Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

10 oct 2016

Llevar a Jesús del Pozo a los altares............................................... María R. López

Exposición sobre la obra de Jesús del Pozo en la sala Canal de Isabel II (Madrid). 
 
Volumen, materia y colores son los tres pilares del homenaje a Jesús del Pozo (1946-2011) que se celebra estos días en la sala de exposiciones Canal de Isabel II.
 La muestra, organizada por la Comunidad de Madrid, recoge el espíritu que el diseñador español quiso transmitir durante toda su carrera: "Quitarse. Menos es más. Quedarse con la esencia", en palabras de la comisaria de la exhibición, Esperanza García Claver, quien fue la directora de comunicación de la firma durante cinco años. 
La exposición es una parte muy pequeña de la obra del diseñador español; 50 piezas, repartidas en cuatro plantas y prestadas por la Fundación Jesús del Pozo y por clientes privados, como la cantante Ana Belén, que ha facilitado su vestido Flor de terciopelo granate, utilizado para la gira Rosa de amor y fuego (1989), y el Verdugado, un dos piezas de seda gris que lució en el programa de TVE A los hombres que amé (2011).
 Con un carácter muy escénico, la muestra pretende "llevar a Jesús del Pozo a los altares", asegura la comisaria, historiadora del arte especializada en cultura de moda.  
Concisión, humildad y abstracción son tres de las características que mejor definían a Del Pozo.
 Con ellas impregnó su arte, pero también su forma de trabajar.
 Alguien como García Claver, que convivió tan de cerca con el modisto, las conoce bien.
 Y por eso su trabajo en la exhibición se ha centrado en plasmar sus 35 años de carrera, eligiendo sus piezas favoritas, las más representativas de su carácter. "Existe una intención en cada arruga, en cada textura, en la manipulación del tejido para potenciar y enriquecer el mismo", afirma la experta.
 Así, en la sala Canal Isabel II el público se encuentra con abrigos de un material tan noble como la rafia, sus vestidos Vaso -de tul termofijado, imitando a los vasos de camping que se pliegan-, las prendas más escénicas que recuerdan a la moda del Siglo de Oro español o la parte más contemporánea de Del Pozo: el vestido Movida Madrileña (1980-1981), con un cuerpo de aplicaciones de cristal y metal —que encontró en una ferretería— y una falda de organza. 
 Para García Claver, no se trata de una retrospectiva al uso: "No quería enseñar cómo evolucionaron los cuellos o las mangas de Jesús.
 Sino mostrar piezas que recorren todos sus años, desde finales de los setenta [su primer desfile coincidió con la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, y tuvo que posponerlo hasta enero del siguiente año] hasta su fallecimiento, en 2011.
 Incluso hay dos prendas de un desfile póstumo precioso que hizo su equipo", reconoce. 
Se refiere al chal y chaleco de punto Oriente, pintado a mano, y a una chaqueta de punto, de oro y lana. La firma Delpozo trata de mantener vivo el espíritu de su creador pensando en aquellas cosas que más le gustaban, como los viajes exóticos a Oriente, los colores azul pato, azul tinta y ocres. 
 
Hasta el próximo 23 de octubre se podrá disfrutar en Madrid de la obra de uno de los diseñadores españoles más importantes en la historia de la moda. 
El mismo que estableció su base de operaciones y su trinchera en la madrileña calle de Almirante, donde se encontraba el negocio de cestería que regentó su familia. Como reconoció Del Pozo en un reportaje que emitió TVE tras su muerte, “es una zona donde realmente me siento muy bien. 
Es como un laboratorio, aquí salen los colores, los conceptos. 
Antes podía trabajar en otros sitios, pero ahora me he dado cuenta que necesito estar aquí”. 

La verdad sobre la Resistencia francesa: ni tan masiva ni tan francesa.................................... Guillermo Altares

El historiador británico Robert Gildea desmonta la versión oficial de lo ocurrido en Francia durante la ocupación nazi.


La resistente Simone Ségouin combate en París en 1944. VÍDEO: REUTERS-QUALITY
El discurso nacional que Francia construyó después de la II Guerra Mundial es que el país fue liberado por la Resistencia, con cierta ayuda de los aliados, y que "salvo un puñado de miserables", en palabras del general Charles de Gaulle, el resto de los ciudadanos se comportaron como auténticos patriotas. 
 Nada más lejos de la realidad. 
El profesor británico Robert Gildea desmonta esta imagen nacional, que se encontraba ya bastante resquebrajada, en su nuevo libro, Combatientes en la sombra, que traza un minucioso retrato de la ocupación en el que más que de Resistencia francesa prefiere hablar de "resistencia en Francia" por la enorme cantidad de extranjeros que se sumaron a la lucha contra el nazismo, entre ellos miles de republicanos españoles.
"Francia fue derrotada y ocupada por Alemania .
 Cuando fue liberada y unificada de nuevo, se crea una historia única que mantiene que todo el país alcanzó la libertad unido bajo el liderazgo de De Gaulle y ese relato fue propagado a través de medallas, ceremonias, títulos", explica Robert Gildea, profesor de Historia Moderna del Worcester College de la Universidad de Oxford, cuyo libro será publicado esta semana en España por Taurus en traducción de Federico Corriente.
 Los olvidados en ese relato no fueron sólo aquellos españoles que huyeron del franquismo, sino también judíos de Polonia o Rumanía, los comunistas, así como las mujeres, cuya labor como resistentes también ha sido infravalorada.

 El libro todavía no ha sido publicado en Francia —está previsto para la primavera de 2017—, pero recibió excelentes críticas el año pasado en el mundo anglosajón en medios como The Economist o The New York Review of Books, cuya reseña firmada por el gran historiador de Vichy Robert O. Paxton se titulaba "la verdad sobre la Resistencia". 

Gildea, que ha publicado otros ensayos sobre la historia de Francia en los que estudia el mismo periodo, reconoce que la imagen ideal de la sociedad francesa había sido ya puesta en duda en películas como el documental La pena y la piedad o el filme de Louis Malle Lacombe Lucien, que tuvo como guionista al premio Nobel Patrick Modiano.

 Sin embargo, su estudio de 650 páginas, en el que maneja tanto fuentes documentales como entrevistas, es el más completo que se ha escrito hasta ahora desde un punto de vista crítico sobre la Resistencia durante la ocupación, entre 1940 y 1944.

 El enorme éxito alcanzado en Francia por las seis temporadas de la serie Un pueblo francés demuestra hasta qué punto sigue siendo un tema delicado y siempre actual.

"Tenemos que estudiar lo que ocurrió en Francia en el contexto de la lucha en Europa contra el nazismo, pero también del Holocausto y de la Guerra Fría.
 Mucha gente de la Resistencia combatió en las Brigadas Internacionales, son lo que Arthur Koestler, que compartió cautiverio con ellos, llamó La escoria de la tierra en un libro, gente que no tenía ningún sitio al que ir.
 Muchos republicanos se quedaron atrapados en Francia.
 Su objetivo era acabar primero con los nazis y luego con Franco, de hecho protagonizaron un intento fallido de invadir España en 1944. 
El relato simplista de la liberación nacional francesa sólo proporciona una parte de la historia, no toda", prosigue Gildea en conversación telefónica.
"El papel de los comunistas fue también muy importante, especialmente durante la liberación de París.
 Durante muchos años se produjo un enfrentamiento entre las dos versiones, la gaullista y la comunista.
 En 1944 los nazis capturaron a un grupo de resistencia que estaba formado por comunistas y judíos de Europa del este y lo utilizaron como propaganda diciendo que eran 'criminales extranjeros', pero había algo de verdad ello", afirma.
Combatientes en la sombra no sólo estudia los grandes movimientos históricos, sino que está lleno de personajes como Jean-Pierre Vernant, uno de los grandes helenistas franceses, que fue un personaje muy importante en la Resistencia, pero que nunca quiso alardear de ello.
 Cuando acabó la guerra, durante la que se jugó muchas veces la vida, volvió a sus libros y a sus clásicos.
 También está Lew Goldenberg, hijo de revolucionarios rusos de origen judío cercanos a Rosa Luxemburgo, que se negó a aceptar el armisticio o León Landini, un joven toscano que participó en el descarrilamiento de un tren alemán en octubre de 1942 cuando tenía 16 años.
Y, naturalmente, están los republicanos españoles, no sólo los miembros de La Nueve, la mítica brigada que fue la primera en entrar en París en agosto de 1944 y cuyo papel fue silenciado durante años —ha sido necesario esperar hasta 2008 para que se inaugurasen placas que mostraban su recorrido—. 
En el libro aparecen combatientes como Vicente López Tóvar, nacido en Madrid en 1909, que pasó su juventud en Buenos Aires, luchó en la Defensa de Madrid y en la Batalla del Ebro y, tras escapar a Francia, participó en la organización del Maquis.
 "La Guerra Civil nos había endurecido mucho", relató el propio López Tóvar a Gildea.
"Después del desembarco de Normandía, en junio de 1944, se produjo una guerra civil dentro de la II Guerra Mundial, no sólo entre los resistentes y los nazis, sino también con la milicia, la fuerza paramilitar de Vichy", señala el profesor de Oxford.
 En cuanto a la ocultación del papel que tuvieron las mujeres, Gildea explica que sólo fueron galardonados con medallas aquellos que participaron en acciones bélicas, mientras que muchas mujeres trabajaron en la organización de la resistencia, un papel tan peligroso como el combate, pero nunca totalmente reconocido. Todo esto no quiere decir que los franceses no tuvieron ningún papel, pero no fueron los únicos héroes de aquella guerra.

 

Podemos ingresa en la escuela de dolor............................................. Juan Cruz

Pablo Iglesias repite desde que se siente en la cúspide de la oposición que su partido debe trabajar en la politización del dolor.

Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, durante un mitin el 7 de octubre.
Aprender del dolor, sufrirlo, ayuda a compadecer, a padecer con otro, pues el dolor que se ve desde fuera, desde el lado de la ayuda, no es el mismo dolor que el que sufre quien de veras lo siente.
 El dolor es el símbolo penúltimo de la vida. 
Después del dolor puede haber paz o alivio, pero el dolor en concreto, mientras se sufre, no tiene ni pasado ni futuro, es presente.
 Tú no sientes dolor y te alivias pensando que no lo sentiste, y tú no ves el dolor de otro y lo sientes tú mismo. Tú te condueles, pero eso no es dolor, sino dolor con otro.
Repite Pablo Iglesias, el líder de Podemos, desde que se siente en la cúspide de la oposición política, que su partido debe trabajar en la politización del dolor.
 Lo dijo antes de que los socialistas tuvieran su catarsis, y ahora que él quiere, con los suyos, remachar el clavo, hurgar en la herida sin duda dolorosa de la crisis del partido al que él y Podemos quieren sustituir en la izquierda nacional, ha vuelto a decirlo: “Hay que politizar el dolor”
. Desde los sillones académicos, subido al trono indudable de los libros, esa expresión tiene historia y probablemente tiene futuro. Pero donde esté la palabra dolor, su concepto tan concreto, atraerlo a la arena de los argumentos políticos, supone un riesgo indudable para el que lo dice y una perplejidad sin alivio para el que sabe, además, del dolor como sufrimiento.
Las ideas, decía Ángel Ganivet, que se suicidó de dolor, en el frío del norte, son redondas o picudas.
 Esta que Iglesias acaba de sacar de los libros y de los argumentos es una idea picuda.
 La política es la búsqueda del bienestar, el dolor es el malestar; pero no es tan solo el malestar opuesto al Estado del bienestar, es el malestar por el dolor mismo.
 Quién no ha visto el dolor haciéndose, y el dolor sufriendo; quién no ha estado en los hospitales o en las clínicas, o al borde de las carreteras, quién no ha visto las imágenes del dolor en el mundo, el dolor en Siria, el dolor en las fronteras, el dolor ante los muros terribles de los que escribe, con tanto dolor, John Berger… 
Quién no ha sufrido el dolor, arriba y abajo en la sociedad, pues el dolor y su consecuencia más terrible no se paran ante las casas grandes ni ante las casas chicas.
Dolor es una palabra muy seria, como los golpes de la vida de los que escribía, con tanto dolor, César Vallejo.
 En su lucha sin cuartel, y sin freno verbal, que es un freno que usan las personas para atenuar los golpes, por ganarles a los suyos y a los otros, Pablo Iglesias ha vuelto a usar ese concepto, “politizar el dolor”.
Él debería hacerse con un Manual del dolor para distinguir los tipos de dolor que nos acechan, que le acechan a él y nos acechan a todos.
 Decir dolor no es sentir dolor; cuando se siente el dolor éste no tiene adjetivos, ni siquiera es parte de un eslogan político ni el núcleo de un poema. Es dolor es dolor es dolor, y si le pones un verbo delante que al menos no sea el verbo politizar.
 El dolor es algo perfectamente serio y se ha de decir a solas.

 

9 oct 2016

¿Por qué muchos siguen creyendo que Amanda Knox es una asesina?..................................... Rodrigo Casteleiro García

Nueve años después, un documental de Netflix constata que el escabroso caso todavía siembra muchas dudas.

Amanda Knox fue condenada a 26 años por el asesinato de Meredith Kercher, pero sólo cumplió cuatro. En la imagen, Amanda Knox acude al juicio celebrado en septiembre de 2011 en Perugia. Cordon / Vídeo: NETFLIX
Llegó a casa cansada después de la fiesta de Halloween. Se había vestido de vampiresa. Meredith Kercher, una estudiante británica de 21 años, fue a su cuarto y se puso cómoda.
 No había nadie más; sus compañeras de piso habían salido. Hacia la madrugada, alguien entró en su habitación. Quizá fueran varias personas.
 Meredith fue violada y recibió 46 puñaladas. Una de ellas, mortal, en la garganta. 
Después, taparon su cuerpo con un edredón. Era la noche del 1 al 2 de noviembre de 2007. Y lo que pasó en esa habitación de Perugia (Italia) continúa siendo, a día de hoy, un misterio.
 ¿Quién o quiénes estuvieron con ella?

Un documental de Netflix, Amanda Knox, estrenado estos días y dirigido por Rod Blackhurst y Brian McGinn, retoma este caso desde el papel de la principal acusada: la estadounidense Amanda Knox, compañera de piso de la víctima.
 Y condenada a 26 años de cárcel junto a su novio, Raffaele Sollecito, y Rudy Guede, un pequeño traficante marfileño.
 Tras cuatro años en prisión, la pareja fue absuelta por falta de evidencias biológicas claras.
 No así Rudy, que sigue entre rejas y reclamando su inocencia. Uno de los amigos de la asesinada, Meredith, que pide no ser identificado, explica a ICON que la familia desea paz ahora mismo, y que siguen intentando recuperarse de esa tragedia “sin nombre”.
 “El sistema judicial italiano falló a Meredith”, zanja.
Uno de los amigos de la asesinada, Meredith, que pide no ser identificado, explica a ICON: “El sistema judicial italiano falló a Meredith”
En todo este tiempo, Amanda Knox y su novio de la época, Raffaele Sollecito, no han dejado de ser sospechosos.
 Una conducta que la propia Knox potenció a lo largo de todo el proceso judicial: altiva y sonriente, se comportó durante muchos tramos de la investigación como si aquello no fuera con ella.
 O peor: como si supiera mucho más de lo que decía.
 Nueve años después, sus ojos -de un azul gélido- siguen levantando todo tipo de conjeturas.
 El documental, de hecho, juega con esa ambigüedad.

 A veces, se tambalea y llora como una niña; otras, mira a la cámara con esa profunda -e inquietante- mirada. Y asume, a las claras, que tras esa cara de ángel pudo -o puede haber todavía- un reverso terrorífico. Como ella misma plantea en la cinta: “O soy una psicópata con piel de cordero, o soy como tú”.

No esperen, sin embargo, una respuesta a esa pregunta.
 El documental no aclara quién o quiénes mataron a Kercher. Simplemente, presenta a los diferentes protagonistas de lo que, en su día, fue calificado como “el juicio de la década” para regocijo de los tabloides sensacionalistas.
 La historia, desde luego, acompañaba: un presunto crimen sexual cometido por una chica mona de familia rica (Amanda Knox), con drogas de por medio.
 Se llegó a hablar, incluso, de un ritual satánico.
 Las rotativas salivaban tinta con la historia de la pobre Meredith y Amanda. Unidas, fatalmente, por un programa Erasmus.
Meredith Kercher era una estudiante británica de padres obreros que llegó en agosto de 2007 a la bella y tranquila ciudad de Perugia (166.667 habitantes).
 Estudiaba Ciencias Políticas y venía de Leeds, una de las zonas con más comercios y tiendas del norte de Inglaterra.
 En la capital de Umbría alquiló un piso de cuatro habitaciones en el número 7 de la vía della Pergola; de lo más bucólico, con vistas a un pequeño valle.
 La convivencia con las otras chicas del apartamento era buena. Dos de ellas eran italianas y la otra, Amanda Knox, de 20 años, estadounidense.
 La relación entre Amanda y Meredith se empezó a deteriorar con el paso de las semanas. Meredith, más recatada, le reprochaba que se trajese a desconocidos a casa.

 Por los ruidos, más que nada. Y también le echaba en cara su desorden.
 Amanda había venido como Erasmus desde Seattle, una de las ciudades más pudientes de EE UU.
 Estudiaba italiano, alemán y escritura creativa en la Universidad para Extranjeros de Perugia. 
Y trabajaba como camarera en uno de los bares de moda: Le Chic. 



Raffaele Sollecito, el que fuera novio de Amanda cuando se produjo el asesinato, acudió en 2015 al programa italiano 'Porta a porta' para hablar del caso. Él también fue encarcelado. Cordon
Una semana antes del terrible suceso, Amanda conoció a un chico italiano de 23 años en un recital de piezas de Schubert. 
Se llamaba Raffaele Sollecito y estudiaba Ingeniería Informática. El flechazo –coinciden ambos en el documental– fue instantáneo. 
A ella, ese aire de Harry Potter italiano que tenía él, le volvía loca. Y a él, mucho más tímido y retraído, le fascinaba su descaro. Raffaele vivía solo.
 Así que Amanda no dudó en mudarse a su piso. Esos cinco días que estuvieron juntos apenas salieron de la cama.
 Si acaso para liarse otro porro o, en el caso de ella, para ir a trabajar.
 La noche de Halloween, Le Chic estaba a tope. Tanto que al día siguiente no había apenas clientela.
 La noche del 1 de noviembre, Amanda recibió un sms de su jefe, el congoleño Patrick Lumumba: no hacía falta que fuera a trabajar. Apenas unas horas después, su compañera de piso, Meredith, era brutalmente asesinada.
 Y en este punto es donde comienza la nebulosa de este caso.
Según la primera versión que dio Amanda a la policía, la pareja no se había separado en toda la noche.
 Vieron la película Amélie, fumaron algún porro más y se acostaron. Al día siguiente, Amanda volvió a su casa para ducharse y cambiarse.
 La puerta de la entrada estaba entreabierta. 
Y en el baño había gotas de sangre.
 Pero pensó que alguien se habría cortado y no le dio mayor importancia.
 Al salir de la ducha, Knox se percató, ya sí, de algo que le hizo temblar: alguien había defecado en el váter y no había tirado de la cadena.
 Un despiste que no era habitual en esa casa.
 Pensó que, tal vez, había alguien más dentro y se fue a buscar a su novio.
 Al volver, se dieron cuenta de que una de las ventanas estaba rota. Y el cuarto de Meredith, cerrado. “¡Meredith, Meredith!”. Pero ella no contestaba.
 Llamaron a la policía. Y al derribar la puerta de su habitación, los agentes se encontraron con una escabechina.
 Había salpicaduras de sangre por todas partes. 
Y un pie asomando por debajo de un edredón ensangrentado. 
Todo esto, según la versión de Amanda Knox. 


A la izquierda, Rudy Guede, acusado del asesinato de Meredith Kercher, en un juicio celebrado en Perugia en 2008.
 Es el único encarcelado por el caso.
 A la derecha, una fotografía de Meredith Kercher, la chica asesinada.
El fiscal que terminaría asumiendo aquel caso como propio, el italiano Giuliano Mignini, llegó al lugar pasadas algunas horas.
 Aficionado a las novelas de Sherlock Holmes, cuenta en el documental que desde un primer momento supo que aquello no había sido un robo. 
No faltaban objetos de valor. Y además el asesino o asesinos habían tapado el cuerpo semidesnudo y degollado de la víctima:
 “Cuando la asesina es una mujer, tiende a cubrir el cuerpo de una víctima mujer. A un hombre nunca se le ocurriría”. Aquello, por sí solo, no incriminaba a Amanda. 
Pero su comportamiento en la horas siguientes sí llamó la atención: su compañera de piso había sido salvajemente asesinada y ella se estaba besando con su novio y haciéndose carantoñas delante de la escena del crimen.
 Tal vez por eso fue requerida dos días después –ella y no alguna de las dos chicas italianas que compartían también piso con Meredith- para que dijera si faltaba algún cuchillo en la cocina.
 Su respuesta fue taparse los oídos y empezar a gritar. Aquella fue la primera vez que se empezó a sospechar de Amanda Knox.
Los agentes se percataron también de que el más débil de la pareja era Raffaele Sollecito, el novio de Amanda.
 Fue llamado a declarar. 
Y tras un interrogatorio muy insistente y agresivo, en palabras de Raffaele, cambió su versión. 
Hasta entonces había mantenido que la noche en que asesinaron a Meredith, Amanda y él estuvieron en la casa de Sollecito todo el tiempo.
 Pero en un momento dado, el novio de Amanda confesó: “Hasta ahora solo he contado mentiras porque es lo que ella me pidió.
 La verdad es que aquella noche estuve en casa. Amanda no estuvo conmigo y no volvió hasta la una”.
 En el documental de Netflix, Amanda sostiene que sufrió malos tratos y que por eso, y porque estaba también estresada y con miedo, acusó a su jefe de ser el asesino de Meredith.
 “Me vino a la mente la puerta de mi casa abierta, Patrick con su chaqueta de cuero marrón y Meredith gritando.
 Y pensé que eso significaba que yo estaba recordando que él la había matado”.
 Esto no evitó, sin embargo, que fueran detenidos junto a Lumumba y encarcelados; ellos como cómplices.
 Pero, al cabo de tres semanas, se comprobó que su jefe tenía coartada y que aquella acusación era, por tanto, falsa. Y salió de prisión. 
“La manera de razonar de Amanda era extrañísima: alternaba entre el sueño y la realidad”, recuerda Giuliano Mignini, el fiscal del caso.
 Entretanto, la hasta entonces tranquila e idílica ciudad de Perugia trataba de seguir con su vida.
 Algo casi imposible con ese ajetreo de cámaras y periodistas.
 Algunos de ellos como Nick Pisa, del Daily Mail –hoy en The Sun-, disfrutaron de lo lindo con aquel suceso. 
Como él mismo reconoce entre carcajadas: “Fue una asesinato horrible: degollada, medio desnuda, sangre por todas partes. 
¿Qué más se puede pedir en una historia?
 Lo único que falta, quizás, sea la familia real o el Papa”.
A la izquierda, Amanda Knox durante uno de los juicios por el asesinato de Meredith Kerche en 2011. A la derecha, una imagen actual en una entrevista que concedió en televisión. Cordon

A la policía lo que le faltaba era el arma del delito.
 Se buscaba un cuchillo lo suficientemente grande como para coincidir con las características del asesinato.
 Y se halló en casa de Raffaele.
 Aquel cuchillo de unos 15 centímetros de hoja tenía el ADN de Amanda en la empuñadura.
 Y el ADN de Meredith en la punta. 
Todo empezaba a encajar. Porque tiempo después se encontraron también trazas del ADN de Sollecito en el enganche roto del sujetador que la víctima llevaba cuando fue asesinada.
 “Ahora ya no hay esperanza para esos dos”, resumieron los agentes. Pero aún faltaba un tercer implicado.
La autopsia confirmó que Meredith había sido violada.
 En su cuerpo se halló el ADN de Rudy Guede, un traficante de 21 años de poca monta, procedente de Costa Marfil, cuyas huellas aparecieron también en la habitación. Y que, casualmente, estaba huido desde el día del crimen. Fue localizado en Alemania y extraditado a Italia. Según dijo, había conocido, “a la chica asesinada”, el día antes del crimen. “Al día siguiente fui a su casa, pero no hicimos nada porque ninguno de los dos tenía condones. 
Así que fui al cuarto de baño. Después la oí gritar y salí corriendo. Vi a un tío. No le vi bien la cara porque estaba oscuro. 
 Salió corriendo por la puerta principal. Vi a Meredith que estaba sangrando: tenía un corte en la garganta”.
Su comportamiento en la horas siguientes sí llamó la atención: su compañera de piso había sido salvajemente asesinada y ella se estaba besando con su novio y haciéndose carantoñas delante de la escena del crimen
Guede conocía a Knox y Sollecito de verse por el barrio y charlar de vez en cuando.
 Pero no les incriminó. Insistía en que no había podido verle la cara al asesino. 
El día de su juicio, separado del que iba a celebrarse contra la pareja, lo vio, sin embargo, más claro: “A través de la ventana, vi cómo se alejaba a lo lejos la silueta de Amanda Knox”. 
 Rudy Guede fue condenado a 30 años de cárcel por su participación en el asesinato. El “juicio de la década” se celebró un año y medio después del crimen. ¿Qué había pasado en esa habitación?
 El jurado, formado por dos jueces y seis ciudadanos, consideró válida la reconstrucción de los fiscales Giuliano Mignini y Manuela Comodi. Y fue esta que sigue. 
La noche de autos, los tres condenados llegaron juntos a la casa de vía della Pergola. “Knox, Sollecito y Guede, bajo el efecto de estupefacientes y quizá del alcohol, decidieron llevar a cabo el proyecto de implicar a Meredith en un fuerte juego sexual”.
 Pero ella se resistió y Guede la violó mientras Amanda y Raffaele la sujetaban.
 Después la apuñalaron hasta que Knox, fuera de sí, le asestó la cuchillada mortal en la garganta para “vengarse” de aquella “joven afectada, demasiado seria y morigerada para su gusto”.
En 2009, Amanda y su novio eran condenados a 26 y 25 años, respectivamente. Caso cerrado. Pero no. Porque en 2011 -y tras apelar- la pareja quedaba absuelta, básicamente porque la investigación de la policía científica italiana había sido una chapuza: no se respetaron los protocolos internacionales de recolección de pruebas y procesamiento.
 En el cuchillo había, en efecto, ADN de Knox. Pero la cantidad de supuesto ADN hallada en el filo “era demasiado escasa como para llegar a conclusiones definitivas”, expusieron los profesores Stefano Conti y Carla Vecchiotti, también presentes en el documental. 
Por otra parte, el análisis del sujetador de Meredith señaló que el hallazgo del ADN de Sollecito tampoco era concluyente.
 Conti y Vecchiotti advirtieron de que las técnicas de recogida y procesamiento utilizadas por la policía no permitían descartar una contaminación de la prueba.
 Junto con las de Sollecito, se detectaron también trazas del ADN de otros varones en ese enganche.
Amanda y su novio fueron condenados a más de 20 años cada uno.
 Dos años después el caso se reabre y la pareja queda absuelta porque la investigación de la policía científica italiana había sido una chapuza
En resumen: Amanda y Raffaele quedaban libres. Y a Rudy, que también recurrió, se le redujo la condena a 16 años por cómplice de asesinato.
 Para entonces, el enredo era ya internacional. En EE UU se hablaba abiertamente de “antiamericanismo”.
 Ese que había condenado a una chica inocente de Seattle a pasar cuatro años entre rejas siendo inocente. 
La entonces secretaria de Estado Hillary Clinton se interesó por el caso.
 Y Donald Trump –en aquella época solo un magnate - pidió un boicot contra Italia.
 Después de eso, el caso se enredó aún más en los tribunales. En 2013, el Tribunal Supremo anuló esa absolución. Y un año después, el Tribunal de Apelación de Florencia volvía a condenar a Knox y Sollecito, aunque la tesis de la orgía sexual fue sustituida por una discusión entre las compañeras de piso que derivó en una agresión sexual, por parte de Guede, que acabó en asesinato “porque la víctima iba a denunciar”. En 2015, el Supremo confirmó, definitivamente, la absolución de la pareja. Amanda Knox fue condenada, eso sí, a tres años de cárcel por acusar de los hechos a Patrick Lumumba, su jefe en el bar Le Chic. Si bien ya había cumplido esa pena durante su estancia en prisión preventiva. Rudy Guede está actualmente en la prisión de Mammagialla, en Viterbo, Italia.
En EE UU se hablaba abiertamente de “antiamericanismo”. Ese que había condenado a una chica inocente de Seattle a pasar cuatro años entre rejas siendo inocente
Si Amanda y Raffaele no participaron, ¿con quién más estaba Guede? ¿Le asestó él solo las 46 puñaladas, además de sujetarla y abusar de ella?
La autopsia también reveló que Meredith Kercher había peleado con todas su fuerzas. 
¿Quiénes más estaban en esa habitación? 
Todo son incógnitas en un documental que sigue la estela de la serie Making a murderer.
 Y que amigos cercanos a la familia Kercher, que rechazó participar en él, lo consideran un “cuento de hadas” o “propaganda” en favor de Amanda Knox.
Uno de estos amigos, que pide no ser identificado, explica a ICON que la familia desea paz ahora mismo, y que siguen intentando recuperarse de esa tragedia “sin nombre”. 
“El sistema judicial italiano falló a Meredith”,
 zanja.
 Los directores Rod Blackhurst y Brian McGinn, autores de Amanda Knox, el nombre del documental, niegan, por otro lado, que su intención fuera resolver el caso
. En una entrevista con el portal Sensacine, declararon: “Llevamos trabajando en esto desde 2011 y queríamos ver la parte humana que se escondía tras esos titulares.
 Y en última instancia, iniciar una conversación más amplia sobre si estamos en una sociedad más interesada en el entretenimiento o en la información”.
Esa segunda pregunta queda respondida en el caso de Amanda Knox.
 Conocida su absolución, volvió a Seattle donde fue recibida como la estrella mediática en la que luego se convertiría.
 Entrevistas. Programas especiales. 
Y cuatro millones de dólares (3,5 millones de euros) por contar su versión en un libro.
 Su exnovio, Raffaele Sollecito, mientras, mantuvo un perfil bajo.
 Aunque hizo sus pinitos como asesor en programas de crímenes sin resolver. 
Nueve años después, se presentan en el documental de Netflix como víctimas de un sistema judicial chapucero que les condenó de por vida a ser los culpables de un asesinato que, aseguran, no cometieron.
 Algunos cree que los ojos de Amanda sugieren, tal vez, otra cosa.


Un presunto crimen sexual cometido por una chica mona de familia rica (Amanda Knox), con drogas de por medio y un ritual satánico. Meredith y Amanda, unidas, fatalmente, por un programa Erasmus
Knox estaba fuera esperando, relajada. Cuando le llegó su turno -y la policía le dijo que Raffaele le había traicionado- su pose cambió. “Estaba con él, estaba con él. No tenía que trabajar esa noche”, se defendió. Y les enseñó el mensaje que ella le había mandado a su jefe, Patrick Lumumba, como contestación al suyo: “Certo. Ci vediamo piu tardi. Buona serata”. Ese “ci vediamo piu tardi” [nos vemos más tarde] incrementó aún más las sospechas. “¡Eso es que tenías una cita con alguien, eso es que habías quedado con él y te olvidaste por lo traumático de la situación!”, le espetó la policía a Amanda.