En España hay ocho proyectos construidos para pasar la última etapa de la vida con conocidos y no en una residencia tradicional.
La amistad entre Víctor Gómez y Cruz Roldán tiene
46 años.
Se conocieron en una excursión a La Sierra por un grupo de
marcha, “pero era más que eso, era un grupo de estilo de vida”, recuerda
Roldán, de 79 años.
Cuando cruzaban por el medio siglo de vida se
preguntaron ‘¿por qué no nos vemos envejecer?’.
15 años después, viven
con sus respectivas esposas en Convivir, una residencia autogestionada
en Cuenca.
Decenas de amigos y familiares se entusiasmaron cuando
plantearon la idea de vivir juntos pero no revueltos
y hoy son 87 socios los que se identifican con el lema “ponerle vida a
los años”. Cuentan con todos los servicios de una residencia
tradicional, “pero no estamos sentados todo el día en una silla entre
desconocidos”. Comparten, se mantienen activos, pero conservan su independencia.
La vejez llega más tarde, pero se piensa en ella
desde antes.
Los mayores de hoy —en particular los españoles y
japoneses— viven más y no quieren pasar la última etapa de su vida entre
desconocidos o “ser una carga para los hijos”.
Así lo demuestra el Estudio UDP 2015,
elaborado por el ministerio de Sanidad, donde más de la mitad de los
encuestados ve poco probable vivir en una residencia, mientras que
cuatro de cada diez ven como una alternativa los cohousing.
Estas son viviendas diseñadas y autogestionadas por los mayores,
que deciden entre personas afines dónde y cómo quieren vivir su
jubilación.
Los apartamentos pertenecen a una cooperativa, pero pueden
dejarlos de herencia a sus hijos. En España hay ocho proyectos
construidos y varios en etapa de gestación.
Falta poco para la hora de comer en la residencia
Convivir y en una de las múltiples salas comunes se escucha a Raffaella
Carrà. Un radio cassette Sony vibra al son de ‘Porque El Amor (Fataliá)’
mientras la gente se descojona.
Es el taller de risoterapia
dirigido por Lourdes Ranera.
Aprendió esta técnica en la India, la
enseñó durante más de 20 años en Barcelona y hoy hace reír todos los
días a sus compañeros de residencia.
Los que no se están riendo, se
cambian de ropa tras una clase de gimnasia a cargo de Timoteo, que antes
de jubilar se desempeñaba como profesor.
Otros participan de la clase
de macramé impulsada por Amelia López, de 88 años, la mayor de la
residencia.
La edad media es de 70 años, pero se respira un ambiente
juvenil. “Venir aquí me ha rejuvenecido,
es la gracia de vivir en una residencia cuando todavía estamos bien”,
cuenta López.
“Esto ayuda a que cuando dejes de trabajar no pienses
cuándo te llegará tu hora”, agrega Roldán.
Aunque la residencia colaborativa
se cimenta hace poco en España, Rogelio Ruiz, arquitecto de eCohousing,
ha recibido casi mil solicitudes sobre información de este modelo de
vivienda.
Su equipo ganó el concurso para construir Trabensol,
una de las dos residencias de este tipo construidas en Madrid: “Nos
daba mucho reparo hacer casas para personas que no sabíamos quiénes eran
ni cómo querían vivir.
Las decisiones las tomamos con ellos. Si hay
alguien que trabajó en jardinería opina de las áreas verdes y si hay una
enfermera lo hace sobre cómo debiera ser el área de salud”.
Todas las
residencias de cohousing deben cumplir los requisitos de una
tradicional: baños geriátricos, muebles terminados en curva, botones de
emergencia en todas las habitaciones, entre otras cosas.
A diferencia la situación en Convivir, donde todos
los que quieren un apartamento deben tener un conocido y ser socios, en
Trabensol la oferta es para todo público.
Los valores para hacerse
socio de una cooperativa cohousing en España —que no exenta los gastos
mensuales— van desde los 50.000 a los 140.000 euros.
Este gasto se ve
amortiguado en las residencias donde también reciben a no socios.
En la
Fuente de la Peña en Jaén, si eres socio pagas 2.080 euros mensuales por
pareja, en vez de pagar un “alquiler” de 3.150 euros. Los costes
también varían si el residente quiere servicios de limpieza, lavado,
comida o solo acceso a los servicios de atención como enfermería y
fisioterapia.
De las experiencias españolas, los impulsores
coinciden en que los interesados se acercan más a los 50 que a los 70
años. Nemesio Rasillo, uno de los fundadores de la residencia Brisa del
Cantábrico, donde la edad media es de 63 años, lo atribuye a que “los más mayores tiran del cuidado familiar.
Pero hay muchos adultos que aún no jubilan y ya tienen claro que no
quieren ser una carga para sus hijos”.
En esta residencia, una de las
normas es puede haber máximo 15 personas del mismo año de nacimiento,
para garantizar el relevo generacional.
Cada cooperativa tiene sus
normas, pero una que se repite para tratar el tema de la dependencia, es
que desde que un residente se suma al proyecto, parte de su dinero es
relegado a un fondo social. “Así cuando alguno de los compañeros
necesite una asistencia especial, lo cubrimos entre todos y no le
significa un gasto importante”, explica Roldán.
Es la hora de la siesta en Cuenca, y “el castillo
del siglo XXI”, como le llaman los habitantes de Convivir a su
residencia, parece haberse detenido en el tiempo.
Nadie circula por los
largos pasillos de las dos plantas, las paletas de ping pong descansan
sobre la mesa y la peluquería está cerrada con llave.
Es el momento de
disfrutar el apartamento que cada uno se ha decorado a su gusto. “En
lugar de independizarse mi hijo, me he independizado yo”, dice en voz
baja Luis de la Fuente, mientras cierra la puerta de su nuevo hogar.