Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

24 dic 2016

Toda la munición contra Zapata.............................. Jan Martínez Ahrens

Un estudio saca a la luz la guerra de exterminio que el Gobierno mexicano, apoyado por EE UU, libró hace un siglo contra el revolucionario con armas químicas, deportaciones y torturas masivas

Emiliano Zapata, con rifle y sable.
La leyenda dice que Emiliano Zapata nunca murió.
 La historia lo demuestra cada día.
 Casi cien años después de su asesinato, la figura del revolucionario, general en jefe del Ejército Libertador del Sur, sigue inflamando la imaginación de los mexicanos.
 Proletario, rebelde y en muchas ocasiones visionario, Zapata (1879-1919) encarna como nadie los ideales de una época convulsa.
 Sus años de lucha y gloria son los de un país en guerra consigo mismo.
 Un tiempo despiadado sobre el que México edificó su estructura actual y del que ni siquiera Zapata pudo escapar.
 Lejos de las edulcoradas visiones que ha proporcionado la iconografía oficial, una detallada investigación del historiador Francisco Pineda muestra cómo Zapata, ya un mito en vida, fue perseguido con saña por el régimen de Venustiano Carranza (1859- 1920) y también cómo para derrotarle el Gobierno constitucionalista no dudó en desatar una guerra de exterminio
.
 Armas químicas, torturas indiscriminadas y hasta la esclavización de los prisioneros fueron empleados para doblegar a un hombre que jamás se arrodilló.

“La Revolución Mexicana fue paradójica y compleja. 
Y hay un intento de ciertos sectores de reivindicar la obra de Carranza y convertir la Constitución, de la que se cumple cien años el 5 de febrero, en un símbolo de continuidad y estabilidad, cuando no es así: México es una nación en permanente conflicto, traumática y fascinante.
 Esa es la lección de Zapata”, explica el profesor-investigador del Colegio de México, Carlos Marichal.
La guerra de exterminio, de la que se conocían pocos datos, ilustra uno de los momentos más oscuros de la Revolución Mexicana.
 El 26 de septiembre de 1915, ya derrocado el general Victoriano Huerta pero con el país en llamas, Carranza ordenó a uno de sus hombres de confianza, el general Pablo González, aplastar la Revolución del Sur, el movimiento de liberación campesino liderado por Zapata.

Antiguo agricultor y caballerango militar, el revolucionario había entrado en la arena de la historia tras dirigir las protestas agrarias en Morelos y sumarse en 1910 al levantamiento de Francisco I. Madero que inició la Revolución. 
Pero lograda la victoria y exiliado el dictador Porfirio Díaz, Zapata trazó su propio rumbo y rechazó desmovilizar sus tropas.
 Para él la guerra tenía otro fin.
 Conseguir la colectivización de las grandes haciendas y liberar a miles de campesinos de siglos de opresión latifundista. 
Y no sólo eso.
Pancho Villa y Emiliano Zapata en el Palacio Presidencia el 1914.
Con una visión mucho más avanzada que Pancho Villa y otros señores de la guerra, el sureño abogó por el derecho de huelga, el reconocimiento de los pueblos indígenas y la emancipación de la mujer.
 Pero su fuerza no sólo radicaba en un programa político capaz de hacer saltar por los aires las convenciones burguesas.
 Aquel campesino devenido en revolucionario tenía a un lado a un ejército dispuesto a morir a sus órdenes y al otro, a miles de campesinos a los que había devuelto el pan y el orgullo. 
No pasó mucho tiempo hasta que fue visto como el gran enemigo a batir por el poder carrancista.
 La ofensiva fue implacable. “Para ello el Gobierno contó con la ayuda de Estados Unidos.
 Carranza en diciembre de 1914 apenas disponía de 1.700 fusiles; en menos de un año Washington le proporcionó más de 53.000”, señala Pineda.
Con este respaldo, Carranza y su general se pusieron manos a la obra y ya en febrero de 1916 empezaron a fabricar, con maquinaria importada de Estados Unidos, las espoletas para el gas asfixiante con el que pensaban aniquilar a los zapatistas. 
“Posiblemente se prepararon con fosgeno, un veneno incoloro y con olor a maíz verde, cuyos síntomas no son inmediatos”, explica Pineda.
 Junto al arsenal químico, los carrancistas diseñaron un plan de guerra siguiendo los pasos de las sangrientas campañas cubanas del general español Valeriano Weyler.
 Asimismo, aseguraron el Distrito Federal con una línea de trincheras de más de 100 kilómetros y recopilaron información de inteligencia, mediante el empleo generalizado de la tortura, para conocer al milímetro la ubicación y movimientos del enemigo.
El 12 de marzo de 1916 dio comienzo la invasión.
 La máquina del terror se desplegó. 
Se incendiaron pueblos y destruyeron siembras. 
 Cientos de campesinos fueron ejecutados sumariamente, y miles fueron concentrados y deportados.
 “El objetivo era obligar a que los zapatistas se ocuparan más de sobrevivir que de combatir. 
Esto facilitaba las tareas de exterminio”, dice Pineda.
El primer golpe tuvo éxito.
 La estrategia de tierra quemada hizo retroceder a los zapatistas y devastó a la población civil.
 Inmensas columnas de mujeres, niños y ancianos deambulaban por los páramos en busca de comida.
 Cuando no les mataba el hambre, lo hacían las balas. El terror les perseguía.

Emiliano Zapata, con rifle y sable.


Pancho Villa y Emiliano Zapata en el Palacio Presidencia el 1914.

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Venustiano Carranza.
El alto mando carrancista afiló la guadaña.
 Ordenó deportaciones masivas al Yucatán y esclavizó a poblaciones enteras en campos de trabajo. 
Todo aquel que intentase huir era pasado por las armas sin más preámbulos. 
También aquellos que se acercasen a menos de 60 metros a una vía férrea o que anduviesen por caminos y veredas sin salvoconductos o que simplemente se sospechase que sirviesen al zapatismo. No había perdón para el enemigo.
Tras un repliegue inicial, los zapatistas lograron reagrupar fuerzas y en julio desencadenaron su contraofensiva.
 El espíritu de una revolución y el genio militar de Zapata les abrieron paso
. Los rebeldes se multiplicaron ante unas tropas perplejas y en exceso confiadas.
 El pulso se libró en todos los frentes. Cayeron Tepoztlán y Santa Catarina. 
El general Pablo González contestó recrudeciendo la represión. 
El castigo a la población civil se disparó.
 Las garantías constitucionales fueron suspendidas en todo el territorio revolucionario. Morelos, Puebla, Guerrero, el Estado de México, Tlaxcala y parte de Hidalgo sintieron el yugo de Carranza. Pero nada de ello bastó.
A principios de 1917, Zapata había logrado expulsar de su territorio al invasor.
 Dio inicio entonces un periodo corto e intenso de la insurrección zapatista. 
En marzo, el líder proclamó “el gobierno del pueblo por el pueblo”. Rabiosamente antioligárquico, reabrió escuelas, dio luz a nuevas formas administrativas y reorganizó el Ejército Libertador del Sur. Aunque reducido a sus confines meridionales, su ideario era pura nitroglicerina:
 “Cuando el campesino pueda gritar ‘soy un hombre libre, no tengo amos, no dependo más que de mi trabajo’, entonces diremos los revolucionarios que nuestra misión ha concluido, entonces se podrá afirmar que todos los mexicanos tienen patria”, dejó escrito.
 
Como tantas cosas en aquellos días confusos, su proclama fue un hito y un espejismo. Los carrancistas, decididos a aplastar la revuelta campesina, pronto volvieron la carga. A finales de 1918 lanzaron la segunda invasión. Y esta vez pusieron la mira en el mismo Zapata.
El cadáver de Emiliano Zapata, exhibido tras su asesinato el 10 de abril de 1919.
El coronel carrancista Jesús Guajardo fue enviado para matarle. Primero hizo saber a los zapatistas que estaba dispuesto a desertar y luego, como prueba de confianza antes de encontrarse con el líder revolucionario, fusiló a 50 soldados federales.
Ambos acordaron reunirse el 10 de abril de 1919 en la Hacienda de Chinameca, en Morelos. 
Cuando Zapata cruzó el umbral, la traición cayó sobre él. Aunque logró desenfundar su pistola, no pudo apretar el gatillo.
 Siete balas acabaron antes con él. 
Su cadáver fue llevado ese mismo día ante el general Pablo González y exhibido en público.
 El traidor Guajardo fue ascendido. Con el tiempo cayó en el olvido. 
Zapata, enterrado y llorado como pocos en México, sigue vivo desde entonces.

Todo sobre el revolucionario

La figura de Emiliano Zapata nunca descansa. Carismático y revolucionario, su imagen forma parte de la iconografía del México eterno.
 Y también del debate. 
Antecesor de las insurrecciones que a lo largo del siglo XX sacudieron al país, Zapata es objeto de atención por parte de los historiadores.
 En su estudio ha intervenido de forma decidida el Colegio de México (Colmex), una de las instituciones universitarias de élite en Latinoamérica.
 En noviembre pasado, el Colmex organizó una exposición sobre Zapata y unas intensas jornadas de revisión en las que se trató desde la vigencia de su legado hasta la poco conocida ofensiva carrancista.
 Este esfuerzo se ha combinado con la creación de un sitio interactivo, denominado Rostros del Zapatismo, donde se puede tener acceso directo a la digitalización de su archivo así como a los testimonios sonoros de los testigos de la revolución.



 

Museos en el siglo XXI: el mito de la caverna................ Álex Vicente.

La réplica de las cuevas de Lascaux plantea el debate entre lo verdadero y lo falso así como sobre la definición de museo.

 

 
Réplica de la cueva de Lascaux, inaugurada en diciembre de 2016.
Todo está en su lugar y no falta nada. 
El caballo barbudo y el hombre con cabeza de pájaro, el único homínido representado en esta gruta hace cerca de 20.000 años. 
Los ciervos y los caballos trazados con los mismos pigmentos rojos y negros que utilizaron los hombres de Cromañón. 
 El llamado divertículo axial, que concentra más de un centenar de dibujos de vacas y visones
. Y la espectacular sala de los toros, que recoge una estampida de uros que casi parecen cobrar movimiento.
 También la luz tenue y la sensación de humedad: la temperatura ambiente es de 13 ºC, la misma de la caverna original, situada en la misma colina, a solo medio kilómetro.
 Todo está ahí, pero todo es falso.
 Nos encontramos en Lascaux 4, el nuevo complejo de 11.000 m2 proyectado por el estudio noruego Snøhetta, que alberga un facsímil íntegro de la gruta descubierta por cuatro adolescentes en 1940, además de un museo de arte parietal, un cine en 3D y un centro de conferencias, que aspiran a volver a situar Montignac, la localidad del suroeste francés donde se halla la cueva, en el mapa del turismo cultural. 
Desde la semana pasada, grupos de 30 personas recorren, acompañadas de un guía, sus recién estrenadas galerías, tan tortuosas como las del original. 
“Se trata de una copia perfecta.
 Solo se han aumentado algunos centímetros de anchura para permitir la circulación en silla de ruedas.
 La única diferencia es la emoción intelectual de saber que estás en la cueva verdadera”, explica el arqueólogo Jean-Pierre Chadelle, miembro del comité de expertos que ha supervisado el proyecto e investigador de la Universidad de Burdeos.
 ¿No es esa “emoción intelectual” un aspecto fundamental ante toda obra de arte?
 “Para mí, no.
 Podemos sentir una emoción fortísima ante la reproducción de un cuadro. 
Puede ser preferible analizar hasta el más mínimo detalle de una copia fotográfica de La Gioconda que visitar el original detrás de un tropel de turistas japoneses en el Louvre”, responde Chadelle.
¿El futuro pasa por la copia? “El uso del facsímil y la noción de la autenticidad serán una cuestión central en el museo del mañana”, afirma la canadiense France Desmarais, directora de programas del Consejo Internacional de Museos (ICOM).
 “El acceso y la compra de las colecciones arqueológicas es cada vez más difícil, por motivos legales y morales.
 La relación del visitante con el original es, en muchos casos, imposible.
 Las nuevas tecnologías permiten, en cambio, un estudio profundizado de esos originales.
 Mientras no se haga creer al visitante que está viendo un original, el código deontológico está siendo respetado”. 

La cueva de Lascaux cerró su perímetro a los visitantes a principios de los sesenta, cuando se descubrió la presencia de algas en su interior.
 El ministro francés de Cultura, André Malraux, echó el cerrojo a la gruta, por la que llegaban a pasar dos millares de personas al día. En 1983 se inauguró su primera réplica, que reproducía parte de la caverna en un centro anexo.
 Desde entonces, estas neocuevas se convirtieron en un modelo a seguir, pese a enfrentarse a una incomprensión pública casi sistemática. 
En 1977, cuando se decretó el primer cierre de Altamira a causa de los daños provocados por el dióxido de carbono producido por los visitantes, la entonces alcaldesa de Santillana, Blanca Iturralde, lo consideró una injusticia para sus conciudadanos.
 Cuatro décadas más tarde, la neocueva de Chauvet, el espectacular facsímil inaugurado en 2015 en la región francesa de la Ardèche, también dividió. 
El crítico de arte Jonathan Jones lo llamó “un sinsentido condescendiente” respecto al visitante. 
“Ningún amante del arte quiere ver una réplica de Rembrandt, un Lucian Freud falso o un simulacro de Seurat.
 ¿Por qué se considera entonces perfectamente razonable ofrecer arte falso de la Edad de Hielo como una atracción cultural?”, escribió en The Guardian.
 En Lascaux, el Gobierno francés retiró parte de su financiación en 2012, al considerar que el proyecto, cuyo coste se ha elevado a 57 millones de euros, no era “prioritario”.
 En tiempos de liquidez menguante, ¿merece la pena vaciar las arcas públicas para construir una reproducción susceptible de disneylandizar el arte prehistórico?
 “Lascaux se sometió a un estrés tremebundo, tanto por los visitantes como por los tratamientos que se aplicaron ante los males que la aquejaban. 
Si ese modelo no funciona, es normal que se acabe con él”, concede el arqueólogo Roberto Ontañón, director del Museo de Prehistoria y Arqueología de Santander y de las Cuevas Prehistóricas de Cantabria, que también forma parte de los consejos científicos de Lascaux y Chauvet. 
“Pese a todo, la solución no consiste en cerrar a cal y canto todos los sitios arqueológicos.
 En Cantabria, mantenemos seis cuevas abiertas al público con régimen restrictivo.
 Nuestra monitorización nos indica que no existe un deterioro evidente, aunque el riesgo nunca sea inexistente.
 En el momento en que haya algún indicio de desperfecto, no nos temblará la mano para volver a cerrarlas”.
 Ante la fragilidad del patrimonio histórico, algunos museos también abogan más por la copia que por el original
. En las salas del Museo Arqueológico Nacional de Saint-Germain-en-Laye, en las afueras de París, se expone un facsímil de la venus de Brassempouy, una de las obras maestras del arte paleolítico, cuyo marfil no se encuentra en buen estado y es sensible a los cambios de temperatura. 
Para visitar el original hay que inscribirse y hacer la visita con un guía. 
Solo entre 40 y 60 personas pueden descubrirlo cada semana. 
El pasado abril, una fundación científica llamada Instituto de Arqueología Digital erigió una reproducción del famoso arco de Palmira en plena Trafalgar Square de Londres, una réplica a escala 2:3. 
Mientras tanto, en el Pirineo leridano, las pinturas románicas de Sant Climent de Taüll, declaradas patrimonio de la Unesco, son presentadas desde 2014 a través de una proyección de frescos originales sobre las paredes del ábside y el presbiterio de la iglesia. La copia de los originales sobre yeso que exponía la iglesia se había degradado.
 En Washington, una institución de referencia como el Smithsonian utiliza, cada vez más, las copias en 3D. 
La exposición itinerante Exploring Human Origins (explorar los orígenes humanos) recoge un centenar de cráneos prehistóricos copiados con una impresora ZPrinter 850, que se exponen en distintas bibliotecas del territorio estadounidense hasta el próximo abril. En el dilema entre la autenticidad y la accesibilidad, han acabado escogiendo lo segundo. 
“La réplica tiene un valor añadido: permite que cualquier visitante la toque, facilita el acceso de las personas con discapacidad visual y, cuando se trata de originales microscópicos, nos habilita a agrandarlos para descubrir sus rasgos”, explica la directora de exposiciones del Smithsonian, Susan Ades. 
Sin embargo, no es partidaria de generalizar su uso. 
“Nunca querría ver una exposición formada solo por réplicas. 
El meollo de la experiencia de ir a un museo tiene que seguir siendo poder observar lo auténtico”.
 La historiadora británica Mary Beard, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, también considera que esta generalización del simulacro acarrea peligros.
 En abril, durante el pasado festival literario de Oxford, rompió una lanza por un regreso a la autenticidad, por muchos riesgos que esta suponga. “El mundo no se detendrá porque Pompeya pierda una casa”, expresó. “La idea de que tendría que ser preservada hasta el punto de que solo un puñado de académicos, gente rica y cámaras de televisión sean aceptados a entrar en ella, mientras diez kilómetros más abajo construimos una réplica para la plebe, resulta abominable”, concluyó Beard.

 Se apostó entonces por una manera innovadora de recrear este tesoro del románico catalán. “El uso del facsímil y la noción de la autenticidad serán una cuestión central en el museo del mañana”, afirma la canadiense France Desmarais, directora de programas del Consejo Internacional de Museos (ICOM). “El acceso y la compra de las colecciones arqueológicas es cada vez más difícil, por motivos legales y morales. La relación del visitante con el original es, en muchos casos, imposible. Las nuevas tecnologías permiten, en cambio, un estudio profundizado de esos originales. Mientras no se haga creer al visitante que está viendo un original, el código deontológico está siendo respetado”.

Carrie Fisher, la princesa Leia, sufre un infarto en un avión........ Rocío Ayuso

La actriz estadounidense de 60 años se encuentra hospitalizada en Los Ángeles.

La actriz Carrie Fisher, junto a un soldado imperial de Star Wars. EFE
El estado de salud de la actriz Carrie Fisher, más conocida como la princesa Leia de la saga cinematográfica La guerra de las galaxias, ha registrado en las últimas horas una ligera mejoría dentro de la gravedad después de que sufriera un paro cardiaco mientras volaba desde Londres a Los Ángeles.
 Fisher, de 60 años, se encuentra fuera de la sala de urgencias del centro médico de la UCLA de la ciudad californiana donde el viernes fue ingresada en estado crítico.
 Según confirmó su hermano, Todd Fisher, a la prensa, cuatro horas después de su ingreso, la intérprete se encuentra “estable”. 
Sin embargo otras informaciones hablan de que la actriz necesita respiración asistida.
 Por el momento no existe un comunicado oficial del centro médico.
Fisher viajaba en el vuelo de United 930. 
Según el portal de noticias TMZ la actriz iba acompañada de su hija, Billie Lourd, y de su perro Gary, un bulldog francés de unos cuatro años del que nunca se separa.
 El paro cardiaco tuvo lugar momentos antes del aterrizaje y la actriz fue atendida en el avión por personal de la aerolínea así como por un médico y una enfermera que viajaban en el mismo vuelo. Aún así algunos pasajeros indicaron en las redes sociales que Fisher estuvo unos diez minutos sin pulso hasta que consiguieron restablecer su respiración.
 

La actriz Carrie Fisher, junto a un soldado imperial de Star Wars. EFE



Desde el momento en el que se dio a conocer la noticia, las redes sociales se han llenado de mensajes de preocupación y cariño hacia una actriz que se convirtió en la princesa de toda una generación. “Por si 2016 no pudiera ir peor... Le mando todo nuestro amor @carrieffisher”, dijo en twitter Mark Hamill, su amigo y Luke Skywalker en La guerra de las galaxias.
 Peter Mayhew, más conocido como Chewbacca en la misma saga, se unió a su mensaje: “Mis pensamientos y mis oraciones están con nuestra amiga y la princesa favorita, @carrieffifher”.
 Lo mismo dijo el guionista de Rogue One Gary Whitta o la actriz británica Gwendoline Christie, también parte del universo de Star Wars.
 Desde otro universo, el de Star Trek, sus estrellas William Shatner y George Takei se unieron en la misma plegaria. 
“Yo no rezo mucho pero ahora rezo por ti”, añadió el irreverente director Kevin Smith. “Usa la fuerza, cariño”, le dijo Joely Fisher, hermanastra de la actriz.
Mientras, y pese al inusual día de frío y lluvia en Los Ángeles, a las puertas del centro médico se ha formado una improvisada vigilia de fans que recuerdan a la actriz mientras le desean una pronta recuperación.
 De hecho la imagen de una joven princesa Leia está muy presente en la memoria de los seguidores de la última entrega de este universo galáctico, Rogue One, película que en la actualidad arrasa en la taquilla internacional, donde lleva recaudados cerca de 420 millones de dólares.


Antes que Lady Di, Kate Middleton o Letizia, Carrie Fisher ha encarnado lo que significaba ser princesa para toda una generación. Su nombre está asociado al de esa princesa Leia que protagonizó la saga espacial La guerra de las galaxias en sus tres episodios más admirados. 
Leia nunca ha sido la típica princesa de cuentos de hadas sino una joven dispuesta a la acción cuando en Hollywood todavía no se hablaba de la falta de diversidad de género. 
 Fisher es la mujer que cambió la forma de ver los papeles femeninos en el cine cuando todavía era una adolescente.

Nacida en 1956, solo tenía 19 años cuando George Lucas le dio a leer un guión de su primera saga cinematográfica.
 Le encantó aunque nunca pensó que se convertiría en el fenómeno de masas que le perseguirá de por vida.
 Una experiencia tan intensa que nunca le ha permitido ser nada más y una fama que no siempre ha llevado de la mejor manera. 
“Ahora me doy cuenta de que era un problema de niña rica. Absurdo.
 Pero sí es cierto que la gente espera de mi que sea la princesa Leia. Que yo sea ella y ella sea yo.
 Que seamos la misma”, reconoció hace un año a EL PAÍS.
La verdadera Carrie Fisher es otra persona. 
Sin embargo el título de princesa le sigue valiendo dado que nació en lo que en Hollywood se considera realeza, hija de dos estrellas como Debbie Reynolds (Cantando bajo la lluvia) y el cantante y actor Eddie Fisher. 
También fue el fruto de uno de los mayores escándalos de aquellos años ya que su padre abandonó a Reynolds por su mejor amiga, la tan famosa por su cine como por sus matrimonios Elizabeth Taylor. Pese a este bagaje familiar a Fisher nunca le interesó el cine.
 “El cine fue un accidente. Yo quería ser escritora”, afirmó a este periódico la intérprete que de niña se refugió de Hollywood y sus chismes leyendo libros.
 Pero la familia pesa y sin acabar sus estudios embarcó en el Halcón Milenario hacia una lejana galaxia ahora conocida como el universo de Star Wars. 
En las tres primeras entregas de esta saga en las que participó, La guerra de las galaxias. Episodio IV; El imperio contraataca y El retorno del Jedi, interpretó a la princesa Leia, personaje que ahora describe como “una persona independiente, fuerte y que no se calla ni debajo del agua”.
Los mismos atributos le corresponden a Fisher. 
Si bien como actriz sus trabajos han sido cada vez más escasos y poco relevantes con papeles en películas como Blue Brothers, Hannah y sus hermanas (1986) o When Harry Met Sally (1987), su voz se puede oír alta y clara en sus novelas, en gran parte semiautobiográficas, y en sus monólogos como humorista. 
También ha trabajado como guionista y sobre todo como “doctora de guiones” en películas como Arma Letal 3 o The Wedding Singer. En sus libros, ha tratado con bastante humor y grandes dosis de drama su vida, su relación con la industria de Hollywood, los lazos familiares que la asfixiaban y, sobre todo, su experiencia con el alcohol y las drogas. 
Diagnosticada con bipolaridad, es una gran portavoz de las enfermedades mentales.
 De hecho a pesar de que nunca acabó sus estudios, la Universidad de Harvard la concedió este año el premio a toda una vida por su labor como activista en favor de aquellos que sufren de adicciones o enfermedades mentales. 
Fisher volvía de Londres de la gira promocional de su octavo y último libro, Princess Diarist, que recuenta el diario de la actriz durante el rodaje de la saga espacial.
 

 

23 dic 2016

¿Por qué beben los peces en el río?...... Alejandro Martín

Los villancicos fueron cánticos populares que aprovechó la Iglesia para divulgar su doctrina y sus iconos.

Detalle de un belén en Torun, Polonia. EFE
 

Diciembre, y los peces vuelven a beber. 

Se acerca el 25: fun, fun, fun

Entonar villancicos fuera de fecha resulta de mal fario y, si las bicicletas eran para el verano, que decía Fernán Gómez, mucho más cierto es que los villancicos son navideños. 

Así que se irá otro año entre marimorenas y pastores, y nadie escapará de un soniquete que tiende a durar en el oído casi tanto como la voz de los niños de San Ildefonso cantando números.

 Pero, ¿de dónde salen? ¿Son canciones religiosas? 

La Iglesia, como en otras ocasiones, buscó la forma de sacar provecho a la cultura popular, de esa manera, a los cantares de los pueblos, aquellos estribillos pegadizos, se les añadió una pedagogía religiosa, de ahí que nada tengan que ver unos peces bebiendo en el río con un Dios recién nacido. 

Hasta el 7 de marzo de 1965 las misas en España fueron en latín, una lengua que cinco siglos atrás ya resultaba extraña a los feligreses, les espantaba de la liturgia.

 Se cree que fue Hernando de Talavera, el primer arzobispo de Granada tras el triunfo de los católicos sobre los musulmanes, quien a finales del XV tomó la decisión, a la postre revolucionaria, como apunta el catedrático de la Universidad de Oviedo Ángel Medina: sentencias latinas y algunos cantos gregorianos se sustituyeron por coplas en castellano de modo que, como dejó dicho Pietro Cerone, peregrino en marcha a Santiago del XVI, las iglesias españolas “se parecieran más al patio de un teatro que a la casa de Dios”. 

En origen, los villancicos eran una composición con estribillo de expresión popular y unas estrofas que trataban de explicar o desarrollar el contenido de ese estribillo.

 Dice Sebastián de Covarrubias, en 1611, en el Diccionario de Autoridades, que los que habitaban en aldeas, sin privilegios ni hidalguía, solían cantar “cuando estaban en solaz”; y que luego los cortesanos tomaron gusto por esos ripios alegres que se oían en caminos y campos y los fueron incrustando como coro, como leit motiv, en composiciones más cultas.

"Ese mesmo origen tienen los villancicos tan celebrados en Navidad y el Corpus Christi".

 

Cualquier temática podía ser materia de un estribillo: nostalgia y refranes (“Por dinero baila el perro, Juana, y por pan, si se lo dan”) y, sobre todo, amoríos.
 Surgieron cancioneros y antologías y, en algunos, se añadió la notación musical para indicar cómo interpretarlos. 
Pronto los predicadores aprovecharon este filón.
Así fue como, según cuenta Silvia Iriso en su Gran libro de los villancicos (El Aleph), fray Ambrosio Montesino escribió, en 1508,  letras sobre Jesucristo, la Virgen o los apóstoles y las encajó en melodías conocidas: 
“Cántese al son de La zorrilla con el gallo”; o "al tono de Aquel pastorcico, madre", anotó el fraile. Villancicos que fueron amorosos y rayanos en lo sexual, sobre mujeres que con 10 años ya habían experimentado “el amor”, se convirtieron en cantos sobre la Virgen.
Si esta manifestación terminó tan adscrita a la Navidad es, precisamente, porque es una de manifestaciones religiosas que incorporan un paisaje cotidiano, una familia, unos animales, un pesebre, estrellas, figuras con las que podría identificarse el mundo rural.
También se cayó en la chanza. 
Los villancicos se ríen del habla de los gallegos, los asturianos, los negros, por eso no fueron pocas las intentonas de prohibir aquellos teatrillos durante los oficios religiosos.
El villancico como forma litúrgica decae en el siglo XIX, sin embargo su esencia, los estribillos repetitivos, la devoción popular, se extiende hasta hoy y su forma actual también se fue transformando en América desde su llegada en el siglo XVI. 
Los peces no han dejado de beber y beber en el río, pero eso de que era por ver al Dios nacido es cosa de la Iglesia.