La tutora de la hija de Whitney Houston acusa a Nick Gordon de darle un "cóctel tóxico" de drogas.
Un juez de Georgia (EE UU) ha declarado "legalmente responsable" de la muerte de Bobbi Kristina Brown, hija de la cantante Whitney Houston a Nick Gordon, el joven con el que mantenía una relación. La tutora de la fallecida había presentado una demanda civil contra Gordon por haberle suministrado un "cóctel tóxico" de drogas
y abandonarla en la bañera, según han informado los medios locales.
Bobbi Kristina Brown, de 22 años, fue hallada inconsciente en la bañera
de su casa en Roswell, Georgia, el 31 de enero de 2015 por Gordon. Falleció el 26 de julio del año pasado después de pasar seis meses en un centro de cuidados paliativos en Atlanta.
El juez del condado Fulton en Atlanta, Georgia, ha tomado la decisión
en ausencia de Gordon, quien no se ha presentado a las audiencias . Los
apoderados de la hija de Whitney Houston le reclaman el pago de una
indemnización de 44 millones de euros por daños y perjuicios, así como
la devolución de objetos que eran propiedad de la fallecida. De acuerdo con documentos presentados al tribunal por Bedelia C.
Hargrove, tutora y amiga de Bobbi Kristina, Gordon dio a la joven un
"cóctel tóxico" y la puso boca abajo en una bañera con agua helada. La
pareja mantenía una relación polémica en la que hubo varios incidentes
de violencia doméstica.
Nick Gordon estuvo al cuidado de Whitney Houston, quien la cantante
solía llamar “hijo”. Bobbi Kristina prefirió llamarle “novio-hermano” a
medida que su relación se fue haciendo más cercana hasta el punto de que
en las redes sociales llegaron a hablar de matrimonio. Según un
comunicado del abogado de Bobbi Kristina hecho público en 2013, la
pareja nunca llegó a contraer matrimonio.
Bobbi Kristina era la única hija del matrimonio de los cantantes
Bobby Brown y Whitney Houston. Cuando sus padres se separaron la joven
tenía 14 años y quedó bajo la custodia de su madre, a quien se sentía
muy unida. Krissy, como la conocían en su familia, fue la heredera de la
fortuna multimillonaria que dejó Whitney Houston al morir. La cantante falleció en febrero de 2012 a los 48 años ahogada en la bañera de un hotel en Beverly Hills.
Las dos series en torno al caso rehabilitan la figura de Marcia
Clark, que en los noventa tuvo que aguantar que la llamasen fea,
incompetente o mala madre.
Sarah Paulson podría llevarse el Emmy por
interpretarla.
La auténtica Marcia Clark y la
permamente que provocó un alud de críticas y Sarah Paulson caracterizada
como ella en 'American Crime Story'.
La fiscal que no pudo con OJ Simpson (y se convirtió en icono feminista)
Las dos series en torno al caso rehabilitan la figura de
Marcia Clark, que en los noventa tuvo que aguantar que la llamasen fea,
incompetente o mala madre. Sarah Paulson podría llevarse el Emmy por
interpretarla.
La auténtica Marcia Clark y la
permamente que provocó un alud de críticas y Sarah Paulson caracterizada
como ella en 'American Crime Story'.
Foto: Cordon Press
La fiscal Marcia Clark no era aficionada al fútbol americano. Ni a las películas de la saga Agárralo como puedas. Así que no tenía ni idea de quién era O.J. Simpson el día que le cayó el juicio de su vida.
Sus compañeros no daban crédito y le explicaron cómo de rico y famoso
era aquel tipo pero ella, de entrada, enfocó el caso por los hechos que
tenía delante: una mujer y su amigo aparecen brutalmente asesinados. El
ex marido de ella, único sospechoso lógico del crimen, había sido ya
condenado por propinarle una paliza –condena a ejercer servicios
sociales que saldó con una donación a la Fundación Ronald McDonald– y
tenía un largo historial de denuncias por violencia de género. Se
encontró un guante ensangrentado en la escena del crimen y el otro
guante del mismo par en casa del ex marido, cuyo coche también estaba
manchado de sangre. Había huellas de unos zapatos del ex marido, zapatos
que, luego se supo, él tenía y que pertenecen a una exquisita marca
italiana que solo fabrica 100 pares al año. Ah, y el ex marido tenía la
mano derecha lesionada y se contradijo a la hora de explicar esa lesión. Las evidencias se amontonaban, aquello tenía que ganarse solo, sería
cuestión de unir los puntos.
Pero Clark no contaba con dos tótems inquebrantables: la celebridad y
el sexismo. Durante los 11 meses que duró el juicio de O.J.Simpson, un
espectáculo televisivo que se considera el embrión de la reality tv,
y en realidad durante muchos años después, la fiscal se vio
cuestionada, ninguneada y ridiculizada hasta límites díficiles de creer. Se hicieron millones de chistes sobre su corte de pelo, el juez la
admonestó por llevar faldas demasiado cortas, su ex suegra filtró fotos
de ella en top less al National Enquirer, los
periódicos sensacionalistas dedicaron portadas a llamarle “mala madre” y
cubrieron la batalla judicial por la custodia de sus hijos. La defensa
la llamó “quejica” y “demasiado emocional” dentro del tribunal sin que
el juez se inmutase. Por último, el abogado de la defensa la tachó de
“histérica”, ese clásico de la misoginia de hoy y de siempre. Clark perdió el juicio, como todo el mundo sabe. El 3 de octubre de
1995 el actor y deportista era declarado inocente del asesinato de su ex
mujer, Nicole Brown- Simpson y del amigo de ésta Ron Goldman. Pero la
fiscal (que sufrió una violación cuando era adolescente y flirteó con la
Cienciología) ha añadido un inesperado tercer acto a su historia. Dos
décadas más tarde, se ha visto reivindicada y convertida en algo
parecido a un icono feminista gracias sobre todo a dos productos
televisivos: la docuserie The O.J.: Made in America del canal ESPN, en la que ella es una de los muchos entrevistados que recrean el caso, y la ficción The People vs O.J. Simpson, de FX. Sarah Paulson podría hacerse el domingo con un Emmy por una recreación de Clark especialmente empática y nada casual.
La fiscal que no pudo con OJ Simpson (y se convirtió en icono feminista)
Las dos series en torno al caso rehabilitan la figura de
Marcia Clark, que en los noventa tuvo que aguantar que la llamasen fea,
incompetente o mala madre. Sarah Paulson podría llevarse el Emmy por
interpretarla.
La auténtica Marcia Clark y la
permamente que provocó un alud de críticas y Sarah Paulson caracterizada
como ella en 'American Crime Story'.
Foto: Cordon Press
Cuando Ryan Murphy decidió dedicar una temporada de su serie American Crime Story
al que en los noventa se conoció como “el juicio del siglo” sabía que
quería reescribir la narrativa en torno a Marcia Clark, que en el mejor
de los casos se había perpetuado como una mala profesional que dilapidó
todas las pruebas que tenía a su favor –incluso en la primera temporada
de Unbreakable Kimmy Schmidt, del año pasado, Tina Fey insistía
en ese estereotipo– y en el peor, como una arpía. Uno de los seis
capítulos de la serie se titula Marcia, Marcia, Marcia y se
centra por completo en ella, en la sucia batalla por la custodia de sus
hijos que le presentó su ex marido, el trato machista que recibía
incluso dentro de la sala (el juez Ito pidió al jurado que no se
distrajese por las faldas demasiado cortas de la fiscal) y el brutal
escrutinio mediático.
Paulson se reunió con Clark y le dijo que pretendían cambiar esa
imagen, ella le contestó con incredulidad y le pidió disculpas por el
corte de pelo que iba a tener que llevar la actriz durante el rodaje.
“Corte de pelo” sigue siendo una de las primeras opciones que ofrece el
autocompletador de Google cuando se busca su nombre, debido a los miles
de artículos que se escribieron sobre el tema, todos negativos por
supuesto. Clark ha explicado que se hizo una permanente porque así se
ahorraba el secado y planchado. Con dos hijos menores de cinco años, no
le sobraba el tiempo. Su aspecto se ridiculizó tanto que un compañero le
aconsejó cambiárselo (también tuvo que ver a un “consultor de imagen”
que le recomendó ser más suave, hablar más flojo, tener maneras más
dulces). El día que apareció con el pelo alisado, el propio juez le
recibió con la siguiente frase: “Buenos días, señora Clark…creo”. Y los
tabloides le dedicaron titulares como Veredicto para el pelo de Clark: CULPABLE.
Clark, con el pelo alisado en el juicio y Paulson en un momento de la serie.
Foto: Cordon Press
Las dos series no solo sirven para rehabilitar la imagen de la fiscal
en clave feminista –revisando la prensa de la época, es innegable que
sufrió un trato sexista– sino que reenmarcan todo el caso O.J. Simpson
como lo que nunca dejó de ser, un crimen brutal de violencia de género. La defensa, liderada por Johnnie Cochran, hábilmente enfocó el caso
exclusivamente desde el ángulo racial, aludiendo a la historia reciente
de brutalidad policial y racismo en la policía de Los Ángeles (con casos
como el de Rodney King o el de Latasha Harlins, una adolescente negra
tiroteada sin motivo alguno por una dependienta coreana que fue
absuelta) y pintando al millonario Simpson –alguien que siempre había
rechazado cualquier tipo de implicación con el movimiento de los
derechos civiles o con cualquier causa afroamericana– como un negro más,
victima del sistema. En un giro clave para el caso, el llamado “Dream Team” de abogados de
a defensa, en el que estaba también Robert Kardashian, el fallecido
patriarca de las Kardashian, encontraron las llamadas “Furhman tapes”,
las cintas de una joven guionista en las que se oía perfectamente al
detective que detuvo a Simpson, Mark Fuhrman, decir “nigger” (negrata)
hasta 41 veces. Hacia el final del juicio, el 70% de los estadounidenses afroamericanos
creían que Simpson era inocente y un porcentaje similar de blancos lo
juzgaba culpable. Los porcentajes seguían intactos si se hablaba de
hombres y mujeres. La conversación se había trasladado por completo al
terreno racial y de pronto el hecho de que un hombre hubiese
presuntamente asesinado a la madre de sus dos hijos parecía secundario. De hecho, el jurado que absolvió a Simpson tenía una abrumadora
mayoría femenina: diez mujeres y dos hombres, de los cuales nueve eran
afroamericanos, dos blancos y un hispano. Las mujeres negras detestaban
especialmente a Marcia Clark, como queda patente en el documental O.J.: Made in America,
que consiguió entrevistar a dos de ellas. La mayor de ellas, ya
septuagenaria, Carrie Bess, simplemente gira el pulgar hacia abajo
cuando oye el nombre de Clark (quien, con cierta arrogancia y
desconocimiento pensaba que las mujeres negras eran su especialidad en
los jurados). Bess también admite en el documental que dejar libre a
Simpson era para ella “la revancha por Rodney King”, un correctivo a al
América blanca.
¿Hubiera sido distinto hoy ese juicio? Probablemente, cree incluso la
propia Clark. También ella hubiera recibido un tratamiento distinto,
defienden algunos artículos, que argumentan que por cada portada machista anti-Clark ahora la menos habría un furor en Twitter y unas docenas de artículos en webs feministas. En 2016 es difícil hacerse a la idea del poco tirón mediático que tenía
cualquier atisbo de feminismo en los 90. ¿Merece la sociedad una ronda
de aplausos colectiva por eta evolución? No tan rápido. La que durante
el juicio a O.J. Simpson era Primera Dama, Hillary Clinton, podría
volver a la Casa Blanca en dos meses, esta vez con las llaves en la
mano. Se sigue criticando su tono de voz,
se la somete a un estándar mil veces más alto que a su rival y un
periódico publicó esta misma semana que su hija, Chelsea Clinton, era
una mala madre
por no acompañar a su hija en el primer día de colegio, igual que le
pasaba a Marcia Clark. Eso sí, cada vez que pasa algo de eso, Twitter se
indigna.
Una decisión no se toma solo con la cabeza, sino también con el corazón e
incluso con los intestinos, donde los científicos han descubierto
células neuronales. Entre las opciones a descartar, serán las entrañas
las que nos indicarán cuál elegir. TENGO UN conocido que tras salir varios años con una chica se enfrentaba
a dar el difícil paso de pedirle matrimonio. Yo siempre he sostenido
que casarse es una decisión irracional porque, si uno lo piensa
detenidamente, lo más probable es que no lo haga. Sin embargo, este
conocido, que es economista y que aprendió a decir números antes que
papá, es profundamente racional, metódico y cuadriculado . Así que, para
ayudar a decantarse, procedió exactamente del mismo modo que cuando se
había de enfrentar a la compra de un automóvil o un inmueble. Abrió una
hoja de cálculo en su ordenador, la tituló “matrimonio” y anotó todos
aquellos parámetros que tenían que determinar su dictamen personal. Entre todos ellos había aspectos relacionados con la convivencia, la
atracción física, la satisfacción sexual, los aspectos económicos,
sociales… A cada una de esas variables les otorgó un peso determinado
según la importancia que tenían para él y, a renglón seguido, puntuó del
0 al 10 cada uno de los atributos, según él mismo consideró. Le aseguro
que esta historia es absolutamente cierta. Cuando la cuento, la mayoría
de personas, especialmente las del sexo femenino, se llevan las manos a
la cabeza. A las del masculino les suele divertir mucho .
Las mujeres son mucho más emocionales; para ellas, los sentimientos prevalecen sobre las razones.
para la inteligencia ejecutiva, la memoria y los hechos tienen el mismo valor que la imaginación o el deseo
La toma de decisiones en cuestiones trascendentales es un asunto muy
complejo que ha sido abordado por investigadores sociales, psicólogos y
neurólogos. Se sabe desde hace mucho tiempo que a la hora de elegir
actúan dos tipos de fuerzas. Por un lado, las racionales, basadas en los
hechos y en las probabilidades. En el caso de mi conocido, es el
equivalente a la hoja de cálculo. En otros ámbitos, como por ejemplo el
laboral, los elementos puramente lógicos serían el salario, el horario o
la solvencia de la empresa. Por otra parte están las fuerzas no
racionales, que incluyen aspectos tan ignotos e insondables como las
emociones, la intuición, el miedo o el deseo. Los investigadores no
cuestionan estos dos elementos, sino que dirigen su atención a
comprender cómo interactúan, se retroalimentan, y sobre todo, la manera
de proceder de nuestra inteligencia para resolver las contradicciones
que se producen entre lo racional y lo emocional. Los argumentos a favor
y en contra de una decisión funcionan a base de gradientes: por
ejemplo, valorar si esa persona me gusta algo, poco, mucho, bastante o
nada. Sin embargo, las decisiones son binarias. Lo compro o no lo
compro. Me caso o no. Acepto este empleo o lo rechazo. Ahí radica la
dificultad. Decidir consiste en convertir una variable continua en otra
dicotómica. ¿Quién se ocupa de ello?
Estamos empeñados en ser ultrafelices a tiempo completo y la
consecuencia es que la gente no sabe qué hacer con el desasosiego
cotidiano.
ESTA SOCIEDAD en la que vivimos no nos enseña a perder. Tampoco es que
nos haya enseñado bien a ganar, desde luego, y saber ganar es un
conocimiento muy importante, porque si no digieres y relativizas tu
triunfo es probable que se te fosfatinen las neuronas. Yo he visto a
algunas personas tan confundidas que creyeron que el éxito era un lugar
que habían conquistado, algo tan sólido y tan suyo como si se hubieran
comprado un chalet en la sierra; y cuando se acabó (porque todo lo que
sube, baja, y el éxito, que no es más que la mirada benevolente de los
otros, es especialmente volátil) se quedaron desconsoladas,
descolocadas, como alienígenas cuyo planeta hubiera sido repentinamente
desintegrado por una supernova.
Así que saber ganar también tiene su intríngulis. Pero cuando digo
que no nos han enseñado a perder me refiero a que el fracaso, al igual
que la muerte (ese gran, inevitable fracaso de la vida), es una realidad
esencial que el mundo se empeña en ocultar. No siempre ha sido así; ha
habido otras épocas mucho más conscientes de la decadencia de las cosas y
de los irremediables reveses del destino. Ya se sabe que cuando los
generales romanos celebraban sus espectaculares desfiles de triunfo, el
esclavo que les acompañaba en la cuadriga y que sostenía sobre sus
cabezas la corona de laurel iba musitando constantemente en sus oídos:
“Mira atrás y recuerda que sólo eres un hombre”.
Nuestro modelo social, en cambio, ha decidido prescindir de esas
reflexiones tan fastidiosas para centrarse en el brillo y el jolgorio. A
juzgar por los anuncios publicitarios, la vida es una fiesta
interminable, lo cual tiene poquísimo que ver con la realidad, porque,
incluso en el mejor de los casos, vivir tiene su cuota de desazón y
duda. El malestar también forma parte de la existencia, igual que la
alegría, pero se diría que el espejo colectivo en el que nos miramos no
admite zonas de sombra, así que todos estamos demasiado empeñados en ser
dichosos en sesión continua, ultrafelices y megadivertidos a tiempo
completo, como si eso fuera lo normal. Y no, no es normal ni tampoco posible, pero la consecuencia de esta
mentira es que la gente no sabe qué hacer con el desasosiego cotidiano
y, en cuanto se topa con una pequeña frustración, piensa que está
deprimida. No, hombre. La depresión es otra cosa. Que los días chirríen
un poco de cuando en cuando es inevitable, sano, hasta necesario.
Estuve reflexionando sobre todo esto en los pasados Juegos Olímpicos, esa apoteosis del triunfo personal.
En Río participaron 11.551 atletas y sólo un 10 porciento consiguió
medalla. Ahora piensen en esos miles de participantes que perdieron
Por supuesto que a mí también me emocionaron los deportistas que
subieron al podio. Son seres formidables, los mejores del mundo, titanes
que te dejan boquiabierta. Pero verán, en Río participaron 11.551
atletas de más de 200 países, y sólo un 10% consiguió medalla. Ahora
piensen en esos miles de participantes que perdieron. Piensen, sobre
todo, en los que quedaron en los cuartos puestos, tal vez a una milésima
de segundo del bronce. Nadie se acordará de ellos. No constarán en los
anales. Probablemente llevaban cuatro años, o más, viviendo única y
exclusivamente para llegar a Río. Un dilatado tiempo de sacrificio. Y es
posible que ya no puedan alcanzar los próximos Juegos. Muchos de ellos han desaprovechado, digamos, la oportunidad de su vida. Eso sí que es fracasar por todo lo alto. Y ¿saben qué? Los admiro. Creo que los admiro aún más que a los
ganadores. Pienso que la prueba a la que se enfrentan es más difícil.
Una hazaña doblemente heroica por anónima. Conseguir colocar todo eso,
hacer frente a la propia decepción y a la de los demás, no caer en la
culpa, en la paranoia, en la ira, en el arrepentimiento inútil, en el
melodramatismo de pensar que has tirado varios años de tu existencia, en
la búsqueda de chivos expiatorios y en tantas otras trampas venenosas a
las que puede conducirnos la frustración. Me gustaría saber más de
ellos y de cómo sobrellevan esa silenciosa proeza olímpica, porque no
hay ser humano que no haya conocido el sabor de la derrota y quiero
aprender de su fortaleza. Ya sé que es preciosa la alegría de los
ganadores, pero si los Juegos pueden enseñarnos algo es sobre todo eso: a
perder.