Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

16 ene 2017

Luis Bárcenas reconoce la existencia de la caja b del PP en el juicio por el ‘caso Gürtel’

El fiscal preguntará al extesorero del PP por el dinero oculto en sus cuentas en Suiza.

El extesorero del PP Luis Bárcenas comparece este lunes ante la Audiencia Nacional en el juicio por las actividades de la trama Gürtel (1999-2005). 
La primera parte de la declaración de Luis Bárcenas en el caso Gürtel ha tenido varios ejes: por un lado, ha reconocido la existencia de una caja b —extracontable, ha dicho tres veces— en el PP. 
También ha negado que Francisco Correa, jefe de la trama Gürtel, le haya dado dinero alguno a cambio de supuestas gestiones para mediar en contratos públicos.
 Y ha atribuido a Mariano Rajoy la decisión de separar al PP de las empresas del cerebro de la red corrupta en el año 2003.

 

 

Risto agotador...................................... Manuel Morales

Risto Mejide sabe, como buen vendedor de productos, que hay que renovarse

. Ahora quiere ser delicado como una amapola y hablar de los grandes temas de la vida.

El publicista Risto Mejide se forjó en televisión una imagen de tipo con muy mala uva como jurado de Operación Triunfo.
 Cuando dejó de atizar a los concursantes del exitoso reality, probó como entrevistador en Viajando con Chester, un programa que ahora ha regresado como Chester in love. 
Siempre cómodo en su papel de provocador, hasta resultar cargante, Risto Mejide sabe, como buen vendedor de productos, que hay que renovarse.
 Así que ahora quiere ser delicado como una amapola y "hablar de los grandes temas de la vida".
 Qué menos que empezar con el amor, como si fuera un moderno Ovidio. 
Visto el programa, resultó agotador su afán por abarcar tantos aspectos de lo que significa amar.

Este Risto que sonríe y bromea empezó con una fallida entrevista al actor porno Nacho Vidal, que mostró su carta de presentación: "A los dos polvos digo te amo".
 Tan facilón fue llevar a Nacho Vidal y preguntarle con cuántas mujeres se ha acostado como ponerle fotos de su pasado, con música melosa, para conseguir una lágrima. 
Un recurso muy visto. 
La conversación, atropellada, derivó en una sucesión de preguntas sin control, con continuos comentarios e interrupciones que acababan por despistar al espectador y, me temo, al entrevistado.
Con Cristina Cifuentes se recondujo algo la situación, gracias a sus tablas de política, tantas que en algunos momentos parecía ella la entrevistadora.
 A las manidas imágenes sepias se sumaron fragmentos de películas de amor, para lograr el mismo efecto sensiblero. 
El tramo final fue para el cantaor Miguel Poveda, que se refirió a lo complicado de su amor homosexual, en un diálogo que volvió a pecar de deshilachado.
Lo mejor de Chester in love fueron las breves intervenciones de un científico hablando de las reacciones corporales cuando uno siente amor, de un árbitro insultado en los campos de fútbol por ser homosexual y de la emocionada madre de Poveda, que habló del amor arrebatado por la muerte. 
Se agradeció que Risto no les cortase.
 El programa ganaría si ese silencio lo aplicase a las entrevistas. Uf, y cómo sobra ese comienzo y ese final de su voz en off con sentencias que pretenden trascender y suenan a manual de autoayuda.
 

 

15 ene 2017

“Mírame a los ojos: ¿crees que maté a mi mujer, con lo que yo la quería...?”


El funcionario de la Universidad de Jaén absuelto tras nueve meses preso acusado de asfixiar a su esposa, enfermera, reclama al Estado una indemnización de 500.000 euros.

Uno de los momentos más amargos que recuerda Jesús Arteaga, de 55 años, sucedió cuando su cuñado, guardia civil, fue a visitarle a la cárcel.

 Habían pasado unos días desde que el juez de violencia de género de Jaén le había decretado prisión por el asesinato de su esposa, Antonia González, de 46.

 Ambos eran muy conocidos en la ciudad: él, un alto funcionario de la Universidad; y ella trabajaba como enfermera en los quirófanos del principal hospital jiennense. Quienes levantaron el cadáver, colgando la cabeza hacia el suelo a un lado de la cama, boca abajo y con una jeringuilla pinchada en un brazo y otra sobre la mesita de noche cargada con una dosis de anestesia, creyeron estar ante un suicidio.

 Pero 24 días después, Jesús acabó en la cárcel. 

"Felipe, mírame a los ojos, ¿tú crees que yo he podido matar a mi mujer, con lo que yo la quería...", evoca Jesús que comentó a su cuñado desde el otro lado de las rejas. 

Han pasado ya más de cuatro años desde aquel 8 de octubre de 2012, fecha de la muerte de Antonia. 

Fue lo que entonces se llamó el crimen de la enfermera, por el que Jesús permaneció nueve meses en prisión bajo el cargo de asesinato de su esposa.

 Un jurado popular de la Audiencia de Jaén le absolvió del crimen dos años después, en mayo de 2014, y ahora Jesús reclama al Estado medio millón de los euros 

"por los daños morales" que le supuso su cautiverio. El juez de violencia machista le liberó a los nueve meses al ver contradicciones y anomalías en los informes forenses oficiales.

 

El juez instructor y el fiscal entendieron, basándose en los primeros informes oficiales forenses,  muy cuestionados en el juicio, que Jesús la había golpeado y luego asfixiado posiblemente con la almohada.
 Aparentemente, tenía un móvil, una infidelidad de ella y el hartazgo de Jesús con la costumbre que había adquirido su esposa de inyectarse propofol, un anestésico leve que sacaba  del hospital y que algunas veces se inoculaba “para evadirse".

La tarde o tarde/noche (la hora de la muerte fue crucial en el desarrollo de la investigación) en que murió Antonia, Jesús se marchó de casa enfadado tras notarle el habla "pastosa" (otra vez se había inyectado anestésico). 
Se fue a casa de un colega de la universidad que vivía solo y tenía camas de sobra. 
Al día siguiente, entrada la tarde, se dio una vuelta por la zona y le extrañó no ver luz en la ventana de casa. 
“Subí preocupado a ver qué ocurría. La primera vez que entré en el dormitorio, no la vi, y es que el cuerpo estaba volcado hacia el suelo y no se veía la cabeza… Intenté reanimarla y llamé al 112”, señala Jesús a EL PAÍS.
 Nunca quiso hablar con la prensa. Lo hace ahora por primera vez a requerimiento de este periódico “y para aclarar cualquier duda".
El contenido de la grabación de esa llamada impactó al jurado. Oyéndola, sentado en el banquillo de los acusados, Jesús rompió a llorar.
 Entre el público, donde había numerosos amigos de él y familiares de ella, también hubo muchas lágrimas. 
Se oye a Jesús sollozando y rogando “una ambulancia urgente” mientras una operadora trata de calmarlo y le da instrucciones de cómo intentar reanimarla mientras llega la ambulancia. “¡¡¡Ayy mi Antonia!!!… por favor, mande una ambulancia... Sí, ya le hecho el boca a boca, pero no respira...”.
 “Déle un pellizco en el brazo a ver si se mueve”, se escucha decir a la operadora”. Jesús, hombre de tono moderado, recuerda con dolor cuando la policía de Jaén, tras ingresar en prisión, le definió ante la prensa “como una persona fría y calculadora”. 

Días después del entierro, empezó su calvario.
 Su cuñado guardia civil le acompañó a la comisaría porque querían preguntarle algunas cosas. 
“No te preocupes, están con papeleo y sus trámites, pero no pasa nada”, le comentó.
 La segunda vez que le avisaron para que acudiese a la comisaría, a finales de mes, ya no salió de allí.
 El juez había recibido un informe forense de Sevilla que revelaba que la muerte era violenta, alevosa y por sofocación.
La autopsia hecha en Jaén situó la muerte 36 horas antes de ser encontrado el cuerpo. 
Y se daban dos versiones: una enclavaba el fallecimiento entre las 7.10 y las 15.10 del día 8; y, en otra, entre las 15.00 y las 18.00 horas.
 Jesús explicó que él se había marchado hacia las 20.00 horas del día 8, y los investigadores infirieron que estaba en casa cuando murió Antonia.
 "Ella estaba bien cuando me fui, comimos juntos y luego se echó en la cama y me despedí de ella al irme".
 Su abogado, Diego Ortega, contrató a expertos forenses en Málaga y Galicia que dictaminaron que la hora de la muerte pudo producirse hasta las 21.30; es decir, cuando Jesús ya se había ido.

El juez instructor decidió dejarle en libertad cuando meses después los forenses oficiales le presentaron un nuevo informe de ampliación de autopsia en el que, si bien mantenían la virulencia de la muerte, extendían la hora del óbito hasta las 21.00.
 Inicialmente rechazó los informes de los forenses privados al considerarlos "no objetivos", pero modificó su postura al ver que los oficiales modificaban y ampliaban la data de la muerte.
Ortega, en el escrito que ha elevado al Ministerio de Justicia exigiendo una indemnización de medio millón de euros, al que ha tenido acceso este periódico, tacha de “penosa” la investigación forense.
 “Los estudios que hicieron sobre los niveles de potasio en humor vítreo, de los fenómenos cadavéricos y de la mancha verde de la putrefacción cadavérica fueron absolutamente inaceptables (…) para precisar la hora de la muerte es necesario tomar, en el levantamiento del cadáver, la temperatura rectal del cadáver y la ambiental, y no se hizo;
 ni tampoco se extrajo en ese momento el humor vítreo, y además pasó excesivo tiempo antes de que las muestras se remitiesen, sin refrigerar, a Sevilla para su análisis”.
 El abogado se queja: “La errónea data de la hora determinó el ingreso en prisión y le condujo hasta el juicio. 
Nunca tuve la menor duda de su inocencia. En la vista quedó claro que no había nada de estrangulamiento y que los signos de asfixia pudieron deberse a que la cabeza quedó colgando hacia el suelo; unido a que el propofol puede provocar arritmias y apnea, y esa fue muy probablemente la causa de la muerte", expone Diego Ortega.

Cuando de la voz del portavoz del jurado salió la frase “no culpable”, el público se desentendió de la solemnidad del juicio e irrumpió en aplausos y voces de júbilo.
 Jesús, de 51 años, agachó la cabeza en su banquillo con las manos cruzadas, y también lloró, mientras se le acercaban amigos dándole abrazos, y también familiares de ella”. 
 No era para menos. El fiscal y la Junta de Andalucía, personada en el caso, le pedían 18 años de cárcel por el asesinato de su mujer.
 El fiscal no recurrió el veredicto de inocencia y la sentencia es firme.
 Esta pasada Navidad, como las últimas desde que murió Antonia, Jesús las ha pasado con su suegra y otros familiares en Cartagena (Murcia). 
Sigue muy unido a su familia política. El matrimonio no tuvo hijos.
"Me sentí muy impotente en la cárcel. Pasé del dolor por la muerte de mi mujer al sufrimiento", indica. 
"Se dijeron muchas mentiras; lo de la infidelidad lo habíamos superado [estuvieron en un psicólogo]. Nos llevábamos bien e incluso teníamos planeado un viaje. No me gustaba lo del propofol, pero nos queríamos…”.

"Irregular investigación forense"

El Ministerio de Justicia ha enviado la reclamación del medio millón de euros por daños morales que demanda Jesús Arteaga al Consejo del Poder Judicial y al Consejo de Estado, para que informen. 
El órgano de gobierno de los jueces acaba de dictaminar que entre sus cometidos no está el valorar los errores judiciales, lo que solo puede hacer un órgano judicial superior, el Tribunal Supremo en este caso.
 Y que lo denunciado por Jesús entra en el terreno del error judicial y, por tanto, se sale de lo que se considera un funcionamiento anormal de la Administración de Justicia, que sí está entre sus competencias.
Respecto a las “irregularidades” que describe el letrado sobre la actuación del Instituto de Medicina Legal (IML) de Jaén, el Consejo señala:
 “Se trata de valoraciones técnicas, de la adecuación o no de la técnica forense que este órgano constitucional de gobierno del Poder Judicial no puede valorar.
 El reclamante”, añade el Consejo, “imputa a esta investigación médico legal su imputación y prisión.
 Sin embargo, ha de decirse que dichas decisiones fueron adoptadas por un órgano judicial a la vista de los datos e información obrantes en la causa, y que este Consejo no puede valorar las decisiones judiciales, cuyo acierto, o no, solo es oponible mediante los recursos oportunos o, en su caso, mediante la articulación del procedimiento del error judicial”.
En los nueves meses que estuvo Jesús preso, su abogado aportó informes de expertos forenses que refutaban a los oficiales, pero el juez los rechazó inicialmente alegando que eran de parte y “no objetivos”.  Cambió de opinión cuando vio que los forenses oficiales ampliaban la hora de la muerte. Los forenses de Jesús destaparon que no se podía determinar con precisión la hora de la muerte porque no se había tomado “la temperatura rectal y ambiental del cadáver”, entre otras anomalías. 
“Hubo un excesivo tiempo de estancia de las muestras en las dependencias del IML de Jaén y remisión de ellas sin refrigerar al Instituto Nacional de Toxicología de Sevilla, seis días después de recogidas". 
El Consejo de Estado aún no se ha pronunciado sobre si procede la indemnización.
 Ninguno de los informes es vinculante. La última palabra la tiene el Ministerio de Justicia.

Audrey Hepburn y Givenchy, el tándem perfecto vuelve a La Haya

Una muestra centrada en la colaboración entre la actriz y Givenchy es la gran cita del invierno en la ciudad holandesa, donde el floreciente sector de la moda también le rinde homenaje. 

Audrey Hepburn y Givenchy, el tándem perfecto vuelve a La Haya
Retrato de Audrey realizado por el fotógrafo Cecil Beaton.
Foto: Germán Saiz
 

Audrey Hepburn lo llamaba «mi gran amor».

 Pero también «mi psiquiatra», tal vez porque Hubert de Givenchy siempre estuvo ahí cuando necesitaba que la escuchara.

 A cambio, la actriz convirtió el nombre del modisto francés, un joven prometedor en el París de los años 50, en universalmente conocido. 

«Tuvimos una relación muy intensa. Muchas veces me llamaba solo para decirme “Te quiero” y después colgaba», recuerda este hombre larguirucho y dotado de una elegancia en vías de extinción, que se convertiría en su principal cómplice, su mejor amigo y su diseñador de referencia. 

A sus 89 años, Givenchy se pasea apoyado en una muleta por la muestra dedicada a su musa que ha inaugurado el Gemeentemuseum de La Haya, ciudad que Hepburn, holandesa por parte de madre, visitó a menudo. 

Ante sus ojos se encuentran los 25 vestidos que la actriz le devolvió justo antes de fallecer en 1993.

 Ahí está el abrigo de lana de color mostaza y el tocado negro que Audrey lució en Charada (1963).

 También el estampado floral de Una cara con ángel (1957), y el vestido en terciopelo y transparencias estratégicamente colocadas de Lazos de sangre (1979). 

Algo más allá, aparece el sofisticado atuendo que vistió en Cómo robar un millón y... (1966). Y, sobresaliendo por encima de todos, los distintos conjuntos que Givenchy diseñó para Desayuno con diamantes (1961). 

Por ejemplo, el vestido de satén negro con el que se acercaba al escaparate de Tiffany’s en la Quinta Avenida o el cocktail dress rosa de seda y brillantes con el que regresaba de una fiesta junto al millonario brasileño al que encarnó José Luis de Vilallonga.

Algunos de sus diseños están inspirados por Audrey.  

 Hasta el 26 de marzo, la exposición revisa la colaboración entre el modisto y la actriz, que empezó con el diseño del vestuario de siete de sus películas –no siempre acreditado– y se alargó hasta el final de su vida fuera del cine.

 El resultado cambió para siempre la historia de la moda. Coco Chanel ya había vestido a Greta Garbo. Jean Louis hizo lo propio con Rita Hayworth.

 Pierre Balmain prestó sus vestidos a Lana Turner, mientras que Christian Dior se encargó del vestuario de Sophia Loren en Arabesco (1966). 

Pero ninguno de ellos logró lo mismo que Givenchy: una identificación total entre la marca y la estrella. 

 Como demuestra la exposición, Hepburn se convirtió en la primera égérie moderna, el nombre que reciben las musas que inspiran a cada diseñador y que defienden su nombre a través de la publicidad.

 Después lo harían Catherine Deneuve, convertida en imagen de Yves Saint Laurent a partir de Belle de jour (1967), o Jane Fonda, a quien vistió Paco Rabanne en Barbarella (1968).

 Pero ninguna de ellas cobró el poder icónico que sí tuvo Audrey Hepburn.

 «Vestí a muchas otras estrellas: Jennifer Jones, Lauren Bacall, Marlene Dietrich o Elizabeth Taylor», explicó Givenchy a Vanity Fair en 1994. «Pero nadie me pidió nunca que copiara lo que hice para ellas».

 Audrey, con un abrigo de Givenchy en 'Charada'.

Audrey, con un abrigo de Givenchy en ‘Charada’.
El inicio imprevisible de un idilio
Pese a todo, la alianza entre Hepburn y Givenchy estuvo a punto de terminar en desencuentro. En 1953, a pocos meses de iniciar el rodaje del largometraje Sabrina (1954), Billy Wilder le pidió a la actriz que escogiera un puñado de vestidos de un modisto contemporáneo de cara a la segunda parte de la película, cuando la modesta hija del chófer regresa a la residencia de los Larrabee transformada en una sofisticada parisienne, tras un curso de cocina en la capital francesa (en el remake de 1995, bastante peor pero algo más plausible, se iba a hacer unas prácticas en Vogue). El elegido fue Hubert de Givenchy, diseñador pujante de 26 años que acababa de fundar su propia marca tras pasar cuatro años formándose con Elsa Schiaparelli. La actriz le pidió hora para pasar por su estudio. No se había estrenado aún Vacaciones en Roma (1953), la película por la que ganaría un Oscar y que la convertiría en estrella, por lo que su rostro no le sonaba de nada. «De hecho, pensaba que vendría a verme Katharine Hepburn», bromea Givenchy. En su lugar, se presentó una joven menuda y con el pelo corto, vestida con camiseta, tejanos y bailarinas. «Su única excentricidad era un gorro de gondolero veneciano», recuerda el modisto.
Portadas de la prensa de la época, que dan cuenta del fenómeno social en que se convirtió la actriz.
Portadas de la prensa de la época, que dan cuenta del fenómeno social en que se convirtió la actriz.
Foto: Germán Saiz
Su primera respuesta a su proposición fue negativa: Givenchy estaba preparando su siguiente colección y no podía permitirse el lujo de distraerse. «Audrey se quedó muy triste e insistió mucho. Hasta me invitó a cenar. Fue a lo largo de esa cena cuando descubrí su charme. 
 Acabé diciéndole que viniera al atelier el día siguiente y que ya veríamos qué podíamos hacer…», recuerda. Pese a sus orígenes patricios, Hepburn nunca había visto un vestido de alta costura.
 Era hija de una baronesa holandesa, pero había crecido en las estrecheces de los tiempos de guerra y «con vestidos hechos en casa», según confesó una vez. «Con su cintura y su silueta, los vestidos le iban perfectos. Diciendo que sí a Audrey, fui capaz de cambiar el look de los iconos de Hollywood.
 Las actrices de aquel tiempo eran más… voluminosas», sonríe Givenchy. «A partir de Sabrina, se puso de moda una silueta más estilizada. Y así empezó nuestro amor platónico».
El vestuario de la película traspasó los dominios del celuloide. Hepburn incluso lució las prendas de la cinta durante la promoción en Europa, difuminando la línea que separa a la intérprete de su personaje. 
El cuello bateau, que dibujaba un óvalo en el escote al nivel de las clavículas, se convirtió en «cuello Sabrina».
 Su escuálida silueta se transformó en el modelo a imitar. «Nadie se parecía a ella antes de la Segunda Guerra Mundial. 
Ahora, miles de imitaciones han aparecido. Todo está lleno de jovencitas esqueléticas, con el pelo como roído por una rata y la cara pálida como la Luna», diría el fotógrafo Cecil Beaton. 
Su físico se anticipó al de las modelos que se impusieron en los años 60, como la celebérrima Twiggy.
 «Con nuestra mirada actual, nos cuesta darnos cuenta de lo moderno que fue aquel look. Parecía sencillo, aunque no lo era. Givenchy y Hepburn lo redujeron todo hasta que solo quedó la esencia», afirma Madelief Hohé, comisaria de la muestra en La Haya.
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Audrey Hepburn en ‘Sabrina’.
La historia no oficial ha conservado una imagen frágil de la intérprete, siempre sumida en la duda, metida en relaciones inestables y vulnerable ante las críticas. «Es cierto que su aspecto era delicado, pero también tenía mucha fortaleza interior. Cuando había decidido algo, ya no había manera de que diera marcha atrás», asegura Givenchy
. «Nunca se comportaba como una estrella, como sí lo hacían otras actrices. Audrey era humana y verdadera», añade el modisto, mencionando a Elizabeth Taylor, con la que reconoce que fue «difícil» trabajar, como su perfecta antítesis. El diseñador recuerda también el abrupto final de su vida. «Le encontraron dos cánceres y le dijeron que le quedaban tres meses», rememora.
 Givenchy tomó entonces un avión con destino a Ginebra para despedirse de ella. «Estaba acostada y le di un beso», recuerda. «Me dijo que escogiera uno de los tres plumones que tenía sobre el sofá.
 Tomé uno de color azul marino. Me pidió que, cuando estuviera triste, me lo pusiera para recuperar el coraje. Volví a París llorando, envuelto en ese abrigo azul».
Una escena floreciente
La cara de la actriz se ha vuelto omnipresente en La Haya, cuya escena de la moda también le rinde homenaje.
 La boutique del diseñador Michael Barnaart Van Bergen, junto al pintoresco eje comercial de Noordeinde, está presidida por retratos de Hepburn, que también ha inspirado algunas de sus últimas creaciones, coloristas vestidos de lana con dibujos serigrafiados de línea sesentera.
 Este joven modisto abrió su estudio en La Haya hace cinco años, seducido por su pujante sector del estilo. «En Ámsterdam ya hay muchos diseñadores. 
Aquí es más fácil destacar. 
Además, existe una clientela distinta.
 Entre mis clientas, hay ministras, parlamentarias, embajadoras y mujeres de negocios», afirma. ¿Tiene potencial esta ciudad para convertirse en una pequeña capital de la moda? «Sí, aunque ya no creo en ese concepto.
 Gracias a Internet y a la globalización, ahora da igual el lugar desde donde diseñes.
 Las fronteras de otro tiempo han desaparecido», responde Barnaart.
El vestido que Hepburn lució en la escena de la pista de tenis de Sabrina (1954), en la que baila con Humphrey Bogart.
El vestido que Hepburn lució en la escena de la pista de tenis de Sabrina (1954), en la que baila con Humphrey Bogart.
Foto: Germán Saiz
Les Soeurs Rouges, dos hermanas que tienen su estudio en una antigua fábrica de dulces cerca del centro, están de acuerdo. Dorrith, la mayor, se formó junto a Walter Van Beirendonck en Amberes.
 «Nos sentimos menos orgullosos que los belgas de nuestro diseño, y en la sociedad no existe esa fascinación por el estilo de países como Francia, pero aquí también hay una historia de la moda. Siempre ha habido talleres de costura y una clientela a la que vestir», responde.
 El nombre más conocido tal vez sea Omar Munie, un diseñador de 30 años que abandonó su Somalia natal durante la guerra civil y se ha convertido en un fenómeno internacional con sus bolsos.
 Entre las féminas que han lucido uno figuran Hillary Clinton, Jane Fonda u Oprah Winfrey. «Supongo que a esas mujeres les fascina nuestra historia.
 Ellos creen en el sueño americano. 
Nosotros encarnamos el sueño holandés», ironiza.
 A solo un par de calles, el fastuoso Hotel des Indes, donde Audrey solía alojarse cuando pasaba por La Haya, también rinde su particular tributo a la actriz, cuyo rostro aparece hasta en los pasteles que sirven a la hora del té. 
Tal vez no exista mejor homenaje que el de la repostería.
Audrey en una imagen de 'Sabrina'.
Audrey en una imagen de ‘Sabrina’.