Asoma en estas
páginas una vida titánica. Carmen Díez de Rivera encarna una tragedia
que se proyecta sobre una España decidida a olvidar todo lo que pueda
ser un obstáculo al goce. Fue la hija pequeña de María Sonsoles de
Icaza, esposa de Francisco Díez de Rivera, marqués de Llanzol. Nace en
1942 y pronto llama la atención por la belleza de sus ojos azules y el
rubio intenso de su pelo. En el Madrid dolorido y pequeño de entonces
empieza a correr la especie de que el padre es Ramón Serrano Suñer, el
influyente ministro de Asuntos Exteriores y cuñado de Franco. El drama llega con
la fuerza de una tragedia griega cuando, a los 17 años, Carmen Díez de
Rivera se presenta en su parroquia para pedir los papeles para casarse. Ignora que se ha enamorado de su hermanastro Ramón Serrano-Suñer y Polo. Ese trauma determinará su vida y quizá su muerte, en noviembre de 1999.
La periodista Ana Romero conoció a Carmen Díez de Rivera en
marzo de 1999, y lo que empezó como una entrevista para El Mundo ha
acabado en un libro a medias entre la historia de vida y la biografía.
Como se escribe en la nota introductoria, el material a partir del cual
se ha escrito este volumen procede de conversaciones, de los diarios y
las declaraciones en cinta magnetofónica que Carmen le proporcionó. A
esto se añaden aportaciones de amigos y fuentes bibliográficas.
La
vida de Carmen Díez de Rivera a disposición del lector es apasionante. Ana Romero comienza por mostrar los primeros años de la vida de una niña
de la aristocracia madrileña. Si la marquesa de Llanzol es retratada
como una mujer pendiente de su belleza y de la moda del gran
Balenciaga, la visión de Serrano Suñer, apenas apoyada en sus memorias y
en la interesante, pero incompleta, biografía que le hizo Ignacio
Merino, resulta algo endeble.
Tras descubrir de quién es hija en
1965, Díez de Rivera escapa al áfrica Negra. En Costa de Marfil da
clases en la selva. De vuelta a España decide, en un gesto infrecuente
en la época y en su clase social, que tiene que ganarse la vida. Busca
trabajo y da con un Adolfo Suárez director general de Radio Televisión
Española con 37 años. Se permite, en el propio despacho de Suárez,
llamarle fascista. Vuelve a coincidir con él en una cena en el palacio
de La Zarzuela y acaba trabajando para él. En el entretanto trabaja con
Zubiri y su madre la echa de casa. En julio de 1976
Carmen Díez de Rivera es nombrada directora del Gabinete del Presidente
de Gobierno, Adolfo Suárez. Durará en el cargo hasta mayo de 1977, aún
cuando su vinculación a Suárez se prolongue en el tiempo. Relacionada
con La Zarzuela, vive con un gran protagonismo la Transición. A través
del libro vemos a Carmen como elemento clave, junto al Rey, de la
legali- zación del PCE. Monárquica pero fascinada por las banderas
republicanas y los puños en alto de los primeros mítines de la
Transición, transmite una visión agria de Suárez.
Siempre atada a
los distintos avatares políticos, cae víctima de un cáncer que, en su
opinión, le trata equivocadamente un médico madrileño. Muere una mujer
que ha quedado en el inconsciente colectivo de su generación. Bella,
contradictoria y uno de los personajes esenciales para entender la
Transición. Carrillo dió un esbozo de la relación que se atribuía a Carmen con Suarez y admite la nula realidad entre los dos, no obstante a Suarez, cosas de la vida, se le van muriendo las mujeres que conoce y quiere, de cáncer. Y la vida de esa mujer Carmen Diez de Rivera es para que se conozca a fondo.
Electrónica, vino, vuelos y hasta cirugía estética. Las empresas se vuelcan con la jornada de descuentos
Ya ha llegado el Black Friday 2016 .
Es el quinto año que los comercios españoles celebran el viernes negro. Pero esta vez lo hacen a lo grande. Se han sumado desde tiendas
tradicionales a clínicas de cirugía estética. Pocas empresas son las que
se reservan los descuentos solo para el viernes y la ola de rebajas se
prolongará durante todo el fin de semana y hasta el lunes, que se cierra
con el Cyber Monday. Las promociones son el pistoletazo de salida a las compras navideñas,
una moda tradicional de Estados Unidos (vinculada a la celebración de
Acción de Gracias), pero que se está convirtiendo en unos de los eventos
de rebajas más promocionados también en España.
. ¿Qué ofrecen las empresas españolas? La avalancha de comercios, tiendas online y cadenas que se han sumado a las rebajas del Black Friday 2016 hace imposible recoger todas las propuestas, pero a continuación destacamos algunas de ellas. De todas formas, antes de comprar, mira siempre la letra pequeña, ya que no siempre te la recuerdan hasta que estás a punto de pagar.
Hipermercados y grandes cadenas
Media Markt. Es la gran cadena que más años lleva
volcada por esta moda del viernes negro y ha aguantó hasta el los
últimos días antes de confirmar qué iba a ofrecer. Hacen ofertas hasta el día 27 de noviembre. Han apostado por televisores inteligentes, películas a mitad de precio,
una gama amplia de móviles y algunos electrodomésticos. Entre las
ofertas que destacan, sacarán 10.000 unidades de un portátil por 299
euros y 4.400 de la consola PS4 con dos juegos por el mismo precio.
El Corte Inglés. La cadena de grandes almacenes, una de
las que apuesta por estas rebajas prenavideñas desde hace más tiempo,
ha concretado que tendrá ofertas los próximos 24, 25, 26 y 27 de
noviembre, tanto los grandes almacenes como la web. Asegura que las ofertas alcanzan 2.000 marcas y ha puesto ejemplos,
como frigoríficos Liebherr por 599 euros, televisores inteligentes LG
por 539 euros o jamones ibéricos de 7 kilos por 159 euros. Harán
descuentos incluso en prácticamente todos los departamentos, desde
viajes a seguros.
Lo voy a decir todo seguido porque así es como sucede y
quien ha pasado por ello lo sabe. La primera vez que te grita patética o
inútil o de dónde coño vienes y luego te llora y te suplica y te viene
con que te quiere y te adora y eres la mujer de su vida y vas tú y te
ablandas y le perdonas porque él tiene ese pronto terrible pero luego no
es nadie y todo va a cambiar y esta va a ser la última, estás perdida. O
puedes llegar a estarlo. Es así de claro. Así de triste. Así de crudo.
Métetelo en la cabeza. Él no va a cambiar. Si pasas una, puedes llegar a
pasar todas. Piensa en ti, piensa en todas. No tienes la vacuna ni el
antídoto ni el tratamiento. No eres tan distinta de tantas. No eres tú,
es él. No eres la primera ni la última pero puedes ser la siguiente de
la lista. Van 40 asesinadas este año. Y todas empezaron pasando la
primera. Seamos
realistas. Llevamos lustros sabiendo de lo que hablamos cuando hablamos
de violencia machista. Desde que Ana María Orantes pusiera, primero con
su desgarrador testimonio televisivo y después con su cuerpo abrasado
por el asesino, el elefante encima de las mesas y de las agendas
informativas, hay que estar ciega para no ver que todas podemos ser
víctimas. Ninguna estamos libres. Han caído y caen ancianas y
adolescentes, doctoras y analfabetas, ricas y pobres, españolas y
extranjeras. Da lo mismo. El único perfil universal es el del verdugo. Un tipo seductor que primero te enamora y se te hace imprescindible y
después te esclaviza, te roba la autoestima, te anula y te aniquila.
Cierto es que son milenios de desigualdad, de machismo
estructural, de heteropatriarcado —por usar la palabra de moda— ahí
fuera. Cierto que a demasiadas nos ponen los malotes. Que nos han
inculcado que el amor duele, que cuesta, que quien bien te quiere te
hará llorar, que los celos son prueba de amor, que hay que luchar por
las relaciones, que la pareja está hecha de renuncias y sacrificios. Cierto es que nosotras somos las víctimas y no los verdugos.
Convengamos, no obstante, en que tenemos cierto margen de maniobra. Que
podemos rebelarnos. Decirles que no. Darles puerta. Nunca es pronto. Ni
tarde. La culpa no es nuestra, sino suya, vale. Pero demasiadas han
dejado la vida. Demasiadas han confirmado la regla. Hagamos pues nuestra
parte. No bajemos la guardia. No le pasemos a uno ni una. Ni el amor de
tu vida ni el padre de tus hijos ni el marido perfecto de puertas
afuera: ninguno merece la pena.
Reshma Qureshi sufrió una agresión que le destrozó la cara. Hoy es modelo y hace campaña para acabar con la venta de abrasivos.
No”, espeta Reshma Qureshi (1997) poco después de saludar.
“Ese es el problema: la negativa.
Estos hombres nunca aceptan un no por
respuesta”.
Sentada al borde de la cama, las cicatrices de su cara
marcada por el ácido contrastan con las sábanas lisas y las paredes
tersas.
Chocan la pulcritud y los tonos monocromáticos de la estancia
con el caos del slum del barrio de Kurla, en el centro de Bombay.
Fuera,
las grietas del empedrado absorben las últimas lluvias del monzón
arrastrando desechos, mientras las hendiduras de las tapias aplacan la
llamada al rezo de la mezquita y el ruido del tráfico.
Dentro, las
huellas de su rostro también arrostran una decena de dolorosas cirugías y
ahogan el grito de una generación de mujeres atemorizadas por la violencia machista en India.
Más aún si se tiene en cuenta que muchas de las agresiones no se
denuncian por miedo a represalias y por falta de apoyo social e
institucional.
Pero no se trata de un problema exclusivo de India.
También las mujeres colombianas padecen esta lacra, aunque la mayoría de
los casos se concentran en Pakistán, Afganistán, Bangladesh, Camboya o
India.
El problema en India es la impunidad. De los más de 200
casos del pasado año, sólo 11 han sido juzgados. No es de extrañar que
la agresión a Reshma ocurriese en Uttar Pradesh; el Estado septentrional
en el que suceden más de la mitad de los ataques con ácido y uno de los
que registra más incidentes de violencia machista: tanto casos de feticidios femeninos como de asaltos sexuales y violaciones. “El ácido es demasiado accesible y barato para el daño que
puede hacer. Sólo cuesta 20 rupias [25 céntimos de euro]”, dice Reshma,
secándose la oquedad de la cuenca del ojo ausente. En 2014, su hermana
mayor y ella iban a hacer el examen de Alim —curso básico de
entendimiento del Corán— cuando fueron asaltadas en su ciudad natal,
Allahabad. Su hermana se estaba divorciando de su pareja, acusado de
maltratos y denunciado por el secuestro de su hijo. Irreconocibles bajo
el niqab, fueron agredidas por el marido y otros dos hombres;
que confundieron a Reshma por su hermana. Parte de sus 17 años de
belleza y felicidad se carcomieron en pocos segundos. La corrosiva burocracia se unió a la decena de cirugías por las que
Reshma tuvo que pasar. Alrededor de un millón de rupias (13.700 euros)
en tratamiento médico; de las que el Gobierno sólo sufragó la
insuficiente ayuda estipulada por ley. En 2013, una sentencia del
Tribunal Supremo indio endureció la regulación para vender sustancias
químicas —como el ácido sulfúrico— utilizadas en este tipo de ataques,
limitó las existencias de estos productos, estipuló el registro de la
identidad de los compradores y obligó a los gobiernos estatales a
compensar a las víctimas con 300.000 rupias (4.000 euros) en un máximo
de dos meses tras el ataque. Sin embargo, Reshma tuvo que esperar un año
para recibir la insignificante cantidad por parte de la misma
administración estatal que sigue sin enjuiciar a su agresor. Pese a la hiriente pesadilla administrativa, Reshma casi debe sentirse
tristemente afortunada, ya que el 80% de las supervivientes nunca llegan
a recibir la cantidad compensatoria; según informa Make Love Not Scars (Haz Amor No Cicatrices). Creada para sensibilizar a la población india sobre los ataques con
ácido, esta organización también ofrece atención médica urgente y
rehabilitación, así como apoyo legal y vocacional a las afectadas. Su
fundadora, Ria Sherma, ayudó económicamente a Reshma Qureshi desde el
primer momento e ideó la campaña para acabar con la venta de ácido en
India: #EndAcidSale. Entonces, los carteles con el rostro
Reshma marcado por el ácido tuvieron el doble efecto deseado: hacer
publicidad sensibilizando a los ciudadanos de Mumbai y transformar a una
víctima en superviviente cumpliendo su sueño de ser modelo.
Según
datos oficiales del Ministerio del Interior, 222 indias sufrieron
ataques con ácido en 2015. Menos que en 2014 —309 víctimas—, pero una
cifra inexplicablemente alta comparada con el escaso centenar de casos
registrados en los años precedentes