Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

31 jul 2016

El viral del verano: Querida chica del bañador verde

El viral del verano: Querida chica del bañador verde

Hablamos con Jessica Gómez, la autora de uno de los virales más potentes del verano. En un post que ha publicado en su Facebook se dirige a la chica que tiene en la toalla de al lado en la playa para convencerla de quererse tal como es. El viral del verano: Querida chica del bañador verde

Así se ha convertido Mayka Merino en la revelación del año en las pasarelas............................... Begoña Gómez Urzaiz |

La modelo nacional con más proyección en todo el mundo se asoma al mañana con tendencias que inventan una nueva silueta.

Así se ha convertido Mayka Merino en la revelación del año en las pasarelas
Londres, Milan, París y Nueva York ya han visto desfilar a la joven jerezana.
Foto: Satoshi Saikusa
 

 

Se nota que Mayka Merino (de 19 años) es muy joven, porque todavía cuenta su vida por veranos, como lo hacen los niños y los estudiantes.
 Este lo ha tenido muy ocupado –en cuanto acabó de desfilar en la pasarela 080 de Barcelona viajó a París para cumplir con sus compromisos profesionales en la semana de la alta costura–.
 Pero el verano pasado fue incluso más ajetreado.
 «Me quedé sin ir a las playas de Cádiz por viajar a Londres, y al final me cambió la vida», cuenta.

Mayka Merino viste pantalón de lino con espejos (2.900 €) y pendientes (295 €), todo de LOEWE; y zapatos de piel de becerro de CÉLINE (920 €).
Mayka Merino viste pantalón de lino con espejos (2.900 €) y pendientes (295 €), todo de LOEWE; y zapatos de piel de becerro de CÉLINE (920 €).
 Se marchó a la capital británica con ropa para dos semanas y todavía no ha vuelto
. Aunque el trabajo que sí giró su carrera del revés le llegó en Milán, el pasado mes de septiembre. Ashley Brokaw, la directora de casting a la que el diario The New York Times llama «la power player definitiva de la industria de la moda» y la responsable de que en las últimas temporadas las pasarelas se hayan llenado de caras interesantes, de narices bulbosas, de diastemas y de marcas de nacimiento sin corregir, le echó el ojo y la incluyó en el desfile de Prada
. Abriendo. «La modelo que arranca en Prada se considera la revelación del año, pero yo esto entonces no lo sabía», dice. 
Les ocurrió antes a Daria Werbowy, Sasha Pivovarova o Karolina Kurkova. En el backstage, Merino cruzó su mirada con la de la imponente Miuccia y le entró la risa. «Es que estaba nerviosísima, solo quería hacerlo bien»
. No le dio tiempo ni a avisar por WhatsApp a su familia, que la seguía por streaming desde Jerez de la Frontera.
 Su padre, funcionario jubilado, es quien le lleva ahora la gestión de los contratos –«No sé por qué tiene una fama rara el mundo de la moda, es como cualquier otro», dice– y también ha aprendido latín en un año.
 Ahora maneja con soltura nombres como el de J.W. Anderson, otro que también apostó enseguida por Merino, o Proenza Schouler.
 El dúo la fichó en exclusiva para su primera New York Fashion Week.
Camisa (945 €) y falda (725 €) de STELLA MCCARTNEY.

La modelo española revelación del año lleva camisa (945 €) y falda (725 €) de STELLA MCCARTNEY.
Vista de cerca, la modelo no se parece mucho a la criatura ligeramente alienígena de las fotos ni a la maniquí que desfiló para Prada con un traje de chaqueta –«El más bonito de todos, pero me veía muy señora»–, maxipendientes y el flequillo aplastado con gel sobre la frente.
 Para la pasarela de Carlotaoms, en el 080, le han hecho una trenza de colegiala y de golpe solo recuerda a lo que es, una chica de Jerez que comparte piso en Londres (se ha cansado de las casas de modelos y ahora vive en una colonia española) y que viste «muy sencilla, casi siempre de negro y con mi rollo teen: zapatillas, petos…». 
En otro tiempo, se tapaba las orejas algo separadas con el pelo
. «Pero hoy las valoro. Entiendo que tengo suerte de haber empezado a trabajar ahora que se lleva el estilo weird (rarito) y otros cánones estéticos». 
Aun así, su modelo preferida y en quien se fija no es, por ejemplo, una Molly Blair, con la que se la compara, sino la nada weird Karlie Kloss: «Me gusta que tenga sus negocios y sea más que una cara bonita».
Chaqueta metalizada de lamé (720 €) y pantalón (304 €), ambos de ISABEL MARANT; y zapatos de piel de becerro de CÉLINE (920 €).
Chaqueta metalizada de lamé (720 €) y pantalón (304 €), ambos de ISABEL MARANT; y zapatos de piel de becerro de CÉLINE (920 €).

Foto: Satoshi Saikusa
Top y falda de seda, ambos de MARNI (c. p. v.); y pendientes de espejo de LOEWE (290 €).
Top y falda de seda, ambos de MARNI (c. p. v.); y pendientes de espejo de LOEWE (290 €).
Foto: Satoshi Saikusa
 Merino viste una red de PRADA (c. p. v.)
A sus 19 años, Merino ya es una realidad de las pasarelas. En la imagen, en una red de PRADA (c. p. v.)
Foto: Satoshi Saikusa

Perderlo todo....................................................................Rosa Montero

Los objetos muestran una obcecada tendencia a evaporarse a mi alrededor, y creo que no ha habido un solo día de mi existencia en el que no haya extraviado algo.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
SI ESTOY en casa y no encuentro y no encuentro las gafas, cosa que sucede muy a menudo, lo primero que hago es ir al refrigerador y mirar dentro
. La mitad de las veces aparecen ahí, porque, cuando voy a sacar algo de la nevera y las llevo en la mano, las deposito distraída sobre la bandeja del electrodoméstico para poder agarrar lo que anduviera buscando, y ya no me vuelvo a acordar de ellas.
 Sí, la clave del asunto es la distracción: voy pensando en las musarañas tan concentradamente que me muevo por la vida con el piloto automático y sin apenas consciencia de lo que hago.
 Es el comportamiento que la tradición atribuye al sabio despistado, aunque en mi caso más bien se trataría del profesor chiflado, porque por lo general no ando sumida en profundas y provechosas reflexiones, sino entretenida en tontunillas.
 Y así se me va la existencia, literalmente
Hoy me he puesto a pensar en la cantidad de cosas que pierdo cada día.
 Porque lo pierdo todo. Digo dentro de casa, ya que en el exterior (es decir, pérdidas auténticas) ocurre poco.
 O sea que en realidad se trata de extravíos momentáneos, desesperantes juegos al escondite de las cosas. Las gafas, el móvil, las llaves, el bolso.
 Pero también: el cuaderno de notas, el importante número de teléfono que acabo de apuntar en un papel, los pendientes que me quité ayer, la camisa que he descolgado hace cinco minutos del armario y que ha debido de irse corriendo por sí sola.
 O el tazón con el que siempre desayuno
. La semana pasada pasé media hora frenética buscando esa taza hasta que la encontré dentro del microondas: el día anterior había puesto a calentar el café y olvidé tomarlo.
 Los objetos muestran una obcecada tendencia a evaporarse a mi alrededor, y creo que no ha habido un solo día de mi existencia en el que no haya extraviado algo
. Si sumara todos los minutos que he desperdiciado buscando cosas, probablemente llegaría a acumular un año de despilfarro
. Un año de mi vida sin vivir.
Sé que no soy ni mucho menos la única persona a la que le sucede esto.
 Se me ocurre que, dentro de las muchas maneras en las que podemos clasificar a los humanos, una sería dividirlos entre los seres meticulosos y precisos, por un lado, y los que tenemos las cabezas horadadas, por el otro. 
Agujeros mentales por los que silba el caos como un viento insidioso.
 Como es natural, esta propensión a perder las cosas suele estar unida a una falta de firmeza y claridad en la relación con los objetos que nos rodean.
 Vamos, que somos bastante desordenados.
A saber cuál será la razón de tanto lío; tiempo atrás hubiéramos podido endilgarles la responsabilidad a los duendes domésticos, criaturas mágicas de intenciones traviesas, lo cual resultaba más consolador que las posibles explicaciones actuales, que hablan de neurotransmisores algo desbaratados y del famoso déficit de atención, ese síndrome de moda tan socorrido. Sea como fuere, arrastramos los desordenados nuestro desorden como el escarabajo pelotero arrastra su bola, y en ese trabajoso desvivir nos suceden cosas peculiares: por ejemplo, podemos mantener durante años un objeto claramente descolocado (un collar en una esquina del escritorio, un tintero en la encimera de la cocina), pero si un día se nos ocurre guardarlo en el lugar apropiado, nunca más lo volveremos a encontrar.
 El orden no forma parte de nuestro karma. 
Cuando me desespero mucho, procuro acordarme de los personajes célebres a los que les pasaba lo mismo
. Son famosas las fotos del despacho de Einstein o del taller de Francis Bacon, por ejemplo.
 Unas leoneras tan cochambrosas que hasta a mí me asustan.
 Hay estudios que sugieren que la gente creativa tiende a ser desordenada, y los psicólogos norteamericanos Vohs, Reddel y Rahinel llegaron a asegurar en un trabajo de 2013 que los entornos desor­denados fomentaban la creatividad. 
Todo esto resulta tranquilizador, y lo sería aún más si consiguiera encontrar otra investigación parecida que se publicó hará cosa de un año y que guardé no sé dónde: llevo veinte minutos buscando el recorte infructuosamente.
 Si es verdad que el caos está relacionado con la creatividad, yo debería ser capaz de escribir una obra maestra.

“Fui alegre al morir”..............................................................Javier Marías

La lectura como placer veraniego ya no llega de forma natural. Se ha de ser obstinado para hacer sitio a los libros. Un poema puede servir como acicate. 
COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS
HACE DOS sábados el  suplemento Babelia dedicaba un reportaje a un sueño que a mí me parece del pasado remoto: la lectura pausada y por placer durante el verano.
 Incluso se preguntaba a un montón de editores (gente que el resto del año lee por obligación) en qué se iban a sumergir durante el mes de asueto, a lo cual más de uno respondía lo que otras veces he respondido yo mismo: “A ver si me pongo por fin con todo Proust”. Proust –En busca del tiempo perdido– ocupa cuatro gruesos tomos de letra apretada y papel biblia en la edición de La Pléïade, unas cuatro mil páginas sin contar notas, variantes y esbozos.
En español, en la única traducción digna del nombre pese a su antigüedad y sus defectos, la de Pedro Salinas y Consuelo Berges, de Alianza, los volúmenes eran siete, uno por título.
 ¿Alguien cree que eso se puede leer en el transcurso de un mes escaso, de lo que hoy disponen los más afortunados para “veranear”? (El propio verbo ha caído ya en desuso, si se piensa bien.)
Es cierto que los lectores empedernidos somos irracionalmente optimistas, y cada vez que emprendemos un viaje –incluso si es de trabajo– echamos a la maleta más libros de los que seríamos capaces de abarcar.
Me imagino que quienes tengan e-book se llevarán un cargamento aún mayor.
Mi experiencia me ha enseñado que en esas salidas breves suelo regresar, a lo sumo, con dos o tres capítulos leídos en la incomodidad de un aeropuerto.
 En agosto consigo acabar dos o tres obras, si no son demasiado extensas, y eso que no me veo distraído por Internet (no uso ordenador), ni por teléfonos inteligentes (no tengo), ni por videojuegos (jamás me he asomado a uno), ni por ninguno de los mil artilugios que atarean hoy a las personas para que no se sientan “solas”, pese a estar rodeadas la mayoría, velis nolis, por familias numerosas y vecinos cargantes.
 Si a esto añadimos que en las vacaciones hay un montón de deberes (pasarse horas en la playa, comer como energúmenos, dormir la siesta, salir de farra, entretener a los niños, visitar ciudades a la carrera), no sé cuándo vamos a leer a Proust, a Conrad, a Cervantes o a Montaigne
Menos aún este mes, con nuestros políticos dando la tabarra haya por fin Gobierno o no, con los posibles atentados del Daesh y las inundaciones o terremotos en algún punto del globo, los refugiados, las guerras en curso y la siniestra sombra de Trump, que nos obligarán a atender a las pantallas durante más horas de las saludables. 
Comprendo a José María Guelbenzu (autor de ese reportaje de Babelia) y a otros como él y como yo: nos resistimos a aceptar que los veranos de lectura plácida y prolongada han sido aniquilados, que la sociedad y el estruendo conspiran contra ellos y casi los han barrido de la faz de la tierra.
 Para mantenerlos hay que forcejear, tener una enorme fuerza de voluntad. En vez de dejarnos invadir pasivamente por los libros, que se imponían de forma natural, hemos de ser activos, y obstinados, y luchar por hacerles sitio contra todos los elementos.

En vista de las perspectivas, hoy, último día de julio, me permito ofrecerles el sencillo y sereno poema de un clásico, que traduje hace décadas, para que por lo menos lean una pieza entera (bien que breve y con estribillo) en las inaguantables esperas de los aeropuertos o en los trayectos de ferrocarril.
 Ya incluí uno del siglo VIII hace unos meses, y al parecer no cayó mal.. El de hoy es de Stevenson, y sin duda fue un esbozo para su famoso y escueto “Réquiem”, inscrito en su tumba en lo alto del Monte Vaea, en Samoa, a cuatro mil metros.
 Murió con sólo cuarenta y cuatro años, y esta variante dice así:
“Ahora que la cuenta de mis años
ya se ha cumplido, y yo
la vida sedentaria
dejo para morir,
cavad bien hondo y dejadme yacer
bajo el inmenso y estrellado cielo.
Alegre en vida, fui alegre al morir,
cavad bien hondo y dejadme yacer.

Clara fue mi alma, libres mis actos,
honor era mi nombre,
no huí nunca ante el miedo
ni perseguí la fama.
Cavad bien hondo y dejadme yacer

bajo el inmenso y estrellado cielo.
Alegre en vida, fui alegre al morir,
cavad bien hondo y dejadme yacer.

Cavad bien hondo en algún valle verde
donde la brisa suave
sople fresca en el río
y en los árboles cante …
Cavad bien hondo y dejadme yacer
bajo el inmenso y estrellado cielo.
Alegre en vida, fui alegre al morir,
cavad bien hondo y dejadme yacer.”