Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

5 oct 2016

Una Ana Frank con final feliz........................................................... Isabel Ferrer

Publicado en Holanda el diario de adolescencia de Carry Ulreich, judía ortodoxa nonagenaria que sobrevivió a los nazis oculta tres años en casa de una familia católica practicante.

 

Carry Ulreich (a la derecha, con vestido) junto a su hermana, Rachel, cuando eran adolescentes en 1939.

“Ana Frank con final feliz”. Así firmó Carry Ulreich, en Ámsterdam, el libro destinado a los visitantes de la casa museo de Ana Frank.
 A punto de cumplir 90 años, no pretendía llamar la atención, pero su peripecia vital es similar a la de la autora del diario más reconocible del Holocausto, pero con esa diferencia esencial: Carry sobrevivió a la invasión nazi de Holanda y guardó el relato de su experiencia escrito en siete libretas.
 Como Ana, se había escondido de los nazis con sus padres y su hermana, Rachel.
 Luego se sumaría Bram, el novio de esta última.
 Como Ana, cuya familia procedía de Alemania, Carry era originaria de otro país, en su caso, Polonia, y recibieron la ayuda de unos vecinos que se jugaron la vida. 
Pero mientras Ana venía de un entorno liberal, los Ulreich eran judíos ortodoxos, y el relato de la adolescente arroja luz sobre los retos impuestos a sus creencias por la situación.
 Sobre todo porque a ellos los escondió una familia católica practicante de Róterdam.
 
Carry Ulreich (a la derecha, con vestido) junto a su hermana, Rachel, cuando eran adolescentes en 1939.

“Ana Frank con final feliz”. Así firmó Carry Ulreich, en Ámsterdam, el libro destinado a los visitantes de la casa museo de Ana Frank. A punto de cumplir 90 años, no pretendía llamar la atención, pero su peripecia vital es similar a la de la autora del diario más reconocible del Holocausto, pero con esa diferencia esencial: Carry sobrevivió a la invasión nazi de Holanda y guardó el relato de su experiencia escrito en siete libretas.
Como Ana, se había escondido de los nazis con sus padres y su hermana, Rachel. Luego se sumaría Bram, el novio de esta última. Como Ana, cuya familia procedía de Alemania, Carry era originaria de otro país, en su caso, Polonia, y recibieron la ayuda de unos vecinos que se jugaron la vida. Pero mientras Ana venía de un entorno liberal, los Ulreich eran judíos ortodoxos, y el relato de la adolescente arroja luz sobre los retos impuestos a sus creencias por la situación. Sobre todo porque a ellos los escondió una familia católica practicante de Róterdam.
Carry se llama ahora Carmela Maas, vive en Israel y cumplirá 90 años en noviembre.
 Su diario acaba de ser publicado en holandés bajo el título Nachts droom ik van vrede (De noche sueño con la paz) por la editorial Mozaïek. En marzo de 1944, en plena Guerra Mundial, el Gobierno holandés en el exilio anunció desde Londres que una vez terminada la contienda recogería los escritos que pudieran documentar lo ocurrido.
 Ana Frank, oculta con su familia desde 1942 en el trastero de una casa de los canales de Ámsterdam, reescribe y ordena a partir de entonces su diario con vistas a una posible publicación.

Vida cotidiana

En Róterdam, la ciudad portuaria arrasada en 1940 para allanar la invasión nazi, se escondía por las mismas fechas Carry Ulreich, de 16 años.
 Los suyos no son los únicos relatos de lo ocurrido con los judíos escondidos (unos 300.000 hacia 1943, de los cuales se salvaron unos 25.000, según datos oficiales). 
Tampoco se ocultaron solo los judíos, pero los historiadores señalan que escasean los recuerdos de esa época con el arco completo de la vida cotidiana de familias ortodoxas antes de la ocupación, durante su encierro forzoso y después de la guerra.
El relato de Ana Frank es también la historia del despertar adolescente de una niña con afanes literarios, que se enamora por primera vez en un interior asfixiante. 
Carry describe en varios pasajes el efecto que les produjo la obligación de llevar la estrella amarilla cosida a la ropa, epítome del antisemitismo: “… A mí no me importa (…) me siento muy orgullosa de ser judía (…) papá no piensa igual, no se atreve a salir a la calle y no lo hace (…), cuando mira por la ventana le digo que tenga cuidado de no caerse, porque necesitará una estrella ahí abajo”, dice, en uno de los pasajes, con sorna adolescente.
 En otros, se pregunta por qué no pueden comer lo mismo que los católicos Zijlmans, que les acogieron durante tres años: “…
 Esta noche hemos cenado conejo asado con mantequilla (…) la primera vez, y ojalá que sea la última, que comemos algo trefá (que no cumple los preceptos religiosos). 
Y eso que estaba riquísimo. 
 Parecía pollo. ¿Por qué no podemos comer algo así?”, se pregunta, ante un plato que no era kosher (adecuado para los judíos), en pleno racionamiento.
 


Carry Ulreich, la autora de los diarios, ojea uno de ellos en Israel, donde vive en la actualidad.
Estos roces y los intensos debates teológicos entre ambas familias no les enfrentaron.
 Carry mantuvo siempre contacto con la familia Zijlmans, que le dejó su habitación, con una ventana, para dormir.
 “Ellos lo hacían en el rincón de las patatas y sin ventilación ¿Te imaginas?
 No lo hicieron por dinero, sino por amor a Jesús”, ha declarado a la prensa holandesa, poco antes de la aparición del libro.
 Cuando los dueños de la casa se iban a misa, la vida dentro se paralizaba para no llamar la atención.
 En esos momentos el silencio era total. Durante una razia de los nazis, sus protectores pudieron evitar que les descubrieran distrayendo a los soldados.
 Tal vez delatados, solo Otto Frank, el padre de Ana, regresó de los campos de concentración.
 La niña y su hermana, Margot, murieron en Bergen-Belsen. 
La madre, Edith, pereció en Auschwitz.
A pesar de su juventud, la jovencita Carry colaboraba antes de la guerra en el Consejo Judío de Róterdam y deseaba ir a Palestina, entonces protectorado británico (tras el acuerdo de la ONU de 1947 de crear dos Estados, uno árabe y otro israelí, en 1948 fue declarada la independencia del Estado de Israel). 
 “Por las noches no sueño con la guerra sino con la paz, con gentes que regresan de Polonia y voy a buscar al tren (…) después vienen con nosotros a Palestina”, añade en un fragmento relativo a los deportados. 
 Tras la liberación, la joven vería cumplido su sueño. Se casó con Jonathan Mass, un soldado británico de la denominada Brigada Judía, que ayudo a los judíos holandeses a recomponer sus vidas, y vive hoy al sur de Tel Aviv.
 Aunque nunca pensó en publicar su diario, uno de sus hijos llamó la atención de la editorial holandesa, que lo presentará en la próxima Feria de Fráncfort. 

La Brigada Judía y las novias de la guerra

Formada en 1944, la Brigada Judía era una unidad de infantería del Ejército británico integrada por más de 5.000 voluntarios de Palestina, entonces un Mandato británico, así encomendado por la Sociedad de Naciones tras la I Guerra Mundial. 
Entre sus tareas figuraba la búsqueda de supervivientes del Holocausto y ayudarles si querían emigrar a Palestina. 
Esto último se hizo en ocasiones de forma ilegal
. Después de actuar en Italia, el grupo fue trasladado en 1945 a Bélgica y Holanda.
 Jonathan Mass, era uno de sus soldados y se casó en 1946 con Carry Ulreich en una sinagoga de Róterdam.
 Fue una de las denominadas novias de la guerra. Cuando emigraron a lo que hoy es Israel, ella llevó consigo su diario. En 1949 la siguieron sus padres.
Atrás quedaron los tres años de escondite con la familia Zijlmans, que tenía tres hijos, y perdió al mayor durante la guerra de independencia de la antigua colonia de las Indias Holandesas, actual Indonesia (1945-1949). 
A pesar de los roces propios de católicos estrictos y judíos ortodoxos, forzados a compartir el mismo techo, ella los llama en el diario papá y mamá II.
 Durante décadas, las libretas de la adolescente Carry estuvieron metidas en cajas de cartón.
 “Ahora dicen que el relato es bonito; que es importante porque se ha escrito poco sobre Róterdam en ese periodo. 
Y el diario no es deprimente.
 Está lleno de esperanza”, ha declarado la anciana escritora al rotativo Trouw desde su casa en Tel Aviv. Madre de dos hijos y una hija, tiene veinte nietos y más de sesenta bisnietos. 

Cynthia Nixon: “Como Emily Dickinson, estoy obsesionada con la muerte”.......................... Rocío García

La actriz de la serie 'Sexo en Nueva York' interpreta a la atormentada poeta en 'Historia de una pasión', de Terence Davies.

Cynthia Nixon, en 'Historia de una pasión'.
Tras esa apariencia suave, la sonrisa candorosa y la aparente formalidad, rematada con una finísima cadena de oro en el cuello, se esconde una mujer decidida y valiente, que declaró su homosexualidad, se separó de su marido, con el que tenía dos hijos, y se volvió a casar con la activista Christine Marinoni, con la que ha tenido otro hijo. 
Una mujer con cáncer de mama que ha batallado de manera pública contra su enfermedad. 
Es la actriz estadounidense Cynthia Nixon (Nueva York, 1966) la famosa abogada Miranda Hobbes de la serie Sexo en Nueva York, que ahora nos descubre en el cine la vida nada convencional y atormentada de esa poetisa, Emily Dickinson (1830-1886), que se retiró del mundo para escribir sus inquietudes en un tiempo muy masculino, en el que no había hueco para ella.
 Historia de una pasión, dirigida por Terence Davies, se estrenó en las pantallas el próximo viernes.
Le gusta a Nixon, de 50 años, recalcar que los dos personajes, el de la abogada Hobbes y la poetisa Dickinson, tan distantes entre sí, comparten algo importante como es la inteligencia, la disciplina y la absoluta determinación.
 En una entrevista realizada el pasado festival de Cine de San Sebastián, donde su película se presentó en la sección Perlas, la intérprete se sigue sorprendiendo por el huracán que arrastra el éxito de Sexo en Nueva York
“Sigue, sigue y sigue... A veces me resulta un poco pesado, pero, en general, me resulta agradable que la gente recuerde esta serie que, sin duda, ha marcado mi carrera.
 De hecho, yo llevaba actuando desde los 12 años, había trabajado en papeles de más categoría, pero fue a raíz de esta serie cuando mi teléfono no paraba de sonar".
La zambullida en la vida de Emily Dickinson, una autora que Cynthia Nixon conoce bien y admira desde joven como lectora, le ha supuesto un acercamiento mayor a esta mujer. 
“He leído su poesía  a lo largo de mi vida, no ha sido solo una lectura escolar o universitaria.
 Ahora para preparar esta película he vuelto a releer sus poemas, sus cartas y a investigar en su biografía. La Emily de mi infancia se centraba en la persona ansiosa y fuerte, con ganas de conocer el mundo.
 Hoy, me sugieren más aquellos poemas en torno al amor no correspondido, a la muerte, la eternidad y Dios”, explica la actriz, para quien Dickinson fue una incomprendida que no pudo ver en vida sus poemas publicados y eso le atormentó sobremanera. 
“Fue una persona con muchos miedos pero, a pesar de eso, tuvo la capacidad de cuestionarse y reflexionar sobre la muerte, igual que yo que estoy obsesionada con la muerte desde niña”, explica con su voz acompasada.
Defiende la actriz la libertad de Dickinson, que escogió su aislamiento como forma de defender su mundo interior frente a la represión exterior de la época y de la religión.
 “La religión era entonces el principal poder de control sobre la sociedad y Emily luchó contra esa moral represora, pero si hubiera vivido bajo el comunismo o cualquier otra dictadura también habría batallado y cuestionado ese régimen”, asegura.
La intérprete no esconde ni calla nada. “Como persona homosexual, sé que las cosas no se pueden esconder. Uno no se debe callar.
 Hay que salir del armario, pero no solo con la homosexualidad, sino también contra el racismo, los derechos de las mujeres o con tantos otros temas”.
 También con los peligros que atenazan a su país y al mundo con el candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump. “Sería una locura no tener miedo a Donald Trump”.

 

Aniversario de Janis Joplin Janis Joplin, el recuerdo de una voz poderosa

La cantante americana murió hace 46 años tras una vida de éxito, excesos y anhelos.

 

La cantante estadounidense Janis Joplin. DANIEL KRAMER
"Hago el amor con 25.000 personas, pero luego me voy a la cama sola", escribió en una de sus cartas la cantante Janis Joplin, muestra del éxito musical que alcanzó y de la dependencia afectiva que hacía frágil a la musa del movimiento hippie.
 Hoy se cumplen 46 años de su muerte, el 4 de octubre de 1970.  
Murió a los 27 años, envuelta en un mar de desencuentros emocionales mezclados con heroína y el alcohol.

La cantante nació en el pueblo texano de Port Arthur, en la América profunda, un reducto conservador donde la joven Janis, desaliñada e inquieta, no pasó desapercibida.
 En la adolescencia, lejos de cumplir con los cánones de mujer de revista y de lo que esperaba en la época de una mujer, sufrió acoso escolar y fue víctima de miradas que la señalaron como un bicho raro.
 La falta de afecto de su familia abonó su inseguridad.

Joplin hizo las maletas y viajó hasta San Franciso (California) donde protagonizó la ola contracultural y psicodelica que se desencadenó en la década de los sesenta.
 La escena musical estadounidense era pura revolución.
 Por aquel entonces, las letras de Bob Dylan, The Rolling Stones o Jimi Hendrix incendiaban los gramófonos.
Con una voz capaz de pasar de la ternura a la furia en un segundo, Joplin alcanzó el clímax de la fama, pero se volvió adicta al escenario, al calor del público.
 Después de cada actuación, tras el éxtasis del directo, se venía abajo, y ahí entraban las drogas que fueron apagando poco a poco su vitalidad. 
Salvaje, autodestructiva, trágica, su carrera comenzó con la Big Brother & The Holding Company y finalizó con la Full Tilt Boggie. Murió en plena fama después de consumir heroína de extrema pureza.
 Dejó interpretaciones que ya son historia de la música gracias a una voz torrencial: Summertime, Me and Bobby McGee o Bye Bye Baby.Una voz prodigiosa, la llamaban, La Blanca con Voz de Negra, era lo máximo que se podía decir de una cantante, aunque ella fue más que eso y se fue tan joven............


EL CORREO DEL ZAR Febril Lovecraft............................................... Jacinto Antón

No hay nada como leer con temperatura alta al viejo HPL, el soñador de Providence, o las obras basadas en su universo.

Siempre que leo algo de Lovecraft tengo fiebre.
 No podría decir de qué manera está relacionado lo uno con lo otro. Será el horror cósmico o un virus. 
Cuando paso de 37,5º ya me creo que estoy en Arkham o Innsmouth y deliro. 
Recuerdo que fue durante un ataque de fiebre altísima cuando a los 19 años leí Viajes al otro mundo, el ciclo de los viajes oníricos de Randolph Carter, para mí una de las cimas del gran HPL, al que muchos no le hacían caso y ninguneaban (entonces molaban más Althusser y Nicos Poulantzas –que curiosamente acabaron como personajes del propio Lovecraft-) hasta que vinieron con sus llaves de plata Rafael Llopis, Fernando Savater y Michel Houllebecq a reivindicarlo.

Siempre que leo algo de Lovecraft tengo fiebre.
 No podría decir de qué manera está relacionado lo uno con lo otro. Será el horror cósmico o un virus. 

La combinación de temperatura alta y las peripecias alucinatorias de Carter hicieron que a punto estuviera de no regresar nunca de la ignota Kadath –a veces me pregunto si en realidad he vuelto-. También con fiebre leí de cabo a rabo la canónica antología Los mitos de Cthulhu y esas cumbres sombrías que son El color que cayó del cielo, El que susurra en la oscuridad o En las montañas de la locura. 
 Cuando después de muchos años –y de haber visitado el castillo de Lord Dunsany y de lograr un juego de carnets de la Universidad de Miskatonic, incluido el pase de acceso a la zona restringida de la biblioteca y sus grimorios prohibidos- he vuelto a topar con Lovecraft, de nuevo ha sido afiebrado, claro.
Carnet de la Universidad de Miskatonic, Arkham
Un virus gastrointestinal (o quizá un hongo de Yuggoth) se ha sumado a la lectura de Carter & Lovecraft (Colmena Ediciones, 2016), un estupendo pastiche de Jonathan L. Howard (¡!) saludado por Locus como una de las novelas más interesantes del año y que parece que se convertirá en serie televisiva. 
He leído otras buenas obras que revisitan el mundo de HPL (como El libro de Lovecraft, de Richard A. Lupoff, en la que los nazis tientan al escritor para que pergeñe un Mein Kampf estadounidense, Extraños eones, de Emilio Bueso, que combina el viejo cementerio de El Cairo con el culto a Cthulhu o Los hombres muertos, de Jesús Cañadas, con Lovecraft, Frank Belknap Long y Robert Conan Howard buscando el Necronomicón –y encontrándose con Hitler, Pessoa, Crowley o Tolkien-) pero esta es de las mejores.
 Juega con mucha gracia, conocimiento y cariño con el canon y el universo lovecraftianos. 
De entrada el protagonista es un detective que se llama Daniel Carter (Randolph Carter es su ancestro) y que hereda una librería de lance en Providence que regenta una joven apellidada Lovecraft. Descendiente de HPL, Emily es negra, lo que tiene gracia si se piensa en la fobia racial del escritor. Juntos, Carter (que inicialmente confunde a HP Lovecraft con Linda Lovelace –la novela está llena de bromas y guiños-) y la chica Lovecraft afrontan el tradicional desafío a la cordura que supone la irrupción de fuerzas inexplicables, oscuras y malignas (y a menudo reptantes) en nuestro confiado universo convencional.
En fin, qué bonito es reencontrarse con Howard Philip Lovecraft mareado, sudando y tiritando, en vórtices idiotas atravesados por haces de luz. 
No hay como tener fiebre para adentrarse en el mundo no euclidiano de las divinidades requeteadjetivadas de HPL o entender en toda su angustia frases como “el todo y la nada lo atravesaron y su grito duró para siempre”.
 ¡Que suba el termómetro! ¡Cthulhu aguarda! ¡Cthulhu fhtagn!