Nueve años después, un documental de Netflix constata que el escabroso caso todavía siembra muchas dudas.
No había nadie más; sus compañeras de piso habían salido. Hacia la madrugada, alguien entró en su habitación. Quizá fueran varias personas.
Meredith fue violada y recibió 46 puñaladas. Una de ellas, mortal, en la garganta.
Después, taparon su cuerpo con un edredón. Era la noche del 1 al 2 de noviembre de 2007. Y lo que pasó en esa habitación de Perugia (Italia) continúa siendo, a día de hoy, un misterio.
¿Quién o quiénes estuvieron con ella?
Un documental de Netflix, Amanda Knox, estrenado estos días y dirigido por Rod Blackhurst y Brian McGinn, retoma este caso desde el papel de la principal acusada: la estadounidense Amanda Knox, compañera de piso de la víctima.
Y condenada a 26 años de cárcel junto a su novio, Raffaele Sollecito, y Rudy Guede, un pequeño traficante marfileño.
Tras cuatro años en prisión, la pareja fue absuelta por falta de evidencias biológicas claras.
No así Rudy, que sigue entre rejas y reclamando su inocencia. Uno de los amigos de la asesinada, Meredith, que pide no ser identificado, explica a ICON que la familia desea paz ahora mismo, y que siguen intentando recuperarse de esa tragedia “sin nombre”.
“El sistema judicial italiano falló a Meredith”, zanja.
Uno de los amigos de la asesinada, Meredith, que
pide no ser identificado, explica a ICON: “El sistema judicial italiano
falló a Meredith”
Una conducta que la propia Knox potenció a lo largo de todo el proceso judicial: altiva y sonriente, se comportó durante muchos tramos de la investigación como si aquello no fuera con ella.
O peor: como si supiera mucho más de lo que decía.
Nueve años después, sus ojos -de un azul gélido- siguen levantando todo tipo de conjeturas.
El documental, de hecho, juega con esa ambigüedad.
A veces, se tambalea y llora como una niña; otras, mira a la cámara con esa profunda -e inquietante- mirada. Y asume, a las claras, que tras esa cara de ángel pudo -o puede haber todavía- un reverso terrorífico. Como ella misma plantea en la cinta: “O soy una psicópata con piel de cordero, o soy como tú”.
No esperen, sin embargo, una respuesta a esa pregunta.El documental no aclara quién o quiénes mataron a Kercher. Simplemente, presenta a los diferentes protagonistas de lo que, en su día, fue calificado como “el juicio de la década” para regocijo de los tabloides sensacionalistas.
La historia, desde luego, acompañaba: un presunto crimen sexual cometido por una chica mona de familia rica (Amanda Knox), con drogas de por medio.
Se llegó a hablar, incluso, de un ritual satánico.
Las rotativas salivaban tinta con la historia de la pobre Meredith y Amanda. Unidas, fatalmente, por un programa Erasmus.
Meredith Kercher era una estudiante británica de padres obreros que llegó en agosto de 2007 a la bella y tranquila ciudad de Perugia (166.667 habitantes).
Estudiaba Ciencias Políticas y venía de Leeds, una de las zonas con más comercios y tiendas del norte de Inglaterra.
En la capital de Umbría alquiló un piso de cuatro habitaciones en el número 7 de la vía della Pergola; de lo más bucólico, con vistas a un pequeño valle.
La convivencia con las otras chicas del apartamento era buena. Dos de ellas eran italianas y la otra, Amanda Knox, de 20 años, estadounidense.
La relación entre Amanda y Meredith se empezó a deteriorar con el paso de las semanas. Meredith, más recatada, le reprochaba que se trajese a desconocidos a casa.
Por los ruidos, más que nada. Y también le echaba en cara su desorden.
Amanda había venido como Erasmus desde Seattle, una de las ciudades más pudientes de EE UU.
Estudiaba italiano, alemán y escritura creativa en la Universidad para Extranjeros de Perugia.
Y trabajaba como camarera en uno de los bares de moda: Le Chic.
Se llamaba Raffaele Sollecito y estudiaba Ingeniería Informática. El flechazo –coinciden ambos en el documental– fue instantáneo.
A ella, ese aire de Harry Potter italiano que tenía él, le volvía loca. Y a él, mucho más tímido y retraído, le fascinaba su descaro. Raffaele vivía solo.
Así que Amanda no dudó en mudarse a su piso. Esos cinco días que estuvieron juntos apenas salieron de la cama.
Si acaso para liarse otro porro o, en el caso de ella, para ir a trabajar.
La noche de Halloween, Le Chic estaba a tope. Tanto que al día siguiente no había apenas clientela.
La noche del 1 de noviembre, Amanda recibió un sms de su jefe, el congoleño Patrick Lumumba: no hacía falta que fuera a trabajar. Apenas unas horas después, su compañera de piso, Meredith, era brutalmente asesinada.
Y en este punto es donde comienza la nebulosa de este caso.
Según la primera versión que dio Amanda a la policía, la pareja no se había separado en toda la noche.
Vieron la película Amélie, fumaron algún porro más y se acostaron. Al día siguiente, Amanda volvió a su casa para ducharse y cambiarse.
La puerta de la entrada estaba entreabierta.
Y en el baño había gotas de sangre.
Pero pensó que alguien se habría cortado y no le dio mayor importancia.
Al salir de la ducha, Knox se percató, ya sí, de algo que le hizo temblar: alguien había defecado en el váter y no había tirado de la cadena.
Un despiste que no era habitual en esa casa.
Pensó que, tal vez, había alguien más dentro y se fue a buscar a su novio.
Al volver, se dieron cuenta de que una de las ventanas estaba rota. Y el cuarto de Meredith, cerrado. “¡Meredith, Meredith!”. Pero ella no contestaba.
Llamaron a la policía. Y al derribar la puerta de su habitación, los agentes se encontraron con una escabechina.
Había salpicaduras de sangre por todas partes.
Y un pie asomando por debajo de un edredón ensangrentado.
Todo esto, según la versión de Amanda Knox.