Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 dic 2016

Malditos sean los tibios..............................Rosa Montero

Los auténticos culpables de que la vida pueda ser tan cruel son los tibios de corazón. 
Permiten con su indiferencia que el Mal campe a sus anchas.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
MI AMIGA Gabriela Cañas me mandó hace unos días un vídeo escalofriante que circula por Internet.
 Una cámara oculta colocada en un ascensor sueco permite observar las reacciones de la gente ante una escena de violencia de género.
 Un joven grandullón maltrata verbal y físicamente a una muchacha: la arrincona e insulta con las palabras más soeces, la zarandea, le tira del pelo, grita que la va a matar. 
La víctima gimotea y pide ayuda. 
 Mientras esto sucede, vamos viendo a diversas personas que comparten el ascensor con ellos. 
Se ponen de espaldas, no dicen ni palabra, salen corriendo. Son hombres y mujeres, solos o en parejas.
 Una señora mayor tiene la desfachatez de protestar diciendo: “Eh, que no están solos, esperen a que me vaya”, como si el único derecho que estuviera conculcando el energúmeno fuera el de fastidiarle su tranquilidad.
 Es un vídeo increíble, aterrador. Al fin, una mujer de unos treinta y tantos años se enfrenta al maltratador y le dice: “Si la vuelves a tocar llamo a la policía”.
 Subieron 53 personas en ese ascensor y sólo reaccionó ella.

Los países nórdicos tienen las tasas de violencia de género más altas de Europa. 
Suecia, en concreto, duplica el porcentaje de casos que hay en España.
 Algunos pretenden justificar estas cifras elevadísimas diciendo que allí denuncian más, pero no me lo creo en absoluto.
 En primer lugar, porque estamos hablando de víctimas mortales. Pero además me parece que influye el nivel de alcoholismo y el hecho de que son los países en donde se está destruyendo de forma más acelerada el sistema machista, y eso siempre crea una herida social y una respuesta feroz por parte del sector más brutal de los varones, de un puñado de psicópatas que se sienten súbitamente desplazados.
Pero no es de la violencia de género de lo que quería hablar, sino de los tibios de corazón, de los indiferentes y de los cobardes.
 Y me refiero a una cobardía estructural, no al miedo insuperable. Por ejemplo, yo, que soy verdaderamente una gallina ante los riesgos físicos, sé que me las hubiera apañado en el ascensor para hacer algo.
 Como estoy segura de que me hubiera amedrentado enfrentarme a ese tiarrón en el encierro de la caja de acero, hubiera esperado hasta llegar al piso y, tras bloquear la puerta para dejarla abierta, hubiera empezado a gritar para pedir ayuda.
 Quiero decir que hasta una miedica como yo puede encontrar un modo de actuar.
Pero los cobardes morales ni siquiera se plantean abandonar su zona de ensimismado confort.
 Estoy convencida de que el porcentaje de individuos de verdad malvados que hay en el mundo es pequeño, quizá muy pequeño, incluso ínfimo.
 Los auténticos culpables de que la vida pueda ser tan cruel y de que la Tierra se convierta en un valle de lágrimas son los tibios de corazón, porque esos sí que son legión, esos son muchísimos; esos quizá sean, por desgracia, la mayoría de los seres humanos, y son quienes no se enfrentan a los energúmenos, quienes no protegen a los indefensos, quienes permiten con su callosa indiferencia que el Mal campe a sus anchas.
 Son los niños que dejan que un matón torture a un compañero de clase, los padres que prefieren no enterarse, los oficinistas que admiten el acoso a un colega, los vecinos que hacen oídos sordos al ruido de golpes y llantos que se cuela a través de las paredes, o que secundan a un presidente despiadado y se niegan a poner una rampa en el portal que permitiría salir a la calle al vecino en silla de ruedas. 
Toda esa gentuza es la peor. Alfredo Llopico, un amigo con quien hablé de esto, me mandó dos citas maravillosas.
 Una es del Apocalipsis, en donde Jesús dice: “Conozco tus obras, sé que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro! Por tanto, como no eres frío ni caliente, sino tibio, estoy por vomitarte de mi boca”.
 
Y la otra es de la Divina Comedia, de Dante, en donde, en el ‘Canto III del Infierno’, encontramos que las almas más despreciables son aquellas “que vivieron sin merecer alabanzas ni vituperio (…) que no fueron rebeldes ni fieles a Dios, sino que sólo vivieron para sí”. Siempre hemos sabido que los culpables del horror del mundo son los tibios de corazón. 
Malditos sean.

Multitud..........................................Javier Marías

El mundo se ha llenado de “virtuosos” afanosos por castigar en manada; de policías y sacerdotes vocacionales, cada uno con su lista de “delitos” y “pecados”. 
COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS
SIEMPRE he sentido antipatía por las campañas y los proselitismos; siempre me ha desagradado la gente que no se conforma con tener una opinión y obrar en consecuencia, sino que necesita atraer a su causa a otros, verse arropada por las masas más manipulables y gregarias y deseosas de infectarse; la que organiza castigos colectivos, difamación y linchamientos verbales.
La que ansía “dar su merecido” a quien le lleva la contraria o emite un parecer que la fastidia.
 Hay una diferencia entre la postura personal de alguien y la cacería que ese alguien desata. 
Hace muchos años, el dramaturgo Sastre dijo algo –la memoria no me alcanza para recordar qué– en claro apoyo del mundo etarrófilo. ETA aún asesinaba y secuestraba, por supuesto, y la cosa sonó a vileza. 
Puede que yo mismo pensara: “Si alguna vez coincido con ese hombre, no lo saludaré”.
 Era una decisión –si lo fue– mía particular. Otros escritores, sin embargo, llevaron su reacción más lejos, y propusieron que todos nos negáramos a participar en actos a los que Sastre estuviera invitado, a compartir con él una mesa redonda o lo que se terciara; en suma, que lo vetáramos.
 Y esto me pareció mal, un exceso, y sobre todo me provocó desprecio la “organización”, la campaña, la posible coacción a quienes no secundaran la consigna, el anhelo de castigo colectivo, como he dicho antes.
 Cada uno es dueño de hacer lo que se le antoje.
 Pero para mí va un gran trecho entre eso y desencadenar un hostigamiento o una persecución, sean gremiales o nacionales. Dicho sea de paso, eso no impidió que el dramaturgo recibiera premios oficiales españoles remunerados y los aceptara con sans-façon, no mucho después del episodio, creo recordar.
 
Huelga añadir que quienes pensamos así, quienes sentimos aversión hacia el “muchos contra uno”, somos unos raros, una especie en vías de extinción.
 No ya este país, sino el mundo entero, sobre todo desde que descubrió el mejor instrumento de propaganda e intoxicación que ha existido –las redes sociales–, está dedicado sin cesar, y en masa, a escarmentar desproporcionadamente a los individuos que caen en desgracia por el motivo que sea, o que no se someten a las creencias “blindadas” y sacrosantas de hoy; o a las empresas catalanas en su momento, o a la marca que según los “virtuosos” actuales ha incumplido algún precepto de cumplimiento obligado. El caso más reciente es el de Fernando Trueba, pero ha habido muchos más.
 Será imposible saber si la parva recaudación inicial de su última película se ha debido a que no gusta, a que a los espectadores no les ha dado la gana de ir a verla en su primer fin de semana, o al boicot puesto en marcha contra ella por españoles desaforados, que no toleran que un español no se sienta español.
 (Entre paréntesis, lo de “sentirse” es un tanto absurdo: uno suele ser lo que le toca ser y lo que sabe que es, le guste o no, y el “sentimiento” no entra mucho en la cuestión.
 A mí, como algunos no ignoran, me habría resultado más cómodo ser italiano o inglés, pero no lo soy ni por lo tanto me lo puedo “sentir”.)
 Pero el mero hecho de que se haya dado este ánimo saboteador es ya tan lamentable como indicativo.
Si cada “españolísimo” decide no ir a ver esa película, bueno, está en su derecho, faltaría más. Lo que ya me parece ruin es procurar, instigar a que los demás hagan lo propio: el deseo de no quedarse solo con su responsabilidad, la necesidad de envolverse en una muchedumbre, el proselitismo activo, el montaje de un auto de fe que dé calor.
La vileza es una constante, como lo es la voluntad de joder al prójimo, lo merezca o no.

La actitud no se diferencia de la de los linchadores o cazadores de brujas reales. 
La misma palabra “linchamiento” lo indica: es algo hecho en grupo, sin condena imparcial, sin pruebas, amparándose en el tumulto y tan anónimamente como resulte posible.
 Algo cobarde en esencia. Nada más fácil que enardecer, nada más contagioso que la indignación, nada más placentero que buscar chivos expiatorios y castigar a “culpables”, verdaderos o imaginarios.
 La historia está plagada de casos, la vileza es una constante, como lo es la voluntad de joder al prójimo, lo merezca o no. Siempre se encuentran causas a posteriori, el mezquino inventa su justificación.
 Hoy prolifera esa clase de vileza, y su ira puede caer sobre alguien famoso o desconocido. 
John Galliano fue desterrado por unos comentarios que hizo borracho.
 Una joven que inició tan tranquila un viaje a Sudáfrica, descubrió al llegar que las redes “ardían” en contra de ella y que había sido despedida de su empleo, por una observación inoportuna –“incorrecta”– que había hecho al embarcar.

El mundo se ha llenado de “virtuosos” afanosos por castigar en manada. 
 Nunca a solas, nunca a título individual.
 Se ha llenado de policías y sacerdotes vocacionales, cada uno con su lista particular de “delitos” y “pecados”.
 Por recurrir a una comparación popular –Juego de tronos lo es–, el mundo está dominado por los llamados “Gorriones” de esa serie: puritanos, intransigentes, fanáticos, inquisidores, represores, punitivos, arbitrarios.
 Enemigos de la libertad. Siempre los ha habido.
 Lo grave es que sean, como ahora, multitud.

Alcalá homenajea a su ‘ángel rojo’............................... Fran Serrato

El anarquista Melchor Rodríguez evitó durante la Guerra Civil el asalto a la prisión de la ciudad complutense y la muerte de 1.500 presos.

Alcalá de Henares
Melchor Rodríguez, a la izquierda, recita un poema a la bandera republicana en un acto celebrado en Madrid en el otoño de 1938.
Alcalá de Henares quiere hacer justicia histórica con uno de sus hijos.
 La ciudad, que se mantuvo fiel a la Segunda República durante la Guerra Civil, se convirtió en una importante base del ejército republicano.
 El 8 de diciembre de 1936, fue bombardeada por la aviación sublevada. 
Desatadas todas las furias, un grupo de ciudadanos armados se dispuso a asaltar la cárcel, donde se hacinaban 1.532 reclusos. Estaban acusados de quintacolumnistas, una expresión con la que el general golpista Emilio Mola designó a los simpatizantes del alzamiento que luchaban infiltrados en las huestes republicanas.
 El entonces delegado de prisiones, el anarquista Melchor Rodríguez, conocido como el ángel rojo por salvar la vida de miles de personas, se desplazó hasta la ciudad complutense y, tras una dura negociación, consiguió detener el ataque.
 Les salvó la vida.
“La muchedumbre, aterrorizada por los incendios provocados y las víctimas causadas por la aviación rebelde (seis muertos, más de 50 heridos), se amotinó rabiosa, juntándose con las milicias y hasta con la propia guardia militar que custodiaba la prisión. 
Se dispusieron a repetir el hecho brutal realizado cinco días antes en la cárcel de Guadalajara (donde asesinaron 319 de los 320 presos)”, según lo describió el propio Melchor Rodríguez
Su relato, que se conserva en el archivo de la familia de Martín Artajo, exministro de Franco, narra más de siete horas de dura negociación en la que hubo enfrentamiento dialéctico, insultos, amenazas y forcejeos por parte de la muchedumbre. 
"¡Qué momentos más terribles aquellos! (...) Qué batalla más larga tuve que librar hasta lograr sacar al exterior a todos los asaltantes haciéndoles desistir de sus feroces propósitos", prosigue la nota. 

Su heroica acción fue olvidada durante décadas, hasta que el tripartido que gobierna Alcalá desde las municipales de 2015 (PSOE, Somos Alcalá e IU) decidió recuperar la figura de Melchor Rodríguez.
 “Somos una ciudad con mucha historia y estamos acostumbrados a rendirle tributo”, explica su alcalde, el socialista Javier Rodríguez Palacios.
 En su opinión, el anarquista realizó una de las acciones más importantes, cumplir con la legalidad republicana e impedir el asalto a la prisión. “Gracias a él se salvaron muchas vidas, y lo consiguió en un momento en el que los ánimos estaban crispados”.
Una placa en su honor
Tras diferentes encuentros con los descendientes del llamado Ángel rojo, el equipo de Gobierno (que podría haberle homenajeado por decreto), instó a la Comisión de Patrimonio Histórico y Cultura a realizar un informe. 
El dictamen de este, que consta de cuatro páginas y fue fechado el 14 de diciembre, fue favorable a la colocación de una placa en honor a la figura de Melchor Rodríguez en la calle de Santo Tomás de Aquino. 
Llevará una frase, “Se puede morir por las ideas, nunca matar”, que irá acompañada de un texto que explique lo acontecido en ese lugar hace ahora 80 años.
 La iniciativa se someterá a votación plenaria el martes 20 de diciembre y previsiblemente saldrá adelante con los votos de sus promotores, PSOE, Somos Alcalá e IU, que ya han anunciado que votarán a favor. 
El PP no ha querido adelantar el sentido de su voto, ya que antes debe reunirse el grupo.

Entre los 1.532 presos sospechosos de simpatizar con el alzamiento, se encontraban nombres que llegaron a ser relevantes personalidades durante el franquismo, como Agustín Muñoz Grandes, Raimundo Fernández Cuestas, Martín Artajo, Luca de Tena, Serrano Suñer o Rafael Sánchez Mazas.
 Sin embargo, Melchor Rodríguez, convertido para muchos en el ángel rojo y para otros en un traidor, siempre renunció a las posibles prebendas que le podrían haber ofrecido los hombres a los que salvó.

No solo eso, además tuvo que someterse a la misma represión de los derrotados por su pasado anarquista: fue condenado a 20 años de presión en un consejo de guerra amañado con testigos falsos. Cumplió cinco.
 Solo el testimonio de Muñoz Grandes, a quien había salvado aquel 8 de diciembre, le libró de la pena de muerte. 
Su vida se apagó el 14 de febrero de 1972. 
Ese día, un joven desplegó la bandera de la CNT ante la atenta mirada de algunos jerarcas del franquismo.
 No hubo incidentes en un entierro multitudinario que, en plena dictadura, reunió a anarquistas y franquistas.

Un héroe que salvó miles de vidas

Melchor Rodríguez nació en Sevilla en 1893.
 Con diez años pierde a su padre y tiene que comenzar a trabajar. Pasó por diferentes profesiones, e incluso llegó a debutar como torero. 
Tras esa aventura, se emplea como chapista y se afilia a UGT, aunque poco después se pasa a las filas anarquistas.
 Es el momento en el que comienza a trabajar con reclusos, lo que le supone entrar varias veces en prisión, tanto con la monarquía como con la república.
 Es nombrado delegado de prisiones al iniciarse la Guerra Civil, cargo en el que intentó detener las sacas de presos que eran trasladados para su fusilamiento.
 Solo lo consigue cuando es nombrado Director General de Prisiones el 4 de diciembre de 1936. 
Es el motivo por el que se le conoce como el ángel rojo.

 

17 dic 2016

El caso James Rhodes............................... Rubén Amón.

La mercadotecnia del dolor impulsa la carrera pianística del autor de "Instrumental".

Formo parte de los lectores que se quedaron sobrecogidos con el memorial de James Rhodes y de los melómanos a quienes inquietan sus recitales lacrimógenos.
 El pianista, paradójicamente, vive del escritor.
 Y ha logrado sugestionar a un público que acude a los conciertos para solidarizarse con su tormento.
 Un niño del que abusaron. Un hombre descoyuntado que intentó suicidarse. 
Y que se tatuó el nombre de Rachmaninov a sangre y fuego, como si fuera el acrónimo de la pasión y la muerte.
La resurrección se la ha proporcionado Instrumental, un libro feroz y divertido, tragicómico, doloroso, que Rhodes convirtió en terapia y que los tribunales estuvieron a punto de prohibir porque las memorias podían atormentar a su hijo menor de edad en caso de que cayeran entre sus manos, como caen en las manos de La Pietá las entrañas de Cristo.
 
A Rhodes le salvaron la música y la palabra. 
Le salvó Bach en la matemática de la metafísica, subiendo peldaño a peldaño como una de esas escaleras que Rogier van der Weyden coloca en sus cuadros para abstraer al Crucificado de su dolor.
Piedad merece Rhodes, y compadecimiento, pero el éxito comercial de sus memorias y el fenómeno mercantil de sus giras -hasta Salvados le ha dedicado un programa, propiciando el entusiasmo de los líderes de Podemos- invitan a preguntarse si no se está produciendo una sobreexplotación de la lágrima, y si el histerismo de muchos de sus partidarios no ha engendrado acaso un proceso de canonización desmesurado, entre el esnobismo, la sensiblería y la legítima empatía hacia el congénere atormentado.
Rhodes es un pianista correcto, capaz, solvente, nada extraordinario, quiero decir, pero impresiona el sentido del oportunismo con que su evisceración literaria o libresca han engendrado una carrera que idealiza mucho más al fenómeno que al pianista.
 Y entiendo que es tentador aferrarse a la experiencia catártica que proporcionan sus terapias de grupo en un auditorio de prosélitos anonadados, pero se desprenden de esta comunión los síntomas una sospechosa ceremonia fetichista.
 La música queda subordinada a un papel instrumental. Instrumental.
Se diría que los conciertos se transforman en sesiones clínicas bilaterales, en psicodramas. 
Y que se eleva a Rhodes a rango de jefe de secta, cuando sus dotes pianísticas resultan anecdóticas en comparación con otros colegas que tuvieron una vida tan dichosa como Maurizo Pollini, que fuma a escondidas de su esposa, o tan estrafalaria como la de Sokolov. Que es un tipo raro, muy raro, y excéntrico, muy excéntrico, pero que lleva la música a su dimensión sublime, sin necesidad de construirse un personaje maldito ni exigir al espectador la eucaristía.
Lo hace, lo exige, Rhodes reivindicando su indumentaria "casual", un camino de identificación con los espectadores que tergiversa la etiqueta de la liturgia.
 Me parece un maletendido.
 No se visten los profesores de una orquesta de chaqué para distanciarse del espectador, sino para solemnizar el trance música, como hace un torero al vestirse de luces -es más cómodo un chándal- o como sucede en Wimbledon con la norma obligatoria de jugar de blanco purísimo.
Rhodes no es un concertista, sino un pianista de repertorio limitado y una estrella televisiva al que sus partidarios y prosélitos atribuyen el papel providencial del gran divulgador musical. 
Acostumbro a discrepar de los misioneros sensacionalistas -sembradores de cosechas efímeras-, igual que recelo de los vendedores de crecepelos. 
Y Rhodes arriesga a convertirse uno de ellos con su última iniciativa editorial-audiovisual. 
 No podían ser otras memorias, claro.
 A cambio, nos propone aprender a tocar el piano en unas semanas. El método Rhodes adquiere así la dimensión de una parodia.
 Y espero que se percaten de ella sus propios correligionarios antes de comprarse un Casio en el bazar musical del barrio, aspirando a encontrar a Bach en la vulgaridad de un atajo.