El nuevo consumidor busca depurarse y relajarse incluso cuando
se maquilla. Una mentalidad que está cambiando el sector, aumentando
sus promesas de felicidad.
Carlota Miralles
El sector de la belleza multiplica los lanzamientos cosméticos con beneficios para la salud física y mental. Cremas con melatonina que ayudan a descansar (Life Extension
Melatonian; 39,10 €), anticelulíticos con aroma a hinojo, pimienta y
estragón, capaces de activar el sistema simpático (Repleshing Body Cream
de Shiseido; 95 €), esmaltes con olor a desayuno o a mojito (3,50 €
c/u; etniacosmetics.com) y fragancias que transportan a la playa (Beach Walk, de Martin Margiela, 85 €).
El boom podría deberse a la consolidación de un nuevo consumidor: «Los milénicos están cambiando no solo el marketing
de nuestras campañas, sino también el tipo de productos que se lanzan,
incluso en el maquillaje», asegura Lisa Eldridge, directora Creativa de
Lancôme. Este segmento de la población está obcecado con
encontrar el bienestar y la felicidad personal: su máxima es consumir
cualquier tipo de experiencia que los ayude a estar contentos
como fin casi único. De hecho, el 80% de las compras que realizan se
basa en la emoción, según publicaba recientemente la revista Fortune.
¿Elegir bien la fragancia de tu boda? ‘Sì’, por supuesto.
Cate Blachett en la campaña de Sí, el perfume de Giorgio Armani.
Foto: Cortesía de Giorgio Armani
En medio de tamaño zafarrancho la novia (y tampoco la madrina ni las
damas de honor) no siempre repara en qué fragancia va a llevar en tan
señalada fecha. ¿La de diario y asociar el día de tu boda a lo mismo que
te pones para ir a la oficina? ¿La que llevaba tu madre cuando se casó,
en el caso de no estar discontinuada? ¿Una especial y muy significativa
para esa fecha? Los psicólogos recomiendan esta tercera vía. El olor no
se ve, pero genera sensaciones placenteras, tanto más si se asocia a un
estado anímico positivo. Y deja un mayor impacto en nuestra memoria
(recordamos un 35% de lo que llega a nuestra pituitaria frente al 5% de
lo que vemos). Incluso años después, un olor puede trasladarnos a un instante concreto de nuestra vida
(¿a que el olor de una goma de borrar te recuerda al pupitre del
colegio?). Así que imaginemos lo que puede ser evocar ese momento ante
el altar (o ante el señor juez) con un perfume llamado Sì. No habrá otra fecha donde un ‘sí’ suene tan contundente como en una boda.
El cerebro recuerda mejor los olores que las imágenes visuales. Un
perfume carismático nos hará regresar a ese día cada vez que lo
percibamos.
Beatrice Borromeo, una novia vestida de Giorgio Armani.
Sí, quiero. Por mucho que se le haya perdido el miedo a la
convivencia sin más bendiciones, casarse sigue de moda. A medida que la
crisis se despeja, crece el ánimo casamentero entre los españoles . En 2015 un total de 166.248 parejas contrajeron matrimonio a este lado de los Pirineos, un 2,3% más que en 2014, según el Instituto Nacional de Estadística. Solo dos años antes se habían contabilizado 10.000 bodas menos. Ahora bien, casarse no debe tomarse a la ligera. Y no ya por
conceptos metafísicos del tipo ‘hasta que la muerte os separe’, sino por
lo que duele en el bolsillo. La Federación de Usuarios y Consumidores
Independientes (FUCI) cifra el coste medio de una boda para 100
comensales en 16.534 euros . Añada otros 800 por la barra libre, el
vestido de novia (raro que baje de los 500 euros y bastante más
frecuente que se dispare por encima de los 2.000), el del novio (desde
375 a 1.200 euros) y el fotógrafo (de 1.200 en adelante). Sumen también
el calzado, la lencería, los anillos, maquillaje, peluquería y el viaje
de novios . En resumen, un dineral y un montón de horas y nervios invertidos en todos los preparativos.
La demanda de personas que sepan leer y escribir es cada día mayor, porque el que sabe leer y escribir domina la realidad.
El asombro es patente: nadie les había dicho hasta ese instante que
se podía ganar dinero leyendo, pero es así.
Y se lo explico.
Les explico
que es absurdo el disgusto que se llevan muchos padres cuando alguno de
sus hijos dice que quiere estudiar Humanidades.
Quizá ese disgusto
tenía razón de ser en otros tiempos; ahora no.
Las carreras
tradicionalmente bien consideradas, porque quienes las estudiaban se
situaban muy bien en la vida, están hoy en declive, al menos en el mundo
del que procedo.
Hay demasiados arquitectos o ingenieros en paro o
subempleados. En cambio, la demanda de personas que sepan leer y
escribir es cada día mayor, porque el que sabe leer y escribir, como
decíamos antes, domina la realidad.
Las salidas profesionales para esta
clase de personas son numerosísimas. Un buen creativo de publicidad,
incluso uno mediocre, se puede ganar mejor la vida que un matemático,
sin duda alguna. Y quien dice un creativo de publicidad dice un
guionista de radio o de televisión o de cine, un editor de textos, un
autor de reportajes, un escritor de conferencias para jefes de Estado,
para ministros, o para abrir cursos universitarios.
Si algo necesita el mundo actual es lo que desde hace algún tiempo
venimos llamando “proveedores de contenidos”.
El desarrollo de la
industria del ocio y sus alrededores ha llevado a la situación de que
disponemos de gigantescos conductos (emisoras de radio o televisión,
Internet) por los que de momento solo discurre un hilo de talento.
Estamos de acuerdo en que llenar cien o doscientos canales de televisión
de talento es muy difícil. Pero hay que llenarlos de algo, porque de
momento van prácticamente vacíos, cuando no son meros dispensadores de
materia fecal.
Pues bien: ¿quiénes son las personas con capacidad para
proveer de contenidos esas enormes tuberías? La gente que sabe leer y
escribir, sin duda.
Y la demanda de este tipo de profesionales es tan
grande que algunas de las personas que viven instaladas en la industria
del ocio, incluso en la industria cultural, no han tenido más remedio
que recurrir al plagio para satisfacer la demanda creciente de sus
compradores.
Todo esto que digo, en fin, es fácilmente demostrable, pero por si
quedara alguna duda, pongo a los alumnos un ejemplo extraído de la vida
real: hace unos años, salió en la prensa un anuncio por el que la
Comunidad de Madrid convocaba seis o siete plazas de telefonista.
Se
presentaron del orden de las sesenta o las setenta mil personas para
disputar esas plazas.
Pueden ustedes imaginarse que entre los opositores
había miles de titulados de todas las clases, desde ingenieros
nucleares a arquitectos, pasando por ginecólogos, pediatras, marinos
mercantes y abogados
No hay que hacer muchos números para advertir que, estadísticamente
hablando, hoy es mucho más fácil ser astronauta que ser telefonista de
la Comunidad de Madrid.
Pero ahora viene lo más espectacular: también
desde el punto de vista estadístico, cualquier español que sepa leer y
escribir tiene muchísimas más posibilidades de ganar el premio Planeta
que de obtener una plaza de telefonista.
¿Cuántas vidas habría que
permanecer pegado a los mandos de una centralita para conseguir esa
cantidad?
Cuando yo era joven, explico a los alumnos, y le decías a tu padre
que querías ser escritor, lo normal es que te diera una torta.
Pero si
se trataba de un padre tolerante, además de la torta te daba un consejo.
—Hijo, no te digo que renuncies a escribir si es lo que
verdaderamente te gusta, pero de eso no se vive, por lo que te aconsejo
que hagas una oposición a Correos para disfrutar de un sueldo seguro.
Luego, por las tardes, si tienes verdadera vocación, te dedicas a
escribir.
Hoy, esa conversación no sería posible.
O habría que darle la vuelta.
Si un hijo te dice que quiere ser telefonista de la Comunidad de
Madrid, tendrías que darle una torta y, si eres un padre tolerante,
añadir un consejo:
—Hijo mío, eso es más difícil que ser astronauta.
Para cubrir las
últimas siete plazas que salieron a concurso se presentaron sesenta o
setenta mil personas, muchas de ellas con varias carreras y dominando
seis o siete idiomas. Te aconsejo que te hagas escritor y luego, por las tardes, si de
verdad tienes vocación de telefonista, yo mismo te regalo una centralita
y te pasas la tarde cambiando las clavijas de sitio.
En mi época, si le decías a tu padre que querías ser escritor te daba una torta
Como verán, recurro a cualquier cosa para convencer a los alumnos de
que lean, que es para lo que estoy allí.
Pero no les miento, o les
miento poco.
Casi todo lo que he dicho hasta ahora es verdad y ellos lo
perciben como verdad.
No quiero decir que salgan de mi charla y se vayan
directamente a la biblioteca del centro, cuando la hay, entre otras
cosas porque no sabrían por dónde empezar.
Quizá hayan intuido que
existe, en efecto, una conexión entre la lectura y la vida, pero algo
les dice que la lectura no es una conquista fácil.
Tampoco en esto les
engaño. No lo es.
No es nada sencillo convertirse en lector, pero cuando
uno lo logra, conquista al mismo tiempo una percepción de la realidad
que jamás le abandona.
Cada otoño de mi vida, desde hace muchos años, empiezo un curso de
inglés que abandono hacia las Navidades con idéntica regularidad
. El
resultado es que dentro de mí ha ido creciendo un inglés afásico que
apenas es capaz de defenderse en los aeropuertos internacionales con
cuatro frases que sirven para saber dónde está el cuarto de baño y poco
más.
En mi interior vive, en fin, un señor que sabe decir en inglés
buenos días, buenas tardes, dónde se coge el autobús y a qué hora sale
el avión.
Hablo mucho con él, aunque su conversación, como pueden
comprender, no es muy variada. Esforzándose de manera notable, puede
hacer algún comentario sobre el tiempo y congratularse de que no hayan
bajado las temperaturas o de que no llueva.
También sabe en inglés un
par de cosas referidas a la comida. Dice que le gustan los macarrones,
pero no estoy seguro de que diga la verdad.
A lo mejor es que no conoce
en inglés otra comida. Yo odio los macarrones, pero es que yo, en
castellano, puedo pedir un filete con patatas.
Este sujeto que aprende inglés y yo nos encontramos con frecuencia,
lo que resulta inevitable viviendo el uno dentro del otro.
Normalmente
vive él dentro de mí, pero cuando viajo a determinadas zonas del
extranjero, soy yo el que se refugia en su interior.
Y desde allí
observo sus dificultades. No es nada fácil entenderse con los taxistas
ni con los camareros ni con los subsecretarios chapurreando cuatro
palabras de inglés.
Por eso, cuando regresamos a casa, él vuelve a sus
profundidades y tomo yo el mando en castellano, sin dejar por eso de
repasar los cursos de la BBC.
Ahora nos estamos aprendiendo los verbos
irregulares.
Ya nos los aprendimos también el año pasado y el anterior,
pero al no usarlos nos olvidamos de ellos, como es lógico.
La cinta ‘Supermodel Snowpocalypse' narra la historia de unas modelos atrapadas en 1977 en los Andes.
En el verano de 1977 un grupo de modelos se embarcaron en la producción de un catálogo de moda de pieles de alta costura para Neiman Marcus, unos grandes almacenes de lujo
con sede en Dallas. El escenario elegido para la sesión de fotos fue la
cordillera de los Andes, entre Chile y Argentina. El proyecto estuvo a
punto de acabar en tragedia a 3.000 metros de altura por culpa de una
fuerte ventisca que dejó durante más de una semana a todo el equipo
aislado y sin luz, pero con las ganas de divertirse intactas.
Ahora
Paul Feig ha decidido llevar a la gran pantalla la historia de las
modelos perdidas en la nieve. Aunque se sabe poco de la producción, que
aún no tiene fecha de estreno, sí que se ha desvelado que el director del remake de Cazafantasmas contará con el apoyo de Paramount. La película parte de un artículo del guionista Mickey Rapkin, publicado en la revista Elle, y que cuenta con el testimonio de muchos de los protagonistas de aquella aventura. Con el llamativo título Supermodel Snowpocalypse, el suceso —como señala Rapkin— es “el secreto mejor guardado de la moda”.
Todavía bajo los efectos del gran apagón de Nueva York de 1977, la
expedición tomó rumbo hacia el hotel Portillo, en Los Andes chilenos. Entre la selección de modelos, se encontraban la estadounidense Jerry Hall —con una nómina de 880 euros diarios— y la sueca Maria Hanson, como estrellas del catálogo. La producción, además, contó con la colaboración de la Cámara de
Chile, en un intento por promocionar un país que, desde que ocurrió el
golpe militar de Pinochet, tenía la imagen dañada. Con el hotel en plena
temporada alta, el equipo se puso en marcha. Alejándose de las
concurridas instalaciones y en busca de escenarios más naturales, se
subieron a un todoterreno para realizar la primera sesión. En el camino
les sorprendió una fuerte tormenta de nieve, como recuerda David Wolfe,
vicepresidente en aquel momento de Neiman Marcus. Wolfe afirma que
faltaron pocos metros para que el vehículo se precipitara por un
barranco debido a la falta de visibilidad.
Junto a los clientes del hotel, el equipo de Neiman Marcus se quedó
aislado en el edificio mientras la nieve comenzó a cubrirlo. Pero, según
relatan algunos de los protagonistas, gracias a las provisiones de
cocaína que habían comprado a unos esquiadores chilenos, el ánimo se
mantuvo alto durante su aislamiento. Jerry Hall y el resto de modelos transformaron la discoteca del hotel
—con la ayuda de la música de Donna Summer— en una sucursal de Studio
54 a tres mil metros de altitud. La fiesta incluyó desfiles de moda con
guardias de seguridad recogiendo los abrigos de piel que las modelos
arrojaban en la pista. En el exterior, la tormenta de nieve convirtió al hotel en un punto
perdido en la cordillera de los Andes. Gracias al ejército chileno todo
el equipo de moda consiguió salir del hotel. Desde una base militar
próxima, dos helicópteros trasladaron a la expedición neoyorquina hasta
Santiago de Chile antes de regresar a Nueva York. En el avión, como
relata Pat Christman, hermana de la modelo Julie, los viajes al baño
eran continuos con el fin de terminar con la cocaína. “Nadie se dio
cuenta pero todos descendimos del avión con la nariz sangrando”,
asegura.
Volvió a la moda con vocación de diseñar ropa que acompañe los desafíos
de la vida.
Quiere crear algo sólido y crecer despacio.
SS16, su última
colección, la componen piezas que se colocan de muchas maneras, una
mezcla de juego y creación en la que manda la seda.
SYBILLA SORONDO (Nueva York, 1963) busca crear ropa que dé fuerza y
alegría, que acompañe en los desafíos de la vida y que saque lo mejor de
cada persona. “Cuando era más joven, quizá valoraba más mi lucimiento
personal que prestar un servicio a quien lleva la ropa. En diferentes
épocas de la vida tienes distintas necesidades. A los 18 años empecé con
la moda, era mi lenguaje y mi obsesión. Más adelante, cuando tuve mi casa, quería objetos para el hogar y
comencé a diseñarlos. Llegaron los niños y la alimentación era el
centro; me dediqué a los huertos y más adelante a proyectar fincas y
comunidades y me involucré en temas relacionados con la educación. Planear el lugar donde quieres vivir es como diseñar el abrigo que te
protege en un día de frío y lluvia. Ahora, de vuelta a la moda, el
desafío y la mayor satisfacción pasan por entender las necesidades de
los clientes”. Una tarea complicada en un mundo en el que las
consumidoras manejan responsabilidades y roles con más presión que nunca
para ser perfectas. En esa tesitura plantea unas prendas que ayuden “a
enfrentar retos, dar serenidad o seguridad y hasta fuerza cuando se está
cansada”.