Una inmersión en el archivo de misivas enviadas por los estalinistas mexicanos a su Gobierno para que no asilase al revolucionario ruso, protegido hasta el final por el presidente Lázaro Cárdenas.
México
Desde cada rincón del país donde hubiese una célula comunista salía un telegrama o una misiva contra el “agente de las compañías petroleras y del Imperialismo yanqui”, como, por ejemplo, lo calificaba en su carta el Sindicato Gremial de Albañiles de Papantla, un pueblo de Veracruz.
Desde cada rincón del país donde hubiese una célula comunista salía un telegrama o una misiva contra el “agente de las compañías petroleras y del Imperialismo yanqui”, como, por ejemplo, lo calificaba en su carta el Sindicato Gremial de Albañiles de Papantla, un pueblo de Veracruz.
La Sociedad de Estudiantes Vanguardistas Alma Huasteca juzgaba que era un “extranjero peligroso (…) de quien toda la juventud de México se queja por temer de éste bochornosos enredos políticos en el interior del país”.
No menos contundente era el Comité Municipal Femenil de Arcelia, Guerrero, que lo situaba como “enemigo número uno de los trabajadores”.
Casi todos incluían en sus cartas la petición de que lo echasen de México; así lo hacía el brevemente denominado Comité regional de defensa de la nacionalidad contra el imperialismo y la reacción, que en su circular enviada a las autoridades con 11 puntos prioritarios para la nación colocaba en el número tres la expulsión de Trotski, por encima de otros asuntos como la atención médica a los campesinos o el acceso al agua potable.
El dosier gubernamental de cartas se resguarda en el Archivo General de la Nación.
EL PAÍS ha tenido acceso a la copia que posee la Casa Museo León Trotski, donde vivió y murió el revolucionario ruso, un lugar de gran valor histórico que se esfuerza por reunir los apoyos básicos para subsistir.
Jefe de una banda de atracadores, espía de
Inglaterra o agente de las petroleras de EE UU; la lista de acusaciones a
Trotski era variopinta
Varios militantes comunistas fueron arrestados por el atentado y la ola de misivas de las semanas posteriores tenía como propósito que dejasen a los camaradas en libertad y que aplicasen a Trotski el artículo 33 de la Constitución para la expulsión de extranjeros inconvenientes.
En el archivo también se encuentran cartas previas a su llegada a México.
El 7 de diciembre de 1936 la Alianza de Tranviarios enviaba un telegrama pidiendo que no se permitiese la entrada del [sic] “más grande contrarevolucionario mundial ligado fachismo alemán”.
En enero, Trotski arribó a México en barco asilado por el Gobierno del general Cárdenas, que había mantenido como una línea estratégica prioritaria de su política exterior la concesión de refugio a los exiliados en aquellos tiempos de profundas turbulencias mundiales.
Entre las cartas contra Trotski se encuentran acusaciones de lo más variopinto.
Desde la asociación de vecinos que afirma que es el “jefe de una banda internacional de atracadores” al Comité Estatal de Yucatán del Partido Comunista Mexicano que lo acusa de trabajar “como agente del Intelligence Service inglés”. El Comité Pro-reorganización de la Escuela y Redención del Ciego Mexicano lo define como un “fatídico instrumento del Imperialismo Internacional” y un miembro de un tal Club México para los Mexicanos propone desde Los Ángeles, California, que además de a Trotski también se aplique el artículo 33 “a todos los españoles refugiados en México”.
Cárdenas no hizo caso a la campaña contra su huésped.
El presidente nunca llegó a verse en persona con él para evitar echar leña al fuego de la propaganda estalinista y no tenía lazo ideológico alguno con el trotskismo, pero jamás rompió su compromiso personal de refugiarlo.
Hasta el 20 de agosto de 1940, cuando Trotski sufrió en su casa el atentado mortal de Ramón Mercader, un agente español de la Inteligencia soviética.
Aún días después, cuando el legendario bolchevique ya había dejado de existir, en las oficinas del Gobierno seguían recibiendo protestas contra Trotski, perseguido por carta hasta el más allá.