Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 oct 2016

Vivir la jubilación entre amigos................................................................... Antonia Laborde

En España hay ocho proyectos construidos para pasar la última etapa de la vida con conocidos y no en una residencia tradicional.


Grupo de amigos jubilados que vive en la residencia autogestionada Convivir, Cuenca. Foto/Vídeo: Carlos Rosillo.

La amistad entre Víctor Gómez y Cruz Roldán tiene 46 años.
 Se conocieron en una excursión a La Sierra por un grupo de marcha, “pero era más que eso, era un grupo de estilo de vida”, recuerda Roldán, de 79 años.
 Cuando cruzaban por el medio siglo de vida se preguntaron ‘¿por qué no nos vemos envejecer?’. 
15 años después, viven con sus respectivas esposas en Convivir, una residencia autogestionada en Cuenca.
 Decenas de amigos y familiares se entusiasmaron cuando plantearon la idea de vivir juntos pero no revueltos y hoy son 87 socios los que se identifican con el lema “ponerle vida a los años”. Cuentan con todos los servicios de una residencia tradicional, “pero no estamos sentados todo el día en una silla entre desconocidos”. Comparten, se mantienen activos, pero conservan su independencia.

La vejez llega más tarde, pero se piensa en ella desde antes. 
Los mayores de hoy —en particular los españoles y japoneses— viven más y no quieren pasar la última etapa de su vida entre desconocidos o “ser una carga para los hijos”.
 Así lo demuestra el Estudio UDP 2015, elaborado por el ministerio de Sanidad, donde más de la mitad de los encuestados ve poco probable vivir en una residencia, mientras que cuatro de cada diez ven como una alternativa los cohousing.
 Estas son viviendas diseñadas y autogestionadas por los mayores, que deciden entre personas afines dónde y cómo quieren vivir su jubilación. 
Los apartamentos pertenecen a una cooperativa, pero pueden dejarlos de herencia a sus hijos. En España hay ocho proyectos construidos y varios en etapa de gestación.
Falta poco para la hora de comer en la residencia Convivir y en una de las múltiples salas comunes se escucha a Raffaella Carrà. Un radio cassette Sony vibra al son de ‘Porque El Amor (Fataliá)’ mientras la gente se descojona.
 Es el taller de risoterapia dirigido por Lourdes Ranera.
 Aprendió esta técnica en la India, la enseñó durante más de 20 años en Barcelona y hoy hace reír todos los días a sus compañeros de residencia.
 Los que no se están riendo, se cambian de ropa tras una clase de gimnasia a cargo de Timoteo, que antes de jubilar se desempeñaba como profesor. 
Otros participan de la clase de macramé impulsada por Amelia López, de 88 años, la mayor de la residencia.
 La edad media es de 70 años, pero se respira un ambiente juvenil. “Venir aquí me ha rejuvenecido, es la gracia de vivir en una residencia cuando todavía estamos bien”, cuenta López.
 “Esto ayuda a que cuando dejes de trabajar no pienses cuándo te llegará tu hora”, agrega Roldán.
Aunque la residencia colaborativa se cimenta hace poco en España, Rogelio Ruiz, arquitecto de eCohousing, ha recibido casi mil solicitudes sobre información de este modelo de vivienda.
 Su equipo ganó el concurso para construir Trabensol, una de las dos residencias de este tipo construidas en Madrid: “Nos daba mucho reparo hacer casas para personas que no sabíamos quiénes eran ni cómo querían vivir.
 Las decisiones las tomamos con ellos. Si hay alguien que trabajó en jardinería opina de las áreas verdes y si hay una enfermera lo hace sobre cómo debiera ser el área de salud”. 
Todas las residencias de cohousing deben cumplir los requisitos de una tradicional: baños geriátricos, muebles terminados en curva, botones de emergencia en todas las habitaciones, entre otras cosas.
A diferencia la situación en Convivir, donde todos los que quieren un apartamento deben tener un conocido y ser socios, en Trabensol la oferta es para todo público.
 Los valores para hacerse socio de una cooperativa cohousing en España —que no exenta los gastos mensuales— van desde los 50.000 a los 140.000 euros.
 Este gasto se ve amortiguado en las residencias donde también reciben a no socios. 
En la Fuente de la Peña en Jaén, si eres socio pagas 2.080 euros mensuales por pareja, en vez de pagar un “alquiler” de 3.150 euros. Los costes también varían si el residente quiere servicios de limpieza, lavado, comida o solo acceso a los servicios de atención como enfermería y fisioterapia.

 

De las experiencias españolas, los impulsores coinciden en que los interesados se acercan más a los 50 que a los 70 años. Nemesio Rasillo, uno de los fundadores de la residencia Brisa del Cantábrico, donde la edad media es de 63 años, lo atribuye a que “los más mayores tiran del cuidado familiar.
 Pero hay muchos adultos que aún no jubilan y ya tienen claro que no quieren ser una carga para sus hijos”.
 En esta residencia, una de las normas es puede haber máximo 15 personas del mismo año de nacimiento, para garantizar el relevo generacional.
 Cada cooperativa tiene sus normas, pero una que se repite para tratar el tema de la dependencia, es que desde que un residente se suma al proyecto, parte de su dinero es relegado a un fondo social. “Así cuando alguno de los compañeros necesite una asistencia especial, lo cubrimos entre todos y no le significa un gasto importante”, explica Roldán.
Es la hora de la siesta en Cuenca, y “el castillo del siglo XXI”, como le llaman los habitantes de Convivir a su residencia, parece haberse detenido en el tiempo. 
Nadie circula por los largos pasillos de las dos plantas, las paletas de ping pong descansan sobre la mesa y la peluquería está cerrada con llave. 
Es el momento de disfrutar el apartamento que cada uno se ha decorado a su gusto. “En lugar de independizarse mi hijo, me he independizado yo”, dice en voz baja Luis de la Fuente, mientras cierra la puerta de su nuevo hogar.

No está para películas................................................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
HE AQUÍ un outsider. Parece que va o viene de jugar al golf, pero está a punto de asistir a un juicio en el que él es uno de los inculpados. No se pierdan la cantidad de pulseritas que luce en la muñeca, cada una con su color y, suponemos, con su significado oscuro.
 Tal vez al mostrarlas de este modo a la cámara diga algo que nosotros, ignorantes de estas expresiones adolescentes, no sabemos leer.
 Atentos también a la monería de llevarse la patilla de las gafas a la boca, un gesto típico, aprendido, y a la bolsa al hombro, con aire casual, como si rodara un anuncio de automóviles, quizá de polos deportivos.
 Todo él es un lugar común, un ripio, un cliché no sabemos muy bien de qué o quién, ni a qué o quién pretende parecerse, pero aun sin conocer el original nos atrevemos a aventurar que imita unas formas que le cautivan. Álvaro Pérez Alonso, El Bigotes, era el lugarteniente de Francisco Correa, Don Vito, y amiguito del alma de Paco Camps.
 Todavía nos ruborizamos al evocar las conversaciones telefónicas en las que actuaba de seductor con un estilo que increíblemente funcionaba.
 Llegó a lo más alto: a la boda de la hija de Aznar. Se despeñó luego y ahora, apremiado por la necesidad de adquirir una identidad nueva, cae, pobre, en los excesos infantiles que pueden apreciar. Dice Paulo Coelho que cuando deseas algo con pasión, el universo entero conspira para que lo consigas.
 Lo que El Bigotes quiere, sin haber leído a Marsé, ni siquiera a Coelho, es ser un Pijoaparte.
Necesitaría, desde luego, un guion, pero al guionista le piden 125 años y no está para películas.
DVD810. juicio Gurtel alvaro garcia. 4/19/2016

Masas ceñudas.................................................................Javier Marías

Trump presume de triunfador, pero su secreto reside en comportarse como un fracasado resentido e insatisfecho.

COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS
DENTRO DE  nueve días sabremos si el nuevo Presidente de los Estados Unidos es o no Donald Trump.
Hace ya mucho, el pasado enero, le dediqué aquí un ar­­tículo titulado “El éxito de la antipatía”, en el que terminaba diciendo que, pasara lo que pasara con sus intenciones de ser candidato, ya era muy grave y sintomático que hubiera llegado hasta donde había llegado.
 Ahora la situación es aún peor: aunque el 8 de noviembre acabe barrido por Hillary Clinton, todos habremos corrido el peligro real de que ese individuo pudiera convertirse en el más poderoso del mundo.
Da escalofríos imaginar que hubiera sido más hábil, más astuto, más hipócrita y serpenteante; que hubiera puesto cara y voz de “buenecito” de vez en cuando, como hace aquí Pablo Iglesias cuando decide mentir más para ganarse a un electorado amplio; que se hubiera ahorrado numerosas meteduras de pata y ataques frontales a todo bicho viviente, que hubiera procurado ser simpático y mostrar sentido del humor; que hubiera hilado algún discurso sobre lo que se propone hacer (lo más argumentativo ha sido esto: “Seguro que no haré lo que haría Clinton”).
 Si no se ha aplicado a nada de esto y aun así tiene posibilidades de ganar, a cuántos no habría engañado con un poco de disimulo.
 Lo bueno y lo malo es eso, que no ha fingido apenas, y acabo de explicar por qué es bueno.
 Sin embargo es malo porque significa que cuantos lo voten lo harán a sabiendas, con plena conciencia de quién es y cómo es. 
Y aunque al final sean “sólo” un 37% (según los sondeos más optimistas), es incomprensible y alarmante que semejante cantidad de estadounidenses desee ser gobernada por un tipo descerebrado, estafador, mentiroso a tiempo completo, racista, despectivo, machista, soez y de una antipatía mortal.  

Es el Berlusconi del continente americano, con la salvedad notable de que éste era simpático o se lo hacía; de que, por odioso que lo encontrase uno, comprendía que hubiera gente a la que le cayera bien. 
En el caso de Trump esa comprensión no cabe, algo tanto más llamativo cuanto que los Estados Unidos es el país que inventó la simpatía como instrumento político.
Al agradable Obama le quedan cuatro días, lo echarán de menos hasta quienes abominaron de él
Últimamente tengo la impresión de que eso, la simpatía, se ha acabado o está en la nevera, poco menos que mal vista. 
¿Hay algún líder “grato”, más allá de sus capacidades? No lo son Rajoy ni Hollande ni la nuremburguesa Theresa May (me refiero a las Leyes de Núremberg de 1935); Putin es un chulángano, Maduro un alcornoque cursi y dictatorial, Marine Le Pen y Sarkozy son bordes, un ogro el húngaro Orbán, y no hablemos de ese mastuerzo elegido en las Filipinas, Duterte, que en pocos meses ha hecho asesinar a tres mil personas sin que el mundo haya pestañeado.
 Al agradable Obama le quedan cuatro días, lo echarán de menos hasta quienes abominaron de él.
 Pero no es sólo en la política, es general. 
Hay una fuerte corriente cejijunta universal. Quienes gozan de más éxito y seguidores suelen ser los tipos broncos y hoscos, los que echan pestes, insultan a troche y moche y jamás razonan. 
Se sigue venerando a Maradona, que hace siglos que no le da al balón, por lo lenguaraz y camorrista que es, mientras que no hay futbolista educado, amable y modesto contra el que no se monte una campaña feroz: Raúl en su día, luego Xavi y Casillas, y a Messi ya lo culpan en la Argentina hasta de las derrotas de su selección en las que él no ha saltado al campo.
 De Piqué ni hablemos, no se le perdona que sea bienhumorado y desenfadado, como a Sergio Ramos. 
En realidad no se libra casi nadie que destaque en algo. 
Se ha acentuado la necesidad de destronar a quienes han subido demasiado alto, sólo que hay una enorme e hiperactiva porción del planeta que considera cualquier triunfo un exceso, por pequeño que sea.
 Esa necesidad siempre ha existido, y mucha gente aguardaba impaciente a que los ídolos se dieran el batacazo. 
La diferencia es que ahora esa porción enorme está agrupada y cree que no hay que esperar, que el batacazo lo puede provocar ella con el poderoso instrumento puesto a su disposición, las redes sociales.
 Hay muchas personas que no aguantan la lluvia de improperios que les cae desde allí; que se deprimen, se asustan, les entra el pánico.
Que se achantan, en suma, hasta querer desaparecer. Si se piensa dos veces, no tiene sentido amilanarse ante la vociferación canallesca e inmotivada. Sobre todo porque nadie está obligado a escucharla, a consultar su iPhone ni su ordenador.
Trump presume precisamente de triunfador, pero el secreto de su éxito reside en comportarse como lo contrario, como un fracasado resentido e insatisfecho, como la rencorosa turba que pulula por las redes, ufana de amargarles la vida a los afortunados y machacársela a los “inferiores”:
 inmigrantes, pobres, mexicanos, musulmanes, mujeres, discapacitados, prisioneros y muertos en combate “que se dejaron capturar o matar”.
 Era cuestión de tiempo que la masa de los odiadores intentara encumbrar a uno de los suyos: al matón, al chulo, al despotricador, al faltón y al sobón.
 Esperemos que no lo consiga, dentro de nueve días.

Dentro de pocos años........................................Rosa Montero

La conciencia animalista no significa que toreros y aficionados sean psicópatas. Es una cuestión de desarrollo empático y cívico.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
Y DIJO DIOS: hagamos al hombre a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y mande en los peces del mar y en las aves de los cielos y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra”.
 Leo este párrafo del Génesis y me maravilla su pueril bravuconería. A ese hombre que se cree un calco de Dios y que se siente autorizado a reinar sobre todo bicho viviente (incluida la mujer) le quedan por pasar muchas amarguras. 
Poco a poco la realidad irá imponiendo su ley y bajándole la cresta a trompicones.
Primero aprenderá que el firmamento no sólo no gira en torno a él, sino que la Tierra es un ínfimo grumo de materia que la ciencia ha ido desplazando a un lugar cada vez más insignificante del universo.
 Luego tendrá que tragar la amarga noticia de que Dios no le creó de golpe y porrazo a imagen de él, sino que venimos de un larguísimo hilo evolutivo que se remonta más allá de la Australopithecus Lucy.
 Que, además, hemos tenido hermanos de especie, los neandertales y, para colmo, ni siquiera hemos sido maravillosamente superiores a esos homínidos, como nos empeñamos en creer durante años, sino muy semejantes.
 Tanto que nos hemos cruzado con ellos y los europeos llevamos el 2% de sus genes. Y, por si esto no bastara para deprimir profundamente a ese humano pomposo, luego llegará la secuenciación del genoma y se demostrará que compartimos el 60% de nuestros genes con la mosca del vinagre.
 Madre mía. Tantísima presunción para llegar a esto. 

Y aquí estamos, intentando asumir nuestra continuidad con el resto de los seres vivos.
 Este es el siglo del animalismo, es decir, de la aceptación de nuestro lugar en el mundo, de nuestra responsabilidad con los otros animales.
 Digo esto al rebufo del escándalo creado por los comentarios brutales contra el niño enfermo que quiere ser torero.
 En primer lugar, esas posturas extremas son muy minoritarias dentro del mundo del activismo animalista; pero además, y sobre todo, es que la defensa de los animales no es una causa exclusiva de un puñado de activistas, sino que es un movimiento social amplísimo, un cambio de nuestro modelo cultural, de nuestra manera de ver el mundo.
 Como he intentado apuntar antes, forma parte de la evolución de la sociedad, del desarrollo de la civilidad y de los avances del conocimiento.
Por eso es absurdo intentar reducir un tema tan esencial a un rifirrafe partidista. 
La conciencia animalista no está relacionada con una ideología concreta, sino con un desarrollo empático y cívico.
 Con un aprendizaje personal. Soy hija de torero, y mi padre me enseñó, precisamente, el amor por los animales: así de contradictorios y de complejos somos los humanos. 
Sé bien que ser torero no es sinónimo de ser un asesino. De la misma manera que ser aficionado a las corridas no implica ser un psicópata.
Pero es verdad que tanto toreros como aficionados pertenecen a un mundo ya obsoleto con un nivel de admisión de la violencia que me descompone.
 Es todo una cuestión de evolución, de desarrollo interior, de conocimiento.
 De comprender con el corazón y con la cabeza que compartimos el 60% de los genes con la maldita mosca del vinagre, y que los demás animales sienten dolor y angustia y deses­peración, como nosotros.
 Hasta 1928, los caballos de los picadores no tenían peto. Los toros evisceraban a dos o tres caballos cada tarde; en el patio les metían los intestinos a puñados, los cosían y los volvían a sacar.
 Los pobres jamelgos caminaban pisándose las tripas, escribió Valle-Inclán.
 Primo de Rivera decretó la obligatoriedad del peto, y Ortega y Gasset sacó un artículo furibundo quejándose de la medida y diciendo que se había acabado la autenticidad de la fiesta.
 ¡Y era nuestro máximo pensador! Sin embargo, si hoy sucediera algo así en una plaza, todos los espectadores vomitarían de horror. A eso es a lo que me refiero: han evolucionado, se han hecho más civilizados. 
Dentro de pocos años, a todos nos parecerá igual de espantoso el toreo de hoy. 

Y eso supondrá un gran avance no sólo para los animales, sino, sobre todo, para nosotros.