Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

12 nov 2016

El pequeño vals vienés...................................................................................... Juan Cruz


Fotografía de Leonard Cohen de su último disco, 'You Want It Darker'.
Era un milagro. Su risa era la música, esa melancolía.
Ni una palabra se escucha de Lorca, ni una.
 Rasgueos de piano, suspiros de guitarra. El alma del poeta en algunos celajes de sus amigos, la anécdota de su vida, el drama. 

Pero ni una palabra se le escucha en ninguna parte a Lorca.
 Él es música. Sus palabras son canciones.
El drama, la superstición, la magia; no hay en él una sola palabra que no surreal, metida adentro de la alcancía de recuerdos que, palabra por palabra, fueron verdad pero él los convirtió en misterio. Para hacer música.
Es imprescindible tener en cuenta esa premisa (Lorca es música) para aprender de la inteligencia de esa canción, Pequeño vals vienés, que Leonard Cohen, a su vez, convirtió en un revuelo de palomas suaves y del que Sílvia Pérez Cruz, en español, es decir, en la música de Lorca propiamente dicha, hizo un poema salvaje, casi una herida.
Los dos, o los tres, se pusieron a dialogar con esa canción de Lorca, que es vals de principio a fin, y el resultado lo describió ayer en EL PAÍS la poeta española, de raíz de todas partes y finalmente catalana, en uno de los textos autobiográficos que más rinden cuentas, desde la poesía, desde la música y desde la vida, a Federico García Lorca, el poeta doliente que ríe.
Ese drama surrealista que hay en el pequeño vals vienés no es tan solo la crónica de un baile, que también lo es, sino que es en su puridad lingüística más esencial el abecedario del surrealismo que Lorca quiso: no hay una imagen, ni una sola, que no sea precisa, que no ensalce la narración de un sueño, el surrealismo vive ahí como un sueño de arquitecturas maravillosas, volando.
Lorca era esa canción, porque Lorca era música. 
Y hacían falta músicos (Lorca, Cohen, Sílvia) para aprehender esa sustancia. 
 Ahora publica (EL PAÍS también, casualmente) un disco en el que Lorca es músico de nuevo, porque esa es su sustancia, no es otra. Su misma expresión es musical, cuando canta y cuando ríe.
Decía Brecht que había que cantar en los tiempos sombríos.
 Cuesta pensar, y decirlo, que en su momento más delicado y más extremo, y más inolvidable para los que después quedaron aquí, vivos, tras aquella guerra que nos sacó los ojos a los españoles viejos y a los españoles que no habíamos nacido, que Lorca tuviera un resquicio de risa en ninguna parte.
Le segaron la voz arteramente, y dejó tal reguero de música como reguero de sangre hubo tras él en el extranjero en el que se convirtió su vida, exiliado en la muerte, roto para el universo de vivir, vivo para el universo de ser misterio y hombre en otra parte, poeta.

Esa esencia musical, aérea, del Lorca más surrealista y más vital, más lorquiano, está en ese pequeño vals que Cohen acarició como si temiera romperlo. 
Y esa versión con la que se atrevió Sílvia Pérez Cruz, cuando apenas tenía la edad de Lorca, suspira por hacer redondas las esquinas de la vida que abandonó al poeta.
 Esos versos cantados son la expresión premonitoria que una joven así es capaz de hacer de la música rota de un hombre que en ese momento era surrealista para huir de la realidad, para hacerla aire, suspiro musical, silencio o baile.
Para que las palabras le dieran alcance, lo hicieran un ser vivo imaginándose un fragmento de la mañana en el museo de la escarcha.
 Música de palomas y de soledad, de muerte y de coñac, habitantes de este vals de quebrada cintura.
Sólo ese poema, sólo esa música, bastaría para que hoy celebráramos en España, en la lengua española, lo que Cohen quiso decir en honor de Lorca; 
lo rescató de la tumba de los tristes, lo puso a bailar en el mundo.
 Y Silvia lo hizo otra vez de aquí, lo hizo gritar ante el mar rojo de la España rota, lo hizo revivir en el silencio oscuro de tu frente.

Ella es una chiquilla aún, los otros dos han muerto. 
Uno se fue sin querer, empujado a la nada hiriente por este país terrible; 
 Cohen se fue en volandas de un disfraz que tiene cabeza de río
. Y Silvia Pérez Cruz, esa estrella de agua, le dijo a los dos, gritando en una plaza donde ellos ya son música y tan solo, te quiero amor mío, amor mío, dejar violín y sepulcro, las cintas del vals.
Los dos, Leonard y Silvia, son Lorca bailando.

Algo que sea diferente.



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Mercedes Milá ha venido aquí a hablar de sus libros................................................. Natalia Marcos

La periodista presenta el programa literario ‘Convénzeme’, que estrena este domingo el canal Be Mad.

Mercedes Milá, en la sede de Mediaset en Madrid. Jaime Villanueva
¿Quién no recuerda el célebre "yo he venido aquí a hablar de mi libro" que espetó un iracundo Francisco Umbral a Mercedes Milá en plena tertulia en Queremos saber
Ahora es Milá la que ha venido aquí a hablar de su libro.
 O más bien, de su nuevo programa de libros, Convénzeme, que estrena este domingo (20.15) en el canal Be Mad.
 En él, la periodista se sentará con lectores tanto anónimos como conocidos que tratarán de convencerla para leer un libro y de ahuyentarla de la lectura de otro.
Pasar de Gran Hermano a un espacio literario parece un cambio muy radical incluso para Milá.
 "Si me conocieras no dirías eso", dice en una entrevista con EL PAÍS en la sede de Mediaset.
 "Siempre que empiezo una historia nueva es un camino nuevo.
 A veces es un camino muy ancho, otras veces empieza siendo un camino estrecho que se termina haciendo ancho.
 Porque cuando empecé Gran Hermano parecía un caminito en medio de la selva.
 Este parece un cambio total pero al final no es más que seguir hablando con la gente", argumenta la periodista.
Hoy Milá, con tablas sobradas como entrevistadora y entrevistada, no quiere desviarse del tema.
 Ha venido a hablar de su programa y torea las preguntas sobre cualquier otro asunto. 
"Lo que pase en la tele con otras cosas en este momento no es mi negociado", alega. 
Por eso, en vez de hablar de Gran Hermano o de los nuevos canales de TDT (entre los que se incluye Be Mad, el que acoge su nuevo espacio), la conversación siempre vuelve a los libros.
 "Lo que quiero es que el programa contagie a la gente la ilusión por leer un libro, por aprender, por saber que en la literatura está el camino". 
Explica también el origen de la z de Convénzeme, un homenaje al autor Stefan Zweig y porque el título "convénceme" ya estaba registrado. 
"Parecía que Zewig estaba ahí esperándome", añade.



Mercedes Milá, antes de la entrevista.
El programa, realizado con móviles 4G, ha sido grabado en la librería barcelonesa +Bernat, que se mantiene en pie gracias a una cooperativa de la que Mercedes Milá es socia. 
"Hubo un momento en España en que se cerraban librerías casi a diario", dice la periodista, que menciona la campaña de Mediaset salvemoslaslibrerias.com (ayer, cuando tuvo lugar esta entrevista, se celebraba precisamente el Día de las Librerías). 
"Sé que es contradictorio que Mediaset apoye una campaña de libros, no lo niego. Pero nunca es tarde", confiesa Milá.
 "La televisión tiene mucho que ayudar ahí. 
Mi experiencia con Gran Hermano es que cuando sacaba un libro encima de la mesa, se agotaba.
 Me daba cargo de conciencia no hacerlo más.
 Y no querían que metiera libros en la casa, pero al final les convencí.
 Hay una especie de aversión, como si el libro fuera igual a aburrimiento, cuando el libro puede ser la máxima felicidad".
Gracias a Convénzeme, Milá asegura que ha descubierto "otra fórmula para hacer entrevistas". 
"Un libro no viene solo, lo trae una persona a la que le ha pasado algo con él. 
Si tiras del libro, terminas teniendo delante al ser humano que buscabas", dice la periodista.
La pregunta para cerrar la entrevista puede sonar a tópico, pero en este caso está más que justificada: ¿qué está leyendo ahora Mercedes Milá?
 "Patria, de Fernando Aramburu.
 Lo recomiendo. Me echaba un poco para atrás por el tema vasco pero con el primer capítulo te es imposible no leerlo".
 ¿Y su última gran decepción? "Lo siento porque es amiga mía, pero empecé anoche el último libro de Nuria Amat, El santuario, y me pareció demasiado previsible.
 Habrá gente a la que le fascinará, a mí no me llegó".

 

Muere Robert Vaughn, el último de ‘Los siete magníficos’............................................. Gregorio Belinchón

El actor neoyorquino, enfermo de leucemia, ha fallecido a los 83 años.

Robert Vaughn, encarnando a Napoleón Solo.

Hay un Robert Vaughn para cada generación.

 El que encarnaba a un pistolero en Los siete magníficos (1960). El que protagonizó al espía Napoleón Solo en la serie El agente de CIPOL (The man of UNCLE) (1964-1968).

 El que apareció en El coloso en llamas (1974). El que interpretó al villano de Superman III (1983)... Vaughn (Nueva York, 1932) empezó a trabajar en televisión en 1955 y seis décadas más tarde, este mismo año, aún ha aparecido en dos películas.

 Así que a pesar de su muerte este viernes, 11 días antes de su cumpleaños, víctima de una leucemia a sus 83 años, en la pantalla siempre quedará la huella de su flequillazo y de su saber hacer, un físico que compaginó con cierto talento que le llevó a ser candidato al Oscar por su papel de veterano de guerra alcohólico en La ciudad frente a mi (1959), y a un Globo de Oro al mejor Actor de Reparto en Los siete magníficos (era el último que quedaba vivo).

 Él mismo contó en su autobiografía Una vida afortunada (2008): "He logrado estirar mis 15 minutos de fama en 50 años de buena fortuna".


 

Robert Vaughn atiende a los asistentes a una convención de 'memorabilia' en Nueva York en 2014. reuters

 En Los Ángeles compaginó el estudio de Interpretación en Los Angeles City College con la búsqueda de pequeños papeles: en 1956, cuando ya llevaba un año trabajando, logró un pequeño papel no acreditado en Los diez mandamientos. 

 Por las noches salía de bar en bar: así se hizo novio de Natalie Wood y amigo de James Coburn. Al graduarse firmó por el estudio Columbia, realizó el servicio militar, y tras mucha televisión, logró la candidatura al Oscar y que le contrataran para Los siete magníficos (1960). 

A pesar de que su fama creció, no logró alejarse de los platós de televisión, que en realidad le dieron el mayor alegrón de su carrera: El agente de CIPOL, la serie de la NBC en la que dos espías, el estadounidense Napoleón Solo (Robert Vaughn) y el soviético Illya Kuryanki (David McCallum), trabajaban para una agencia secreta internacional en el contexto de la Guerra Fría.

 Era una versión algo humorística de James Bond, incluso Ian Fleming fue consejero de la serie.

 En sus momentos de máxima audiencia, Vaughn recibió hasta 70.000 cartas de fans al mes.

 

Pero en realidad al actor le "aburría la interpretación". Le interesaban mucho más los viajes y la política: amigo de Robert F. Kennedy, dio diversos discursos en contra de la Guerra de Vietnam -fue el primer actor en hacerlo- y fue miembro muchos años del Partido Demócrata.
 Se doctoró en Comunicaciones en 1970 en la Universidad de Southern California con su tesina La influencia del Comité de Actividades Antiamericanas en el teatro estadounidense 1938-1958, que se publicó como libro en 1972: Only victims, sobre la lista negra de Hollywood.
Tráiler de 'The man
Además de los trabajos mencionados, Vaughn apareció en Bullit, Ley y Orden, Washington: Behind Closed Doors (con la que ganó el Emmy), Se ha escrito un crimen, El Equipo A, Colombo, Hustle, Los 7 magníficos del espacio, S. O. B., Sois Honrados Bandidos, de Blake Edwards, o BASEketball.
Tráiler de 'The magnificent seven'.