Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

21 ene 2017

Sesenta.......................................... Boris Izaguirre

Carolina de Mónaco hizo un gesto que no hemos podido repetir: aspiró, sorbió y pensó al mismo tiempo. Como una reina.

De izquierda a derecha: Carolina de Mónaco, Perdo Almodóvar y Alberto y Charlene de Mónaco, en el Baile de la Rosa dedicado a la movida en 2008.

 

Se ha vuelto a armar un bululú tanto con la feria del PSOE como con el atuendo de la Reina en la feria del Turismo. Esta vez se le señala que mezcló demasiadas cosas en su vestuario para inaugurar Fitur en Madrid.
 Quizás en esta ocasión, estén más equivocados los críticos que la Reina.
 El país invitado es Argentina.
 Y la Reina decidió ponerse un pantalón gaucho y, además, del color de la tierra de la Pampa para hacer un homenaje. Incluso habría bailado un tango si la dejan.
 Y eso debería reducir el tamaño de cualquier crítica, dejándola a media pierna.


La actriz y vedete Bárbara Rey.
ándola a media pierna.
La actriz y vedete Bárbara Rey.
A mí, que soy un nostálgico, me ha encantado el regreso de las piernas de Bárbara Rey con la posibilidad de que el Cesid hubiera comprado su silencio con dinero público.
 ¡El circo de Bárbara! ¿Quién no recuerda ese asalto a la casa de la actriz y vedete en el año 97, donde se sustrajeron vídeos “en los que se implica a personas importantes de este país”, como decía el parte policial? 
Curiosamente, yo había entrevistado a Rey en ese mítico domicilio unos días antes y gran parte de la entrevista sucedió en su cuarto de baño, superperfumado, envolvente y seductor. 
Bárbara me trató bárbaro, ofreciendo costillitas de cordero e interrumpiendo la conversación por una llamada del internado de su hija Sofía, que se había ausentado sin permiso de sus clases.
 Un tiovivo de emociones, y cuando se apagó la cámara y nos quedamos solos admirando una foto suya con Ángel Cristo en el Festival del Circo de Montecarlo, ella susurró: “Los príncipes de Mónaco son los únicos reales dignos de conocer”.
Jamás olvidé esa frase.
 Pienso que Bárbara debería tener un museo y atenderlo ella misma, manejando como nadie el gota a gota de la información.
 Se celebran 20 años del robo de esas cintas y ella sabe cómo prolongar nuestra fascinación por lo que podrían contener. Mientras, aprovecha para destapar frases llenas de valor: “Hice muchas películas con desnudos, yo fui El Destape y es mi deber reconocerlo. 
Hay hombres, más importantes que yo, que también deberían asumir su pasado y lo que han hecho”. 
Es que la vida de Bárbara acompaña y desnuda el surgimiento de nuestra democracia. 
Ha sabido unir en su persona política, circo, revista, nudismo, maternidad y una sinceridad misteriosa bañada de melodrama.
 Y si el dinero que compró un poco de su silencio procedía de fondos públicos, algo que no estuvo bien, implicaría que Bárbara, a su manera, prestó un servicio público en aras de la joven democracia. 
Y quién sabe si de nuestra actual estabilidad. 

La actriz Rossy de Palma y la coreógrafa Blanca Li, en el Baile de la Rosa celebrado en Montecarlo en 2008.
Bárbara y yo tenemos una cosa en común. 
Ambos conocemos Montecarlo.
 EL 23 de enero, Carolina de Mónaco cumple 60 años.
 No es una noticia en sí, lo esperábamos, tarde o temprano iba a pasar.
 La conocí en 2008 cuando el Baile de La Rosa homenajeó a la movida madrileña y la revista ¡Hola! me llevó para cubrir la crónica
. Al día siguiente del baile, Carolina y su hermano Alberto anfitrionaron un exquisito almuerzo para los invitados y artistas del show que Pedro Almodóvar confeccionó para la velada.
 Ernesto de Hannover, que estaba presente, nos vio a David Delfín y a mí con unas caras de resacón tan evidentes que nos llevó hasta su barman (así lo presentó) y ordenó en alemán un brebaje que nos dejó como nuevos.
 Alaska, Bibiana Fernández y Rossy de Palma capitaneaban una mesa con Christian Louboutin y Karl Lagerfeld, que era realmente el rey del evento.
 En un momento dado, Carolina se acercó a darme un beso. 
En francés me preguntó si iba a escribir la crónica para ¡Hola!, asentí y tuve que reconocer que mi francés era bastante salvaje. “Oh, pero mamá nos enseñó a hablar un poco en español”, dijo ella, mirándome con esos ojos verde-azules que conozco desde que tengo uso de razón.
 Todos nos reunimos en torno a ella y Carolina adoptó una pose declamadora.
 Y dijo: “La princesa Carolina de Mónaco. La mujer más elegante del mundo para los lectores de ¡Hola! con 1.200 votos”
Nos rendimos, hubo un aplauso y algunos hasta nos la jugamos y fuimos a abrazarla. 
Entonces se rio, regresó a su asiento y con la misma mano sostuvo una copa de vino y el cigarrillo que fumaba. 
Fue un gesto que no hemos podido repetir: aspiró, sorbió y pensó al mismo tiempo. Como una reina.

La Diferencia la marca el que sabe que es así y no una figurilla de adorno.

Las 7 Diferencias y alguna más que usted vea.








Una hecha así misma y otra hecha a golpe de bisturí. 
La clase, elegancia, y belleza no se puede hacer, se nace con ella.

Los misterios de los años de Gómez de la Serna en Argentina

Cientos de documentos adquiridos por la Biblioteca Nacional dan pistas sobre ‘Tembladeral’, novela inédita del ‘padre’ de las greguerías.

Ramón Gómez de la Serna, y su esposa, Luisa Sefevich, en una imagen sin datar en Buenos Aires, donde residió los últimos años de su vida. EFE
En Automoribundia, Ramón Gómez de la Serna declara su amor a Buenos Aires: “El mejor pisapapeles del mundo, la ciudad más interesante y más cortés de América”, escribe en esas memorias.
 Al llegar por primera vez a Argentina, en 1931, se puso a vivir de nuevo como si no se fuese a marchar nunca, cuenta él mismo.
 Y conoció a Luisa Sofovich, su mujer.
 Cuando en 1936 emprendió el camino del exilio, voluntariamente, no lo dudaron.
 Costaba dejar atrás una biblioteca labrada a lo largo de 48 años, pero Argentina era el destino y las calles porteñas el lugar de su escondrijo luminoso.
 Un camino sobre el que ahora se abren distintas luces con varios objetos, documentos y, sobre todo, tres cuadernos adquiridos en 2016 por la Biblioteca Nacional de España (BNE).
Buenos Aires aportaba, frente a la sangría de España, el agua y el pan propicios para continuar su literatura de luz, magia y malabarismo.
 Los pasos de un Gómez de la Serna encomendado a una obra insólita, llena de impresiones, invenciones lingüísticas y atracción por la vanguardia encontraron su senda en Argentina.
 Los documentos de la BNE, que ha adquirido a su vez 1.300 greguerías, poemas y cartas en una subasta el pasado abril, aportan un lote en el que se incluyen varios volúmenes manuscritos con notas que aún no se encuentran a disposición del público pero que abren nuevas vías de estudio.
Han sido examinados por una de las mayores expertas en el autor: Laurie-Anne Laget, biógrafa suya y experta de la Universidad de La Sorbona (París). 
Ella cree que, aparte de lo conocido, son documentos fundamentales e invitan a curiosas investigaciones.
 “Sobre todo en torno a una novela desconocida, Tembladeral, uno de sus últimos proyectos”, afirma.
“Desde un punto de vista material, los manuscritos adquiridos por la Biblioteca Nacional son muy parecidos a los que se encuentran en el archivo de la Universidad de Pittsburgh.
  Es una adquisición valiosa, que complementa a la perfección los materiales de Ramón que ya poseía la BNE, como, por ejemplo, todo el material manuscrito original del Diario póstumo”, añade Laget.
 Con un extra. La sorpresa está en esa novela, que no vio la luz y cuenta con un título inspirado en un curioso término que sirve para referirse a las aguas pantanosas: tembladeral.

Manuscritos de Ramón Goméz de la Serna.
La mayoría de los apuntes llevan, de hecho, títulos explícitos como: América, Bs As, Emigrante o, específicamente, Tembladeral. “Este último es relevante porque ya aparecía en los fondos de Pittsburgh, aunque sin más precisiones”, afirma Laget.
 Más bien añadidos a algunos relacionados en 1932 con otra novela: Policéfalo y señora, que a su vez llevaba el título Tremedal americano pasión de otras estrellas.
 Alrededor de ello aparece la misteriosa palabra que ahora en los fondos de la Biblioteca Nacional adquiere más peso.

“Ramón la describe como una novela sobre la vida en Argentina”, añade la experta francesa. “Su valor es innegable en la medida en que ofrece un texto redactado, parecido a una respuesta de entrevista o a un argumentario para presentar ante un editor, sobre el proyecto inédito de Tembladeral, desconocido en estos términos hasta ahora”.
En los otros cuadernos también existen pistas acerca de aspectos confusos de su biografía. 
Sobre todo, los relacionados con el exilio. “Los manuscritos pertenecen a la época argentina y, probablemente, a la última etapa, después del viaje que hizo a Madrid en 1949.
 Son apuntes breves, recogidos en pequeños folios que Ramón solía llevar siempre consigo para poder apuntar ideas o consignar observaciones en cualquier momento.
 Más precisamente, los apuntes contienen observaciones y reflexiones sobre la vida en América. Probablemente, Ramón los usó para escribir sus colaboraciones en la prensa de Buenos Aires y España”.
Su salida de Madrid fue voluntaria, no forzada.
 Los contertulios del Café de Pombo se inclinaron más por el falangismo que por el bando republicano, pero Ramón pertenecía a la Alianza de Intelectuales Antifascistas y al PEN Club.
  Hasta en eso se revelaba como un exiliado excéntrico. Gómez de la Serna era un manantial de requiebros.
 Un dandi vanguardista que pocas veces se posicionó en declaraciones, pero sí en actitudes.
 Ni se le ocurrió regresar. Pese a la nostalgia, pese a los ofrecimientos de muchos amigos que lo querían de regreso en la España franquista.
Sin duda, el hecho de que su mujer se encontrara a gusto en su propia ciudad, lo ataba más.
 Pero la etapa bonaerense de Ramón resulta absolutamente fructífera, rica en invenciones, fértil en la exploración de sus personalísimas greguerías, libre y desacomplejada, propicia para su lazo insobornable con lo moderno.
 Sin dejar de lado que llegó a sentirse, de alguna manera, porteño.
“Se marchó en circunstancias muy diferentes de las de otros escritores que identificamos con el exilio. 
Y durante su estancia en Argentina la percepción política de su figura fue marcadamente distinta de la que se tenía de otros expatriados”, comenta su biógrafa. 
Incluso pudo regresar a España brevemente en 1949, pero lo hizo en una estancia que Gómez de la Serna describió en una carta al director del diario Arriba así: “Una ráfaga de encantador espanto”. Según Laurie-Anne Laget, “Al ser una figura compleja y distinta, su propia identidad como exiliado es merecedora de estudio”.


 

 

Adelina Patti, de Madrid al paraíso........................... Rubén Amón

La soprano "italiana" nació accidentalmente en la capital española y se convirtió en la diva del siglo XIX, partiendo de un alumbramiento mesiánico a la que sucedió una gran carrera.

 

Los niños nacen llorando y gritando.  
Adelina Patti nació emitiendo un brillante fa sobreagudo, siempre y cuando validemos las leyendas que acunaron y susurraron a la mejor soprano madrileña de la historia.
Madrileña no quiere decir que fuera siquiera española, porque Adelina Patti era italiana y termino siendo inglesa. 
Madrileña quiere decir que nació en Madrid y que llegó a profesarse castiza en alguna entrevista, aunque las razones de su alumbramiento en el foro difícilmente pueden sustraerse a la accidentalidad ni despojarse de un amago de maldición.
Para entenderlo, el amago, urge evocar que su madre era soprano y que se encontraba en Madrid cantando El barbero de Sevilla  unas horas antes del parto. 
No quiso que la sustituyeran en la vigilia del nacimiento. 
Y “sobrevivió” a las contracciones y a los dolores hasta el extremo de desmayarse entre bambalinas y de reanimarse ella misma entre la estupefacción de sus colegas.
La voz resistió lo que pudo.
 No sólo aquella velada de contradictorios presagios -El barbero fue desde su estreno en Roma una suerte de ópera maldita-, sino en los días sucesivos al nacimiento de Adelina. Ocurría que Catalina Chiesa Barilli no lograba cantar como antaño. 
La neonata la había dejado exhausta y le había exigido un sacrificio extremo: una voz agonizaba al mismo tiempo que la otra voz nacía.
La historia es atractiva desde una mirada retrospectiva y desde la elaboración de un relato idealizado.
 Tan idealizado que la victoria de Adelina Patti de entre las entrañas de su madre -un fa sobreagudo al nacer, un prodigio en la barcarola de la cuna- proporciona una leyenda compensatoria al cuento de E.T.A. Hoffmann y la desgraciada Antonia.
Le puso música Jacques Offenbach, lo extrapoló al segundo acto de su ópera inconclusa, evocando la desgracia de aquella soprano que moría si cantaba y que vivía en la desdicha si no lo hacía. Una fuerza mefistofélica la incitó al sacrificio.
 Y a reunirse con su madre en el más allá, pues era la madre de Antonia cantante. 
Y la convocaba desde ultratumba.
Adelina Patti representa en cierto sentido la historia contraria. Hasta el extremo de convertirse en el diamante de la familia.
 Y no por falta de competencia en el hogar. 
Tenor era su padre, y sus hermanos, hasta siete, podrían haber formado una coral.
 Una mezzo, Clotilde. Dos sopranos, Amalia y Carlota. Un barítono, Ettore.
 Dos bajos, Antonio y Nicolò.
 Y un violinista, Carlo, que también reunía condiciones de tenor esporádico.
Tendrían que haber fundado una compañía, pero terminaron unos y otros dependiendo de la gloria de Adelina.
 Tan precoz, tan prematura, tan “monstrua”, que su primer recital lo protagonizó a los siete años.
 Y lo hizo en Nueva York acompañada de su muñeca favorita en el escenario.

La escena evoca con cierto estremecimiento aquella película de Robert Aldrich, Qué fue de Baby Jane, donde coincidieron Bette Davis y Joan Crowford sin miedo a cotejar la recíproca aversión que se suscitaban.
Es la historia de una niña prodigio sobrepasada por el prodigio de su hermana adulta, embrión de una terrorífica venganza fraternal a la que Bette Davis proporciona toda su intensidad dramática y su decadencia.
Y es ella la niña prodigio truncada. 
Por eso conserva el fetiche de la muñeca, como lo conservó Adelina Patti en su dilatadísima carrera. 
Niña prodigio fue y fue prodigio adulta, de forma que su madre encontró recompensada la desgracia que había supuesto retirarse, dejar Madrid porque no había trabajo y trasladarse con el clan a Nueva York porque allí residía su yerno, el profesor Strakosh, y se le prometía un horizonte expedito hasta convertirse, según Verdi, en la mejor soprano del siglo XIX.