Juntamos a Carmen Machi y a Terele Pávez, que interpetran a dos prostitutas madre e hija en La puerta abierta, para hablar de cine y política.
Ninguna de las dos tienen pelos en la lengua. Así que prepárense.
«Me parece que este trabajo encierra una autodefensa de negarte a sentir y eso me deja demolida», asegura. También habla de la nobleza de estas mujeres, a las que une un nexo común de bondad, de alma regalada.
A las dos actrices las separan 25 años.
Han nacido en épocas diferentes, pero coinciden en su estilo profesional. «Carmen es de las mías, de las que cuando trabajamos lo hacemos a tope; y te digo que hemos acabado agotadas. A nosotras no se nos caen los anillos por currar.
Somos trabajadoras como un taxista», asegura Terele Pávez. Machi dice que recuerda con angustia las condiciones de trabajo de La puerta abierta:
«En enero, en un piso de 60 metros nos metimos un equipo de 70 personas. Yo acabé contaminándome de la cara de asco de mi personaje.
Ha sido un rodaje muy intenso. Terele y yo nos teníamos que sostener la una a la otra.
Y la temperatura de lo que la directora quería me la dio Terele, que es una mujer fuerte y valiente».
No siempre los actores hablan con esa franqueza.
Es fácil que se lancen piropos entre sí, pero Machi se distancia de las palabras huecas: «Aunque mis personajes sean aguerridos, yo no lo soy»
. Carmen es una mujer tremendamente tímida y pudorosa
. Me he puesto una coraza de persona fuerte, pero soy muy pava. Ahora he cambiado y en parte ha sido por mis personajes.
He aprendido mucho de todos ellos»
. En una sociedad que sigue penalizando a las féminas por su edad y apariencia física, ambas actrices exhiben su personalidad y su físico con rotundidad.
Carmen Machi se irrita ante el yugo –a veces– autoimpuesto:
«Me enfado porque me doy cuenta de que todavía hay una resistencia en nuestro país para aceptar que las mujeres pueden tener poder, ser contundentes y hablar sin resignación ni miedos.
He tenido la fortuna de meterme en el pellejo de personajes duros, incluso de líderes políticos como en el caso de Creonte, en Antígona
. Pero muchas espectadoras aseguraban que el Creonte que yo interpretaba era un hombre que se iba convirtiendo en mujer
. Y yo me pregunto: ¿cómo estamos las mujeres? Estamos avanzando mucho, pero nos falta valentía y empuje para atrevernos a tomar el poder que todavía consideramos patrimonio masculino».
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