Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

4 dic 2016

Carta a la guapa............................................Fernando Aramburu

Hace 30 años llamó a su puerta. El escritor era un universitario en Zaragoza; ella, una estudiante alemana. Llevan juntos desde entonces. 

00 COLUMNISTAS-REDONDOS_FERNANDOARAMBURU
GUAPA: PASA DE de treinta años que llamaste a la puerta.
 Es la calle del Canal de Zaragoza, en el barrio de San José.
 Llamas a una hora criminal para un estudiante nocherniego, las diez de la mañana
. Me acababa de levantar y me pillaste recién vestido, con una chaqueta marrón de punto que guardaré durante varias décadas como ­reliquia de aquel instante.
 ¿Eres un agasajo del azar?
 Esto lo hemos hablado los dos a menudo, asombrados risueñamente mientras hacemos cábalas sobre el sinfín de casualidades que hubieron de sucederse en la historia de las naciones para que tú y yo nos encontráramos.
 Abro la puerta del modesto piso de alquiler pensando en que quizá el cartero me traiga un paquete o un telegrama como aquel que tiempo atrás me anunció el fallecimiento de un pariente; pero quien llama es la vida con un obsequio formidable.

Te veo delante de la puerta, la melena ondulada, los ojos de un bellísimo gris azulado, la sonrisa tímida a través de la cual pronuncias, confiésalo, la frase que trajiste aprendida de memoria y que es encantadoramente incorrecta.
 Vienes buscando nuevo alojamiento.
 En el que ocupabas hasta entonces, compartido con dos compañeras de tu país, no puedes practicar la lengua española que estás estudiando. 
Y entras y miras la habitación disponible y decides quedarte.
 En la convivencia cotidiana, durante varios meses, se va adensando poco a poco, desde la atracción física inicial, esa sustancia que, además de unir cuerpos, une vidas.
 Para mí es el amor; para ti, die Liebe.
 Dos formas de expresar lo mismo.
Has de regresar a tu país y a tus estudios en la Universidad de Gotinga.
 Días antes de tu partida me voy a pasar el fin de semana en mi ciudad natal.
 Es la despedida. ¿Para siempre?
Llega la primavera del año siguiente.
 Has de regresar a tu país y a tus estudios en la Universidad de Gotinga. 
Días antes de tu partida me voy a pasar el fin de semana en mi ciudad natal. 
Es la despedida. ¿Para siempre? 
Recuerdo la mueca mustia de tu cara al pie del autobús. 
Tienes un rostro tocado por la belleza y me da mucha pena dejarte. Pero vives en Alemania; nos separan obligaciones distintas, además de fronteras y kilómetros de llanura europea.
El lunes, de vuelta en Zaragoza, al entrar en el piso viene a abrazarme tu ausencia.
 En mi habitación, sobre la mesa, antes de marcharte habías dejado el diccionario español-alemán de tapas amarillas con el que tanto nos divertíamos a altas horas de la noche, yo buscando entre sus páginas, para moverte a risa, palabras picantes de tu idioma.
 Has dejado asimismo una nota en la que me deseas la felicidad. Entiendo el gesto y entiendo que comporta un ofrecimiento.
 El dilema es obvio.
 A un lado, mi posible tesis doctoral sobre la obra de algún poeta clásico, mis costumbres, mi familia, mi círculo de amigos, la coyuntura de un porvenir laboral en esta o la otra ciudad española. Al otro, tú, tus ojos, tu voz, Alemania.
Ignoro, al cabo de más de treinta años, lo que me habría deparado la primera opción.
 Sé lo que me ha dado la segunda. A veces me pregunto qué forma habría tenido mi vida sin ti. 
No me respondo. ¿Para qué si no me importa nada la respuesta?

Ensaladilla hispano-francesa...........................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
LA IMAGEN corresponde a la inauguración de la interconexión eléctrica de Francia con España, o viceversa. 
Significa que parte de la energía que se produce allí llega aquí. O al revés, no estamos muy seguros. 
El caso es que si se le funden los plomos a uno, se queda también sin luz el otro.
Pero lo que pretendíamos destacar era la cantidad de símbolos ocultos, o casi, que contiene la instantánea.
 Observen, a la derecha del lector, al electricista español, representado por la bandera de ese lado (un símbolo). 
A su izquierda, la electricista francesa, reconocible también por su enseña (dos símbolos).
 Tanto el operario como la operaria, a diferencia de los espectadores, llevan monos de trabajo y cascos de seguridad no tanto porque los necesiten como para dar testimonio de su condición (tres símbolos). 

Entremos ahora en las cuestiones que sin duda fueron objeto de negociación. 
Adviertan que la clavija macho, sostenida por una mujer, es la francesa (cuatro símbolos), mientras que la hembra, sostenida por un hombre, es la española (cinco símbolos).
 He ahí un juego de compensaciones complicado de resolver en culturas tan machistas como la nuestra y la de nuestros vecinos, que en todas partes cuecen habas.
 Reparen también en el hecho de que Arias Cañete, un hombre que procura no discutir con las mujeres porque teme mostrar su superioridad intelectual, se ha situado en el lado de la clavija macho (seis símbolos) sostenida por una mujer y que se encuentra a su vez al lado de Francia (siete símbolos). 
Total, una ensalada hispano-francesa de símbolos, que es a lo que íbamos.

LA INTERCONEXIÓN CON FRANCIA AYUDARÁ A ESPAÑA A DEJAR DE SER ISLA ENERGÉTICA 
El comisario europeo Miguel Arias Cañete, el primer ministro francés, Manuel Valls, y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante la inauguración de la interconexión España-Francia de la Línea de Alta Tensión. Robin Townsend (Efe)
 
 

Una hermosa lágrima.............................Rosa Montero

Un mendigo callejero, una limosna enrabietada y la sorpresa: un regalo en forma de cristal que refleja la dignidad y la belleza de la vida.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
EL OTRO DÍA me sucedió algo extraordinario.
 Estaba en Barcelona para asistir a un congreso literario y salí del hotel a primera hora de la tarde camino de una mesa redonda.
 Me alojaba cerca de las Ramblas, en plena zona turística, y la calle era un hervidero de peatones.
Y, como siempre sucede en el centro de las grandes ciudades, también había un montón de mendigos. 
Uno de ellos era más llamativo; pertenecía al registro de indigentes discapacitados y contrahechos, a ese terrible, patético rubro de personas desbaratadas que son esclavas de mafias sin escrúpulos, que los obligan a exhibir sus deformidades para causar conmoción y piedad en el viandante.
 Ya se sabe que la explotación del monstruo, del débil, del distinto es un antiquísimo negocio. 
Todo un clásico de la maldad humana. 

Este mendigo en concreto se encontraba arrimado a la pared y sentado en el suelo sobre una manta.
 Las piernas, tapadas con el cobertor, no se le veían.
 Por la carencia de volumen, debían de ser delgadísimas, o quizá ni siquiera tuviera extremidades inferiores, no me fijé lo suficiente para saberlo; nunca miramos mucho a personas así
. Lo que resultaba indudable era que no podía caminar por sí solo. Sus explotadores debían de haberlo colocado ahí en algún momento, como quien coloca una máquina tragaperras en un bar.
un hierofante, que en la Grecia antigua era el sumo sacerdote de los cultos mistéricos. 
De hecho, la palabra hierofante significa “el que hace aparecer lo sagrado”
Estaba desnudo de cintura para arriba. 
Mostraba un torso raquítico y deforme, un pecho picudo de paloma, unos bracitos casi inútiles, puro hueso y pellejo.
 Coronándolo todo, una cabeza demasiado grande con una desordenada cabellera castaña.
 Esa tarde no hacía frío, pero desde luego tampoco hacía calor como para estar así, desnudo y quieto.
 Pasé por delante sin detenerme, diciéndome, como siempre que veo algo así, que no se debe dar dinero a estos indigentes para no fomentar la explotación, y también preguntándome cómo es posible que permitamos que suceda semejante abuso ante nuestros ojos; cómo no interviene la autoridad, cómo no lo rescatan de la mafia. Pero a los dos minutos se me fue el asunto de la cabeza.
Cuando regresé al hotel seis horas más tarde ya era de noche.
 Y el mendigo seguía allí, desnudo y solo.
 Pensé: si no saca suficiente dinero lo mismo lo tienen aquí hasta la madrugada.
 Resoplé, enrabietada contra mí misma, contra el mundo, contra los explotadores, sabiendo que iba a intentar paliar mi desasosiego con una maldita limosna.
 Me acerqué rápidamente, eché dos tristes euros en el bote que tenía delante de él y salí escopetada.
 Pero entonces el hombre me chistó, deteniendo mi huida. Me volví y advertí que el mendigo estaba cogiendo un objeto pequeño que había sobre la manta.
 Estiró su bracito maltrecho y me lo tendió; desconcertada, puse la mano y él depositó en mi palma un bellísimo cristal pulido del tamaño de una alubia, con un color azul profundo y una limpia y oscura transparencia.
 Alcé la cara, atónita, y por primera vez vi de verdad al hombre. Sus ojos eran de un tono verde uva imposible, maravilloso.
 Una mirada sobrecogedora que no parecía pertenecer a este mundo.
 Me dijo algo en una lengua desconocida. 
Yo le susurré gracias con la garganta apretada, las gracias más sinceras que he dicho en mi vida, y me fui con el cristal dentro del puño.
 
Horas más tarde, aún trastornada por el suceso, escribí a un amigo contándole la historia, y él me contestó: 
“Es un hierofante; no sientas pena de él”.
 Me pareció precioso: sí, un hierofante, que en la Grecia antigua era el sumo sacerdote de los cultos mistéricos.
 De hecho, la palabra hierofante significa “el que hace aparecer lo sagrado”, y eso era exactamente lo que había logrado nuestro mendigo: que por un instante se parara el rotar del planeta, que estallaran el misterio y la belleza de la vida, todo aquello que es mucho más grande que nosotros.
 Me sentí bendecida, porque eso es lo sagrado para mí, que no soy creyente.
 Ese hombre contrahecho, que ha debido y debe de tener la existencia más dura que pensarse pueda, fue capaz de elevarse por encima de todas sus limitaciones y, revestido de una suprema dignidad, me dio un regalo que nadie hubiera podido pagar ni con todo el dinero del mundo.
 Y aquí estoy, agradecida, con su hermosa lágrima de cristal en la mano.

Contrarrealidad.....................................................Javier Marías

Javier Marías

 

 ¿Quién puede creer que un multimillonario clasista y chulesco se preocupa por los desfavorecidos?

COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS
EL OXFORD ENGLISH Dictionary ha elegido como palabra del año el término “post-truth” o “postverdad”, que, aunque no del todo nuevo, hemos venido utilizando con cada vez mayor frecuencia, llevados por la necesidad de nombrar lo insólito o innombrable, lo que escapa a nuestra comprensión.
  Al decir “nuestra” me refiero al conjunto de la humanidad durante siglos, más o menos desde que se abandonó el pensamiento mágico o supersticioso.
 Ha habido excepciones, claro. 
Lo que hoy se llama postverdad o podría llamarse contrarrealidad tiene precedentes en tiempos modernos, pero sólo en sociedades totalitarias sin libertad de prensa ni de expresión, en las que la información era controlada por una sola voz, la del dictador o tirano.
 Lo hemos conocido en España a lo largo de décadas; aunque a los jóvenes de hoy les suene casi a ciencia-ficción, sólo existía la versión oficial, franquista, y lo que ésta ocultaba no había tenido lugar.
 Tan lejos llegó la censura que no sólo nadie se enteró de los atentados que sufrió el propio Franco, ni de las huelgas que había de vez en cuando, ni de los asesinados a manos de la policía (los detenidos siempre se habían caído o arrojado por una ventana, pese a estar esposados y custodiados por guardias).
 La España de la dictadura era tan “feliz” y “pacífica” que aquí no se producían homicidios ni suicidios, y hasta las obras de ficción (novelas, películas) podían verse en dificultades si los intentaban reflejar.
 Cabe imaginar la visión de la realidad que se tuvo en la Alemania nazi y en la Unión Soviética, en la China de Mao (bueno, y en la actual), en la Cuba de Castro, en la Argentina de Videla y Galtieri y en el Chile de Pinochet.
Pero la postverdad de hoy es distinta, y se da voluntariamente, en países con abundancia y variedad de información. 
Según el OED, su significado “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
 Nada mal como definición, pero por fuerza incompleta y sin matices. 
Si he apuntado la posibilidad de llamar al fenómeno “contrarrealidad”, es porque en las actitudes que han conducido al Brexit y al triunfo de Trump hay negación tozuda de la realidad, para lo cual, desde luego, es preciso creerse antes las evidentes mentiras, a sabiendas de que lo son, y no creerse las verdades. ¿Quién puede creer que Trump levantará un muro en la larguísima frontera con México y, sobre todo, que este país sufragará su construcción? ¿Quién que Obama y Hillary Clinton han sido los fundadores del Daesh, como afirmó repetidamente en su campaña Trump?
 ¿Quién que un multimillonario clasista, ostentoso, despectivo y chulesco se preocupa por los desfavorecidos o los representa? ¿Quién que lucha contra el establishment, cuando él es uno de sus emblemas? (Pocas interpretaciones más ridículas que las que ven en su victoria una “rebelión contra las élites”.
 ¿Acaso no es la personificación de la élite un individuo con centenares de posesiones y negocios turbios, varios al parecer fracasados, y cuyo mayor activo es la marca de su propio apellido?) 

Lo mismo puede decirse de Inglaterra: ¿quién era capaz de creerse las manifiestas falsedades de los brexiters?
 ¿Quién al grotesco Boris Johnson, que poco antes del referéndum estaba a favor de la permanencia?
 O de Cataluña: ¿quién puede creer que, una vez independiente, seguiría perteneciendo a la Unión Europea y conservaría su riqueza y no vería mermadas sus exportaciones? ¿Quién que un 48% de votos equivale a una “mayoría clara”? 
Y sin embargo se ha obrado como si todos los palmarios embustes pudieran transformar la realidad.
 Llevo treinta años hablando de la progresiva infantilización del mundo, pero no creí que alcanzara tamaña culminación. 
La actitud de demasiada gente es exactamente la de los niños –muy pequeños, por cierto–, que, por ejemplo, creen que cerrando los ojos o tapándose la cabeza con una sábana ya no van a ser vistos. Confunden no ver con resultar invisibles: si yo no veo a esta persona desagradable o que me da miedo, ella tampoco me verá a mí. 
También es fácil engañarlos, adecuar la realidad a sus necesidades, convencerlos de que no hay amenazas cuando sí las hay. 
 Los adultos nos prestamos: ¿para qué van a sufrir, y a crecer con temores? 
Mientras no se den cuenta, engañémoslos y que sean felices, ya les llegará el día de no serlo tanto.
 El problema es que ahora hay muchos individuos que no consienten que ese día llegue. Están dispuestos a creerse las mayores trolas, y si hay que negar la realidad y la verdad, se niegan y ya está.
 Como si pudieran mantenerse a raya por arte de magia y por la fuerza de nuestra voluntad. 
Son gentes que han perdido la capacidad de sumar dos y dos, de prever ninguna consecuencia. 
 Es como si ya no supieran que si están a la orilla del mar y dan cuatro pasos, sus pies se mojarán, y pensaran: “Qué tontería: ahora están secos, ¿por qué se van a mojar?”
 Y como si ignoraran que si dan cincuenta más, seguramente se ahogarán.
 Pero el océano y la realidad son obstinados, y lo cierto es que continúan ahí, cuando nos abren los ojos por fin.