Luz Sánchez-Mellado
Lo voy a decir todo seguido porque así es como sucede y
quien ha pasado por ello lo sabe.
La primera vez que te grita patética o inútil o de dónde coño vienes y luego te llora y te suplica y te viene con que te quiere y te adora y eres la mujer de su vida y vas tú y te ablandas y le perdonas porque él tiene ese pronto terrible pero luego no es nadie y todo va a cambiar y esta va a ser la última, estás perdida.
O puedes llegar a estarlo.
Es así de claro. Así de triste.
Así de crudo. Métetelo en la cabeza. Él no va a cambiar. Si pasas una, puedes llegar a pasar todas.
Piensa en ti, piensa en todas.
No tienes la vacuna ni el antídoto ni el tratamiento. No eres tan distinta de tantas. No eres tú, es él.
No eres la primera ni la última pero puedes ser la siguiente de la lista.
Van 40 asesinadas este año.
Y todas empezaron pasando la primera.
Seamos realistas.
Llevamos lustros sabiendo de lo que hablamos cuando hablamos de violencia machista.
Desde que Ana María Orantes pusiera, primero con su desgarrador testimonio televisivo y después con su cuerpo abrasado por el asesino, el elefante encima de las mesas y de las agendas informativas, hay que estar ciega para no ver que todas podemos ser víctimas.
Ninguna estamos libres. Han caído y caen ancianas y adolescentes, doctoras y analfabetas, ricas y pobres, españolas y extranjeras.
Da lo mismo. El único perfil universal es el del verdugo.
Un tipo seductor que primero te enamora y se te hace imprescindible y después te esclaviza, te roba la autoestima, te anula y te aniquila.
Cierto es que son milenios de desigualdad, de machismo
estructural, de heteropatriarcado —por usar la palabra de moda— ahí
fuera.
Cierto que a demasiadas nos ponen los malotes.
Que nos han inculcado que el amor duele, que cuesta, que quien bien te quiere te hará llorar, que los celos son prueba de amor, que hay que luchar por las relaciones, que la pareja está hecha de renuncias y sacrificios.
Cierto es que nosotras somos las víctimas y no los verdugos. Convengamos, no obstante, en que tenemos cierto margen de maniobra.
Que podemos rebelarnos. Decirles que no.
Darles puerta. Nunca es pronto. Ni tarde.
La culpa no es nuestra, sino suya, vale. Pero demasiadas han dejado la vida.
Demasiadas han confirmado la regla. Hagamos pues nuestra parte. No bajemos la guardia.
No le pasemos a uno ni una. Ni el amor de tu vida ni el padre de tus hijos ni el marido perfecto de puertas afuera: ninguno merece la pena.
La primera vez que te grita patética o inútil o de dónde coño vienes y luego te llora y te suplica y te viene con que te quiere y te adora y eres la mujer de su vida y vas tú y te ablandas y le perdonas porque él tiene ese pronto terrible pero luego no es nadie y todo va a cambiar y esta va a ser la última, estás perdida.
O puedes llegar a estarlo.
Es así de claro. Así de triste.
Así de crudo. Métetelo en la cabeza. Él no va a cambiar. Si pasas una, puedes llegar a pasar todas.
Piensa en ti, piensa en todas.
No tienes la vacuna ni el antídoto ni el tratamiento. No eres tan distinta de tantas. No eres tú, es él.
No eres la primera ni la última pero puedes ser la siguiente de la lista.
Van 40 asesinadas este año.
Y todas empezaron pasando la primera.
Seamos realistas.
Llevamos lustros sabiendo de lo que hablamos cuando hablamos de violencia machista.
Desde que Ana María Orantes pusiera, primero con su desgarrador testimonio televisivo y después con su cuerpo abrasado por el asesino, el elefante encima de las mesas y de las agendas informativas, hay que estar ciega para no ver que todas podemos ser víctimas.
Ninguna estamos libres. Han caído y caen ancianas y adolescentes, doctoras y analfabetas, ricas y pobres, españolas y extranjeras.
Da lo mismo. El único perfil universal es el del verdugo.
Un tipo seductor que primero te enamora y se te hace imprescindible y después te esclaviza, te roba la autoestima, te anula y te aniquila.
Cierto que a demasiadas nos ponen los malotes.
Que nos han inculcado que el amor duele, que cuesta, que quien bien te quiere te hará llorar, que los celos son prueba de amor, que hay que luchar por las relaciones, que la pareja está hecha de renuncias y sacrificios.
Cierto es que nosotras somos las víctimas y no los verdugos. Convengamos, no obstante, en que tenemos cierto margen de maniobra.
Que podemos rebelarnos. Decirles que no.
Darles puerta. Nunca es pronto. Ni tarde.
La culpa no es nuestra, sino suya, vale. Pero demasiadas han dejado la vida.
Demasiadas han confirmado la regla. Hagamos pues nuestra parte. No bajemos la guardia.
No le pasemos a uno ni una. Ni el amor de tu vida ni el padre de tus hijos ni el marido perfecto de puertas afuera: ninguno merece la pena.
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