde Fráncfort, el 11 de noviembre de 1941. El momento
de su llegada a Sobibor no está tan claro, pero su nombre y fecha de
nacimiento coinciden con los datos registrados por Yad Vashem y
relativos al exterminio en ese campo . Como Ana Frank, nacida a su vez en
Fráncfort el 12 de junio de 1929, y afincada en Holanda antes de la
ocupación nazi, tenía un colgante similar, es posible que las familias
se conocieran. Solo Otto Frank, el padre, regresó con vida. Su esposa, Judith, murió en Auschwitz (Polonia), y sus hijas, Margot y Ana, en Bergen-Belsen (Alemania). Esta misma semana, una superviviente del Holocausto, originaria de
Fráncfort, y que tiene 88 años, ha asegurado que guarda un colgante como
el de ambas niñas. Quizá fuera un regalo popular en Alemania en aquella
época para los recién nacidos . O todo sea una coincidencia histórica,
que en el caso de Holocausto cobra mayor peso. Recuerda los crímenes que
los nazis pretendieron ocultar, y subraya la fuerza de los nombres de
unas simples niñas
El autor
de 'Mystic River', llevada al cine por Clint Eastwood, publica 'Ese
mundo desaparecido', una sombría historia de gánsteres durante la
Segunda Guerra Mundial.
Nacido en 1965 en Dorchester, entonces uno de los barrios más violentos de Boston, Dennis Lehane
es el menor de los cinco hijos de una familia de inmigrantes
irlandeses.
Como la inmensa mayoría de los niños del barrio, cuando
salía del colegio se quedaba jugando en la calle hasta la hora de cenar.
A los ocho años escribía cuentos en los que hablaba de la vida en
Dorchester, donde sus amigos y él se veían constantemente obligados a
interrumpir sus juegos infantiles ante la irrupción de violentos
incidentes de índole racial, policiaca o laboral.
Los únicos libros que
había en la casa familiar eran los volúmenes de una enciclopedia de cuya
adquisición había logrado convencer a sus padres un vendedor ambulante.
Entretanto, en el colegio católico al que acudía, la pasión del pequeño
Lehane por la lectura llamó la atención de las monjas, que se lo
hicieron saber a su madre, quien, en lugar de dejarlo en la calle al
terminar las clases, empezó a llevarlo a la biblioteca pública.
Fue el
primero de los Lehane en ir a la Universidad, aunque no se lo tomó
demasiado en serio
Aprendí el oficio leyendo a grandes de la novela urbana y a los
maestros del género negro: William Kennedy, James Ellroy, Elmore Leonard
y, por encima de todos, Richard Price”, afirma Lehane al principio de
la conversación, que tiene lugar en el restaurante de un lujoso hotel de
Santa Mónica elegido por él.
“Mi manera de entender la escritura cambió
cuando leí Clockers. La voz de Richard Price me hacía sentir
que estaba escuchando las historias que me contaba mi tío cuando me
llevaba con él de bares siendo yo pequeño”.
Aprendí el oficio leyendo a grandes de la novela urbana y a los maestros del género negro
Redactó su primera novela en tan solo tres semanas, pero no la dio a
conocer hasta cuatro años después, cuando tras un proceso extenuante de
revisiones juzgó que por fin tenía algo publicable. Un trago antes de la guerra
(1994) obtuvo el Premio Shamus a la mejor primera novela negra del año. Los protagonistas, la pareja de detectives integrada por Patrick Kenzie
y Angela Gennaro, aparecen en las primeras cinco entregas novelísticas
de Lehane, publicadas con metódica regularidad, a razón de una por año. En 2001, Lehane se deshizo de Kenzie y Gennaro, para centrarse en la
composición de una compleja fábula urbana en la que recrea las
trayectorias de tres amigos cuya infancia los dejó marcados para siempre
como consecuencia de un turbio episodio de abuso sexual. La sombra del
pasado vuelve a proyectarse sobre sus vidas cuando la hija de uno de
ellos, de 19 años, aparece brutalmente asesinada. Mystic River
trasciende los límites del género detectivesco, adentrándose en las
motivaciones psicológicas de los personajes al tiempo que examina las
contradicciones de la sociedad en que se mueven. La novela fue un best seller que Clint Eastwood llevó a la pantalla. Sean Penn y Tim Robins, sus protagonistas, obtuvieron sendos oscars
por su trabajo. Quince años después de la publicación del libro que
hizo de él uno de los autores más cotizados por Hollywood (escribió
varios episodios memorables para series como The Wire y Boardwalk Empire y en la actualidad lo hace para Mr. Mercedes, basada en una novela de Stephen King), Lehane no sabe exactamente cuál fue la clave del éxito de Mystic River. “¿La autenticidad de la voz, tal vez?”, se pregunta dando un sorbo a
un vaso de agua mineral. “Los lectores reaccionan bien a eso. Desde
luego no responde a ningún cálculo. Jamás se me había ocurrido que algún
día llegaría a tener un best seller, mucho menos tratándose de
un libro tan oscuro. Mientras lo escribía tenía delante una ficha que
decía: ‘No engañar al lector’. El éxito de la literatura comercial se
basa en eso. Mystic River no le ofrece al lector ninguna falsa
gratificación. Nadie sale bien parado en la novela. No hay garantía de
que al final el crimen pague”. Tras el éxito alcanzado, ¿qué hizo Lehane para preservar la
autenticidad de la voz? “Tenía muy claro que el camino a seguir era
alejarme lo más posible de Mystic River. Intentar repetir la
fórmula hubiera sido traicionar las razones por las que me hice
escritor. Si hay una sola cosa que he tenido siempre clara, y doy las
gracias a Dios por hacérmelo ver muy pronto, es que solo puedo escribir
las historias en las que creo. Soy incapaz de separar el corazón de la
cabeza”.
Mystic River no le ofrece al lector ninguna falsa gratificación. Nadie sale bien parado en la novela
En 2003, Lehane publicó Shutter Island, un thriller gótico, que Martin Scorsese trasladó al cine,
protagonizado por Leonardo DiCaprio.
Fue un interludio mientras
preparaba la novela de mayor ambición literaria de su carrera.
Rigurosamente documentada y con más de 700 páginas, Cualquier otro día
es una narración de proporciones épicas que Lehane tardó cinco años en
completar.
La novela ofrece un retrato panorámico de Boston en 1919, año
particularmente marcado por la pobreza, la corrupción, la violencia,
huelgas sindicales y de la policía, con el movimiento anarquista y el
comienzo de la Prohibición como trasfondo.
Con ella, Lehane inició el ciclo novelístico de los Coughlin, clan
irlandés entre cuyos miembros figuran tanto gánsteres como policías. El
ciclo se continúa en Vivir de noche, novela de ambición mucho menor, ambientada en el Boston de los años treinta, y se cierra con Ese mundo desaparecido,
título que se acaba de traducir al castellano y en el que Joe Coughlin,
que en el primer volumen de la trilogía era un niño de 11 años, pasa a
ocupar el centro de una sombría historia de gánsteres ambientada durante
la Segunda Guerra Mundial.
“Es un libro triste, muy oscuro, una elegía que alcanza proporciones
de tragedia. Las circunstancias de mi vida están muy presentes en él. Mientras lo escribía perdí a gente muy querida, como a mi hermano, a
quien estaba muy unido. Estaba muy enfermo y falleció cuando me faltaba
un mes para terminar. La muerte está presente en cada página de la
novela”. Uno de los elementos más llamativos de la propuesta narrativa
de Lehane es la utilización de un recurso más propio del género
fantástico que de la novela negra: la aparición del fantasma de un niño
que solo es capaz de ver Joe Coughlin. “Lo incorporé después de haber acabado el primer borrador. No
entendía por qué la novela no acababa de funcionar, hasta que comprendí
que en realidad estaba escribiendo sobre la muerte. El fantasma del niño
simboliza la pérdida irrecuperable de un ser querido, algo por lo que
todos tenemos que pasar, un precio que todos tenemos que pagar. Vivimos
de alquiler, el tiempo no nos pertenece”. Las muertes violentas son un elemento recurrente en las novelas de
Lehane. La frialdad con que las refiere no hace más que resaltar su
arbitrariedad. Como en el resto de su obra, la brutalidad con que se
describen algunos asesinatos en Ese mundo desaparecido deja al
lector sin capacidad de reacción. Hablando de ello en otros lugares,
Lehane ha dicho que no inventa, sino que reproduce situaciones que se
dan en la vida cotidiana. Por esa razón, resulta altamente
desconcertante una circunstancia que se dio unas horas antes de que
tuviera lugar esta conversación. En Venice Beach, muy cerca del lugar
donde vive Lehane, el periodista presenció un asesinato. Una mujer joven
degolló salvajemente a una amiga suya, embarazada de tres meses, en un
cruce de calles, frente a la playa. Al día siguiente, alguien puso unas
flores y una botella de tequila en el lugar de la acera donde se había
perpetrado el asesinato. Lehane escucha con suma atención lo que parece una escena tomada de
una de sus novelas, interesándose por los detalles. “Conozco bien esa
esquina”, dice por fin, “es un lugar muy peligroso. Efectivamente, me
interesa la irrupción de la violencia en situaciones como la que acaba
de describir, porque son acciones gratuitas, pero el daño que hacen es
irreparable. A la muerte no le importa lo que les ocurra a sus víctimas. Una de las funciones de la narratividad es ordenar el caos en que
vivimos. La realidad es caótica, y la literatura un mecanismo altamente
artificial que trata de imponer un orden por medio de una historia, pero
no es el mundo el que cuenta historias, sino que somos nosotros, los
escritores, quienes tratamos de darle sentido ordenando con palabras el
caos de la experiencia”.
Queda tiempo para hacer una pregunta más, a quemarropa: ¿Diría Dennis
Lehane que hay una dimensión política subyacente a su voluntad de
entretener? “Soy un escritor político, pero eso es algo de lo que casi nadie se
da cuenta. De todos modos, cuando escribo busco atrapar al lector con
historias, no con ideas . Mi trabajo como escritor es deleitar, no hacer
ningún tipo de denuncia. Eso va a estar de todas maneras ahí, pero no
sirve de nada si no sé contar bien la historia.”
Ese mundo desaparecido. Dennis Lehane. Traducción de Enrique de Hériz. Salamandra, 2016. 352 páginas. 19 euros