Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

6 nov 2016

Dos pájaros de un tiro...............................................................................Juan José Millás....

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
HE AQUÍ un hombre que no ha recibido el Nobel de Literatura. Usted y yo tampoco, pero hay modos y modos de no recibirlo. 
Si te llamas Philip Roth y has escrito El lamento de Portnoy, no ganarlo es una forma de ganarlo. Nos explicamos.
 El Nobel de Literatura, no siempre, pero con frecuencia, premia al que se lo da y al que no se lo da.
Al primero de forma directa y al segundo de manera inversa. Aunque resulta un poco confuso, es tal y como lo decimos.
 No hablamos de un accésit, ni de un segundo premio, nada de eso. No.
 Hablamos de un galardón con todas las de la ley, cuya única diferencia con el premio directo es la dotación económica. El Nobel Inverso no está dotado.
 ¿Pero quién piensa en el dinero cuando recibe un honor de tal calibre Gozan del Nobel Inverso, entre otros, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Virginia Woolf, Graham Greene, pero también Juan Rulfo, León Tolstói, Kafka, Joyce o Italo Calvino.
 Les ha sido otorgado, en fin, a muchos escritores cuya lista nos quitaría, de tenerlo, el hipo.
 De hecho, siempre que se enumeran los premiados directos, se publica también la nómina de los inversos, que para algunos es más atractiva, y no solo por la calidad de su obra, sino por la gloria inherente al hecho de fracasar para que otro triunfe (véase La parte maldita, de Georges Bataille). 
Significa que para que Bob Dylan recibiera este año el Nobel de Literatura, era absolutamente preciso que no lo recibiera Roth. 

Lo curioso es que si lo hubiera recibido Roth, Dylan no habría recibido el inverso.
 Los suecos, qué listos, han vuelto a matar dos pájaros de un tiro.
USA - Authors - Philip Milton Roth

La ley del silencio...........................................................................Rosa Montero

El acoso escolar precisa campañas y protocolos de actuación porque se tiende a desdibujar responsabilidades. 



COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
CUANDO TENGO actos públicos en el extranjero, a menudo sale a relucir en el coloquio el “horrible maltrato que los españoles damos a las mujeres” y las muchas víctimas mortales que hay en nuestro país.
 Cierto es que son muchas, pero tal como se plantea siempre el tema es como si los españoles fuéramos los mayores asesinos de mujeres del planeta, cuando la realidad es muy otra. 
España es una sociedad que está en la media baja en cuanto a víctimas mortales por violencia de género. 
En Europa, por ejemplo, los países nórdicos nos duplican y hasta triplican el porcentaje de víctimas. 
Si el mundo sabe tanto de las muertes de mujeres en España, es precisamente porque nos importan, porque el tema se ha convertido en una cuestión de Estado, porque la sociedad está sensibilizada y hemos colocado el problema en el más alto punto de visibilidad pública.
 Estamos luchando contra ello con mayor o menor acierto, pero de lo que no cabe duda es de que nos lo tomamos muy en serio.
 Digo todo esto como ejemplo de lo que debe hacerse con un tema tan grave, y escandalizada ante la tremenda dejación de responsabilidad que manifestamos ante un problema igual de terrible que está empeorando cada día: el acoso escolar.

 De cuando en cuando vuelve a agitarnos la conciencia alguna noticia especialmente brutal, como si fuera una ballena que emerge de las profundidades con su chorro furioso.
 Niños que se tiran por los acantilados, o vídeos con aterradoras muestras de violencia que han grabado los propios verdugos con sus móviles. 
Pero luego siempre sucede, no sé cómo, que los poderes fácticos se apresuran a minimizar los hechos, a desdibujar responsabilidades y desactivar las investigaciones, e incluso llegan a culpabilizar y marginar a las familias de las víctimas que se atreven a presentar denuncia.
 A menudo otros padres de alumnos se apiñan junto a la dirección del centro contra la víctima, quizá porque resulta muy difícil asumir que tus propios hijos pueden ser unos maltratadores o cuando menos cómplices, esto es, asumir tu parte de responsabilidad como padre en ello, y por consiguiente prefieren minimizar los hechos, decir que son cosas de chiquillos.
 Pero no. No son cosas de chiquillos.
 Son auténticas torturas y el niño o la niña que las sufre no sólo pasa por un calvario atroz durante años y corre el riesgo de suicidarse, sino que, además, es probable que quede marcado de por vida.
Estoy harta de escribir artículos sobre este tema: me desespera ver que nunca cambia nada.
 Recientemente han salido a la luz otros dos casos en España; la niña de 8 años de un colegio de Palma de Mallorca a la que una docena de niños entre 12 y 14 años propinó tan brutal paliza que tuvo que ser ingresada en el hospital con traumatismo craneal entre otras lesiones.
 Los profesores dicen que fue un juego infantil que se desmadró, el fiscal archivó el asunto, la conselleria apoyó al colegio.
 La velocidad con que se está intentando enterrar todo es tremendamente sospechosa y por desgracia muy habitual.
 Lo mismo sucede con Alejandro, de 12 años, en Olula del Río (Almería). 
Alejandro lleva desde los 8 años sufriendo una persecución de tal calibre que está destrozado.
 No quiere vivir, no duerme, apenas come y está medicado.
 Otras dos familias han denunciado acoso en el mismo centro escolar; una de las víctimas incluso fue grabada durante una salvaje agresión sexual cometida por dos compañeros fuera del instituto, pero pese a todo esto nadie hace nada.
 Ni la Junta, ni Educación, ni el centro escolar.
 Y, naturalmente, la denuncia que interpusieron fue archivada. En el maltrato escolar impera la ley del silencio.
 Y todo esto no es más que la punta del iceberg del tormento que viven cotidianamente muchos de nuestros niños. ¡Basta ya! Necesitamos un Plan Nacional;  

campañas de educación de padres y niños con anuncios publicitarios, cómics, jornadas de información; necesitamos juzgados e inspectores escolares especializados, protocolos de actuación, centros de apoyo.
 Necesitamos visibilizar y priorizar el problema, como se hizo con la violencia de género.
 Seguir ignorando la existencia de este infierno nos convierte a todos en repugnantes cómplices.

Literatura de terror farmacéutica....................................................................Javier Marías

Piensen en algo físico o psíquico, leve o grave, inconveniente o alarmante. Todo está mencionado en los prospectos.
COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS
HACÍA YA años que no leía los prospectos de los medicamentos. Antes los miraba con atención para saber qué ingería, cuáles serían los beneficios y los (habitualmente) escasos riesgos. 
Estos ocupaban por lo general poco espacio, y se daba por supuesto que los buenos efectos superaban con creces a los improbables adversos.
 Pero los prospectos –como los manuales de instrucciones de cualquier aparato, desde una máquina de afeitar hasta una televisión– empezaron a alargarse con desmesura. 
Hoy requieren varias horas de lectura y se parecen a las Memorias de ultratumba de Chateaubriand, no sólo por su extensión sino por la adecuación de su contenido a ese título.
El demencial crecimiento de las advertencias se debe sin duda a una de las plagas de nuestro tiempo: la proliferación de abogados tramposos y de ciudadanos estafadores, dispuestos a demandar a cualquier compañía o producto por cualquier menudencia.
 Son conocidos los casos grotescos: en las instrucciones de los microondas hay que especificar que no valen para secar al perrito después de su baño, o en las de las planchas que éstas no se deben aplicar a la ropa mientras la lleva uno puesta.
 Probablemente hubo cenutrios a los que se les ocurrieron semejantes sandeces. 
En lugar de ser multados por su necedad incontrolada, interpusieron una demanda por no habérseles prevenido con claridad contra su memez extrema (se solía dar por descontada la sensatez más elemental en la gente); 
un artero abogado los apoyó y un juez contaminado de la idiotez ambiente falló a su favor y contra la cordura.
 El resultado es que ahora todos los productos han de advertir de los peligros más estrambóticos y peregrinos, sometiéndose a la dictadura de los tarugos mundiales sobreprotegidos. 

Lo mismo, supongo, sucede con las medicinas. 
Si uno lee un prospecto, lo normal es que no se tome ni una píldora, tal es la cantidad de males que pueden sobrevenirle.
 Son tan disuasorios que resultan inútiles. Bien, me recetaron unas pastillas para algo menor.
 Las tomé seis días y me sentí anómalamente cansado. 
Así que, contra mi costumbre, miré la “información para el usuario”, seguro de que la fatiga figuraría entre los efectos secundarios.
 Me encontré con una sábana escrita con diminuta letra por las dos caras.
 El apartado “Advertencias y precauciones” ya era largo, y desaconsejaba el medicamento a quien padeciera del corazón, del hígado, de los riñones, diabetes, tensión ocular alta y qué sé yo cuántas cosas más. 
Pero esto era un aperitivo al lado del capítulo “Posibles efectos adversos”, dividido así: a) “Poco frecuente (puede afectar hasta a 1 de cada 100 personas)”; b) “Raro (hasta a 1 de cada 1.000)”; c) “Desconocido (no se puede determinar la frecuencia a partir de los datos disponibles)”.
 Luego venía otra tanda, dividida en: a) “Muy frecuente (más de 1 de cada 10)”; b) “Frecuente”; c) otra vez “Poco frecuente”; d) otra vez “Desconocido”.
 La exhaustiva lista lo incluía casi todo. Piensen en algo, físico o psíquico, leve o grave, inconveniente o alarmante, denlo por mencionado
. Desde “erecciones dolorosas (priapismo)” hasta “flujo de leche en hombres (?) y en mujeres que no están en periodo de lactancia”. Desde “convulsiones y ataques” hasta “sueños anormales” (me pregunto cuáles considerarán “normales”), “pérdida de pelo”, “aumento de la sudoración” y “vómitos”.
 Desde “hinchazón de la piel, lengua, labios y cara, brazos y piernas” hasta “pensamientos de matarse a sí mismo” (el español deteriorado está por doquier: normalmente bastaba con decir “matarse”; claro que nada extraña ya cuando uno ha oído o leído en numerosas ocasiones “autosuicidarse”, lo cual sería como matarse tres veces).
 De “urticarias” a “chirriar de dientes”.
 De “aumento anormal de peso” a “disminución anormal de peso”. De “alegría desproporcionada” a “desfallecimiento”.
 Huelga decir que al sexto día dejé las pastillas.
 Por suerte nada de lo amenazante me había ocurrido, cansancio aparte.
 Pero ya me dirán con qué confianza u optimismo puede uno ingerir algo de lo que espera beneficio y no maleficio.
 Lo que más me llamó la atención fue el subapartado “Efectos adversos desconocidos”.
 Deduzco que ningún paciente se ha quejado aún de los daños en él descritos. 
Pero, por si acaso surge alguno un día, mejor incluir todo lo posible
Eso, obviamente, es infinito. 
Así que más vale que aportemos todos ideas.
 ¿Y si aumento de estatura y me convierto en un Gulliver entre liliputienses? ¿Y si disminuyo y me convierto en El increíble hombre menguante, aquella obra maestra del cine?
 ¿Y si cambio de sexo? ¿Y si me salen pezuñas o se me ponen rasgos equinos? ¿Y si me transformo en cerdo y acabo hecho jamones? 
No se priven, señores de las farmacéuticas, a la hora de imaginar horrores que los blinden contra los quisquillosos sacadineros.
 De momento ya han conseguido que nadie lea sus prospectos, y que, si lo hace, renuncie de inmediato a mejorar o a curarse con sus tan fieros productos. 

5 nov 2016

Pedro J. Ramírez y Ágatha Ruiz de la Prada se separan después de 30 años




El periodista Pedro J. Ramírez y la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada se han separado después de 30 años de relación, según confirmaron a Efe fuentes cercanas a la pareja.
El que fuera fundador de El Mundo y actual director de El Español y la diseñadora y aristócrata, ni han confirmado ni desmentido la noticia, ni siquiera a través de sus respectivas redes sociales.
Padres de dos hijos, Tristán, consejero delegado de Agatha Ruiz de la Prada, y Cósima, imagen de la firma de moda española, la mediática pareja aparecía en público en contadas ocasiones, principalmente por el compromiso que ambos tienen con su trabajo.
PEDRO