Llegó ella, figura del coso durante quince temporadas y, atalajada de
rosa capote, antes muerta que discreta, le pasó los trastos al
debutante e hizo mutis por la puerta grande con el respetable en el
canalillo. Mercedes Milá, gran maestra de los cónclaves de Gran Hermano desde el principio de los tiempos, le entregó una hortensia tamaño rosetón de Nôtre Dame a Jorge Javier Vázquez, gran maestro de los sanedrines Sálvame Diario y Deluxe, y de esa florida guisa quedó sellado el traspaso de poderes en el gobierno del reality
insignia de Paolo Vasile I de Mediaset España. En toriles, escarbando
la arena mientras le abrían el cercado, esperaba ansioso el ganado de
este año; el consabido lote de chonis de barrio, mazas de gimnasio, frikis de discoteca y el intelectual hipster
de turno encantados de haberse conocido y de conocer a sus homólogos
hasta el inminente inicio de hostilidades y apareamientos mutuos, fines
últimos de tan escogida cumbre de autoridades en sus respectivas
materias. La hortensia de la paz fue lo único ¿elegante? de la noche. Milá y
Vázquez zanjaban así cualquier atisbo de polémica, desencuentro o celos,
celitos, celos entre ellos. Ella admitió humildemente que se fue cinco
minutos antes de que se lo sugirieran, y él le agradeció gentilmente los
servicios prestados cinco microsegundos antes de crecerse un palmo
largo y pasaportarla a la historia. Sin acritud, sin prosopopeya, sin
misericordia. De reina a reina de la fiesta. Al final, todo quedaba en
casa. Y de eso se trataba, básicamente. De redecorar La Casa. Ni Gran Hermano, ni Supervivientes ni Las Campos ni Hombres, ni Mujeres ni Viceversa. Hace tiempo que quedó claro que, servicios informativos aparte, Telecinco es un reality en sí mismo Una escalera de pisos intercomunicados cuyos vecinos se meten unos en
casa de otros desde la cocina hasta el salón y de allí hasta el retrete
propiamente dicho. Y es para eso, para seguir tirando de la cadena,
para lo que es necesario renovar la nómina de inquilinos. La carne de
segunda, como el pescado, por mucho que se congele, acaba pasándose, y
hay que comprar nuevas piezas para seguir nutriendo la picadora. ¿O es
que alguien recuerda a una tal Sofía, hija de una tal Maite, ex churri
de un tal Suso?
En la actual contienda, donde presuntamente nada es lo que parece,
destacan un tal Miguel -"Hola, soy de O Grove, y estoy muy bueno"-, una
tal Noelia –"soy virgen pero tengo orgasmos cerebrales"-, una tal Bea
–"soy chonija, entre choni y pija"- y un arquitecto sevillano de cuyo
nombre no me acuerdo más atildado que Wilde, Byron y Floriano juntos. Total, que aunque la mascletá de Telecinco anunciando la buena nueva no
ha tenido nada que envidiarle al lanzamiento planetario del iPhone 7, todo parece indicar que, más que el rizo, Gran Hermano
todo lo más rizará el bucle. Ya dijo Jorge Javier que tratar de imitar a
la Milá sería "un suicidio". De momento, y aunque las comparaciones son
odiosas, sobre todo para quien las pierde, el tanteo sigue en
Mercedes, 15 ediciones, Jorge Javier, 1. Pero démosle tiempo al tiempo.
Tengo un querido colega con más conchas que un galápago metido hasta el
corvejón en los bajos fondos policiales, políticos y periodísticos cuya
máxima preocupación es que su única e idolatrada sobrina de cinco añitos
no entre en Gran Hermano 30. Visto lo visto y oído lo oído dentro y fuera de la casa de Guadalix de la Sierra, yo que él iría dedicándome full time desde ya mismo a esa hercúlea tarea ante tamaño desafío.
El
Festival de Venecia rinde homenaje al actor Jean-Paul Belmondo con un
León de Oro a su trayectoria cinematográfica durante cerca de medio
siglo.
'A bout de souffle' ('Al final de la escapada',
Jean-Luc Godard, 1960). Una película con trama de 'thriller', de bajo
presupuesto y rodada con urgencia. Después del estreno, la revolución
cinematográfica, la 'Nouvelle Vague' y la consagración de Godard como
creador iconoclasta. Casi sesenta años después, sus dos protagonistas,
Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg convertidos en iconos del siglo XX
mientras pasean por los Campos Elíseos.
'Un mono en invierno' (Henri Verneuil, 1962).
Aficionado al boxeo, Jean-Paul Belmondo tenía su primer combate
cinematográfico con todo un peso pesado del cine francés, Jean Gabin. Un
encuentro en las alturas del que el joven actor no saldría mal parado,
confirmando su talento como comediante al servicio de unos excelentes
diálogos creados por Michel Audiard.
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'Cartouche' (Philippe de Broca, 1962). Primer
encuentro con uno de los directores fetiches de la carrera del actor, el
director Philippe de Broca. Belmondo confirmaba su carisma como actor
de películas de acción y aventuras y el cine de capa y espada conocía
uno de sus grandes éxitos. A recordar, la presencia de una maravillosa y
sensual Claudia Cardinale en los brazos de Belmondo.
'Peau de banane' (Marcel Ophüls, 1963). Jean-Paul Belmondo volvía a encontrarse en la pantalla con la actriz Jeanne Moreau en una suerte de comedia
ligera siguiendo el modelo americano que en esos años cultiva cierto
cine francés. Hijo del director Max Ophüls, realizador de clásicos como
Carta de una desconocida o Lola Montes, Marcel Ophüls dejaría la ficción
para dedicarse al documental histórico.r
El hombre de Río' (Philippe de Broca, 1964).
Uno de los grandes éxitos de la carrera de Jean-Paul Belmondo que volvía
a ponerse a las ordenes del realizador Philippe de Broca. Las imágenes
de Belmondo saltando por los edificios de una Brasilia en plena
construcción o corriendo por las calles de Paris lo convierten en una
especie de predecesor de Indiana Jones parisino sin necesidad, eso sí,
de doble. Como objeto de sus desvelos una inolvidable Françoise Dorleac.
'Pierrot el loco' (Jean-Luc Godard, 1965). El
rostro pintado azul Klein de Jean-Paul Belmondo se ha convertido en una
de las imágenes plásticas más recurridas y celebradas del imaginario
cultural del siglo XX. Godard volvía a confiar en el dúo Belmondo y
Karina como pareja en fuga de la civilización a la búsqueda de su isla
del tesoro por las costas mediterráneas.
Las tribulaciones de un chino en China'
(Philippe de Broca, 1965) . Aunque la película no tuvo los resultados
artísticos de las anteriores colaboraciones del tándem Belmondo-De Broca
en esta historia llena de aventuras y basada en una novela de Julio
Verne, para la crónica de sociedad supuso el encuentro entre el actor y
la actriz Ursula Andress que iniciarían una historia de amor.
'Casino Royale' (John Huston, Ken Hughes,
1967). Un pequeño cameo del actor para esta sátira algo fallida sobre el
agente OO7 con reparto de lo más variado: David Niven, Peter Sellers,
Orson Welles, Ursula Andress y un Woody Allen como sobrino del agente
con licencia para matar . Entre lo más recordable, la canción 'The Look
of Love' interpretada por Dusty Springfield.
'El ladrón de Paris' (Louis Malle, 1967).
Belmondo se encontraba por primera y última vez con el director Louis
Malle, que acababa de dirigir a Brigitte Bardot y Jeanne Moreau en Viva
Maria. El actor interpreta a un ladrón llamado Georges Randal, que en
una sociedad decadente y corrupta como la 'Belle époque', hace del robo
una fructífera profesión como forma de rebelión contra su propia clase
social.
'La sirena del Mississippi' (François Truffaut,
1969). Siguiendo los pasos de su admirado maestro Alfred Hitchcock,
Françoise Truffaut construye esta historia o paseo por el amor y la
muerte con Jean- Paul Belmondo y Catherine Deneuve. El actor realiza una
de sus interpretaciones más bellas en el papel de un hombre enamorado
envuelto en un 'amour fou', devastador y destructivo.
Borsalino (Jacques Deray, 1970). Con gran bombo
y platillo se anunciaba esta producción ambientada en los años treinta y
la mafia de Marsella. El morbo y la expectación de ver juntos en la
pantalla a los dos grandes divos del cine francés, Alain Delon y
Jean-Paul Belmondo, aquí imitando a la pareja Newman-Redford, haría
correr a los espectadores a las salas de cine.
'Stavisky' (Alain Resnais, 1974). En pleno
'boom' del llamado cine retro, Belmondo interpretaba al estafador
Alexandre Stavisky protagonista de uno de los mayores escándalos
político-financieros de la Francia de los años treinta. El nombre de un
director estrella de la 'Nouvelle Vague' como Alain Resnais se unía a
una producción bastante insólita con banda sonora del mismísimo Stephen
Sondheim, el compositor de los musicales de Broadway, que acabaría a
pesar de todo, en un gran fracaso comercial.
'Un homme et son chien' (Francis Huster, 2008).
Ultima aparición de Jean-Paul Belmondo en la pantalla que volvía al
cine después de una ausencia de siete años y un periodo de convalecencia
a causa de un derrame cerebral. Inspirada en la película Umberto D, uno
de los clásicos del Neorrealismo italiano, a pesar del fracaso
comercial, la película se convertía en un gran homenaje al actor que
acababa de cumplir 75 años.
El chileno Pablo Larraín firma una biografía estimulante pero algo reverenciosa de la viuda de Kennedy.
¿Por qué rodar una biografía de Jacqueline Kennedy en 2016? “¿Y por qué no?”, contraatacaba ayer el director chileno Pablo Larraín,
que presentó su debut en lengua inglesa en la competición de la Mostra
de Venecia, donde las quinielas ya dan por segura su presencia en el
palmarés. Jackie fue un encargo del cineasta Darren Aronofsky, quien pensó en rodarla a principios de esta década junto a su ex compañera sentimental, la actriz británica Rachel Weisz. Su ruptura dejó el proyecto en suspenso, hasta que Aronofsky coincidió
con Larraín en la Berlinale de 2015 y le propuso que tomara las riendas. “No soy estadounidense y no tengo el mismo apego por su historia que
por la de mi país, pero me pareció una oportunidad increíble”, afirma
Larraín, responsable de títulos como No, El club o Neruda.
Jackie es una biografía por la tangente: se centra únicamente en los días posteriores al asesinato de John F. Kennedy, en noviembre de 1963, cuando la primera dama estadounidense, a quien interpreta Natalie Portman,
intenta recuperarse del choque mayúsculo que acaba de vivir subida al
vehículo presidencial en Dallas.
A esa mujer vestida en un traje rosa de
tweed manchado de sangre se la sigue considerando hoy uno de
los grandes enigmas de la política estadounidense del siglo pasado.
Aunque, en realidad, desde 2011 lo sea bastante menos.
Para conmemorar
el 50º aniversario de la presidencia de Kennedy, la familia aceptó
publicar una larga conversación en siete partes que Jackie acordó a
Arthur M. Schlesinger, un historiador amigo que había tenido un cargo de
asesor especial de JFK en la Casa Blanca.
Fue solo una de las tres
entrevistas que concedió tras la muerte de su marido y la última donde
habló de su presidencia, lo que no volvería a hacer hasta su muerte en
1994.
El encuentro se produjo a principios de 1964, solo algunas semanas
después del asesinato, y fue grabado en una serie de cintas secretas que
también vieron la luz hace cinco años
. La imagen cándida de la primera
dama quedaba parcialmente desmentida.
En ellas, se descubría a una mujer
arisca y clasista, de lengua viperina y tendencia al revisionismo
–véase el uso de la leyenda sobre JFK y su pasión por el musical Camelot,
incluida en la película–, que la conmoción que debía de seguir
experimentando no logra excusar del todo.
Por ejemplo, llamaba “falso” a
Martin Luther King,
a quien acusaba de organizar orgías, “ególatra” a Charles de Gaulle y
“lesbiana” a la congresista Clare Boothe Luce.
Lejos de su imagen de
mujer sumisa a los deseos de su marido y agnóstica respecto a todo
militantismo, a años luz de personajes como Eleanor Roosevelt o la
primera Hillary Clinton, Jackie Kennedy demostraba un conocimiento
profundo de la vida política de su país y del personal que rodeaba a su
marido, entre los que repartía premios y castigos en la grabación.
Larraín admitió ayer haberse inspirado en esas cintas, aunque no tengan
un reflejo directo en la película.
Pese a servirse de una sugerente
narración no lineal y una acertada puesta en escena, fundamentada en
planos pegados al rostro de su protagonista, a Larraín se le descubre
más encorsetado que de costumbre, demostrando una amabilidad excesiva
respecto al personaje.
La película parece esforzarse exageradamente en
no molestar a nadie: esa doble cara de Jackie aparece en algunas
secuencias, aunque siempre con timidez.
Por su parte, Portman logra
imitar la inconfundible dicción de la primera dama en una demostración
técnica bastante impresionante, en la que se entremezclan la fuerza y la
vulnerabilidad, aunque también esté algo exenta de alma.
“Me pareció
uno de mis papeles más peligrosos, porque todo el mundo sabe qué aspecto
tenía, cómo sonaba y cómo caminaba. Nunca había interpretado a un
personaje así y nunca me había considerado una gran imitadora”, admitió
la actriz.
Para Larraín, el parecido físico no era lo importante: “La
clave no es el maquillaje y las pelucas, sino el hecho de crear un
parecido, una ilusión”.
El director no considera que su película sea un biopic.
“Es más bien un intento de meterse en su mundo y sus circunstancias”,
explicó.
“Al final tampoco sabes quién es ella, porque eso resulta
imposible”.
Una de las últimas secuencias resulta representativa del resultado. Jackie abandona la Casa Blanca
subida a un coche oficial. De lejos, observa distintos maniquíes en el
escaparate de una tienda. Todos ellos se le parecen: lucen un peinado
similar y un conjunto que podría encontrarse en su armario, lo que la
hace sonreír. Durante ese tramo final, no han dejado de repetirle que el
país no olvidará que ha estado a la altura. “La recordarán por su
dignidad”, la elogia un impertinente reportero de la revista Life. Es decir, por su saber estar, por su entereza y también su glamour:
nada que no supiéramos ya. Portman se refirió indirectamente a esa
escena en la rueda de prensa. “¿Cómo conservar tu humanidad cuando eres
un símbolo para mucha gente, cuando todo el mundo te trata como si
fueras un maniquí?”, se interrogó la actriz, sin dejar claro si hablaba
de Jackie o de sí misma. Tal vez esa era la pregunta que la película
debía responder.
“Señor presidente”, dijo el anfitrión refiriéndose a John F. Kennedy mientras dirigía la mano hacia el escenario, “aquí Marilyn Monroe”. Los aplausos reventaron inmediatamente el Madison Square Garden y la
diva apareció unos minutos después. Pero valió la pena la espera. La
rubia actriz apareció con un abrigo de visón y debajo de él, un
entallado vestido cubierto de perlas. Cumpleaños feliz/ cumpleaños feliz/ cumpleaños feliz señor presidente/ cumpleaños feliz,
entonó Monroe, sin saber que su interpretación se convertiría en una de
las más escuchadas en el mundo hasta estos días. Ahora, el vestido que
la artista utilizó aquel 19 de mayo de 1962, 10 días antes del que real
mente era el aniversario de Kennedy, saldrá a subasta el próximo noviembre. Es la segunda vez que se vende.
Se espera que el famoso atuendo alcance un precio de entre 2 y 2,7 millones de euros.
La última vez que se subastó, en 1999, alcanzó los 1,26 millones de
dólares. El vestido, que está elaborado con seda y cubierto de perlas,
es una creación del diseñador francés Jean Louis, y será exhibido antes
de su subasta en museos en Irlanda y en ciudades como Nueva Jersey,
indicó en un comunicado la casa responsable de la puja, Julien’s Auctions. La primera vez que se subastó el famoso vestido fue en octubre de
1999 y la prenda fue adquirida por dos jóvenes, propietarios de una
tienda en Manhattan que vendían pertenencias de estrellas de Hollywood y
de rock. Se dice que el brillante vestido era tan ajustado que las
puntadas finales fueron cosidas mientras la actriz lo tenía puesto. Esa
fue la última aparición pública de la leyenda de Hollywood antes de su
muerte, el 5 de agosto de 1962, a los 36 años.