Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 ene 2017

Merece otro premio.......................................Juan José Millás

Domingo 22 de enero de 2017
COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
ESE SEÑOR, al que un subordinado protege de una lluvia que solo él parece sentir, era el ministro de Defensa cuando 62 militares que volvían a casa tras una misión en Afganistán fallecieron al estrellarse el Yak 42 en el que viajaban.
 El político visitó la zona en traje de faena, como puede apreciarse, y de vuelta al despacho comenzó a urdir una de las historias más siniestras de las últimas décadas para sacudirse de encima los sesenta y dos muertos
 (ahora con letras), víctimas de un cacharro conducido por pilotos que, además de inexpertos, llevaban trabajando 22 horas (veintidós) de forma ininterrumpida. 
El suceso, que habría hundido a cualquier persona decente, catapultó la carrera de Trillo, que así se llama, y al que ustedes recordarán también porque fue el responsable de la toma de un pedrusco, de nombre Perejil, habitado por cuatro cabras y una anciana, hecho que él mismo refirió para la posteridad con un lenguaje digno de los viejos tebeos de Hazañas bélicas.
DEFENSA-ACCIDENTE AVI'ON
Chema Moya (Efe)
 Un caradura, en fin, cuya biografía, a poco que se hurgue en Google, aparece trufada de bellaquerías capaces de sacar los colores al más sinvergüenza de nuestra tradición de pícaros, tan extensa como profunda.
 Aquí lo tienen, colocándose bajo el paraguas antes de que llueva, quizá dándole vueltas ya a cómo culpar a otros de su negligencia criminal. 
Debió de hacerlo bien, muy bien, porque el PP lo premió con una Embajada de amor y lujo, la de Londres.
 El Consejo de Estado, 13 años más tarde, ha venido a certificar la ignominia que comenzó ahí, donde la foto. 
A ver con qué lo premiamos ahora.

Todos somos esquimales.....................Rosa Montero

La velocidad tecnológica nos lleva hacia un terreno inexplorado en el que hay que definir nuevos códigos de conducta adaptados a la nueva realidad.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
HACE UN par de semanas, una empresa llamada Kingston presentó un pendrive de dos terabytes (unidades de memoria) de almacenamiento, una capacidad nunca alcanzada antes.
Es como un pequeño encendedor y dentro hubiera cabido cómodamente la mítica biblioteca de Alejandría
De hecho, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, que se supone que es la más grande del mundo, entraría entera en tan sólo 10 terabytes.
 Es decir, en cinco de estos pinchos con apariencia de modestos mecheros.
 Lo cual me hace recordar, totalmente mareada por la vertiginosa velocidad de la carrera tecnológica, que mi primer ordenador portátil, un armatoste enorme que pesaba cuatro kilos, sólo tenía 512 kilobytes de memoria, que, descontando lo que se chupaba el sistema operativo, equivalían a unas tres páginas de texto.
 De modo que tecleabas esas tres páginas y luego las grababas en un disco flexible y las borrabas del ordenador para poder seguir escribiendo.
 
Todo tremendamente torpe, complicado, lento.
 Antediluviano, aunque ese trasto lastimoso es de hace tan sólo 31 años.
 Y ahí estábamos todos, tan contentos, acarreando semejante pedazo de chatarra como si fuera el no va más de la modernidad. Hoy, apenas tres décadas después, mi móvil posee más memoria que la suma de todos los ordenadores que he tenido en mi vida, excluyendo el de ahora. 
Y me cabe en el bolsillo del pantalón
cada vez soy más consciente de la inmadurez de los humanos, de nuestra falta de rigor, de nuestra irresponsabilidad como especie
En 1992 estuve en el norte de Canadá, muy cerca del Polo, para hacer un reportaje sobre los inuits, mal llamados esquimales.
 Me fascinó ese pueblo de supervivientes, tenaz y creativo.
 Sobre todo me conmovió que hubieran sido capaces de pasar de la Edad del Bronce, en la que vivieron hasta después de la Segunda Guerra Mundial, a nuestra sociedad hipertecnológica.
 Hablé con inuits que habían conocido los iglús de pequeños y que ahora estaban conectados a Internet en sus casas prefabricadas, y ese viaje descomunal lo habían realizado en tan sólo 30 años. 
Yo admiraba su adaptabilidad y su inteligencia, pero también me preguntaba por los precios que quizá estuvieran pagando, como la elevada tasa de alcoholismo o de suicidio, por ejemplo.

Pues bien, ahora empiezo a pensar que en realidad todos somos como esos esquimales.
 Cuando fui a hacer el reportaje sólo habían pasado dos años desde que, en 1990, se había creado la Red, la World Wide Web que hoy nos une al mundo: Internet es de ayer mismo.
 Rememoro aquel viaje al Polo Norte y me maravilla lo muy diferente que era nuestra vida entonces comparada con la de ahora. ¡Faltaban por llegar tantos adelantos!
 Siempre lo digo: hoy habito dentro de las novelas de ciencia-ficción que leía de adolescente.

Me gusta mucho la ciencia y soy una alegre y maravillada partidaria de la tecnología.
 Y, sin embargo… Quizá sea que la dimensión del cambio comienza a ser demasiado abrupta, demasiado grande, como en el caso de los inuits.
 O que cada vez soy más consciente de la inmadurez de los humanos, de nuestra falta de rigor, de nuestra irresponsabilidad como especie.
 O puede que simplemente se trate de un apocamiento de la edad, de mi vejez que empieza. 
Pero lo cierto es que me preocupa esta velocidad tecnológica que nos lleva en volandas hacia donde no sabemos. 
Una ignorancia esencial ante nuestros propios descubrimientos que ya hemos mostrado antes, por ejemplo, al inventar la bomba atómica o al desarrollar la energía nuclear, con cuyos letales, longevísimos desechos no sabemos qué hacer, cosa que no impide que cada año produzcamos otras 10.000 toneladas métricas de basura nuclear de alto nivel que mantenemos en cementerios provisionales, una chapuza tóxica en la que casi nadie piensa. Además el problema no es sólo la fisión del átomo.
 Por ejemplo: Japón acaba de anunciar que va a empezar a utilizar robots para sustituir a trabajadores de oficina.
 ¿De verdad tenemos alguna idea de hacia dónde nos dirigimos? ¿Nos preocupa? ¿Hacemos algo para prevenir, para responsabilizarnos, para intentar acercarnos más a un modelo de mundo en vez de a otro? 
A veces me parece que sólo somos niños intelectualmente inteligentes, pero emocional y moralmente tontos. 
Y quizá malos.

Ese idiota de Shakespeare......................Javier Marías

Javier Marías

Si uno va hoy al teatro se expone a cualquier sandez de directores que adaptan grandes clásicos a las tontunas contemporáneas.

 

COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIASSi hace años que no voy al teatro, es porque no deseo exponerme a sobresaltos.
 No me refiero ya a esas obras “modernas” en las que se obliga a “participar” al público lanzándole agua o pintura o bengalas, o a “interactuar” con los intérpretes que bajan al patio de butacas para restregarse contra él y vejarlo.
 Eso me lo tengo prohibido desde que empezó a suceder hace tiempo.
 Pero tampoco está uno a salvo de riesgos de otra índole si va a la representación de un clásico. 
El teatro –más que el cine y las series– ha caído rendido a casi todas las tontunas contemporáneas. 
Se permite lo “simbólico” y lo inverosímil en mucho mayor grado, y ahí caben todas las supuestas genialidades de muchos adaptadores y directores, convertidos en las verdaderas estrellas, usurpadores de los buenos nombres de Lope, Calderón, Molière o Shakespeare.
Con este último está uno en constante peligro.
 Es ya un tópico que sus personajes aparezcan vestidos de nazis o de decimonónicos, o transmutados en gangsters, o que la acción de las obras se sitúe en cualquier sitio: Romeo y Julieta en la discoteca, Macbeth en Chicago, Próspero y Miranda abandonados en el espacio intergaláctico.
 En 2012 Phyllida Lloyd tuvo al parecer éxito con su versión de Julio César ambientada en una cárcel de mujeres y con reparto femenino al completo, consiguientemente. 
La verdad, para mí no, gracias. 
 Pero este último caso forma parte de un movimiento deliberado.
 Como sabemos, las actrices se quejan de que sus salarios son inferiores a los de sus colegas varones, pero me imagino que eso estará en función de lo taquilleros y rentables que sean, independientemente del sexo.
 Es como si la mejor futbolista protestara por ganar menos que Messi: se da el caso de que éste convoca a millones de espectadores y genera dinerales.
 También se quejan de que no haya tantos ni tan buenos papeles para ellas como para los hombres, y presionan a los creadores para que se enmienden, sin tener en cuenta que los que escribimos nos interesamos por lo que nos interesa y no estamos para adular a tal o cual colectivo.
 Shakespeare tiene muchos personajes femeninos importantes, pero la actriz Harriet Walter ha hecho el cómputo: de media, uno por cada cuatro masculinos, y además son éstos “quienes encaran las cuestiones políticas y filosóficas que nos atañen a todos”. 
Es decir, suelen estar a su cargo los soliloquios más profundos, y más lucidos para los actores.
 La respuesta natural sería: “¿Y qué quieren, si en época de Shakespeare eso era más creíble o él decidió poner sus parlamentos en boca de Hamlet, Macbeth o Ricardo III?” Como hoy hay licencia para falsearlo todo, se corrige al idiota de Shakespeare y ahora está de moda que a todas esas figuras las interpreten mujeres. 
No importa que eso se contradiga con otra de las reivindicaciones recientes de actores y actrices (hablé de ello hace algún tiempo): se enfurecen si a un personaje indio no lo encarna un intérprete indio, a uno japonés un japonés, etc.
 Eso no obsta, sin embargo, para que en la célebre serie televisiva The Hollow Crown, con los dramas históricos de Shakespeare, la Reina Margarita (antes Margarita de Anjou, francesa) sea una actriz mulata, o el Duque de York de Enrique V un negro.
 Aquí no se considera que haya usurpación ni robo, sino que se aplaude.
 Hoy hay tanta gente ignorante que quien vea esa serie puede dar por sentado que en la Francia del siglo XV la población era mestiza y que en Inglaterra había nobles negros. 
Y quien sólo viera el Hamlet de Kenneth Branagh (completo en sus cuatro horas, muchos no querrán revisitarlo) podrá creer que esa es una historia del XIX, con gente vestida “a lo zarista” o “a lo austrohúngaro”, y no del XVI, cuando Shakespeare situó la leyenda. 
“La ignorancia de los jóvenes, o de la gente, no es asunto nuestro”, dirán con razón adaptadores y directores. 
Y las actrices aducirán: “¿Acaso se nos permitía subir a los escenarios en tiempos del Bardo?”
 No, en efecto, había una prohibición lamentada por todos, así que a Desdémona, Lady Macbeth y Ofelia las representaban, por desgracia, actores lampiños. 
Y sin embargo ahora se vuelve a lo mismo, sólo que a la inversa y por militancia o revancha sexista. ¿Qué sentido tiene que Glenda Jackson haga de Rey Lear? ¿Que un espectador como yo, que pide cierta verosimilitud, no se crea una palabra?
 Lo mismo cuando otras actrices se hacen pasar por Bruto, Cimbelino, Enrique V, Enrique IV o Malvolio, convertido además en “Malvolia”.
 Tampoco lo contrario me convence: siento admiración por José Luis Gómez, pero me he abstenido de ir a verlo hacer de la Celestina, por muchos justos elogios que haya merecido.
 Y desde luego no me tentó ver a Blanca Portillo en el papel de Segismundo, de La vida es sueño.
 Lo lamento, pero si uno va al teatro hoy en día está expuesto a cualquier sobresalto. 
Y a cualquier sandez de no pocos directores. Con todos mis respetos para los buenos actores y actrices, que al fin y al cabo cumplen órdenes. 

Quiero ser mayordomo

Su sueño es servir a los megamillonarios: jeques árabes, nuevos magnates chinos y estrellas del cine.
 Para alcanzarlo reciben formación casi militar. Entramos en The International Butler Academy, donde se forma a los mayordomos del siglo XXI.
Son las 7.20 y desde el ala occidental de este antiguo monasterio del siglo XIX, en un bucólico pueblecito del sur de Holanda, llega música de los Sex Pistols.
 La estridencia que sacude el edificio, ahora convertido en una enorme mansión de 135 habitaciones, proviene del despacho donde un hombre trabaja sentado frente a seis pantallas de ordenador. 
El aficionado al punk es un empresario de 58 años que antes hizo carrera como mayordomo. 
 Se llama Robert Wennekes y ha fundado The International Butler Academy (TIBA), una de las más reputadas escuelas internacionales de mayordomos.
 Wennekes acaba de llegar de China, donde la academia tiene otra sede desde 2014, ante la creciente demanda de servicio doméstico de lujo por parte de la nueva clase opulenta del gigante asiático. 
En las próximas semanas no solo será el director de la escuela, sino el señor al que deben servir los 22 estudiantes de la tercera y última promoción del año en la TIBA. 

Estamos en el pueblo de Simpelveld, cerca de Maastricht, y es la cuarta semana del curso, justo su ecuador. 
El cansancio ya hace mella entre los alumnos.
 Hay latas vacías de red bull en algunas papeleras.
 Para desayunar, café –que se repetirá varias veces al día– y suplementos vitamínicos que apenas suben el ánimo. 
Hasta las ocho de la mañana, los alumnos, 7 mujeres y 15 hombres de cuatro continentes, de entre 18 y 59 años, tienen tiempo para acicalarse y desayunar antes de formar en fila en el salón-comedor. Ordenados por estatura, con la espalda recta, la cabeza erguida y las manos cruzadas sobre el vientre, esperan a que el instructor de turno les dé los buenos días y anuncie la jornada que les espera.


The International Butler Academy : the Art True of Service
The International Butler Academy : the Art True of Service
Cuidados de la vajilla y una clase de orientación espacial en la que se tapa los ojos a los estudiantes. / FERNANDO MOLERES

Los estudiantes dicen que en la escuela reina una “disciplina militar”. 
Alguno va más lejos y lo califica de “terrorismo mental”.
 “La TIBA es muy parecida al Ejército”, reconoce Flavius Jeican, francés de origen rumano, de 36 años, que habla con conocimiento de causa: en su currículo figura una década en las Fuerzas Armadas francesas.
 Ahora ha decidido buscarse un futuro en otra actividad bien distinta, pero regida también por normas muy severas. 
“Me gusta servir y me gusta el mundo del lujo”, explica. Jeican tiene dos hijos y su esposa es gobernanta en una casa en Niza.

“Si alguien llega tarde a la primera formación de la mañana, ese día se queda sin clases”, indica Cornelis Greveling, jefe de estudios y mano derecha de Wennekes.
 “En la vida real no puedes llegar tarde a los sitios”, añade.
 La vida real, uno de los argumentos que se repiten para justificar la intensidad y las estrictas normas que rigen durante las ocho semanas de curso.
La fila se rompe, los alumnos se visten un delantal y los manguitos de lana que protegen su atuendo: pantalón o falda y americana negros, camisa blanca, corbata o pañuelo en el cuello.
 Cada cual pone rumbo a la primera tarea del día, limpiar la casa. Barrer y fregar las estancias de la planta baja y del primer piso, las escaleras, arreglar los baños, controlar la lavandería y atender las necesidades del señor. 

La tarea más delicada para un mayordomo, la que no consiente el menor despiste, es el servicio de mesa; algunas cenas con invitados TIBA es una de las pocas escuelas para mayordomos en la que los estudiantes se forman y viven como si ya sirvieran a una familia. Rigor, disciplina, discreción, lealtad y exigencia son conceptos básicos.
 “Ser mayordomo consiste en hacer lo que se te pide”, recuerda Greveling.
 “En ocho semanas debo enseñarles muchas cosas, por lo tanto debo ser estricto, me tengo que enfadar, ser duro, para que aprendan”.
 Así describe Wennekes el método que ideó al fundar la escuela en 1999, cuando su agencia de contratación se veía en dificultades para encontrar profesionales. 
“Aquí los estudiantes no solo aprenden todo lo relacionado con ser mayordomo, sino que también crecen como personas.
 Deben olvidar todo lo que saben y lo que son y estar dispuestos a aprender otras formas”.
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Syed Toqeer Akram Shah, británico de 28 años que fue taxista en Birmingham hasta ahorrar los 13.750 euros que cuesta el curso para dar un giro a su vida, admite: “He cambiado mi forma de comer, de pensar, de hacer, de moverme. 
Experimentas un cambio interno”. Adone Hofer, un florentino de 20 años, jugador profesional de golf e hijo de una familia acomodada, asegura: “Te sacan de tu zona de confort”.
 La mayoría de los estudiantes cultiva el placer por la perfección, el orden y el deseo de hacer sentir bien a los demás
Alguno descubrió muy pronto la vocación. 
“Desde los 13 años, sé que quiero ser mayordomo”, afirma ­Laurens Lievens, belga, de 20 años, chef, sumiller y uno de los alumnos más aplicados de la promoción.
 “Sé que me estoy perdiendo cosas que hace la gente de 20 años, pero como mayordomo tienes la oportunidad de viajar y cada día puede ser distinto.
 Mi idea es trabajar para una familia y pasar 10 años en el servicio privado.
 Luego, con 30, aún seré joven para hacer otras cosas”, explica. Algo parecido expresa la más joven del grupo, Nina Morrone, una suiza de 18 años.
 “Pero los jóvenes no saben todo lo que conlleva este trabajo, la carga y la soledad”, les advierte Kolja Quintanar, suizomexicano de 48 años, ya curtido en hoteles y restaurantes. 


The International Butler Academy : the Art True of Service
El arte de servir la mesa lleva implícita una coreografía especial, como la que se ensaya en esta imagen; y el director de la escuela, Robert Wennekes, un antiguo mayordomo holandés de 58 años que hace las veces del señor al que han de servir los alumnos. / FERNANDO MOLERES
The International Butler Academy : the Art True of Service