El hijo de la baronesa está acusado de defraudar medio millón de euros y de simular vivir en Andorra.
Borja Thyssen y su esposa, Blanca Cuesta. GTRES
La Fiscalía de Madrid pide dos años de cárcel con inhabilitación
especial para el ejercicio del sufragio pasivo por el mismo tiempo para Borja Thyssen-Bornemisza, hijo de la baronesa Thyssen, por un delito contra la Hacienda Pública en relación con el IRPF del año 2007 en la cantidad de 592.557,72 euros. Según el escrito de acusación de la Fiscalía, al que ha tenido acceso
Europa Press, Borja Thyssen no presentó su declaración correspondiente
en 2007 a pesar que durante dicho periodo residió más de 183 días en
España. Durante dicho año, el hijo de la baronesa
percibió a 1,4 millones de euros de la venta de exclusivas y reportajes
y para eludir cualquier tipo de tributación por dichas rentas utilizó
la entidad GROSBRACH LLC. domiciliada en Las Vegas (EE UU) y una cuenta
en el ANDBANK GRUP AGRICOL REIG de los que era titular. Borja Thyssen, con su esposa Blanca Cuesta, su madre Carmen Cervera y sus cuatro hijos. GTRES
Ante la agencia tributaria Thyssen manifestó que residió en
Andorra si bien tenía contratada su seguridad personal en España con dos
empresas españolas para el territorio nacional. También se ha visto
acreditada su presencia en España por los gastos de su tarjeta de
crédito y por sus gastos ordinarios mensuales de Gas Natural, Endesa,
Vodafone, Movistar y otros. Además de la pena de cárcel, la Fiscalía de Madrid pide que
indemnice a la Hacienda Pública por la misma cantidad que dejó de
ingresar más los intereses de demora correspondientes.
Fernando Trueba Jordi SocíasEL PAÍSFernando Trueba limita al norte con Billy Wilder, al este con Rafael
Azcona, al oeste con el piano de Bebo Valdés y el clarinete de Paquito
de Rivera y al sur con sus propios atributos, que suele asentarlos como
baza en espadas en cualquier alegre sobremesa donde unos amigos de su
cuerda compiten por ver quien es más cáustico, frívolo, ingenioso,
demoledor y divertido.
Decía
Rafael Azcona que no hay que fiarse de los proyectos cinematográficos
que surgen al final de un almuerzo bajo la euforia de un par de orujos .
Los verdaderos proyectos se deciden a las once de la mañana en el
despacho del productor ante un café con sacarina . Frente a este
principio canónico Fernando Trueba debe mucho de su éxito a la energía
creativa que emanaba de una mesa del restaurante El Frontón, en la calle
Pedro Muguruza de Madrid, donde solía tomar asiento una vez por semana
en compañía del propio Rafael Azcona y de José Luís García Sánchez. La
mesa tenía derecho de admisión: allí no se sentaba nadie que fuera
idiota o pesado. El restaurante ha cerrado, pero si hoy se pasara un
detector por aquel rincón puede que la aguja diera aún señales de la
cantidad de talento e imaginación que había quedado desperdiciada en el
aire. De esa mesa salieron, entre otras películas, Belle Epoque, con el Oscar incluido, y La niña de tus ojos, bajo la inspiración del orujo. Los provincianos Máximo y Palmira, progenitores de Fernando Trueba,
se habían asentado en el barrio de Cuatro Caminos en los años cincuenta y
comenzaron a fabricar hijos alegremente, hasta ocho, mientras Franco
hacía de las suyas. Era una familia de clase subalterna, pero al parecer
los padres inculcaron a sus hijos una divisa de combate: pobres sí,
pero tontos no. Ocho hijos suponía marcar territorios en habitaciones
con literas, atronar el espacio con descargas del último rock, cubrir
las paredes con carteles de héroes inasequibles, leer libros de
aventuras con una linterna debajo de las sábanas. Los sueños de Fernando
Trueba confluían con los de cada hermano en la olla familiar al
mediodía y una forma de que no naufragaran en la ardiente sopera
consistía en refugiarse los domingos con una bolsa de pipas en una
sesión doble de un cine del barrio y pedir rescate a John Wayne, a Gary
Cooper y a Humprey Bogart. Todo te iría bien en la vida si aprendías a
caminar, a fumar, a mirar a las chicas como ellos sin que los olores a
freiduría de los bares de Bravo Murillo te bajaran la autoestima. Fernando en el colegio pasaba por ser el más listo de la clase y
pronto se erigió también de forma natural en jefe del clan de los
Trueba, gente toda muy despabilada, como se ha demostrado. Le gustaba la
pintura, soñaba con Picasso, pudo haber sido pintor o escultor como su
hermano Máximo o tal vez músico, pero todo cambió aquel día que en un
cine de Cuatro Caminos vio la película Ariane, de Billy Wilder,
y fue cautivado por la ironía, sarcasmo, inteligente frivolidad unida a
la fascinación de este cineasta. Estaba claro que lo suyo iba a ser el
cine si el cine era, como en este caso, la seducción entre la alada
levedad de Audrey Hepburn y el carácter de Gary Cooper. Todavía era un chaval con las manos en los bolsillos en las
desoladas tardes de aquellos años sesenta en un Madrid donde se
alternaban los anuncios de suspensorios ortopédicos con los gritos del
Imperio hacia Dios, la publicidad del permanganato en los urinarios
públicos con el cochinillo en Casa Botín que tomaba Ava Gartner. En el curso 72- 73 se matriculó en la rama de Imagen de la
Facultad de las Ciencias de la Información. Fernando Trueba pertenece a
esa generación que decidió abominar de la España negra, de la caverna y
la clerigalla, más por estética que por ideología y comenzó a ejercer
los nuevos ritos con un desenfado ácrata. Pronto llegaron en su ayuda
las canciones de George Brassens, los juegos con una cámara super 8, el
primer viaje a París, las discusiones infinitas sobre literatura, cine,
política seguidas de borracheras en los bares de Reina Victoria, las
revistas Fotogramas, Cinemanía, Cahiers du cinéma y la nouvelle vague. El lado gamberro, el exabrupto detonante como redención, el
hecho de que a esta vida hemos venido a divertirnos montando pollos
comienza a formar parte de su estética vital. “No me he sentido español
ni un solo minuto de mi vida”.-dijo un día ante un ministro al recibir
un premio nacional. Eso es exactamente ser español, pero no de la España
de Rouco Varela ni de cebollinos reaccionarios. Fernando Trueba fue de
los primeros en descubrir que los jóvenes de su generación habían
comenzado a estar en el mundo de otra manera, a amarse sin decir te
quiero, a sentirse españoles de una forma distinta si se sacudían la
caspa de encima. Su obra iniciática, Opera Prima, fue una
definición propia que ya no abandonaría: la ácida búsqueda del lado más
inteligente del espectador para despertarle una risa disolvente, sello
de la casa, como sucede en La reina de España, su último trabajo.
En la primera un grupo de personas mantiene
una conversación intrascendente durante cinco minutos y una bomba
explota bajo su mesa.
Ahí tendríamos una escena aburrida y diez segundos
finales de sorpresa.
Ahora repitámosla mostrando al público desde el
comienzo que hay una bomba que estallará dentro de cinco minutos y
lograremos mantener su atención durante todo ese tiempo.
Eso es el
suspense.
El cine actual ha descubierto además una tercera vía, que
consiste en hacer explotar una bomba cada diez segundos y cuyo mayor
exponente sería Michael Bay.
Pero centrémonos ahora en la vertiente del suspense, más concretamente
en aquellas escenas que nos mantuvieron en tensión pegados a la butaca o
al sofá, que pueden corresponder a películas de diversos géneros.
A
continuación les mostramos nuestra selección, abierta por supuesto a
cualquier otro ejemplo que deseen añadir.
El ejemplo que puso el cineasta
británico no fue casualidad, se trata precisamente de lo que hizo en
este film de 1936, con un niño que pasea una bomba bajo el brazo por
medio Londres, atravesando multitudes, mientras nos tememos que explote
de un momento a otro… y efectivamente lo hace.
Al público le disgustó
ese desenlace y el propio director reconoció posteriormente que hacer
que fuera el muchacho quien llevase el artefacto fue un «serio error»,
dada su conexión emocional con el espectador.
Pero en cualquier caso la
escena es estupenda.
Con una tasa de mortalidad de en torno
al setenta por ciento, los submarinistas alemanes durante la guerra
tenían buenos motivos para vivir con una angustia atroz cada situación
de peligro, sin lugar alguno al que escapar o donde esconderse, solo
cabía esperar. Lothar-Günther Buchheim
fue parte de la afortunada minoría superviviente, lo que le permitió
más adelante escribir un libro que sería llevado al cine con inmejorable
resultado.
En esta escena, tras haberse sumergido para evitar un ataque
aéreo cuando pasaban por Gibraltar, un fallo mecánico les hace hundirse
hasta niveles de presión que el submarino no puede soportar y solo
queda invocar a Dios.
En Sola en la oscuridadAudrey Hepburn era
una mujer ciega que para tener ventaja sobre su perseguidor dejaba su
casa a oscuras.
En el clímax de una de las películas fundamentales de
los años noventa veíamos a Jodie Foster justo en la situación opuesta.
La
escena final de esta película será también la que cierre esta selección.
Parece ser que en el incidente real que inspiró esta historia el
comportamiento anómalo de las aves fue causado por una intoxicación
alimenticia.
Señalarlo hubiera sido un despropósito semejante a explicar
el origen de La Fuerza en los midiclorianos, y Hitchcock
tuvo el buen gusto de omitirlo.
El misterio de su comportamiento nos
provoca así más desasosiego, especialmente si después de haberles visto
hacer tantas diabluras ahora mantienen esa aparente calma, dejando
marchar a los protagonistas, como si estuvieran siendo condescendientes
con ellos.