14 ago 2016
El verdadero sur son los olivos........................................................... Manuel Vicent
La cineasta, pelirroja e inteligente, siempre está detrás de las cámaras apuntando hacia causas justas.
Una niña montada en bicicleta se aleja hasta perderse por un camino
entre álamos de primavera. Segundos después, por el mismo camino
cubierto de hojas amarillas, vuelve la bicicleta montada ahora por una
adolescente de 15 años
. Esta elipsis marca el paso del tiempo.
La adolescente es Icíar Bollaín, en una secuencia de El sur, de Víctor Erice, su primer trabajo.
La película puso en el mercado el rostro de esta cineasta, que con el tiempo se ha convertido en un valor cinematográfico.
La película El sur trata de una familia, un padre silencioso y una madre amargada, que viven su exilio con su hija en una ciudad del norte.
Muchos espectadores, sin duda, recordarán la escena clave en la que el padre habla con esta hija en un café mientras en un salón contiguo suena la orquestina de una boda que interpreta el pasodoble En el mundo.
Habla con su hija de un amor perdido, de un pasado feliz en el sur. El pasodoble llena de añoranza la memoria de aquellos soleados días entre olivos, palmeras y limoneros.
Al parecer la película se quedó sin presupuesto y el productor Querejeta cortó el rodaje, una decisión que jugó a favor de la historia, puesto que el viaje al sur, previsto en el guión, ya no fue posible rodarlo y quedó en una excelente metáfora de un deseo inaprensible de felicidad.
Icíar Bollaín es una chica muy lista y pelirroja y es bien sabido que hay pocos tontos con el pelo panocha.
Un día alguien la felicitó por la suerte de haberse casado con Paul Laverty, el guionista habitual de Ken Loach, un buen tipo escocés lleno de talento. Icíar le contestó: “Nada de suerte. Yo siempre he sido muy buena para el casting”.
La pareja vivía en Lavapiés, un barrio madrileño donde se cruzan todas las razas
. Los domingos al mediodía oía los tambores de unos negros que invocan a sus ancestros con un ritmo sincopado; compraba especias en los colmados árabes e hindúes y cumplía el rito de una vida desenfadada entre la rebeldía de unas tribus urbanas que, años después, reventó un 15 de mayo en la Puerta del Sol.
Iziar pasa ahora largas temporadas en Edimburgo, patria de su compañero.
Ver Madrid desde el sótano y España desde lejos le ha dado una visión sin una sola mota de caspa nacional.
Manolo Gutiérrez Aragón la llamó para la película Malaventura y en el rodaje Icíar coincidió con José Luis Borau, quien a partir de entonces la convirtió en protagonista de algunas de sus películas y la animó a ponerse detrás de las cámaras.
El cine de Icíar Bollaín tiene una marca propia, un cine social según la huella de Ken Loach, con quien colaboró en la película Tierra y libertad, una lucha anarquista contra la injusticia atemperada por un sabor agridulce, que siempre toca una fibra sensible, frente al iberismo racial, agrio y violento.
Nunca engaña.
El espectador sabe qué va a ver cuando se acerca a la taquilla. La emigración, los problemas de Latinoamérica, historias de tercer mundo, denuncias de la violencia machista.
A Icíar la encuentras siempre detrás de las cámaras apuntando hacia causas justas, tocadas con una delicadeza acerada.
Así es también ella, un chica despierta, que sonríe con los ojos, que siempre emite un aire fresco, inteligente y divertido, con un toque de distinción.
En su última película, El olivo, ha vuelto a encontrar su propio camino hacia el sur.
Ese olivo milenario había visto pasar soldados de todos los bandos desde la Edad Media y, mientras a su alrededor se establecían fanatismos de cualquier índole y las guerras vertían sangre a raudales, su savia seguía dando aceite y el tiempo añadía nudos a su tronco para formar una maravillosa escultura.
Durante siglos varias generaciones de agricultores nacieron y murieron bajo su sombra; el olivo no había muerto todavía, pero un día fue arrancado de cuajo.
Olivos milenarios cuyos primeros esquejes fueron traídos por los griegos del mar Jónico han sido desarraigados violentamente de la tierra madre para presidir la rotonda de una carretera, decorar el vestíbulo de una multinacional o agonizar en el jardín de la mansión de un financiero corrupto.
Ese cepellón de raíces arrancado junto con el sudor y el amor de los antepasados es todo un agravio a la historia de la agricultura y también la metáfora de la cultura especulativa, que ha puesto la estética a merced del puro interiorismo cuyo concepto no se refiere al cultivo interior del espíritu, sino a la simple decoración de salones.
Aquella Icíar Bollaín adolescente expatriada en un norte brumoso encuentra por fin el verdadero sur entre los olivos milenarios sin perder el estilo que la define, la de una chica lista, pelirroja, inteligente y comprometida.
. Esta elipsis marca el paso del tiempo.
La adolescente es Icíar Bollaín, en una secuencia de El sur, de Víctor Erice, su primer trabajo.
La película puso en el mercado el rostro de esta cineasta, que con el tiempo se ha convertido en un valor cinematográfico.
La película El sur trata de una familia, un padre silencioso y una madre amargada, que viven su exilio con su hija en una ciudad del norte.
Muchos espectadores, sin duda, recordarán la escena clave en la que el padre habla con esta hija en un café mientras en un salón contiguo suena la orquestina de una boda que interpreta el pasodoble En el mundo.
Habla con su hija de un amor perdido, de un pasado feliz en el sur. El pasodoble llena de añoranza la memoria de aquellos soleados días entre olivos, palmeras y limoneros.
Al parecer la película se quedó sin presupuesto y el productor Querejeta cortó el rodaje, una decisión que jugó a favor de la historia, puesto que el viaje al sur, previsto en el guión, ya no fue posible rodarlo y quedó en una excelente metáfora de un deseo inaprensible de felicidad.
Icíar Bollaín es una chica muy lista y pelirroja y es bien sabido que hay pocos tontos con el pelo panocha.
Un día alguien la felicitó por la suerte de haberse casado con Paul Laverty, el guionista habitual de Ken Loach, un buen tipo escocés lleno de talento. Icíar le contestó: “Nada de suerte. Yo siempre he sido muy buena para el casting”.
La pareja vivía en Lavapiés, un barrio madrileño donde se cruzan todas las razas
. Los domingos al mediodía oía los tambores de unos negros que invocan a sus ancestros con un ritmo sincopado; compraba especias en los colmados árabes e hindúes y cumplía el rito de una vida desenfadada entre la rebeldía de unas tribus urbanas que, años después, reventó un 15 de mayo en la Puerta del Sol.
Iziar pasa ahora largas temporadas en Edimburgo, patria de su compañero.
Ver Madrid desde el sótano y España desde lejos le ha dado una visión sin una sola mota de caspa nacional.
Manolo Gutiérrez Aragón la llamó para la película Malaventura y en el rodaje Icíar coincidió con José Luis Borau, quien a partir de entonces la convirtió en protagonista de algunas de sus películas y la animó a ponerse detrás de las cámaras.
El cine de Icíar Bollaín tiene una marca propia, un cine social según la huella de Ken Loach, con quien colaboró en la película Tierra y libertad, una lucha anarquista contra la injusticia atemperada por un sabor agridulce, que siempre toca una fibra sensible, frente al iberismo racial, agrio y violento.
Nunca engaña.
El espectador sabe qué va a ver cuando se acerca a la taquilla. La emigración, los problemas de Latinoamérica, historias de tercer mundo, denuncias de la violencia machista.
A Icíar la encuentras siempre detrás de las cámaras apuntando hacia causas justas, tocadas con una delicadeza acerada.
Así es también ella, un chica despierta, que sonríe con los ojos, que siempre emite un aire fresco, inteligente y divertido, con un toque de distinción.
En su última película, El olivo, ha vuelto a encontrar su propio camino hacia el sur.
Ese olivo milenario había visto pasar soldados de todos los bandos desde la Edad Media y, mientras a su alrededor se establecían fanatismos de cualquier índole y las guerras vertían sangre a raudales, su savia seguía dando aceite y el tiempo añadía nudos a su tronco para formar una maravillosa escultura.
Durante siglos varias generaciones de agricultores nacieron y murieron bajo su sombra; el olivo no había muerto todavía, pero un día fue arrancado de cuajo.
Olivos milenarios cuyos primeros esquejes fueron traídos por los griegos del mar Jónico han sido desarraigados violentamente de la tierra madre para presidir la rotonda de una carretera, decorar el vestíbulo de una multinacional o agonizar en el jardín de la mansión de un financiero corrupto.
Ese cepellón de raíces arrancado junto con el sudor y el amor de los antepasados es todo un agravio a la historia de la agricultura y también la metáfora de la cultura especulativa, que ha puesto la estética a merced del puro interiorismo cuyo concepto no se refiere al cultivo interior del espíritu, sino a la simple decoración de salones.
Aquella Icíar Bollaín adolescente expatriada en un norte brumoso encuentra por fin el verdadero sur entre los olivos milenarios sin perder el estilo que la define, la de una chica lista, pelirroja, inteligente y comprometida.
Carmen Machi: “Esperaba más de la izquierda. Hemos retrocedido mucho..............................María Guerra
Juntamos a Carmen Machi y a Terele Pávez, que interpetran a dos prostitutas madre e hija en La puerta abierta, para hablar de cine y política.
Ninguna de las dos tienen pelos en la lengua. Así que prepárense.
Coinciden por primera vez en la ópera prima de la directora Marina Seresesky, La puerta abierta, donde interpretan a dos prostitutas desgarradas.
Una es la madre senil y rencorosa; la otra, la hija seca y amargada.
Es
una comedia trágica para dos actrices descomunales que entran en el
escenario con la humildad del que se sube a un andamio.
El personaje de la madre estaba escrito para la fallecida Amparo
Baró, quien eligió a su amiga Terele Pávez para sustituirla.
Machi asegura que Baró acertó: «Me asombré cuando Terele se sentó en esa silla de ruedas y se metió en ese personaje de Antonia, que es un calco de ella misma.
Es una gran actriz porque se abre de par en par.
Es una fuente de sabiduría, un pedazo de animal a todos los niveles, que dice y hace lo que le da la gana.
Nuestro idioma común es la franqueza. Nos encontramos muy bien juntas porque ya nos hemos dicho de todo».
En la sesión de fotos se nota esa cercanía: Machi, de 52 años, y Pávez, de 77, se tocan y posan sin afectación alguna.
Su química es tan auténtica que Álex de la Iglesia las ha fichado para Mi gran noche (2015) y El bar (2017), en esta última las veremos en un mano a mano en toda regla.
En cuanto pueden, salen a fumar con complicidad. «Lo nuestro fue un flechazo.
Las dos coincidimos en la esencia del oficio.
Para mí ser actriz no reside en la fuerza interior, sino en el amor.
Es imposible contar nada si no te entregas al personaje», dice Pávez, quien además no para de agradecer, entre carcajadas, que por una vez salga guapa en las fotos: «Siempre hago de bruja o de pobre.
La gente me dice que al natural valgo más que en las películas». Machi cumple órdenes del fotógrafo y reflexiona sobre los cánones de belleza: «Mi físico vulgar me ha favorecido. De hecho, a medida que cumplo años me llegan papeles más interesantes.
Creo que es importante entregar a los personajes no solo lo mejor de ti, sino lo peor, y también hablo de lo físico.
Las dos hablan de su oficio con sobriedad y entusiasmo. Son conscientes de la dificultad y el milagro que supone seguir trabajando en este país tan reacio a reconocer el talento. Machi lo dice sin remilgos: «España es un país raro, muy ingrato. Mira lo que le pasa a Nadal, yo admiro profundamente a Rafa Nadal. No entiendo que tiremos por la borda a esas personas que nos han dado tanta felicidad».
Y de ahí a la política, que hace que Terele Pávez levante los brazos con desesperación: «Para mí estas últimas elecciones han sido tremendas. Me parece que nos estamos metiendo en otros 40 años de franquismo después de Franco
. ¿Cómo estamos en lo mismo ahora? Tenemos unos dirigentes que le han dicho a Bárcenas que fuera fuerte, aquí se han hecho cosas muy gordas y esta gente sigue ahí. ¿Pero qué pasa? ¿Tienen a medio país comprado?
Yo he llegado a preguntarme si el PP no será un partido con familias de chorizos de varias generaciones y por eso se votan entre sí.
Piénsalo, la corrupción da para mucho», dice con una sonrisa amarga.
A Carmen Machi tampoco le ha gustado el resultado del 26-J: «Estoy desconcertada. Con todo mi respeto hacia los votantes del PP –que por cierto, no conozco a nadie que vote a ese partido–, como persona de izquierdas, siento sorpresa.
No puedo decir más.
Creo que no corresponde la realidad a lo que ha sucedido en las urnas y no quiero mojarme más porque hay que respetar a los que votan y habrá que responsabilizarse.
Pero esperaba algo más de la izquierda. Si me preguntas qué, no lo sé. Recuerdo las elecciones del 20-D y ocurrió algo que fue revolucionario.
Había pasado algo importante porque habíamos sentido que teníamos voz y voto.
Para mi desgracia, siento que con el 26-J hemos retrocedido mucho».
Y añade: «Culpo a la izquierda por haber sido incapaz de dialogar entre ellos
. No han sabido ponerse de acuerdo en nada».
Las dos tienen muy claro que el cine es política y que no es casualidad que hayan coincidido en La puerta abierta (que se estrena el próximo 2 de septiembre) interpretando a dos generaciones de prostitutas, una suerte de esclavitud de la que no se libran las mujeres históricamente y que saca de quicio a Pávez. «Que existan prostitutas nos dice que somos una sociedad enferma.
Lo que más me indigna es que esté aceptado como algo normal porque siempre ha existido.
Es que hay cosas de toda la vida que hay que eliminar», insiste con ira. «No estoy haciendo una valoración moral de los que quieren practicar sexo libremente, ese es un tema suyo
. A mí me repugna que haya un negocio en el que la sociedad juega a que está prohibido, y encima ellas son putas y ellos, señores. Hemos dejado tiradas a estas mujeres, nos desentendemos de la violencia que sufren».
Uno tiene que regalarles lo que necesitan y no tener miedo de enseñar lo malo.
Cuando yo hice Aída, le puse unos michelines que hubiera querido ocultar y forcé mi espalda para mostrar a una mujer que lleva el peso de una familia en la chepa, que está fregando y agachada, y te aseguro que no es mi actitud corporal.
No hay que tener miedo de mostrar lo que no te gusta, hay que rebuscar dentro de una misma y dárselo a ellas».
Con la misma dignidad que Machi y Pávez posan ante la cámara,
interpretan a dos meretrices en la película de Marina Seresesky. Machi
estuvo implicada desde el principio de este proyecto que no habla de la
prostitución en la calle, sino de la vida en casa y en bata.Machi asegura que Baró acertó: «Me asombré cuando Terele se sentó en esa silla de ruedas y se metió en ese personaje de Antonia, que es un calco de ella misma.
Es una gran actriz porque se abre de par en par.
Es una fuente de sabiduría, un pedazo de animal a todos los niveles, que dice y hace lo que le da la gana.
Nuestro idioma común es la franqueza. Nos encontramos muy bien juntas porque ya nos hemos dicho de todo».
En la sesión de fotos se nota esa cercanía: Machi, de 52 años, y Pávez, de 77, se tocan y posan sin afectación alguna.
Su química es tan auténtica que Álex de la Iglesia las ha fichado para Mi gran noche (2015) y El bar (2017), en esta última las veremos en un mano a mano en toda regla.
En cuanto pueden, salen a fumar con complicidad. «Lo nuestro fue un flechazo.
Las dos coincidimos en la esencia del oficio.
Para mí ser actriz no reside en la fuerza interior, sino en el amor.
Es imposible contar nada si no te entregas al personaje», dice Pávez, quien además no para de agradecer, entre carcajadas, que por una vez salga guapa en las fotos: «Siempre hago de bruja o de pobre.
La gente me dice que al natural valgo más que en las películas». Machi cumple órdenes del fotógrafo y reflexiona sobre los cánones de belleza: «Mi físico vulgar me ha favorecido. De hecho, a medida que cumplo años me llegan papeles más interesantes.
Creo que es importante entregar a los personajes no solo lo mejor de ti, sino lo peor, y también hablo de lo físico.
Las dos hablan de su oficio con sobriedad y entusiasmo. Son conscientes de la dificultad y el milagro que supone seguir trabajando en este país tan reacio a reconocer el talento. Machi lo dice sin remilgos: «España es un país raro, muy ingrato. Mira lo que le pasa a Nadal, yo admiro profundamente a Rafa Nadal. No entiendo que tiremos por la borda a esas personas que nos han dado tanta felicidad».
Y de ahí a la política, que hace que Terele Pávez levante los brazos con desesperación: «Para mí estas últimas elecciones han sido tremendas. Me parece que nos estamos metiendo en otros 40 años de franquismo después de Franco
. ¿Cómo estamos en lo mismo ahora? Tenemos unos dirigentes que le han dicho a Bárcenas que fuera fuerte, aquí se han hecho cosas muy gordas y esta gente sigue ahí. ¿Pero qué pasa? ¿Tienen a medio país comprado?
Yo he llegado a preguntarme si el PP no será un partido con familias de chorizos de varias generaciones y por eso se votan entre sí.
Piénsalo, la corrupción da para mucho», dice con una sonrisa amarga.
A Carmen Machi tampoco le ha gustado el resultado del 26-J: «Estoy desconcertada. Con todo mi respeto hacia los votantes del PP –que por cierto, no conozco a nadie que vote a ese partido–, como persona de izquierdas, siento sorpresa.
No puedo decir más.
Creo que no corresponde la realidad a lo que ha sucedido en las urnas y no quiero mojarme más porque hay que respetar a los que votan y habrá que responsabilizarse.
Pero esperaba algo más de la izquierda. Si me preguntas qué, no lo sé. Recuerdo las elecciones del 20-D y ocurrió algo que fue revolucionario.
Había pasado algo importante porque habíamos sentido que teníamos voz y voto.
Para mi desgracia, siento que con el 26-J hemos retrocedido mucho».
Y añade: «Culpo a la izquierda por haber sido incapaz de dialogar entre ellos
. No han sabido ponerse de acuerdo en nada».
Las dos tienen muy claro que el cine es política y que no es casualidad que hayan coincidido en La puerta abierta (que se estrena el próximo 2 de septiembre) interpretando a dos generaciones de prostitutas, una suerte de esclavitud de la que no se libran las mujeres históricamente y que saca de quicio a Pávez. «Que existan prostitutas nos dice que somos una sociedad enferma.
Lo que más me indigna es que esté aceptado como algo normal porque siempre ha existido.
Es que hay cosas de toda la vida que hay que eliminar», insiste con ira. «No estoy haciendo una valoración moral de los que quieren practicar sexo libremente, ese es un tema suyo
. A mí me repugna que haya un negocio en el que la sociedad juega a que está prohibido, y encima ellas son putas y ellos, señores. Hemos dejado tiradas a estas mujeres, nos desentendemos de la violencia que sufren».
Uno tiene que regalarles lo que necesitan y no tener miedo de enseñar lo malo.
Cuando yo hice Aída, le puse unos michelines que hubiera querido ocultar y forcé mi espalda para mostrar a una mujer que lleva el peso de una familia en la chepa, que está fregando y agachada, y te aseguro que no es mi actitud corporal.
No hay que tener miedo de mostrar lo que no te gusta, hay que rebuscar dentro de una misma y dárselo a ellas».
«Me parece que este trabajo encierra una autodefensa de negarte a sentir y eso me deja demolida», asegura. También habla de la nobleza de estas mujeres, a las que une un nexo común de bondad, de alma regalada.
A las dos actrices las separan 25 años.
Han nacido en épocas diferentes, pero coinciden en su estilo profesional. «Carmen es de las mías, de las que cuando trabajamos lo hacemos a tope; y te digo que hemos acabado agotadas. A nosotras no se nos caen los anillos por currar.
Somos trabajadoras como un taxista», asegura Terele Pávez. Machi dice que recuerda con angustia las condiciones de trabajo de La puerta abierta:
«En enero, en un piso de 60 metros nos metimos un equipo de 70 personas. Yo acabé contaminándome de la cara de asco de mi personaje.
Ha sido un rodaje muy intenso. Terele y yo nos teníamos que sostener la una a la otra.
Y la temperatura de lo que la directora quería me la dio Terele, que es una mujer fuerte y valiente».
No siempre los actores hablan con esa franqueza.
Es fácil que se lancen piropos entre sí, pero Machi se distancia de las palabras huecas: «Aunque mis personajes sean aguerridos, yo no lo soy»
. Carmen es una mujer tremendamente tímida y pudorosa
. Me he puesto una coraza de persona fuerte, pero soy muy pava. Ahora he cambiado y en parte ha sido por mis personajes.
He aprendido mucho de todos ellos»
. En una sociedad que sigue penalizando a las féminas por su edad y apariencia física, ambas actrices exhiben su personalidad y su físico con rotundidad.
Carmen Machi se irrita ante el yugo –a veces– autoimpuesto:
«Me enfado porque me doy cuenta de que todavía hay una resistencia en nuestro país para aceptar que las mujeres pueden tener poder, ser contundentes y hablar sin resignación ni miedos.
He tenido la fortuna de meterme en el pellejo de personajes duros, incluso de líderes políticos como en el caso de Creonte, en Antígona
. Pero muchas espectadoras aseguraban que el Creonte que yo interpretaba era un hombre que se iba convirtiendo en mujer
. Y yo me pregunto: ¿cómo estamos las mujeres? Estamos avanzando mucho, pero nos falta valentía y empuje para atrevernos a tomar el poder que todavía consideramos patrimonio masculino».
Sin desmaquillarse, se cambian de ropa y se lanzan a las calles achicharradas de Madrid.
Supuestamente están en una muy mala edad para conseguir trabajo, pero ambas tienen varios proyectos por delante.
Machi reconoce que nunca ha padecido la angustia del paro, y matiza: «Pero también creo que no he perdido la humildad de saber que cada trabajo tienes que hacerlo bien.
Y tampoco me engaño, que en este oficio la suerte es fundamental». Terele Pávez, en cambio, ha pasado unos malos años profesionales, pero recuerda a diario las palabras lapidarias de su madre: «Una cosa es ser pobre y otra, no tener dinero».
“El humor es lo opuesto a la solemnidad”........................................................... Juan Cruz
Con la historia de 'Breve historia de este puto mundo', el último libro del periodista y escritor colombiano, uno tiembla después de haber reído.
Daniel Samper escribe libros de humor perfectamente serios. Breve historia de este puto mundo (Aguilar) es una “estremecedora biografía de la Tierra”, como reza el subtítulo, “contada con humor y perplejidad”.
Como rezaba el eslogan de La Codorniz, con esa historia uno tiembla después de haber reído.
Samper, colombiano de 1945, es autor de El tonto emocional, Impávido coloso y otros libros entre los cuales está su enciclopedia sobre Les Luthiers, sus amigos.
Aquí habla de algunos de los puntos en que se ha fijado para contar la historia de este puto mundo.
Pregunta. ¿Qué historia le ha espeluznado más?Respuesta. Al principio me espeluznaron y luego me divirtieron todas las historias de los bárbaros, desde Atila.
Pero luego me resultaron esperpénticas, como escritas por un español para que las filmara Berlanga.
Aquellos venían del extranjero; ahora los verdaderos bárbaros están en el interior, esos tipos que pretenden echar a patadas a los que llegan en patera.
P. Esos no son divertidos.
R. En absoluto. Son una lacra, y lo serán en la historia de la humanidad.
No quiero comparar, pero también tardamos en darnos cuenta de lo que fue el nazismo de Hitler. Solo cuando empezaron a destaparse los campos de concentración nos dimos cuenta de la dimensión de la barbarie.
Los pobres que llegan ahora en patera ahora son solo cifras. Pero un día serán caras, como lo fue el niño Aylan muerto en la playa.
P. Usted hace una historia de descubrimientos. ¿Cómo habiendo descubierto tanto sigamos viviendo en la barbarie?
R. La condición humana es paradójica.
Los avances de la ciencia en estos dos últimos siglos han sido extraordinarios.
Hemos transitado de la imprenta a Internet, a hallazgos espléndidos en medicina.
Pero la ética está estancada, no ha habido un remedio para la ética.
P. Jorge Ibargüengoita, su colega mexicano, hizo un libro de humor sobre la revolución cubana (Revolución en el jardín, Reino de Redonda), en 1964.
Resultó luego que no era humor, que era verdad. ¿El humor es el espejo de la realidad?
R. Sin duda.
El humor es mucho más osado, mucho más atrevido y goza de más libertades que la aparente seriedad; el humor no es lo opuesto a la seriedad, sino a la solemnidad.
En Latinoamérica hay ciertos escritores cuyo humor ha fotografiado mejor que nada la realidad
. Como el propio Ibergüengoitia, como Carlos Monsiváis y como Fontanarrosa…
P. Es de una época en que todo lo que venía de aquella revolución nos parecía bien… ¿Le ha dado melancolía tratar ese periodo como un tiempo fracasado?
R. Sí. Cuando hablo de Pedro el Grande, el que hizo que Rusia tuviera cosas en todos los mares, digo que también llegó a tenerlas en el Caribe de Cuba. Rusia tuvo cosas en el Caribe porque se dio el lujo de montar un dispositivo nuclear en esta pequeña isla que convoca todas nuestras simpatías por todo lo que ha representado. Y toda nuestra melancolía por lo que nos ha defraudado.
P. Usted habla en el libro de América Latina como cansada de sí misma…
R. Sí. Tristemente. Ha aparecido una derecha con cara de buena, pero despiadada.
Y tristemente porque para que esa derecha se despierte ha tenido que aparecer una izquierda desastrosa, como la de Venezuela.
Soy un izquierdista de la marca Allende, un tipo que quiso hacer las cosas un tipo que quiso hacer las cosas humanamente. Tengo pocos ídolos en política, uno es Allende.
P. Habla de los populismos del siglo XX, desde Hitler hasta los populistas de izquierda, como Maduro o Chaves…
P. El populismo es una forma de vestirse, el cuerpo es el mismo, el vestido es diferente… Ahí está Le Pen.
Y está Trump, una expresión del peor populismo, el más ignorante. Nace de un tumor llamado tea party.
R. Del que usted habla en su libro.
¿Estaría dispuesto a comerse su libro si Trump llega a la presidencia, como ha hecho un columnista del Washington Post con el artículo en el que adivinaba que no llegaría a ser candidato?
R. No llegará, pero si llega y es un Abraham Lincoln me como el libro. Enterito.
P. Su libro arroja la impresión de que no solo fue oscura la Edad Media. Los avances nos hacen mejores, pero la maldad nos rodea…
R. Se ha progresado mucho.
En 1970 el homosexual era un criminal y ahora se reconocen sus derechos.
En los últimos treinta años ha habido avances así, pero sigue habiendo persecuciones, apartheid, discriminación sexual.
P. Internet es otro campo de batalla de su humor.
R. Un gran invento.
Pero un segundo después de que aparecieran las redes sociales se produjeron los primeros insultos.
Es admirable la capacidad del hombre para destruir o herir lo que hace.
Internet no es una revolución, es la madre de una revolución que no sabemos dónde va a parar.
P. En su libro la política es a la vez necesaria y objeto de burla…
R. La política es indispensable; lo que es lamentable es la mala política, la política corrupta, irresponsable.
P. Al humor también se le llama malhumor. ¿Cómo estamos nosotros de malhumor?
R. El español vive cabreado, pero es un malhumor cultural, no sentimental.
En las montañas de Latinoamérica la gente es callada. Se pone a hablar y a reír cuando llega a la costa.
Quizá aquí pasa lo mismo.
Pero se ha contagiado la costa también del malhumor del centro.
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