Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

20 nov 2016

Querido Padre ...................................................................Félix De Azúa

El autor le cuenta cómo es la España de hoy a su progenitor y las paradójicas alianzas que han surgido décadas después.

COLUMNISTAS-REDONDOS_FELIXDEAZUA
O NOS llevábamos bien, pero no por eso dejo de pensar que, de no haber muerto tan a destiempo, hoy nos reiríamos juntos con los brazos por los hombros.
 Tu última humorada fue elegir un 20 de noviembre para fallecer, con lo que siempre te evoco junto a la disolución de Franco, porque lo que se dice morir, no murió.
 Sí, querido padre, el caudillismo sigue vivo, aunque, por una de esas paradojas de la historia, hoy los falangistas son rojos.

Estos absurdos son los que nos harían reír juntos como no pudimos hacerlo entonces.
 Verás, tú fuiste un hombre honrado.
 Alférez provisional, pero de los honrados. 
Te tocó dirigir la arquitectura y urbanización de uno de los conglomerados económicos más enormes de la España de los años cincuenta, el dilatado espacio entre Sabadell y Tarrasa donde se iban a levantar colosales ciudades dormitorio copiadas del desarrollo italiano.
 Manejaste unos presupuestos que dejan enanos a los de la corrupción inmobiliaria democrática. 
Sin embargo, no te lucraste. Debo reprochártelo. A tus hijos nos empujaste a la única dignidad que dejaba el franquismo, la revolución soviética aplicada a ritmo de jota.
 Naturalmente, fracasamos, y menos mal que fracasamos. Los actuales líderes de los sóviets son unos chavales tan semejantes a nosotros que parecen salidos de una película de Alfredo Landa. Más que antiguos, rancios.

Me parece que ya oigo tus carcajadas desde algún lugar que no ha de ser ni cielo ni infierno, pero tampoco el limbo
Si, por el contrario, te hubieras enriquecido, ahora tus hijos nadaríamos en la abundancia, como los hijos y nietos de los franquistas, y haríamos negocios con las grandes familias caciquiles, porque los dueños del feudo catalán siguen siendo los mismos. 
 Lo más gracioso es que aquella izquierda que luchó contra la burguesía, aquellos inmigrantes que fundaron los sindicatos comunistas con la sangre de su trabajo, son ahora aliados de los caciques.
 Con decirte que las manifestaciones sindicales en Cataluña se pasean con banderas nacionalistas…
Pues así es: aquellos católicos y nacionalistas catalanes, hijos del carlismo, son ahora los aliados de la extrema izquierda catalana, incluidos los sumisos socialistas.
De poco sirvió la Guerra Civil, o la triste, criminal y necia posguerra. 
Todo sigue casi igual: la media España rica odia a la España pobre. La ignorancia y el salvajismo se han reduplicado gracias al progreso técnico.
 La violencia permanece entre paisanos. 
El desprecio de las leyes y el “vivan las caenas” suenan por doquier disfrazados de motín.
 Cierto es que la agitación, la vehemencia con que nos tomamos la vida política de este país no merece la pena.
 Giramos en una noria tirada por un asno que mejor es no conocer de nombre.
 La clase dirigente española camina sobre aceite.
 Mueve las piernas, pero no avanza. Miro ahora el cielo y constato que brilla en él la hermosa luz que tú gozaste.
 Es suficiente. Descansa en paz.

Nuestra mejor brújula........................................................................Rosa Montero

Los dóciles que prefieren seguir la línea de mando eludiendo todo juicio crítico lo hacen por pereza intelectual o incluso por inseguridad en sí mismos.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
EL OTRO día pasaron por televisión la película Lo que queda del día, de James Ivory, basada en la novela de Ishiguro.
 Resulta extraordinario comprobar cuánto va cambiando nuestra mirada con el tiempo.
  Cuando vi por primera vez este hermoso filme en 1993, fecha de su estreno, me fijé sobre todo en el desencuentro amoroso de sus protagonistas.
 De la historia me quedó el recuerdo de dos vidas arruinadas por las inseguridades emocionales y por la mezquindad de una sociedad lastrada por un clasismo demoledor y un sistema de servidumbre casi feudal.
En esta ocasión, en cambio, me he topado con el otro gran tema de la película: la responsabilidad moral individual.
 Lord Darlington, el aristócrata al que el protagonista sirve con veneración, es un hombre esencialmente bueno y, sin embargo, apoya a los nazis y llega a cometer la suprema vileza de despedir a dos criaditas adolescentes porque son judías. 
Un año más tarde se arrepiente; dentro de su conciencia sin duda siempre hubo un escozor, un desasosiego ante lo que estaba haciendo.
 Pero ignoró esa llamada ética porque Lord Darlington es un pusilánime, un hombre que venera las jerarquías: él mismo es un producto privilegiado de ese sistema. 
Cree que Hitler es la nueva autoridad europea y que, por lo tanto, sabe más que él. Y le obedece.
Esta es la banalidad del mal de la que hablaba Hannah Arendt. Gentes dóciles que prefieren seguir la línea de mando eludiendo todo juicio crítico.
 Y lo hacen por pereza intelectual, o por medrar, o por comodidad, por debilidad, por cobardía, incluso por modestia, es decir, por inseguridad en sí mismos.
 Sea cual sea la causa, los resultados son terribles.
 El famoso experimento de Milgram de 1963 demostró cómo tendemos a obedecer las órdenes de la autoridad aunque entren en conflicto con nuestra conciencia.
 A los sujetos se les hacía creer que participaban en un experimento sobre el dolor; supuestamente tenían que propinar descargas eléctricas cada vez más fuertes en otras personas.
 Escuchaban los gritos de dolor de sus víctimas, sus súplicas para que no siguieran.
 Pero los instructores les ordenaban continuar y ellos lo hacían.
 A partir de los 300 voltios, los electrocutados dejaban de dar señales de vida: la descarga podía ser mortal.
 Ninguno de los participantes se detuvo en el nivel de 300 voltios y el 65% llegaron hasta los 480, una potencia inequívocamente letal. 
Son unos resultados conocidísimos, pero cada vez que repaso los datos se me ponen los pelos de punta.
Yo misma he sentido esa tendencia a la aceptación acrítica.
 Con 20 años me consideraba una ignorante (y sin duda lo era) e intentaba aprender de la gente a la que por entonces daba un lugar de autoridad moral: militantes de izquierdas, fundamentalmente del PCE o de otros partidos marxistas más radicales. 
Muchos de ellos se dejaron la piel en la lucha antifranquista y desde luego parecían admirables, y a veces lo eran. 
Pero también eran correas de transmisión de un dogmatismo atroz. Me recuerdo, por ejemplo, dando por bueno el primer asesinato de ETA, es decir, la muerte del torturador Melitón Manzanas.
 O difamando aplicadamente a Solzhenitsin por denunciar el Gulag soviético (había que decir que mentía, que era un derechista repugnante), o llamando gusanos a los críticos de la dictadura cubana.
 Mientras hacía todo esto, siempre sentí un punto de incomodidad, un rescoldo de angustia en el interior de mi cabeza. 
Pero lo reprimía, porque creía que ellos, los mayores, sabían más que yo. 

Pocos años después fui comprendiendo que esa brasa moral que arde en tu pecho es la única linterna fiable para moverse por las oscuridades de la vida.
 A estas alturas ya sé que el único gran valor totalmente seguro es la compasión. 
Porque todos los otros conceptos sublimes por los que nos movemos pueden ser traicionados. 
En nombre de la libertad, de la igualdad y de la justicia se han cometido atroces carnicerías.
 Pero la compasión consiste en ponerse en el lugar del otro, y si haces ese viaje interior no serás capaz de degollar a esa persona. Esforcémonos en escuchar la señal ética y empática de la conciencia, aunque a veces nos llegue muy debilitada: sin duda es nuestra mejor brújula.

rabajo equitativo, talento azaroso...........................................................Javier Marías...

Los feministas deberíamos combatir (me incluyo, claro que me incluyo) la discriminación laboral y salarial.

COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS
SI ALGO clama en verdad al cielo, en lo que tanto hombres como mujeres deberíamos hacer continuo hincapié, es la diferencia salarial existente (y persistente) entre unos y otras, exactamente por el mismo trabajo.
  Nunca he entendido en qué se basa, cuál es la justificación, aún menos que se dé en todos los países, no sólo en el nuestro. 
En Alemania, nación avanzada, la brecha es aún mayor que aquí, y en Gran Bretaña, Holanda y Francia tan sólo un poco menor.
 La cosa presenta la agravante de que, según el reciente estudio de economía aplicada Fedea, hace ya tres decenios que las mujeres poseen mejor formación que los hombres, algo que no falla nunca si se analizan personas menores de cincuenta años.
 “En el mercado de trabajo español el 43% de las mujeres ha concluido estudios universitarios, frente al 36% de los varones”, señala el informe, y añade que, pese a ese superior nivel educativo, ellas se topan con más dificultades para encontrar empleo y, cuando lo consiguen, sus condiciones laborales son peores. 
Así, la tasa de paro femenino es seis puntos mayor.
 La diferencia salarial ronda el 20% a favor de los menos educados, y eso –insisto– escapa a mi comprensión.
 Si dos individuos realizan las mismas tareas y las desempeñan durante el mismo número de horas, ¿con qué argumento puede discriminárselos en función de su sexo?
 La situación es tan ofensiva e injusta, y lleva tanto perpetuándose, que no me explico que no ocupe a diario los titulares de los periódicos y de los informativos, y que sólo aparezca o reaparezca cuando se publica algún estudio como el de Fedea, que nada descubre. 
Se limita a constatar que nada cambia.
Ese es el terreno fundamental en el que las supuestas ultrafeministas deberían estar librando una batalla sin tregua, en vez de perder el tiempo y la razón con dislates lingüísticos y con aspectos secundarios y ornamentales, en los que además el “reparto” nunca es ni ha sido per se equitativo.
 Leo muchos más artículos y protestas porque haya menos mujeres que hombres en la RAE, o ganadoras del Cervantes, o directoras de cine o de orquesta, que por esta discriminación laboral y salarial.
 El trabajo es mensurable y cuantificable en términos objetivos; las artes y lo que llevan implícito –talento, genio, como quieran llamarlo– no lo son.
 Esas aptitudes no están distribuidas de manera justa ni proporcional. 
No hablo del largo pasado, en el que a las mujeres les estaba vedada la dedicación a la pintura, a la arquitectura, al cine, a la composición musical y parcialmente a la literatura, sino de hoy.
 No hay ninguna razón por la que deba haber tantas buenas escritoras como escritores, ni a la inversa, claro está.
 De la misma manera que tampoco ese reparto de talento está garantizado por países ni por regiones.
 Ni por diestros o zurdos, altos o bajos, gordos o delgados, negros o blancos o asiáticos. 

De todos es sabido que en los siglos XVIII y XIX hubo una concentración de genio musical en Alemania y Austria, incomparable con el existente en cualquier otro lugar. 
Si en ese periodo vivieron Bach, Telemann, Mozart, Haendel, Haydn, Schubert, Beethoven, Schumann, Brahms, Bruckner y Mahler no mucho después, se debió en gran medida al azar.
 ¿Por qué en el XVII inglés hubo un Shakespeare, un Marlowe, un Jonson, un Webster, un Tourneur, un John Ford, un Robert Burton y un Sir Thomas Browne? ¿Y en España un Cervantes, un Lope, un Quevedo, un Góngora, un Calderón, mientras en otras naciones no surgía algo similar? ¿Por qué (y eso tiene más misterio y más mérito, dada la escasez de escritoras) en el XIX británico se juntaron Mary Shelley, Jane Austen, George Eliot, Emily y Charlotte Brontë, Elizabeth Gaskell, ­Elizabeth Barrett Browning y Christina Rossetti, todas clásicas indiscutibles de la novela o la poesía?
 Pese a las trabas de la época para las de su sexo, su arte emergió y fue reconocido, porque eso sucede siempre con el arte elevado, aunque a veces llegue tarde para quien lo poseyó, sea varón o mujer.
 Hoy hay una pléyade de feministas empeñadas en “sacar de las catacumbas” a todas las pintoras, compositoras y escritoras que en el mundo han sido, y no todas merecen salir de ahí.
 Habrá periodos en los que el talento estará más concentrado en mujeres, como lo estuvo el musical en germanos dos y tres siglos atrás.
 Y habrá otros en los que no.
 Por mucho que se intente hundir y ocultar, el gran arte sale a flote y acaba resultando innegable, manifiesto (a veces con enorme retraso, eso sí). Que se lo pregunten a los espíritus de Austen, Brontë, George Eliot o Emily Dickinson.

Lo que sí es intolerable, lo que todos los feministas deberíamos combatir sin descanso (me incluyo, claro que me incluyo), es la discriminación en lo que no depende del azar, ni del gusto ni de la subjetividad de nadie (ni siquiera de los tiempos): el trabajo, lo que por él se percibe y la igualdad de oportunidades para acceder a él. Conseguir que las mujeres no estén perjudicadas ni desdeñadas ni preteridas en ese campo es la principal y urgente tarea –casi la única seria– a la que nos debemos aplicar.
Hace ya tiempo que yo no uso la palabra feminista, porque sería una señal de las mujeres que desde hace años lucharon y luchan por tener los mismos derechos que los Hombres, y las mismas obligaciones naturalmente, como dijo hace muuuuuuuuuuuuuchos años Rosa Luxemburgo ser mujer es un acto revolucionario. Y en eso estoy, soy mujer y conozco a mas mujeres interesantes que a Hombres idem, la sociedad es masculina, eso se ve solo con mirar a Trump, si un Pais lo ha votado no han sido mujeres la mayoría , han sido hombres. Y esa extraña 1ª Dama. digo que es una mujer rehecha a si misma, no debe tener mucha idea de donde se ha metido. De ella hablarán como de nuestra reina Letizia, que vestido leva y que arreglos se va haciendo. Preocuparse por salarios y por premios culturales, irán a esas galas pero les dará igual que sea una mujer y 50 hombres ganadores. ¿Han oído hablar del "techo de Cristal? pues eso, señor Marias, que usted y su amigo Arturo se quedan en la superficie del genéro y la genera, que tanto adora D. Arturo. Son unos Misögenos ambos.  
Yo he batallado más que Charlton Heston en mil peleas, y recuerdo decirle yo, que era casi una adolescente, a un mandamás político de un Partido en tiempos de Clandestinidad que ese partido era "machista"....lo que sigue es ya otra historia.

Ser generoso sale a cuenta.................................................................Gerver Torres

Regalar tiempo o dinero, sabiduría o afecto no solo beneficia a quien lo recibe.
 También favorece a quien lo da, porque ser desprendidos hace que nos sintamos más alegres, mejores personas e incluso más sanos.
LA MAYORÍA de nosotros, cuando oye hablar de generosidad, piensa inmediatamente en dinero que se regala a otros o se dona a causas sociales diversas.
 Sin duda, esta es tal vez la forma más universal y simple de desarrollar esta cualidad.
 De acuerdo con las encuestas anuales de Gallup, alrededor del 29% de la población mundial practica ese tipo de altruismo.
Este es el porcentaje de respuestas afirmativas a la pregunta de si se ha donado dinero para alguna causa social.
 Y se ha mantenido estable durante los últimos 10 años. Aunque varía mucho dependiendo de los países. 

Existen cifras tan altas como las de Myanmar (90%) y tan bajas como las de Georgia (4%).
 España se acerca al promedio con un 28%.

 Un dato interesante es que entre los países con alta proporción de donaciones figuran algunos de los más pobres del mundo, como Haití (44%) y Laos (63%), lo cual sugiere que esta práctica no está determinada únicamente por la capacidad económica.
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Diego Mir

Pero existen otras formas de ser dadivosos. 
Una de ellas es el voluntariado, entregar parte de nuestro tiempo a causas de interés social
 Las mismas encuestas mencionadas anteriormente señalan que el 20% de la población mundial hace algún tipo de voluntariado.
 En España ese porcentaje se acerca al 16%, como promedio de los últimos 10 años.
 Los números reflejan por tanto que la gente es más desprendida con su dinero que con su tiempo.
Pero las formas de demostrar generosidad son muy variadas. También existe una de tipo relacional y emocional que incluye la hospitalidad hacia los otros, la disponibilidad para ejercer de tutores, la capacidad de reconocer los logros y méritos de los demás o la de abrirse afectivamente para compartir penas y sufrimientos. Hay miles de formas de ser generosos sin tener que relacionarlo con nuestra disponibilidad económica.

Tendemos a identificar ser dadivosos con un acto de desprendimiento que significa un costo de algún tipo, normalmente de tiempo o de dinero, pero estudios de diversa índole demuestran que ser espléndidos también reporta grandes beneficios a quien lo practica.
 Una de estas investigaciones se recoge en un libro de reciente publicación, La paradoja de la generosidad, escrito por los sociólogos estadounidenses Christian Smith y Hilary Davidson.
 En él, documentan los amplios análisis que realizaron sobre una muestra de 2.000 habitantes en su país, centrándose en los efectos de quien practica la generosidad y no de quien la recibe.
Una de las conclusiones es que los norteamericanos que son más hospitalarios y desprendidos afectivamente tienden a ser más saludables, a tener una mayor sensación de crecimiento personal, a ser más alegres y felices.
 De la misma manera, estudios de neurociencia que examinan el comportamiento de nuestros cerebros cuando damos y cuando recibimos sugieren que la alegría de dar es mayor que la de recibir.
No se trata de restarle bondad para equipararla a un acto interesado, pero sí conviene saber, especialmente cuando existan dudas para ejercerla, que posiblemente cuesta menos de lo que creemos, porque al tener esta actitud obtenemos beneficios de los que tal vez no seamos conscientes.
 Al ser más espléndidos, no solo estaremos contribuyendo a construir un mundo mejor, que ya es razón suficiente, sino que además esta acción impactará positivamente en nuestro propio bienestar.
 Por ello tiene todo el sentido asumir el propósito de convertirnos en personas más generosas.
 No hay que esperar a tener más dinero o más tiempo para hacerlo, porque al final nos beneficia a nosotros mismos.
 Y, además, considerarlo así no implica cargo de conciencia porque, como dijo el escritor uruguayo Mario Benedetti, “la generosidad es el único egoísmo legítimo”.