Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

8 nov 2016

Kafka, un genio convertido en vida.......................................................... Jordi Llovet

La monumental biografía de Reiner Stach es probablemente la más valiente, escrupulosa y completa de cuantas existen sobre el autor de 'La transformación'.

Kafka, sentado en primera fila, junto a personal y pacientes del sanatorio Tatranské Matliary, donde estuvo ingresado entre 1920 y 1921. k. wagenbach.
En la narración de Franz Kafka (1883-1924) titulada “La preocupación del padre de familia” se describe un objeto singular, llamado Odradek, que “se asemeja a un carrete de hilo plano y en forma de estrella … y que parece que estuviera recubierto de hilo; aunque a decir verdad sólo podría tratarse de trozos de hilo viejos y rotos … inextricablemente entreverados”.
 Odradek vive en una casa familiar y se instala, por turnos, en las diversas estancias del lugar.
 Pasa casi desapercibido, e inspira infinitamente más ternura que Gregor Samsa, el bicho de La transformación.
 Cuando se le pregunta dónde vive, dice: “Domicilio indeterminado”.
 Y se ríe. La narración termina con estas palabras del padre de familia: “Es evidente que no hace daño a nadie; pero la idea de que pueda sobrevivirme me resulta casi dolorosa”.
Más que muchas otras narraciones de Kafka en las que él mismo aparece alegorizado o transformado en topos y perros, mujeres cantantes, ajusticiados, artistas del hambre o del trapecio, y otras cosas, esta narración de Kafka parece contener el último secreto, el más lejano sentido de toda la producción literaria del autor de Praga. 
A los ojos de cualquier lector no especializado, Kafka, el hombre, es como una materia ligeramente móvil, inescrutable, de dimensiones siempre ambiguas, sencillo en el fondo, envuelto por hilos rotos, como hebras de una vida misteriosa.
Por esta razón, los escasos biógrafos que han escrito sobre Franz Kafka —Max Brod, su albacea, Klaus Wagenbach, Hartmut Binder, Ernst Pawel y algunos más, extrañamente pocos— han topado una y otra vez con una distancia que parece, desde el punto de vista hermenéutico, insalvable: la que existe entre su obra y el ser que la escribió en una vida de apenas 41 años.
 Lo más habitual, como acredita la apabullante bibliografía de Caputo-Mayr, es que sus intérpretes hayan procedido de acuerdo con algunos datos biográficos, a menudo extraídos de sus diarios y cartas, o según leyes exegéticas al estilo rabínico, en un intento, siempre desesperado, de ofrecer luz a una literatura que, en realidad, es cegadora.
 Se ha aplicado a su vida y su obra el método psicoanalítico (Deleuze y Guattari, por ejemplo), el método positivista histórico (Wagenbach, en especial), o el método estilístico, que defiende como normativo no aventurarse en las cuestiones de fondo.
 Elias Canetti, prudentemente, se limitó a cotejar el texto de la novela de Kafka, El proceso, no con la vida del autor, sino solamente con su relación amorosa —al fin torcida, como tantas cosas en la vida de Franz— con su dos veces prometida Felice Bauer, berlinesa.

Kafka, sentado en primera fila, junto a personal y pacientes del sanatorio Tatranské Matliary, donde estuvo ingresado entre 1920 y 1921. k. wagenbach.
En la narración de Franz Kafka (1883-1924) titulada “La preocupación del padre de familia” se describe un objeto singular, llamado Odradek, que “se asemeja a un carrete de hilo plano y en forma de estrella … y que parece que estuviera recubierto de hilo; aunque a decir verdad sólo podría tratarse de trozos de hilo viejos y rotos … inextricablemente entreverados”.
 Odradek vive en una casa familiar y se instala, por turnos, en las diversas estancias del lugar.
 Pasa casi desapercibido, e inspira infinitamente más ternura que Gregor Samsa, el bicho de La transformación.
 Cuando se le pregunta dónde vive, dice: “Domicilio indeterminado”. Y se ríe. La narración termina con estas palabras del padre de familia: “Es evidente que no hace daño a nadie; pero la idea de que pueda sobrevivirme me resulta casi dolorosa”.

Más que muchas otras narraciones de Kafka en las que él mismo aparece alegorizado o transformado en topos y perros, mujeres cantantes, ajusticiados, artistas del hambre o del trapecio, y otras cosas, esta narración de Kafka parece contener el último secreto, el más lejano sentido de toda la producción literaria del autor de Praga.
 A los ojos de cualquier lector no especializado, Kafka, el hombre, es como una materia ligeramente móvil, inescrutable, de dimensiones siempre ambiguas, sencillo en el fondo, envuelto por hilos rotos, como hebras de una vida misteriosa.
Por esta razón, los escasos biógrafos que han escrito sobre Franz Kafka —Max Brod, su albacea, Klaus Wagenbach, Hartmut Binder, Ernst Pawel y algunos más, extrañamente pocos— han topado una y otra vez con una distancia que parece, desde el punto de vista hermenéutico, insalvable: la que existe entre su obra y el ser que la escribió en una vida de apenas 41 años.
 Lo más habitual, como acredita la apabullante bibliografía de Caputo-Mayr, es que sus intérpretes hayan procedido de acuerdo con algunos datos biográficos, a menudo extraídos de sus diarios y cartas, o según leyes exegéticas al estilo rabínico, en un intento, siempre desesperado, de ofrecer luz a una literatura que, en realidad, es cegadora. 
Se ha aplicado a su vida y su obra el método psicoanalítico (Deleuze y Guattari, por ejemplo), el método positivista histórico (Wagenbach, en especial), o el método estilístico, que defiende como normativo no aventurarse en las cuestiones de fondo. 
Elias Canetti, prudentemente, se limitó a cotejar el texto de la novela de Kafka, El proceso, no con la vida del autor, sino solamente con su relación amorosa —al fin torcida, como tantas cosas en la vida de Franz— con su dos veces prometida Felice Bauer, berlinesa.
Ahora, por fin, podemos saludar con entusiasmo la aparición de la que, posiblemente, deberá ser considerada la biografía más valiente, escrupulosa, lúcida, minuciosa y completa de Kafka: Reiner Stach, Kafka, en dos volúmenes: Los primeros años y Los años de decisiones, y Los años de conocimiento, traducción de Carlos Fortea, Barcelona, Acantilado, 2016.
Kafka. Los primeros años.
Los años de las decisiones.
Los años del conocimiento.
Reiner Stach
Acantilado, 2016
2.368 páginas
85 euros
El propósito de Stach ha sido, para decirlo en sus mismos términos, articular la dimensión horizontal de una existencia tangible (los avatares de una vida y los hechos concurrentes de la historia) con la dimensión vertical —vertical hasta el vértigo— de la intricada literatura de Kafka.
El propósito de Stach ha sido, para decirlo en sus mismos términos, articular la dimensión horizontal de una existencia tangible (los avatares de una vida y los hechos concurrentes de la historia) con la dimensión vertical —vertical hasta el vértigo— de la intricada literatura de Kafka.
 Ésta, por sí misma, está hecha de “hilos entreverados”, de distintos color y formato —aforismos, diarios, cartas, narraciones, novelas—, pero Stach, con mucha razón, ha considerado que también la historia debe de enredarse con la vida del praguense, y que era forzoso que esta estuviera de algún modo presente en su obra: lo está hasta tal punto, que el biógrafo hace remontar una posible interferencia de los avatares históricos en la vida de Kafka… hasta la batalla de la Montaña Blanca, en 1620, entre protestantes y católicos. 
Sólo un atrevimiento mayor podría haber llevado a Stach a acomodar a Kafka en los libros de los profetas mayores de la Biblia
A pesar de ser un autor profético sin parangón en los tiempos de la Modernidad —hemos escrito “profético”, no “utópico”—, el biógrafo se ha limitado en este sentido, a diferencia de Brod, a tener en cuenta la historia de los judíos del Este —linaje al que perteneció, no sin interés y preocupación— y todo lo que se puede saber, tanto de su obra como de su circunstancia, sobre el reino de Bohemia y la cultura judía en los años de vida del autor.

Al lector de esta magnífica biografía no deberá resultarle extraño que Reiner Stach haya recurrido a los métodos de análisis más diversos que quepa imaginar para desentrañar una vida y una obra a un tiempo: en el estudio de una obra, más todavía si el propósito es analizar qué tiene de “historiográfico” cualquier autor, no hay más remedio que convocar, aleatoriamente, métodos de estudio que pueden resultar, aparentemente, heterogéneos o inapropiados.

 En el libro no se desdeña ningún dato, ninguna referencia, ningún préstamo metodológico mientras sea capaz de armonizar —tarea en extremo difícil en el caso de Kafka— lo que hemos denominado “horizontalidad de la historia y de la vida” con la infinita verticalidad de una obra que a veces hunde sus raíces en las simas más profundas, otras se eleva hasta las dimensiones lejanas y etéreas de lo sobrenatural. (Y, sin embargo, toda la obra de Kafka acaba siendo tan diáfana como el realismo de sus queridos Dickens o Flaubert.) 

El mérito de Stach consiste, pues, en haber construido su libro, en palabras suyas, como un panal de múltiples casillas: “La imagen de la vida vivida se descompone primero en cierto número de segmentos temáticos relativamente independientes unos de otros y que, en la mayoría de los casos, han de ser investigados también de forma independiente: origen, formación, influencias, logros, relaciones sociales, religión, trasfondo político y cultural. Aunque finalmente tantas interdependencias emborronen la imagen, si el biógrafo no quiere entregar a sus lectores un magma caótico, no le queda más remedio que mantener la ficción de una tópica claridad y sintetizar sucesivamente los distintos temas: es decir, `cerrar las celdillas´. Sólo entonces, en un segundo paso, intentará pegarlas entre sí, de tal modo que queden minimizados los espacios vacíos: una síntesis de síntesis”.

A primera vista todo parece muy sencillo en la vida de Kafka: apenas se movió más allá de los límites del Imperio —aunque visitó París—; cursó estudios de química y de germanística, luego Derecho, en la universidad carolina de Praga; fue abogado, con rango de funcionario imperial, en una compañía de seguros para accidentes de trabajo; le gustaba nadar y remar en el Moldava; se le diagnosticó una tuberculosis en 1917, lo que precipitó su jubilación; tuvo por lo menos seis amantes y se prometió con dos de ellas —Felice Bauer y Julie Wohryzek—; tuvo una relación sensata con su primera traductora al checo, la casada Julie Woryzek; vivió sólo unos meses en compañía de su última amante, Dora Diamant, en el Berlín azotado por la gran inflación de 1923-1924: no publicó en vida, en forma de libro, más que siete pequeñas antologías de relatos; amó a su hermana Ottla posiblemente más que a nadie; 

visitó raramente la sinagoga de Praga; intentó varias veces independizarse, sin conseguirlo nunca; fue conocido por pocos, pero grandes lectores, como Robert Musil; una lectura pública de un relato suyo en Alemania ocasionó que varias damas se desmayaran; nunca se sintió querido por su padre —dueño de una tienda de complementos de moda en Praga, que se abastecía de abanicos españoles en la calle del Carmen, en Barcelona—; le gustaban los perros; admiró el teatro yiddish; frecuentó diversos cenáculos intelectuales, judíos o no, anarquistas algunos;

 pasó largas temporadas en clínicas y sanatorios; admiraba a un tío por parte de madre que vivía en Madrid, y a otro, médico rural; masticaba la comida setenta veces antes de tragársela, según confesión propia en los diarios; 

y acabó muriendo propiamente de hambre, a causa de la afectación de la laringe de la tuberculosis pulmonar.

 Y algo más, claro está. 

Observados esos discretos aspectos de la vida del genio Kafka, Reiner Stach no quedó con desánimo, ni deslumbrado, ni perplejo. Ha tomado la historia del Imperio de los Habsburgo, el judaísmo, las costumbres sociales de la época, el estado de la burguesía en la Praga de sus años y anteriores, ha recordado la Gran Guerra, no ha olvidado las lecturas del escritor (la Biblia entre ellas), ni su estilo translúcido y quebradizo como el cristal, ni el menor avatar de la existencia de su biografiado. 
Todo ello, engarzado con una capacidad analítica y hermenéutica sorprendente, convierte su libro en la más grande aportación a la vida y la obra de ese misterio tan difícil de sondear llamado Franz Kafka.
Jordi Llovet es el editor de las Obras Completas de Kafka publicadas por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores.

Javier Marías recibe en Nueva York el premio Library Lion

El escritor español comparte el galardón de la Biblioteca Pública de Nueva York con, entre otros Harry Belafonte, Hilary Mantel y Colm Tóibín.

Javier Marías, en su casa en marzo.

El escritor Javier Marías llevaba sin ir a Estados Unidos desde 2009, pero ha roto su aversión a los viajes trasatlánticos para compartir anoche una cena de gala con Harry Belafonte y convertirse en el primer español que recibe el Library Lion de la Biblioteca Pública de Nueva York.
"Me lo propusieron el año pasado pero tenía otros compromisos y lo pasaron a este.
 Me hace particular ilusión compartir este premio con Belafonte porque me encanta desde niño.
 Me gustaba mucho cómo cantaba los calypsos y como actor", revelaba en una entrevista con Efe días antes de su viaje el autor de Corazón tan blanco y Tu rostro mañana.
 Pero Belafonte y Marías (Madrid, 1951) no fueron los únicos premiado esa noche con unos galardones que muy pocos no anglosajones tienen, entre ellos el checo Milan Kundera, el turco Orhan Pamuk o el sudafricano Nelson Mandela: también lo recibieron anoche los escritores Hilary Mantel y Colm Tóibín y la periodista Peggy Noonan.
"Estoy muy halagado con que me lo den.
 Que se fijen en uno de fuera está bien.
 Además, admiro mucho a Tóibín y aunque el género de Mantel [el histórico] no me interesa mucho, el libro que he leído de ella está muy bien hecho", alababa días antes en Madrid. 
Le hizo "gracia" que le concedieran el premio pero, admite, le da "un poco de pereza" porque "no es muy dado" a "este tipo de cosas". 
"Lo miraré todo con diversión y extrañeza.
 No puedo evitar pensar que será como en las películas.
 Espero divertirme y pasármelo bien. Aunque soy reacio, quitando el rato de la entrega lo veré con diversión", pronostica.
Fue una gala al estilo de los bailes de Truman Capote, una "ocasión singular" en la que Marías, autor de catorce novelas, tres libros de relatos, más de una veintena de ensayos y colecciones de artículos, se puso esmoquin y pajarita.
La Biblioteca Pública de Nueva York, en pleno centro de Manhattan, alberga tesoros en sus centenarios estantes como manuscritos de Walt Whitman y Jorge Luis Borges o una Biblia de Gutenberg, y su entrada está presidida, según recuerda Marías, por los gigantescos leones Fortaleza y Paciencia.
El español aprovechará el viaje para presentar, en Nueva York y Filadelfia, en distintas conversaciones con lectores y otros autores, como Garth Risk Hallberg (La ciudad en llamas), la edición inglesa de su última novela, Así empieza lo malo (Thus bad begins).
A él, que es traductor y al que han traducido a 40 idiomas, le parece que lo sucedido con el Premio Nacional que se concedió por error para la versión en euskera de las obras completas de Santa Teresa que realizó el carmelita Luis Baraiazarra, es "un poco absurdo", tanto porque se le prive del galardón -el original tenía que haber sido en una lengua extranjera- como por el trabajo en sí.
 "Me parece un poco absurdo que se traduzca a un autor que escribe castellano a una de las otras lenguas. 
Yo mismo creo que tengo traducida al catalán una de mis obras, pero me parece un poco superfluo.
 La gente que lee la puede leer en castellano sin problema".

 

Camilla Parker fue una joven juerguista.......................................................................... Patricia Tubella

La hoy mujer del príncipe de Gales fue despedida de una empresa en los sesenta por preocuparse más del ocio que por su trabajo.

Camilla Parker Bowles, el pasado domingo en Abu Dhabi AFP

 

Vilipendiada en otros tiempos como la causante de la ruptura de Carlos y Diana, y hoy finalmente aceptada en su papel de consorte del heredero de la corona británica, de Camilla Parker se han dicho muchas cosas negativas en el pasado.
 Pero nunca que su vida haya sido aburrida.
 Y, para confirmarlo, acaba de aflorar entre el relato de sus años jóvenes un episodio desconocido sobre su primer empleo en una firma de decoración, del que acabó despedida de forma fulminante por una desmedida afición a la juerga.
La duquesa de Cornualles, quien a sus 69 años viene destacándose como protagonista de una agotadora agenda de actos oficiales junto a su marido, era entonces una joven más interesada en explorar las alegrías de la vida social que en asentar una carrera.
 Al poco de su estreno en sociedad con el ritual baile de debutantes de 1965, Camilla Rosemary Shand entraba a trabajar en una compañía dedicada a decorar las más selectas mansiones
 (Colefax And Fowler). Duró muy poco en el puesto de asistente porque, tal y como explicaba una de sus amigas al Daily Mail, “el horario de nueve de la mañana a cinco de la tarde le importaba mucho menos que las animadas veladas sociales o los fines de semana de caza y fiestas”.
La duquesa de Cornualles y Carlos de Inglaterra, en su visita a la gran mezquita de Abu Dhabi durante su viaje oficial a Oriente Medio. Getty Images
Un día en que llegó tarde a la oficina, después de una noche de baile, el propietario de la empresa (John Fowler) la echó a la calle, según relata la antigua empleada y hoy nonagenaria Imogen Taylor en On The Fringe, un libro que en realidad versa sobre su propia singladura como decoradora. 
Pero el capítulo que más ha llamado la atención es aquel en el que se narra el despido de Camilla: “¡Fuera, estúpida zorra!, le espetó Fowler a gritos para que todo el edificio pudiera oír cada una de sus palabras”, recuerda.
Los biógrafos de Camilla ya habían documentado en otros libros el protagonismo en la escena social de los sesenta de una joven que no estaba dotada de “una belleza convencional”, pero que lo compensaba con su popularidad y un carácter enormemente divertido
. Resultaba muy atractiva y sexy para la legión de solteros con los que flirteó (y probablemente algo más) en la época
  Uno de ellos, el oficial de caballería Andrew Parker-Bowles, acabó convirtiéndose en su primer marido y padre de sus dos hijos, Tom y Laura. 
Para entonces, Camilla ya había conocido en un partido de polo al príncipe Carlos (“¿Sabía que su tatarabuelo, el rey Eduardo VII, fue amante de mi bisabuela, Alice Keppel?”, le espetó), preludio de una futura y larga relación extramarital por parte de ambos.
 Y el resto ya es historia…
 
Camilla Parker, con su padre, el día de su boda en 1973.
La Camilla de hoy se ha ganado el respeto como uno de los miembros más activos de la familia real -estos días está embarcada en una gira oficial por Oriente Medio-, e incluso el cariño de los británicos porque Carlos aparece a su lado como un heredero más feliz y relajado.
 Por eso, la anécdota revelada en el libro de Taylor, que antaño hubiera dado pie a muchas críticas, ha sido acogida sencillamente como la nota a pie de página de aquella vida alegre que ya forma parte del pasado de la duquesa.

La falda favorita de Letizia es blanca y negra

La Reina se pone la prenda de Hugo Boss habitualmente desde 2014. La última vez fue el lunes en Aranjuez.

La reina Letizia, con su falda favorita. GTRES

La Reina de España acostumbra a repetir prendas aunque sea para comparecer en compromisos oficiales. Fiel representante de la monarquía del siglo XXI, reutiliza su armario con frecuencia. Un ejemplo de ello es el conjunto de Hugo Boss que desde 2014 saca de su armario con cierta frecuencia. Es un sobrio look en blanco y negro. Estos colores son los de la falda, que es al parecer una de sus favoritas ya que se la pone mucho. Esta pieza la usa en ocasiones con una chaqueta negra y una blusa blanca de corte muy clásico.
Los Reyes, el lunes en Aranjuez. Getty Images
El pasado lunes Letizia volvió a tirar de fondo de armario para presidir junto con el Rey en el Palacio Real de Aranjuez, y acompañados por la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, la sesión de apertura de un simposio internacional sobre Carlos III que actualizará el legado del monarca que impulsó la modernización ilustrada de España.

Hugo Boss es una de las firmas que más usa para trabajar.
 A estos conjuntos los llama su "uniforme". Hay otro traje beige de estilo masculino también de esta marca alemana que se pone mucho. 
Lo viene haciendo incluso desde antes de ser Reina.
Igual de rentable le resulta otro conjunto de este estilo en tono blanco, similar al que llevó el día de su compromiso, que luce con asiduidad.
En la Pascua Militar, la Reina también ha hecho uso de su fondo de armario. 
En 2015 repitió un vestido largo en doble crepe de lana en color verde ópalo, bordado en hilo y cristal al tono de su diseñador de cabecera Felipe Varela, que ya lució en la recepción del año anterior al Cuerpo Diplomático.